T. H. 2013 y 14

31, dic., 2014
LA MONA LISA SE VA DE RONDA EN LA NOCHE DE SAN SILVESTRE



Después de vagar, el pasado ocho de agosto, por callejuelas con paredes repletas de recuerdos, donde al menor roce todo un coro de "ji-ji-je-je" aturdía los oídos, le pregunté a una vendedora lugareña y bien experimentada: ¿Es bruja o meiga, señora? Sepa usted que en Combarro solo vendemos 'bruxas", que las meigas son malas. Y aquí en el refugio de la Serna, en la Moldería Real,  la tengo, a la Mona Lisa, con sus cejas blancas, sus ojos azules como el mar que ruge en la rocalla de ese pueblo gallego de  "cruceiros" y hórreos; y con un marcapasos con la pila recargada, que por nada quiero que el corazón se le apriete como un puño y remansado le quede el fluido carmesí. Cierto es: carece de la mirada penetrante y de la sonrisa misteriosa de la marquesa Lisa, señora de Giocondo, si tal fuere, porque tal azar lo consiguió Leonardo con el pincel tras años de obsesión y de ficticia compañía; pero no por eso hay que despreciar su franca sonrisa, con dos dientes maliciosos tan solo alojados, ni la exaltación de sus ojos por una corriente que zarandea todo su cuerpo. Cuando entro cada tarde y cierro con brío la puerta me responde cantarina, no como la Caballé, que a no ser estos días que anda afónica por la visita del fisco acostumbra a entonar de maravilla; su ji-ji-je-je es de gallina clueca y parece reírse del mundo; pero a mí me gusta y me representa, así de desgreñada y sin coleta,  una pose friki de la actual moda podemos. Además,  como se le activa al tiempo alocadamente el marcapasos,  le sale tal  resplandor por  entre las pestañas que sus ojos quedan fundidos en dos pelotillas de nieve blanca. Calla pronto, y conforme, cuando le digo "sin novedad,  Mona Lisa". Pero hoy es Nochevieja y para despedirme le he deseado  salud y me he comprometido a estar vigilante con la pila para que su corazón bata como una ola el fluido carmesí cada tarde que nos veamos de un venturoso 2015. Me escuchaba complacida y parecían amainar los calambres que exaltan sus azules ojos, hasta que me dio por añadir. "Y que no haya sorpresas, Mona Lisa; ni para ti ni para mí". Ha enloquecido, y como un caballo que se desboca, así ella se ha agitado, ¡ji-ji-ji!, ¡je-je-je!, una y otra, y otra vez, hasta la extenuación en mi caso, que no en el suyo, pues relucía como nunca la había visto, hasta tal punto que parecía que en vez de venir los relámpagos, como habitualmente, del pararrayos del Silo, los expulsaba ella por sus ojos como en los focos de la giratoria rueda central  de la antigua Discoteca  Gaudí. Tentado he estado a retirarle la pila, pero no he podido sufrir el imaginar verla enmudecida y apretado el corazón. Y hoy es la noche de San Silvestre, cuando las "bruxas" se valen de la escoba para volar por los bosques, colarse por las chimeneas y hacer sus conjuros. Confío en que se haya encariñado tanto de este regato que a veces corre saltarín y cristalino, pues en días de fortuna eso es la Moldería Real, y vuelva y no se quede, si allá se acerca, en su puerto combarrés del Peirao, donde los pescadores al atardecer se echan a la mar y quizás, aún, en su bahía, la alemana Cristina, loba esteparia, siga acechándolos  desde el camarote del Lorelei. 


En vilo está,
ya por ella o por mí,
la Mona Lisa.






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23, dic. 2014

La hermosa niebla y el fogonazo ‘freixenet’




















Camino con Paco, el hijo de ese gran músico astorgano que los represores  de la postguerra tanto castigaron, Evaristo Fernández Blanco, hacia la casa de los Panero. Vamos a la presentación del celebrado libro Berlín Vintage, del riberano Óscar M. Prieto, el profesor al que le sobra la palabra, pues todo lo colma con  la vivacidad de sus ojos; y el novelista, por otra parte, que  se considera deudo literario de Astorga por el embrujo de esta ciudad en sus años de bachillerato en el seminario.
   Pasadas las siete, es ya  noche cerrada de niebla, la que a mí tanto me gusta, porque es tan intenso el frío que la torna cristalina. Las luces de las farolas extienden una luz tamizada que permite adivinar los edificios, las calles y los monumentos en una armonía de penumbra;  y los pilotos de los coches en su discurrir son como pelotillas rojas que bailan entre humaredas. Así es, y he de confesaros que cuando los Amigos del Camino me llevaron a Utrecht en 2009  me admiraba en la noche ante sus canales, palacios e iglesias, pues la iluminación artificial en ellos no era un resplandor que empequeñecía todo su entorno, en absoluto esta borrachera nuestra de fogonazo ‘freixenet’, sino una luz  que insinuaba los bellos edificios sin romper el encanto de la oscuridad,  con sus estrellas en un cielo marino en la cercanía  y cobalto en su confín. 
   Que lo sepáis, la noche más hermosa de Astorga no fue aquella en que  la catedral, por primera vez,  fue inundada de luz, como una fosforescencia gigantesca en el bajel amurallado, sino en las fiestas de 1996, cuando en  todos los campanarios de la ciudad se templaron los badajos para el concierto de Llorenç Barber  “Astorga Inevitable”. Bien digo, la más hermosa, pues apagamos todas las farolas como quien con sus dedos  ciega unas mechas de candil, y disfrutamos, por la benevolencia del obispado y del cabildo, que a bien tuvieron encender el interior de los dos nobles monumentos, las vidrieras adamascadas catedralicias, y las otras palatinas, sobrias o figurativas.
   No es esta noche de luz feriada, así que los abanicos del pórtico de la entrada al Palacio coquetos muestran sus telas en la niebla; y en la portada principal de la catedral, la adúltera, los fariseos y escribas, el ciego y el hidrópico,  reclaman, cautos,  nuestra secreta presencia, que ha de ser muy cercana,  para participar en esa  escena en que Jesús agita el látigo para echar a los mercaderes del templo mientras que las monedas tintinean por los suelos. Un pitido de locomotora de vivos colores  rojos y limoneros viene por la calle aledaña del poeta Panero; sopla como una sirena y el sonido termina silbando en las campanas: culebrea este tren con ruedas de goma y vagones con niños y mayores, que viajan entre chanzas y bromas.    
   Y la niebla sigue y sigue , y se enseñorea de la ciudad, menos de la parte más alta de las torres catedralicias, las cuales, como sucede a las cumbres  de los pilones del puente colgante y rojo de San Francisco, flotan airosas entre vellones de almidón.

 



Silba en la niebla
el pitido del tren 
por las campanas.











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6, DICIEMBRE, 2014

COPÉRNICO Y LA ÚLTIMA LUNA LLENA






Ya puede en un vuelo bajar del paraíso el Señor de la Luna, el monje Copérnico, y venir aquí, a este pago que habito, la Senra, junto a la corriente de la Moldería Real, a convencerme de que la luna gira hacia el este, y no hacia al oeste, que no me lo creo. Porque yo por más que lo he intentado, incluso con el cuerpo estirado sobre el raíl y las manos en las traviesas, no siento rotar la tierra, y estoy, como en la más tierna infancia, al acecho; son las 18:34,  y una luna poderosa ya ha salido de las lomas que amparan el pueblo de San Justo. Me ciega esta gigantesca bola, de un fuego que se asfixia en su propia órbita, como aquel resplandor que me despertaba  con chispas en los ojos, cuando dormido en sueños se me presentaba  don Octaviano  con la caldera negra negra de Pedro Botero, la zarandeaba y me decía: “Te abrasarás en esta espuma ardiente porque te has muerto en pecado”. Qué hice, qué hice, don Octaviano, le imploraba. Y él con una voz de ultratumba: “El sexto  mandamiento, el sexto  mandamiento”. Cierto es, la última luna llena del otoño se alza con brío entre las nubes tomadas de plata  y de hulla, y me enturbia los ojos, de manera que el pueblo lejano no es sino un extendido rosario de cuentas luminosas; y de cerca,  ya apenas percibo las sementeras con la tierra recientemente volteada por la vertedera, ni los maíces de hoja reseca pero con las mazorcas aún con granos rezumosos, tampoco los cereales tempranos, de muy agostado verdor este año por tanta agua; en verdad,  nada atisbo de este labrantío escaso de Astorga, de  esta planicie que se extiende a ambos lados de la vía ferroviaria y que retumba pues es aquí donde los trenes avisan con su fuerte y prolongado pitido, como si un triunfo fuera entrar en la ciudad. Miles de versos, encendidas líneas, himnos y juegos florales ha merecido el ocaso en la otra parte del bajel de la ciudad: también me gusta la lenta fuga del sol tras el Teleno, pero no por ser monte sagrado se han de desperdiciar estas lomas de San Justo, presididas en la Judiega por El Crucero y por el espectro  del santo Toribio sacudiéndose las zapatillas; al contrario, por ellas asoma el sol en la alborada y ahora también esta última luna llena de otoño, que, veinte minutos después, ya ha tomado vuelo y no es el rojizo fuego lo que ilumina la tierra y el cielo sino un resplandor diamantino atusado por cráteres radiados.
   Esta bóveda del firmamento  ya tiene, tan temprano,  estrellas en el cielo. En su encuentro con la tierra está cuajada de volantes de plata y de hulla, pero mañana los restos que en ella queden habrán subido a lo  alto y  serán desde la muralla,  cara al Teleno,  jirones de seda malva y rosa, por poco tiempo, pues apenas pasadas las ocho y media  se desprenderán del tinte y no asemejarán más que retazos de comunes nubes volanderas. Hasta entonces,  la última luna llena de otoño será la reina del cielo.



La última luna
henchida está de amor,
y de gran  fuego.







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29, nov., 2014

Niñas con patinete






















En el interior de la catedral, el reloj del sol y la luna está a punto de activar su gigantesco mecanismo, con sus ejes y más de seiscientas piezas, para dar las campanadas de las seis de la tarde. Como es sábado cuajado de nubes,  la noche viene temprana y ya empiezan a crecer en incandescencia las farolas de la plaza y la misma piedra del palacio se va tornando de nieve. La catedral aún sigue en total penumbra, pero cuando finalicen estos seis aldabonazos que vuelven al oído después de retumbar en tanta piedra acumulada, se iluminará, en primer lugar, el bordado de piedra de su portada principal, e irán desvelándose mercaderes azotados, la adúltera arrodillada,  el ciego de Betsaida, el hidrópico de vientre hinchado..., y bajo la concha la desolada escena del  Descendimiento. Dos niñas, ajenas a esta observación mía de relieves, penumbras y luminosidades,  patean en la dirección de los cuatro vientos la plaza hechizada con su patinete de ruedas de goma, y parece como si bailasen un vals. Apenas si  meten ruido, al contrario que los amantes del monopatín, pues estos  ‘made in usa’ gustan de los bordillos más altos, y te rodean con sus cabriolas en la plaza del Seminario, o aquí mismo, brincando sobre los bancos, después de depositar en tus oídos un crujido golpeteado.

   Todos, pienso, hemos tenido nuestro patinete, aunque fuese  de fabricación casera. Bastaba con que te socorrieras de una tabla plana, un tabloncillo  cuadrado  y alargado, dos cojinetes de bolas, de los de desecho, que comprabas con la propina del domingo en cualquier taller mecánico, y unos rústicos ángulos junto a pequeños ejes de hierro. Uno, obviamente, no tenía la maña suficiente para manejar el serrucho ni para acoplar las piezas, de suerte que quedasen seguras, pero nuestros padres siempre nos acompañaron en esta faena. El extrarradio de aquella Astorga no tenía calles urbanizadas, y, así,  si llovía era su firme una gigantesca torta de barro donde quedaban empotradas tus katiuskas, mas cuando era tiempo secano se levantaba el polvo y, además de no facilitar el deslizamiento, se espolvoreaban las bolas engrasadas de los cojinetes. No quedaba, pues, más remedio, en días de cielo despejado o lluvioso que subir a la ciudad. La ciudad tenía sus calles pavimentadas, y la de la Estación adoquinada, por tanto  más presta para el chirrido: era nuestra preferida porque desde arriba, en lo alto de la cuesta, cerca de un puesto de consumos, pedaleabas, pedaleabas con el brío de un pie sobre el suelo, y el patinete cruje que te cruje por el torbellino de sus bolas salteadas hasta casi reventar; ¡ah!, entonces, ya descansabas los dos pies sobre la tabla y llegabas, con los cojinetes perezosos y rumiantes  hasta la misma planicie de la Estación.

   Bien pensado, aquel patinete nuestro guarda más parecido con el monopatín que con este de las niñas de ruedas de goma. Pero que no se crezcan los intrépidos saltabordillos, que se jalean ante uno con sus cabriolas, porque nunca fabricaron su monopatín, y que les quede claro, tampoco  el suyo tiene el cuajado aroma del haya o del robledo, sino el etéreo tufillo del  ambientador californiano. 







En patinete
las niñas por la plaza
bailan un vals





















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22, nov.,2014

 A LAS PUERTAS DEL CONVENTO



Caminaba, a las seis menos cuarto, hacia el colegio en 2013 clausurado, el de Vicente de Paúl, el santo de los niños expósitos, porque sus antiguas alumnas nos habían pedido, tanto a mí como al  restaurador del torreón del castillo de  Palacios, y mecenas del recital agosteño en sus praderas, “Poesía para vencejos”, Felipe Pérez, una glosa de Martín Martínez, el fiel cronista de Astorga hasta el 19 de septiembre. Martín enmudeció su voz  para siempre  en esa tarde,  cuando el sol  fue abrazado por los  caprichosos jirones humeantes que amenazaban empapar el camposanto. Hoy, voy pensando, es una tarde con mayor grisura, más oscura pero templada,  no corre aquella brisina que,  por ser ocasional, te escareaba, filtrada por los cercanos cipreses, la cara. Y se amontonan en mi cabeza sus escritos, sobre monasterios y sendas peregrinas, personajes, loas y rapapolvos, y se mezclan con las vivencias por la ciudad compartidas,  hasta tal punto que voy decidido a que no me emocione su ausencia.
  —Usted está como siempre.
   Me había fijado en los dos, uno recostado en la pilastra del arco de entrada a la iglesia del  convento de  Sancti Spiritus, y el otro vuelto hacia las esquelas. Las esquelas son las coplas de ciego de hoy en día en Astorga, y  cada vez abundan más  en  las calles  y hasta en vitrinas, como una crónica fúnebre de decadencia. A José Arce, oriundo de la comarca de  Valencia de don Juan, le había perdido la pista, pero antes, de cuando en cuando, lo veía solicitando limosna por esta entrada de los obispos. Usted está como siempre, me dice de nuevo, ante mi sorpresa, por el desacostumbrado tratamiento; es como si el tiempo hubiese roto la espontánea confianza. De Amador, vecino de San Román, no ha de extrañarme su presencia, pues lo he visto en tardes de estío, de primavera, otoño e  invierno, merodear como un cicerone con jóvenes peregrinas, casi siempre de lenguas extrañas, que ha recogido en su llegada a Astorga. Las lleva a visitar la ciudad por el corredor de los gatos, ese que discurre entre el Jardín y el entorno de la entrada de los obispos, y las sorprende cuando las coloca en la calle Portería ante la filigrana de la catedral; después ya siempre le he perdido la pista, y no sabría decir en qué punto de la ciudad termina su viaje iniciático. Las llevaba, debería decir, pues últimamente pasa el tiempo, solitario, merodeando en torno al convento.
—¿Qué tal os encontráis?
  Yo, estupendamente, me contesta Arce, y ha de ser verdad, pues los mendigos  jóvenes, y  él lo es,  también suelen presentar greñas aceitosas y hasta pliegues sombreados en la cara; no es su caso. José Arce, con su mochila y saco descansados, su barba no cuajada, más parece un segador, o un mecánico, bueno no acierto, un labrador que acaba de bajarse del tractor después de descargar pacas ovilladas de cereal. Ni antes, ni ahora, he llegado a saber por qué de cuando en cuando se acerca a esta entrada de los obispos a mendigar, de suerte que ignoro si es la suya necesidad, delirante aventura o regañina familiar. Amador, sin embargo, anda quebrado, y he observado que tampoco hoy ha cambiado de sombrero, pues cuenta con colección y no era este, de bombín, propio de magos y funambulistas, el preferido, sino otro de paja con pluma de ave, más propio de caballeros de comedia lopesca, tunantes  y conquistadores. Quizás ande errado y lo que desea  es transfigurarse en  un lord de cuento inglés, con sus cadenas colgantes para relojes y su escardada barba blanca. 
—Me han operado de las caderas.
  Pues vaya, ya no puedes hacer de cicerone para las jóvenes solitarias que llegan a la ciudad. Así es, me contesta. Les pido estamparlos en una foto, aunque la tarde está muy sombría y saldrá como tomada. Me lo conceden, y sigo mi camino, como siempre entornando los ojos hacia las altas celosías del convento, y pensando que Amador todavía no  habrá invitado a José Arce a franquear  las puertas de su iglesia para que admire los  racimos de su retablo en paños de oro.

En el convento
Amador y  José Arce
amigos son.





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31 / 1, noviembre, 2014



¿NOS ABANDONARÁ EL MAGO DEL PALACIO?




“El sótano del Palacio tiene como techumbre un colmenar de celdillas y está amparado por un foso que se adentra en la muralla como un nuevo fortín. No es, pues, fácil llegar hasta el mago que lo habita y aliviarle su soledad; es más, cuantos lo han intentado una llamarada los ha abrasado al pretender  derribar la recia puerta del noreste y han volado al cielo en esparcida ceniza.  Por eso, al pasear junto a las murallas de El Melgar oyes ese gemido cadencioso, de tan repetido, con que el mago llora día y noche el luto ajeno y el infortunio propio”. Todo esto  te decía el 21 de abril de 2013, pero desde aquella primavera el mago ha acompañado su soledad de grandes estragos: han cercado su foso con unos andamios metálicos cuyo sonido raya su liviana membrana tal  como si se la afeitaran  con mil cuchillas; un   continuo estruendo para recuperar el primitivo suelo de las terrazas desde las que se ve a Pedro Mato y los altozanos de la vega, ha estallado sus acuosos tímpanos; y es tal su confusión que lleva meses sin subir a contemplar las vidrieras de las estancias superiores, tan hermosas, las de la capilla, las del salón del trono, cuando la noche se cierne con su oscuridad y son las farolas de su plaza, o bien la luna,   las que las inundan de colores. Aquel cuerpo que te presenté  algo corpóreo y capaz de voltear junto a sí rayos de fuego, hoy  poco más aparenta que una silueta y un mechón ardiente, con inesperada presteza, eso sí,   para colarse por las gárgolas y salir al exterior. Eso es lo que ha hecho esta noche, cuando ha oído, provenientes del parque del Aljibe, gritos y gemidos de los   muertos resucitados  y la voz del coro de  Samhain anunciar el fin del estío ante los propios ángeles palatinos; tal ventura, la acechanza de los hielos,  ya la había pregonado en el ocaso pasado Lucio Valerio, el Adivino, desde la Ergástula, por  haber confirmado en sus pétreos tímpanos los gorjeos, silbidos, metraqueos y chasquidos de las bandadas de nuestros estorninos, los de  plumajes refulgentes: "¡tchiarr!", "¡tsiii!", "!chik-ik-ik!".



  Nadie sabe cuánto tiempo permanecerá encaramado en la cruz de la techumbre, y si retornará por las gárgolas a las bodegas coronadas por el foso; y menos aún podemos predecir qué ocurrirá cuando, prontamente, se empleen los caudales  que al señor obispo le han llegado desde la Villa y Corte para cambiar los travesaños de portones y ventanas  y remediar otros males de su inhabitada residencia. Porque si algo teme el mago es que las corrientes minen totalmente su estragada figura y ni voz siquiera le quede  para acompañar nuestros plácidos paseos bajo la muralla con sus cadenciosos gemidos.

Encaramado,
cercano a la veleta, 
suspira  el mago. 











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Javi Rillo caricaturero. El caricaturero total, Cartoon club (es un blog):  


http://www.cartoonclub.es/blog_es/2014/03/javi-rillo-caricaturero-el-caricaturista-total/

Javi Rillo, falleció el 25 septiembre de 2010

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11, octubre, 2014

 El corredor de los gatos



   Desconozco si nuestros gatos son  madrugadores, pero puedo asegurar que los que habitan en el corredor suroeste de la ciudad amurallada no bajan de los altos escondrijos de las casas en ruinas o casetones inaccesibles hasta  que no crujen las persianas de los comerciantes y  se abren  las ventanas para orear las sábanas. Así es también esta mañana en que el sol  a las diez es nebuloso por  el vaho,  y ya percibes en las canillas que  asoma ese frío que calcinará pronto las hojas de los tomates, de los pimientos, y si algunas flores en ellos quedase ceniza serán, en nada enamorada.
   La querencia por los perros cada vez es mayor entre mis convecinos, y cada día saludo a uno que, de nuevas,  acompañado va no de un perro común, sino de un perrito de fina moda, medio blanquito-medio plateado. Sin embargo, aunque carentes de cualquier mimo, a mí me resultan más agraciados y avizorados los gatos que viven libres en el corredor suroeste de la ciudad: desde el entorno de Puerta Obispo al jardín de La Sinagoga, cualquier mañana, hasta que se desperezan los astorganos por esas calles, los ves tomar el sol, cruzar las calles, otear si abren unos postigos desde los que han de arrojar  viandas o mendrugos de pan. No toda la pitanza cae de las ventanas porque cuando alguien posa un papel de periódico con restos de comida junto a la verja de entrada al Jardín, la   cercana a la Biblioteca, empiezan a transitar por los lomos de los muros que  bordean ambos parajes, y no se tiran presurosos, sino que bajan con elegancia, como quien está acostumbrado a cierta hora a tomarse un refrigerio y descansar de la lectura.



   Para mí que estos gatos libres, aunque cruzados, no andan faltos del pedigrí de  los otros felinos que habitan las selvas, y son los más bellos pues conservan la prestancia del tigre, y del lince la piel de  negro tintada y la despierta mirada. Cercano a la estatua del poeta Panero está uno, apostado junto a  la puerta principal de su casa, y tan pronto alza la vista para ver las palomas que se asoman hacia  la ventana de César Vallejo, como tensa el lomo, apunta las  orejas y se apea del  poyo; al acecho por si la paloma, además de bajar a beber agua a la fuente del niño bronceado,  se distrae como una bobalicona con  cualquier semilla del suelo. Y un poco más adelante, ante la pétrea fachada del Seminario, otro cruza tranquilamente la calle, pero al verme, se refugia bajo el parachoques delantero de un coche y me contempla como quien te tienta para burlarse.
   Mi gata, antaño, era libre pero no así de esquiva. Todo el día paseaba el entorno: no había rata que habitase las espadañas de la Moldería Real, ni ratón que se adentrase en el gallinero, y los pájaros bien sabían que no podían bajar a las cumbreras de los tejados y debían cantarnos en lo alto de las paleras, de los humeros, y las choperas. Y mientras nosotros, en invierno,  teníamos que meternos en la cama con un ladrillo calentado en la cocina económica, ella dormía en la cesta de mimbre cerca de la puerta abierta del horno. Pero, bien merecido se lo tenía, porque se me subía a la espalda, me enredaba los pies si no le prestaba la atención debida, y cuando la acariciaba me venía a mientes una de esas frases famosas que el maestro nos hacía copiar como dictado, de un tal Víctor Hugo: “Dios creó al gato para dar al hombre el placer de acariciar a un tigre”.
   El gato del poeta y el del cochero, a buen seguro, si me diese por obsequiarlos con   una cesta de mimbre se enredarían en mis pies y se dejarían atusar el lomo sin la fiereza del tigre.  


Cesta de mimbre
junto a la noble puerta
espera el gato. 

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4, octubre, 2014

LAS PALOMAS 

DE CÉSAR VALLEJO



Aún a  esta hora, cerca de las once, los peregrinos encauzan la senda  hacia Santiago por la calle del poeta. Luce un sol espléndido, y el otoño se muestra remiso a anunciarse en los robles boreales que acostumbran, por estas fechas, a poner unas pinceladas de  tinte rojizo en la abrumadora piedra blanca  del palacio de Gaudí. El manto tupido que cubre el jardín delantero de la casa de los Panero se alza vigoroso a la búsqueda de la luz del sol. Es olor a lavanda, oigo que le comenta la peregrina a su compañero, mientras  entorna los ojos hacia la verja, tentada a franquear las cancillas abiertas para mojar las manos en la peana de agua que el niño bronceado sujeta en la cercana fuente, y a refrotarlas  después en esa  planta tan amada por la diosa Diana. No es momento de detenerse, dice con su silencio el compañero, que sigue impregnándose en su rápido caminar con este aroma.
  Tiene esta casa un labrado mirador flanqueado por dos ventanas con celosías mallorquinas. Cuando el poeta peruano César Vallejo, en el frío invierno de 1931 abrió la  más cercana a la catedral, además del lienzo del monasterio tenía al alcance de sus ojos  las torres catedralicias, pues aún no habían sido enclavadas las edificaciones mastodónticas que hoy hieren cercanas los ojos. Llegó invitado a esta casa por Juan y Leopoldo, admiradores de su obra poética y de su compromiso humano; juntos habían vivido en la primavera el despertar republicano en las calles de Madrid. “¿De dónde, por qué camino había venido / soplo de ceniza caliente/ indio manso hecho de raíces eternas (...)?”, versificaría Leopoldo tiempo después de celebrado su entierro en el cementerio parisino, el de los no pudientes, tampoco famosos, de Montrouge.
  Las palomas, sea por azar, o por querencia, toman a esta hora el sol en la cumbre de la celosía que un día abrió César Vallejo para respirar el aire de Astorga, ese que venía timbrado desde las torres catedralicias, porque entonces, sí, eran los campaneros los que marcaban la danza que anunciaba la plegaria. Más será por querencia, porque las palomas revolotean en  la poesía de este “indio de raíces eternas”:

                La vida, esta vida
                me placía, su instrumento, esas palomas...
                Me placía escucharlas gobernarse en lontananza,
               advenir naturales, determinado el número,
               y ejecutar, según sus aflicciones, sus dianas de animales.

    No ha de ser lejano el día en que se abrirá de nuevo la celosía mallorquina y entrarán a la habitación las palomas para dejar en sus paredes sus poemas y el soplo de su  “caliente ceniza”.



Con versos quieren
franquear las palomas
la celosía.  

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21, septiembre, 2014

NO HABRÁ CORONA PARA EL LADRÓN





Fueron los Procuradores de la Tierra , y no las vecinas de Sancti Spiritus como es tradición  –y tanto para la ida como para el retorno a la Catedral–, quienes en la pasada noche acercaron la Virgen coronada al convento. Bien de mañana, a las seis y media, volvió a la Catedral, por la atención de las monjas, inmaculada. Los mozos de los pueblos retiraron las varas de los pendones de la capilla de Santa Teresa y desplegaron los paños de seda en el corredor monumental. Cuando se inició la romería hacia el santuario de Castrotierra,  a las siete y media,  apenas  había alboreado. Son estos momentos siempre de gran alborozo popular: suenan como aldabonazos en la noche los toques de la campana María,  se izan los pendones, cantos y oraciones se confunden con los sones de la Banda Municipal y una muchedumbre está arremolinada en las calles; hasta las autoridades locales y el Cabildo se ven envueltos en un torbellino que los  obliga a caminar con ligereza. No ha abandonado la Virgen los dominios de Astorga y el pendón de Santa Marina, al que corresponde encabezar la romería,  ya alcanza la cima de Celada. El toro de Cuevas, sin la marca Osborne,  impera plantado en la cima con su gran silueta negra y sus astas alzadas, y esperar parece  a una  comitiva que blandea paños de mezclados colores, verdes, blancos, pero también carmesíes.
     El  pendón es la seña de identidad del concejo; para algunos pueblos, ya sin escuela, con pocos mayores, recoger la vara, colocar el paño, apresarlo con las manos, izarlo al viento en la fiesta sacramental o en esta romería es un grito de supervivencia,  apresar un pasado,  cuando  en el campo se oían los cantos de siega por los caminos y en las eras,  y se acudía a la facendera. No hay pendón sin una piña de vecinos a su lado, algunos con castañuelas, la flauta y tamborín, incluso con gaita melosa. Los jóvenes  se afanan por ser los mejores porteadores y los mayores manejan con soltura los remos para que el pendón camine arrogante, con su seda extendida al viento; y hasta hay mozos que los bailan y arriesgan  otras proezas, para merecer honrilla, y, si es caso, atención de las mozas, nada extraño, pues ya en las antiguas cantigas galaicas las romerías fueron andadura de requiebros. 

   En El Monte los Procuradores de la Tierra,  pasadas las once, cuentan los pendones: con el del barrio de  S. Andrés, 59 pueblos con 70 varas; once pueblos también han venido acompañados de pendoneta. Los hay de todas las comarcas, incluso este año, por primera vez, de pueblos de El Bierzo. En el Santuario se incorporarán seis más. De nuevo la muchedumbre retorna al camino, y se  pierde en la lejanía con las varas enhiestas; como la luz ya ha alcanzado su plenitud pasada la  una,  sobre un cielo clareado  de nubes y  con un ardiente sol bailan sobre una inmensidad celeste  franjas azules, blancas, rojas, purpúreas, amarillas y anaranjadas: todo un festín de color que salpica  el cielo mientras el eco de los cantos silba por entre los matorrales y las rastrojeras.
    Se avecina en las lomas reverdecidas del Santuario, ya a esta hora con tenderetes de feria,  una tarde ‘asoleada’, de pitanza campestre y bucólica danza. Esta noche no tendrá el  hurtador, si después de 38 años aún viviere,  oportunidad de despojar  a la Virgen de su nueva corona. 


A su Santuario
aún sin el rostrillo
la Virgen va.




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20, septiembre, 2014

La corona de Santos
tiene un misterio















La Catedral a cualquier hora del día, este mismo sábado antes de las diez, es un trajín constante de devotos: entran y salen, se arrodillan y rezan, se acercan a la Virgen peregrina, que destaca en una aureola de luz ante la escenografía cenicienta, cobriza y malva del retablo de Becerra. Han pasado 38 años desde que en un hurto no esclarecido la despojaron de su corona, del rostrillo, de los rosarios, de la corona del Niño, del capote torero y de la media luna. Volverá este domingo coronada al santuario de Castrotierra,  por eso al alba los mozos del barrio de  S. Andrés y de los pueblos de la Ribera, Vega, Valduerna, Maragatería, Sequeda, Cepeda… retirarán las varas de los pendones que durante los días de novena han permanecido enhiestas, con los paños de damasco y terciopelo cuidadosamente enrollados,   en la capilla de Santa Teresa.

   Aún no ha llegado la hora de la ceremonia, y la nueva corona para la Virgen, nada más franquear la entrada renacentista, luce protegida en su hornacina transparente. Pronto, si cabe,  será aún más bella, pues el polvo del camino, esta mañana misma del domingo, hacia el santuario de Castrotierra, tamizará algunos brillos y la volverá  añeja. Una verdadera filigrana, de 1635 g,  que durante más de cuatro meses, el orfebre Santos, ha ido elaborando en su taller: primero los planos –un excelente platero tiene que ser al tiempo un buen dibujante-, y después las plantillas. Como me he acercado a su taller le comento: “Es como el lenguaje, con muy pocas imágenes mentales,  combinaciones y reglas nos expresamos”. No, me replica, este arte es más parecido a la música… Pues eso tampoco, le respondo, porque aquí las notas las tienes que 
crear tú.

    Santos me resume que no hay misterio alguno: con cuatro ‘notas’ o plantillas, planchas de plata de ley dorada y en su color, piedrecillas cabujón y brillantes, soldadura de plata y 93 tuercas ha fabricado la corona para la Virgen a la que imploran los comarcanos el milagro del agua para los campos. Se trata de armar la base, y enlazar la aureola rematada en una cruz con los imperiales o lazos. Pues sí que hay misterio: el misterio está en su mente, en idear la corona, a la que  encuadra en un estilo “barroco ecléctico”,  y en darle forma con sus manos de artesano. Porque si la plantilla es como una nota musical, para la sinfonía hace falta la interpretación: sacar a cada pieza el volumen deseado, y una vez  repujada darle vuelta y cincelarla, y que todas vayan a un compás. De igual manera ha procedido en la pequeña del Niño. 

   Vuelvo a la Catedral. Como es casi mediodía,  las vidrieras de la capilla de San  Miguel  lucen un intenso cromatismo, dorado, rojo y azul, por eso ya se pueden apreciar bien los atributos del apóstol Santiago;  observo a tres jóvenes peregrinos que, mochila al hombro, ya avisados, alzan los ojos hacia el santo y después se muestran  sorprendidos no solo por las altas bóvedas que miran complacidos, también  por la ola de gentes y el murmullo de las oraciones confundido con  sones de órgano.   No hay devoto que  no se pare a contemplar de cerca la corona que ya no verá más tan cerca. La miro y remiro, imagino a Santos con una pieza y otra pieza, repujándolas, cincelándolas, soldándolas, amarrándolas  con tornillos, y en su mente toda ella  recreada. Y sigo pensando que no está a mi alcance desvelar el misterio de sus cuatro ‘notas’, ni el de sus manos. 


A Castrotierra
la Virgen coronada
retornará.






















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14, septiembre, 2014

CENCI Y LA CUÁDRIGA DEL CIRCO ROMANO


Hacia Santiago, de Astorga hasta El Ganso, las lomas son suaves, y en esta mañana de domingo, a mediodía, una baja vegetación se recuesta bajo un cielo envejecido de cinc. Falta un día para mediar septiembre y todavía suben unos cuantos peregrinos, jóvenes,  o de avanzada edad pero con brío. Un pelotón de  varones peregrinan en bicicleta, y según voy remontando con mi pequeña Piaggio, me van saludando; ninguno parece querer apearse, pero la cuesta, curva tras curva,  cada vez es más pronunciada y, cerca ya de Foncebadón, a algunos se les tensan los gemelos de las piernas, y culebrean entre los dos carriles de la calzada para aliviar un poco el esfuerzo. Les digo: “Tened cuidado, que los de Madrid vienen acostumbrados a conducir deprisa y os pueden llevar por delante”. Sonríen todos: “¿Los de Madrid?”. Y les comento que el peligro ya no es tanto,  pues en estos pueblos la vida en verano es bulliciosa, de portalones abiertos, con niños en  las calles y fiestas patronales con tamborín y castañuelas,  pero que, próximo el otoño,  se entornan muchas  puertas y contraventanas, y aunque no sea de noche apenas se ve un alma.

   Camino hacia dominios de Labor de Rey, el pueblo con vida en la senda peregrina  y tan solo con el aullido del lobo en su arruinado caserío. Hago varias paradas, pues resulta inevitable el contemplar las montañas, cada vez más pronunciadas, jalonadas por nubes, mientras que en las lomas de los valles clarea el sol. Una de ellas, en Las Llameras, a   un cuarto de milla de Foncebadón, pues se había escapado del recinto alambrado una vaca limosina, y como se apacentan cerca de la carretera, podía suceder cualquier desgracia; acepta dócilmente volver con  el resto del rebaño, que, dicho sea,  vendió Ángel, el hijo de la señora María (la heroína que hace unos años no dejó llevar las campanas de la iglesia, pues junto a su hijo guardaban la memoria de un pueblo que en aquel entonces solo ella se había resistido a abandonar).

   En los dominios de Labor de Rey, habíamos estado un grupo de amigos el 17 de mayo porque Paco Panero, después de pasearnos por senderos malvas y de retamas almidonadas, nos otorgó un rato de tregua para tomar un refrigerio. Y como aquel día no hubo tiempo, a eso he venido, a ver quién regenta esta insólita caravana, solitaria en medio de este paraje casi en la linde con El Bierzo, aledaña a la torreta de transmisiones del Ejército y  convertida en Bar Móvil-La Parada. “Juanjo, ¿no me conoces?”. Para mi sorpresa es Cenci, Inocencio Alonso García, de Santa Clara, de la familia de los Vinagre. Nos las vimos en su día cuando yo era novel en las aulas, pero ahora asombrado estoy con la lección que me imparte: han pasado más de dos décadas, vive con su familia en Lucillo y ha convertido una caravana, con la  que llega cada mañana y retorna con ella al atardecer, en un bar para los peregrinos donde no falta el botellero, el frigo, la cafetera, el pequeño mostrador de acero, ganado por el vaciado de un lateral, mesas y sillas. Y un toldo,  donde nos guarecemos todos, pues esas nubes que están cuajadas en su cima, y que se deshilachan por poniente en las cumbres  del Teleno, han roto aguas con truenos. Una nonada si comparamos este temporal con lo sucedido en pleno julio cuando en la propia explanada aterrizó el helicóptero sanitario para recoger a un peregrino que se había clavado un manillar en el brazo; las aspas levantaron en su ascenso una polvareda, volaron las sillas y las mesas, y, en medio del rugido, bien parecía que el bar-caravana iba a ascender como un globo aerostático.   “Todo esto lo he pensado para mi hija Andrea, que está en paro, y esto puedo ser un poco un medio de vida”.  

   Me viene a mientes, en el retorno, su hermano Pepe, con su cuádriga en los primeros años del Circo Romano,  la plaza de toros exaltada, jaleándolo, para hacer valer que  su valentía era de cuño netamente astorgano. Junto a la Cruz de Ferro, una pancarta, bien tratada, constata también la precariedad en que muchos viven: “BRIF en lucha. Por una categoría profesional. Bombero forestal, ya”. Y es que no hay que distraerse: en los sitios de mayor belleza, son más patentes los sentimientos y las carencias que tantos hoy en día padecen.








En Labor de Rey
ya no asusta al romero
el vendaval.








       



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 28, agosto, 2014




GORGORITO ATIZA, 

QUE NO MATA





   En la primavera de 2010 Antonio Morales Bayo elaboraba el molde de Gorgorito, en barro primero, y posteriormente en escayola. Cuatro años después, en esta mañana festiva,  contemplo en el Jardín su cuerpo de aluminio sobre un  pedestal flanqueado por los madroños, obsequio de la Villa y Corte, al norte;  el  imponente cedro que pervivió a la grafiosis por el sur;  y gran variedad de árboles en sus costados: un árbol del paraíso, un almez, un nogal americano,  y tilos, álamos,  plátanos y robles. Y aunque la umbría  a  las diez ya domina este primer cuadrante,  uno no puede evitar, al contemplar el ya robusto porte de estos árboles, traer a la mente aquellos otros, negrillos, que vio cortar y después arrancar sus raíces;  y ruego nadie considere que tal peste fue algo baladí, pues los astorganos quedamos huérfanos de nostalgia y de verdor, y el parque romántico vejado  en un inmenso cráter. Tiene que ser difícil conseguir en  frío material  la inocente y franca sonrisa, la vivacidad que Gorgorito condensa en sus ovalados y saltones ojos, en su dilatado globo, y, asimismo, en sus mofletes encarnecidos; eso pienso mientras lo observo de espaldas, con Espinete en el otro flanco al acecho, y lo veo impaciente porque la gran bancada que un día, en gran parte,  fabricó la Escuela Taller y que le antecede se pueble de niños.

   Los herederos  de Maese Villarejo llegan poco después e instalan en un periquete el retablo para la función: practican las voces de los distintos personajes, entonan el acompañamiento musical, y dejan tendido el teloncillo rojo y bien tenso el faldón frontal azul, para que ni el menor doblez  desmerezca el colorido del arlequín en él estampado. Un rato antes de la una la gran bancada  está poblada de niños, y tras ellos, vigilantes y nostálgicas, otras dos generaciones, la de sus padres y la de sus abuelos, porque Gorgorito, con breves interrupciones, nos alegra las fiestas desde hace más de cuarenta años. Hoy, jueves, no va a aparecer la bruja Ciriaca, porque los malos son los piratas, que se han adueñado de un botín y llevan cautiva a la princesa Rosalinda hacia la Isla de las Tortugas. Como el rey, su magnánimo padre,  envíe su escuadra para liberarla, el capitán Pata Chula ordenará a sus piratas que le corten a la linda princesa, sin duelo,  sus rizos de oro. Y no puede ser, no, porque Gorgorito, auxiliado por su hermano Garrafito, y con la complicidad de los niños, que le avisan y avisan  del peligro con “¡quiquiriquí, quiquiriquí!”, maneja la estaca una y otra vez, hasta dejar patidifusos y fuera de combate a estos codiciosos bandidos. No ha sido una batalla cualquiera, porque los piratas eran muchos, con ojos revenidos,  muy peligrosos y mal encarados, así que bien merece el fin de  la función “Té, chocolate y café”.

   Vuelve a la soledad el Jardín, pero guarda el eco de los gritos implorantes de los niños, sus aplausos de triunfo, la musiquilla cascabelera y tararirera, las voces rabiosas de los malvados, serenas de los dos bienhechores, y tal parece que bajo esta arboleda hubiese sucedido algo apacible y maravilloso. Porque, sepan los quisquillosos, que  Gorgorito, atiza y atiza, pero no mata.






En el Jardín
Gorgorito atiza
pero no mata. 











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23, agosto, 2014


¿QUÉ ES UNA CIUDAD SIN CATEDRAL 
NI PLAZA PORTICADA?



Llegan las fiestas y la programación no concede tregua. La ciudad, cuajada en sus arterias de coches, tiene ocupados los recintos peatonales con escenarios, barracas y caprichosas culebras pintadas en el suelo para conducir por ellas las chapas indultadas de la botella de cualquier licor. Los chavales participantes en este torneo chapista sueñan con el premio de una bicicleta, que los llevará por otros meandros de asfalto, incluso por escarpados riscos. Y suena la música, suena como nunca en la plaza Mayor porticada, esta noche del viernes, con la Banda Municipal,  a la que ninguna composición se le resiste, con este repertorio de pop-rock que llena de añoranza a los que eran adolescentes en los años sesenta; momentos hubo de deleitosa confusión de sonidos, de los de  viento, y otros surgidos de instrumentos eléctricos, cuando a la pléyade de la orquesta municipal  se unió el veterano grupo Europa con sus trajes plateados. Importa también la atmósfera, ese vaho que los potentes chorros de luz proyectan sobre el escenario y que dejan a la muchedumbre asistente  con su intimidad en la oscuridad de la Plaza.
   Si en la Plaza los sonidos se expandían  y enmudecían las coplillas y seriales de las cocinas y obradores cercanos, este sábado en la catedral  la música parece que no tiene órgano emisor; es como si todo el espacio bajo las inmensas cúpulas fuese una resonancia; que los treinta y dos gigantescos pilares no interrumpen, sino que, a buen seguro, también de igual manera tal armonía se disfrutaría al pie de  las altas nervaduras que en haz nacen de los altos arcos ojivales para coronarse en el centro de cada bóveda. Gran acierto ha sido el de los Amigos de la Catedral, al dotarnos de una pantalla en la que seguir ese otro compás, el de los pies y de las manos, que requiere un órgano recio y mecánico como el nuestro. Vemos al  belga Ignace Michiels  en la pasarelilla insuflando aire con los pies para que lo reciban los tubos de estaño, y es tal el brío de sus manos en los teclados, en los tiradores verticales, que la caja que contiene todo el aire,  aunque ajado tuviese su forro de piel, no bajaría de presión un instante. Sí que están bellas, al caer la tarde, las vidrieras con sus tonos pálidos; recién doradas parecen las columnas de grutescos y vegetación, del primer cuerpo del Retablo, y así, con las imágenes en penumbra, nadie negar puede la querencia de  Becerra por basas, columnas, molduras  y capiteles, como si aquí hubiera querido demostrar   al maestro Divino que nunca mejor discípulo hallaría.  
   ¿Qué es una ciudad sin catedral ni plaza porticada?


Bella ciudad,
con  plaza porticada
y catedral.













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14, agosto, 2014


                  

             “TENGO SED”






En el Paraisín del Crucero de San Justo, donde la leyenda atribuye al santo que desafió a los díscolos priscilianistas, Toribio, haberse sacudido las zapatillas para desprenderse hasta del polvo de esta sede episcopal, Pepe, el Cura, mima cada mañana las 87 especies de árboles que ha plantado en este paraje,  hoy un pedregal y algún día corona frondosa.  Aún no aprieta el calor pues rondan las diez, y Pepe, mientras realiza sus faenas de riego y auscultación de los 110 arbolillos, a todos los peregrinos, italianos, coreanos, franceses..., en diversas lenguas da la bienvenida, con la misma familiaridad con  que  ejerce de párroco en  Sueros y en su contorna. Los peregrinos no pueden evitar ante la cruz con gradas cubiertas de guijarros extender la vista hacia un horizonte donde las torres catedralicias y el palacio de Gaudí imperan sobre dos abigarrados caseríos, uno recostado al amparo del Teleno y el otro asentado en la cercana vega, seccionados ambos  en su mitad por la frondosidad de la chopera del río Tuerto. Al cercano pago de la Judiega, donde los espera  para saciar con ellos la sed, desde hace unos días, un peregrino sin nombre junto a una antigua fuente, se llega por una remodelada cuesta, flanqueada por bodegas y viñedos, encinas y matorrales. “Tengo sed”, figura en la placa fijada a sus pies, y aunque su armazón es de bronce, es tal el detalle de su hechura que sientes la tentación de palpar los pliegues de sus prendas mayores, las cañas de sus calcetines, la vieira milagrosa del príncipe que de las aguas rescató Santiago... Los romeros giran el pomo de la antigua fuente leonada, y al tiempo que sacian en ella su sed  vuelven su cara, pues el peregrino sin nombre los acompaña  vertiendo de su calabaza el mismo manantial,  con la expresión propia de quien siente en la boca el regusto del frescor después de una larga caminata. Así es, alma tiene, porque mientras  bebe de su calabaza  ensimismados están sus ojos, como si  invitar quisiese  a saciar cualquier deseo, cualquier añoranza, quizás a condensar en un instante la andadura de la vida, la sed de cualquier caminante. “El Caminante”, obra en bronce  también de Sendo, emplazado en 2011 como el triunfo de la materia y del espíritu frente al fuego, los aguarda con su rostro expresivo y su maleta en  el  próximo altozano, la Puerta del Sol de la ciudad episcopal; presto a continuar con ellos una senda por  montañas de oro en las que el dios Marte fue adorado, anacoretas y templarios se abandonaron con   arrobamiento a la llama del cielo y  donde en el albor de la nueva era,  para la cristiandad, hacia el  Finisterre, desbrozó sus caminos el apóstol Santiago.






Bajo el Crucero
colmarán los romeros
su propia sed.











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8, agosto, 2014

EL LORELEI DE CRISTINA YA NUNCA NAVEGARÁ 







Hay pueblos que se asentaron en promontorios, otros en lontananzas y llanuras, los menos, como este gallego de Combarro,  en roquedales bañados por el mar. Apiñados están sobre sus  riscos los cruceiros, los hórreos y las casas marineras, como si tal paisaje urbano fuera una defensa de los bramidos del océano y de sus hados y nigromantes. Muy cerca, hacia el este, sin embargo, en sus dominios, se extiende una loma que aboca hacia el mar  en una extensa lámina de densa arena,  donde los mariscadores, hoy hombres y mujeres, cultivan almejas, que recogen algunas mañanas como esta de bajamar. En su costado de poniente, las aguas están punteadas por las  boyas de las barcas de los pescadores y de otras embarcaciones de entretenimiento. Unas y otras se echan a la mar y vuelven con las redes cubiertas de diversas especies marinas o con felices pasajeros;  todas menos el  barco velero con doble bandera, la española en el crucero del mástil, y la alemana en la popa. El Lorelei lleva más de un año anclado y me dicen los marinos que los mejillones habrán harto recrecido la quilla de su casco. No me puedo creer que en tan diminuto cascarón puedan vivir una mujer con su perro, sin espacio donde revolverse, día y noche, estación tras estación, sin miedo a los ocasionales oleajes bravíos. Cristina, así traduce su nativo nombre alemán al español, llegó hace más de un año a Combarro con una compañera, después de cruzar durante lustros, en otros barcos también por ella pilotados, los mares de varios continentes. Sabe de mecánica, se suministra de electricidad con el molinillo que siempre está volteando con el viento en  popa, domina varios idiomas, atesora fantásticas historias,  pero  no quiere salir de su barco averiado; tampoco saca su perro a retozar por los arenales o a  correr en un vuelo las ondulaciones de  las  montañas cercanas. En contadas ocasiones se sube a la barquichuela, que siempre tiene en el barco amarrada, y se acerca a las duchas públicas cercanas o, muy temprano, a comprar al supermercado del pueblo. La auxilian los marinos, un vecino del pueblo, porque ahora no quiere más compañía que la de su perro en  estas aguas, por lo común amansadas, del océano. Su compañera hace mucho tiempo que se fue, y ella, como el Coronel de Gabo, de cuando en cuando se encumbra desde la cabina por si llega la lancha  que traer debiera  la  pieza con que remediar los padecimientos de su maltrecho velero. Mientras,  la ninfa del Rin, Lorelei, consiente a los moluscos tejer y atenazar sus pies con una espesa urdimbre,  y  cada vez más ansiosa está por enamorar a un marino y  mesar y peinar sus dorados cabellos al tiempo que  lo ahoga en el mar.



                                               Está el Lorelei
                                               anclado para siempre
                                               en este mar.













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5, agosto, 2014

LA CARACOLA DE LA MADAMA





La playa atlántica de Silgar es como un arco de tiro con una atractiva diana: la Madama del escultor Alfonso Vilar, asentada sobre el peñasco del Corbeiro. A ella acuden los bañistas para descifrar su sentido celta  y oír los ecos de la caracola que, en sus manos,  ofrece al mar. Del pueblo antiguo, con sus casas marineras gallegas que bordeaban la playa, nada queda: el paseo marítimo, propio de los que se han dotado en época democrática las poblaciones costeras, está flanqueado por anodinos edificios modernos que repudian el grato olor a salitre, incrustado desde la antigüedad, por tanto trajín comercial, en los peñascales que brotan en días de bajamar. Cae la tarde y por poniente declina el sol; en el paseo, dos tipos de viandantes: aquellos a los que se ve exquisitos y refinados, por sus atuendos conjuntados, su piel cuidada y su pelo atusado, y el resto del  común, aseados, senda arriba, senda abajo, repitiendo sus acostumbrados paseos dominicales por las ciudades. Aunque a simple vista pueda parecer que tal multitud es un paisanaje mestizo, nada más lejos de la realidad, pues los refinados no van y vuelven, sino que entran o salen del coto del puerto deportivo, donde ancladas están sus sofisticadas embarcaciones. Si no fuera por este sol que en su declinar como bien se puede apreciar broncea el mar, lo dora y lo hace refulgir; si no fuera por las gaviotas que se acercan a ver si las aguas en su balanceo han depositado algo de carroña o un bocadito olvidado por cualquier amante del sol; en fin, si la Madama no estuviese alerta para recoger en su caracola los suspiros de los náufragos de la mar, esta playa de Sangenjo no tendría otro encanto que su arena blanquecina y su leve oleaje de vetas verdes y azuladas. Y no sería nada  especial, pues tal belleza  se puede apreciar en toda la costa que las rías remansan desde el  inmenso océano.












La caracola
de la Madama acoge
la voz del mar.



























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27, JULIO, 2014




  VELAN LOS  ÁNGELES 
EL                          CAMPAMENTO






Campamento astur-romano. El Melgar, Astorga, 27, julio, 2014



Luce, pasadas las diez, ese sol de julio, incandescente, mañanero, que apura el rosado de la torre nueva catedralicia e impregna de miles de chispitas blancas el granito del palacio episcopal. Cuantos pasan por delante del edificio anejo al Palacio, y que ahora es su sede administrativa y residencial, no se fijan en la puerta principal, enramada, aún a esta hora bellamente enramada en honor de  Leticia, porque ayer fue día de fiesta y de boda en esta casa compartida por Baudilio y Paquita, los entrañables caseros del Palacio. Varios grupos están sacando sus entradas para ver esta suerte de castillo encantado que no pudo rematar Gaudí. Pasean plácidamente por los jardines, y se  llaman unos a otros para que nadie quede ayuno de ver, desde el alto mirador amurallado,  El Melgar con las chozas, pallozas, tiendas campamentales… Los astures y los romanos duermen en sus aposentos (no pocos decorados con el  'art-decó' del Punto Limpio), alguno a la intemperie, después de una tarde de gladiadores y de carreras veloces con  cuádrigas y literas en un   coso taurino  lleno hasta la bandera.  Los tres ángeles del Palacio, privados  en su día de las techumbres en las que Gaudí los iba a aposentar para que conversasen con Pedro Mato, velan, con los atributos episcopales, tan singular Campamento. El mago del Palacio, que andaba ya alterado porque han flanqueado el foso de las bodegas que habita de andamiajes y travesaños para una restauración, se ha pasado la noche gimiendo, no con el gemido lastimero habitual, sino con sollozos esmerilados. Y es que la noche ha sido para él  una noche toledana: por el humo de las barbacoas que se cuelan por los postigos y casi lo asfixian, por la música zumbona y platillera de los móviles,  que si bien no ha reventado sus etéreos oídos dado su moderado tronido, ha sido tal el desafino que no deja de implorar a los reverendos canónigos que  adelanten los días y las horas de los conciertos programados para que le lleguen, sinfónicos, los compases del órgano catedralicio. Ya cerca de las once, el mercado romano de la plaza de Santocildes tiene levantadas las trampillas y en las terrazas no se ven jóvenes, como en la mañana de la Noche Larga, solo viajeros, visitantes, y un nutrido grupo de  franceses de Moissac, con quienes un día nos hermanamos porque nos une  ese camino que es de peregrinación, es decir, de amistad y para no pocos   de interioridad y  consuelo. Sí que el cielo está azul y la atmósfera incandescente.






 



Velan los ángeles
El Melgar  y enramada
la puerta está.










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25, julio, 2014

LAS CATAPULTAS  Y LAS GRANADAS DE ZUMO

Catapultas.  Astorga, 25, julio, 2014
Después de años de  ausencia (las primeras competiciones se celebraron en  la plaza de San Roque, y posteriormente en El Melgar) han vuelto las catapultas a las celebraciones astur-romanas de Astorga. Nada que envidiar tienen estas que hoy lucen en las explanadas del Bastión  a las diseñadas  por los ingenieros del gran Alejandro Magno. En realidad, en la antigüedad fueron para nosotros mortíferas armas destructoras, con las que los invasores abrían boquetes en  nuestras murallas,  enviaban mechas de fuego, para que ardiese la ciudad como una tea,  y a saber qué otros elementos destructores. No consta en nuestros anales salvajada tal como la que se dice cometió en el siglo primero el gobernador romano de Judea, Lucio Flavio Silva, que usó estos artilugios para enviar a la inexpugnable fortaleza rebelde de Massada las cabezas cortadas de los indómitos judíos capturados. La elaboración artesanal de nuestros ocasionales ingenieros, que ponen todo el empeño en que las catapultas muestren toda su belleza en los travesaños   y fortaleza con grandes contrapesos, obra el encantamiento de hacernos creer en principio que el  proyectil que expulsa  la cuchara para dibujar una parábola en el aire es  una enorme bola de piedra; mas cuando se estampa en el suelo no retumba la tierra con un golpe seco para amedrentarnos,  sino brota el zumo rojizo de una sandía, muy benefactora en estos días de rituales y desenfreno, por sus cualidades purgativas e hipocalóricas. Y todo ello sucede en un ambiente de sonadas interjecciones, ¡ooh!, ¡aah!, ¡uuuh!, es decir,  jocoso y jaranero;  nada que ver con la sangre de cabezas derramada antaño en Massada, hace unas jornadas en las escarpados riscos ucranianos de Donetsk, y todos los días en el viejo y sagrado  Reino de Jerusalén.



Catapultas, Astorga, 25, julio, 2014. J.J.A.P.






Pompa de zumo
es la granada de
la catapulta.



1986. Plaza de San Roque. (Jonás Silva)
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17, JULIO, 2014


  LA  ARAÑA DE MARCIAL PASÓ LA ITV




Hablar del  tiempo suele ser en nosotros una costumbre de cortesía. Pues sí que hace frío, a ver cuándo viene el calor que ya estamos metidos en julio, se ha oído estos días.  Al fin ya está aquí; pero no escucho a nadie mostrar contento en esta explanada en obras de la ITV, donde esperamos antes de  entrar en la fresca sala del quirófano en la que  inspeccionarán nuestro vehículo. Debe ser porque este sol, a punto de pasar la hora  del mediodía, no es el acostumbrado: el que miras hacia el cielo y descansas la vista en su océano inmensamente azul. Este es el africano, un sol tórrido, incluso hoy más ventoso, que deja el cielo como impregnado del polvillo de las arenas del desierto. Así que es un alivio que el inspector te diga, intermitente para aquí, intermitente para allá, porque de inmediato se hace cargo de tu vehículo y pasamos a la fresca sala de operaciones. Observo a Marcial hijo delante de mí dar explicaciones,  y me da la impresión, por las peculiaridades de su "kart" descapotable, que los útiles manuales y digitales, las herramientas,  el frenómetro de rodillos, la lanzadera de la colonoscopia para comprobar los humos, no son los adecuados para obtener la radiografía de tan singular vehículo. No lo veo apurarse lo más mínimo, pese a que el inspector mira su descapotable como una extraña araña caída del cielo en la que no pudiera fijar certeramente la vista; le da explicaciones del toldillo, de los engranajes interiores, de los cinturones y pilotos, con la seguridad de que ni el más lujoso Citroën de su empresa superaría con mayor solvencia  tan riguroso chequeo. Eso es lo que más me sorprende, pues cada vez que inspeccionan mi vehículo siento la sensación de que estoy ante la médica, que me ausculta, mira la hoja de los análisis sanguíneos, los latidos del corazón,  la pupila del ojo, el soplo pulmonar..., y  el tiempo se hace eterno, miras su cara y su gesto impenetrable, y eternos son la inquietud y el tiempo… ¡Ah!, por fin, a los dos nos dieron nuestra hoja con decenas de casillas cubiertas  y con el resultado final: su araña y mi vieja vespa gozan de buena salud. ¿Es bonita?, me dice Marcial, y me deshago en explicaciones, porque hay vehículos propios  que comparten con uno cierta felicidad, del apego que  se  les tiene. Cuantos trajinan esto del motor son casi todos personas optimistas y risueñas, de movimientos ágiles, y, si tienen especial querencia por el oficio, se suben a los vehículos en un plis-plas, con singular gracejo y elegancia;  no necesitan, como yo,  trastear  el trasero hasta encontrar acomodo. Estas inigualables cualidades  observo en este astorgano tan vital,  y en su zagal, de nombre también Marcial,  y  no menos vivo, ágil y avispado que su padre o que su abuelo.


La araña de
Marcial, qué bonita es,
qué bonita es.



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11, JULIO, 2014


ROLAND BANKA 


Y ROCINANTE








A mediodía el Jardín presenta un aspecto espléndido: el césped aparece peinado como si un viento hubiese atusado su verdor. Los nuevos árboles ya han devuelto parte de aquella umbría que la grafiosis un día nos robó al devorar y desmenuzar en serrín los románticos negrillos. En el costado izquierdo los operarios del ayuntamiento, después de salvaguardar los restos de la antigua sinagoga,  están acondicionando este  espacio anejo a la Biblioteca. Se percibe el cielo más inmensamente azul,  porque corre  una brisilla aún fría e impropia de julio, que llega de un Teleno con rescoldos de nieve. Bordeando el foro romano, camino hacia la sala de exposiciones de la Biblioteca, se acerca un enjambre de niños atendidos por jóvenes: son como eslabones engarzados que culebrean  imprimiendo colorido y vida a la calle cercana, la del sabio maestro y cronista don Matías.  “¿De dónde venís”, pregunto,  y me contestan que del atrio catedralicio, donde noveles intérpretes del Curso Internacional de Música les han ofrecido un conciertillo. Como a tantos,   me gusta perder la vista en la sala alta de la Biblioteca, tan escueta, amplia y silenciosa, apreciar esos gestos tan pausados y reflexivos de cuantos gustan del estudio y la lectura. En el patio de su entrada principal me encuentro  –algo verdaderamente insólito– con un visitante que come y alimenta a su burro, del que pronto sabré que se llama Rocinante. Es Roland Banka, que ha abandonado por un tiempo el país de las aguas termales. Observo con interés su aspecto magiar: una cierta corpulencia, la barba 
cobriza, ojos claros, sonrisa franca y rasgos contundentes. Responde con gran amabilidad a mis palabras: a veces suceden imprevistos,  perder el trabajo (es profesor de lengua húngara), la compañera,  y entonces hay que andar y desandar los caminos para  “ver lo que puede crecer dentro de uno”. Llegó a Estella en agosto de 2013, allí compró a Rocinante y caminó a Santiago. Este año ha vuelto en febrero a España, y en Muxía, como hospitalero, y en el campin de Fisterra ha pasado los  meses precedentes;  hay que ver lo que puede crecer dentro de uno, por eso  ahora ha recogido a su pollino del monasterio en que lo ha tenido largo tiempo hospedado y juntos han bajado  por el Camino para volver a Santiago y retornar de nuevo a la Costa de la Muerte, al Mar Tenebroso de las leyendas. "¿Te ha llamado la atención algo de Astorga?". Y me contesta que pasa por las poblaciones y cada una de ellas, también la nuestra, tiene un espíritu especial, que ahora  está disfrutando. Nada más llegar a casa siento necesidad de satisfacer mi curiosidad por saber algo del espíritu de su ciudad, Miskolc, la tercera  de Hungría, en razón de la población. Y me gustan  los tranvías que circulan por sus calles,  con casas de color pastel y ornadas de flores.  

                           
A la Biblioteca
han llegado el magiar
y Rocinante


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21, junio, 2014


La Plaza, ay qué Plaza



Son algo más de las siete de la tarde, y en este sábado, solsticio de verano y de los esponsales de Júpiter y Juno, el sol traza sobre la fachada consistorial una hipotenusa que deja sombrío el portalón, pero incandescente  el símbolo de la fecundidad: la rama de roble grabada en el escudo de la torre derecha. Abraham González dirige con contenida maestría  las Bandas del Conservatorio y de la Escuela Municipal. Sentados en nuestras sillas blancas apreciamos que los compases tienen esa impronta vibrante de la juventud.  Por la Plaza no deja de transcurrir un río de gentes, cercanas unas, y otras venidas por el Camino de Santiago desde lejanas tierras del Oriente y del Occidente. Aleluya, cantautor de quejíos urbanos,  no tiene en las manos hoy la guitarra; se ha acomodado en un lateral y está en misa y repicando, es decir, al tanto de Radio Marca y de las propias Bandas. Bajo los soportales Francisco Carro transita  arrastrando el tractorillo en el que va subido su hijo Baltasar, y se desliza sin envarar el cuerpo, sujetando  en las manos un bramante que apenas se tensa ante un peso tan dulce y liviano. Es una tarde plácida, de satisfacción de la  honrilla local, pues al tiempo que celebramos  el Día de la Música, de la Eragudina llega el eco de las ovaciones por el ansiado gol.  Repica el gong dorado este ansiado gol, el de la victoria verde del Atlético Astorga. Acompañado de sus hijos,  don Gerardo se acerca  a las Bandas, escucha sereno, con esa templanza propia de quien ama  las melodías profundas  de la ciudad. He dicho tan solo don Gerardo, y no Gerardo García Crespo, porque hay astorganos que han sido tan bienhechores, que los identificamos así, con su neto nombre. Nos basta y complace oír su simple nombre: esa es su grandeza.


Un simple nombre
y la victoria atlética
repica el gong.

 








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7. junio, 2014

El ATLÉTICO ASTORGA HOY: UNA PROEZA

Los jugadores atléticos se disponen a iniciar el  partido.
Había que pasar de  marea baja a mar bravío,  en el campo primorosamente cuidado de la Eragudina. Sagrario González, la presidenta que ha imprimido al club una savia eficaz, de pie frente a las gradas transmitía  seguridad y dejaba al entrenador Carlos Tornadijo hacer su trabajo. Magín con el tambor zumba que te zumba carrerilla arriba y abajo. Parecía imposible remontar los cuatro goles del CD Mensajero. Pero con el primer balón colado por Ivi se produjo un hechizo, la conjunción del Sol y de la Tierra, y como si fuera noche de Luna Nueva los jugadores del Atlético alcanzaron el estado más bravío, el propio de los océanos. Otros tres goles, la prórroga,  los penaltis  y el definitivo chupinazo de Taranilla. La mirada angustiada de Luis, el portero del Mensajero,  hacia ese último balón que apenas se percibe incrustado en el centro de la malla, con su cuerpo recién caído junto al alero, fue el instante del reconocimiento del  fracaso de su equipo y la explosión del numeroso público asistente, que, como un resorte, se echó al campo a abrazar a Taranilla (invisible quedó su cuerpo a no ser su número 8), a  los jugadores atléticos y a sus directivos. Una ráfaga de sol peinó el inmenso césped, de suerte que ante nuestros ojos lo que resplandecía era una inmensa lámina chispeante y verde. Pronto el mar no será una metáfora de coraje y bravura, sino la marea  cántabra en la que habrá que lidiar la próxima batalla: la del Campo de San Lorenzo. Y retornar junto a los laredanos  a este campo tan primorosamente verde, para alcanzar la gloria, digo el triunfo verde. 



Verde es la tarde
en este  verde campo
de triunfo verde.



El gol definitivo de Taranilla en el periodo de penalti




El gol de Taranilla provoca que desde todos los extremos que bordean el campo fluya un río de gente. 




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Texto, 9,  mayo, 2014







ES PRIMAVERA

«¿Quiere maquinaria barata?», me dice un maduro señor marroquí que acaba de aparcar   su coche  tras de mí, justo al borde  del precipicio, al final  de  la vereda embreada que nace en la carretera que lleva de  San  Román a San Justo. «No, no, gracias», le contesto sin darle oportunidad de abrir el capó donde guarda su alijo. No me extraña que pretenda conmigo una venta furtiva, pues a este mirador de la calle Las Eras, perfilado sobre un acantilado, no se acercará nunca un delator sino ingenuos soñadores solitarios: aquellos a los que nos gusta de cuando en cuando contemplar la fecunda vega del pueblo, como hoy, 9 de mayo, bien de mañana —son poco más de las nueve—, con los cereales como una bajamar verde cuajada de espigas, la urdimbre de las fincas de lúpulo, la frondosa chopera de las veredas del río Tuerto y, en un lejano horizonte, las esbeltas torres catedralicias desafiando en belleza a la cresta de la cordillera,  moteada de nieve. Hace dos meses este mismo campo aunque igualmente bello estaba esquilmado: bajo los pies una tierra ocre volteada, en el centro  del valle los postes desnudos del lúpulo; la arboleda del río, un haz de esparto cardado;  y el Teleno, como ha sido éste un invierno tan copioso en nieves, recogía hasta en sus repliegues la blancura de un horizonte azul, ante el que estampadas estaban la torre rosada, cuya piedra fue extraída de  los roquedales   de Oteruelo,  y la otra con primacía en el  templo diocesano,  de color verdoso macilento, de la cantera de  Pedredo.   
  En marzo en este valle no se veía un alma, y cundía  la soledad en un labrantío agostado y marchito. Pero estos días está cuajado de verdor, y los labradores de San Román en la urdimbre ‘desbrotan’ el lúpulo, seleccionan tres ‘guíos’ que se encaramarán por cada bramante como un hábil trapecista para, en agosto, alcanzar la cima y florecer. Es primavera.







El labrador
en la urdimbre del lúpulo
deja tres 'guíos'.





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ADIÓS LUIS...


Una ciudad, la nuestra, es su paisaje y paisanaje. Encontraron a Luis Blanco García con los ojos cerrados para siempre en la casa familiar de Padre Blanco; mañana (13 de mayo, 2015) le darán sepultura.  Un buen tipo que decía que el "misterio es respetar la naturaleza propia y ajena". Le había prometido darle, impreso, este artículo, que escribí sobre él el año pasado en el Blog; recoge algunos datos de su interesante vida al hablar de una escena cotidiana en la muralla. Pierdo en invierno y verano su estampa peculiar cuando suba y baje del instituto: hiciera  frío o calor siempre con una simple camiseta, haciendo flexiones cara al  Teleno o sentado en un banco al final de la muralla. Nos saludábamos casi todos los días. He pasado el citado artículo (del apartado "Texturas...") a la página principal como un sentido homenaje.
16, abril, 2014

LA VIDA AHORA ES MUY BANAL

...muy banal incluso en esta misma Astorga, donde ya no quedan tipos, personajes, como si la ola de las grandes  pantallas ante las que tecleamos sobre una mesa o, diminutas, en las mismas manos,  nos hubieran velado en su fluorescencia la sustancia con que se forjan personalidades singulares. Y a Luis Blanco, de nombre real Trinitario, le respondo que no del todo, pues él mismo, octogenario, y estos niños, Celia y Adrián Fernández Martínez, que se acercan a nosotros con manojos de pulseras por ella fabricadas, son imagen de una ciudad que no es anónima para sus antiguos vecinos,  ni a buen seguro lo será en estos hermanos que, candorosamente, batiendo las pulseras en las manos me dicen hola Juanjo, qué tal. Pues ya ves, Adrián aquí, con Luis, de la saga de los Blanco, vecinos de varias generaciones en la calle Padre Blanco, 36. 

   No me extraña que Adrián, con 13 años,  se plante así, y con chispa su hermana, de nueve,  ante nosotros, pero me sorprende su  templanza, dado que en el aula, por estar acechándole la adolescencia, lo reprendo siempre con el hormigueo en el cuerpo. Las vendemos, me dice; bueno,  pues dame dos, le contesto. Y Celia me ofrece toda suerte de explicaciones de cómo primero compra en  Los Chinos una bolsa de pequeñas gomas con un broche doblemente argollado y transparente, y después en casa, con dos lapiceros, va trenzando las cuentas, con una selección muy cuidadosa de los colores. ¿Y qué tal hoy, Celia?,  pues hoy, regular, y ya nos vamos para casa (acaban de sonar las dos la tarde), pero ayer, en el mercado, vendimos muchas.

   Cumplir 80 años así, con esa fortaleza y aspecto físico no es muy común. Sé que de la muralla sentenció Ramón y Cajal que era muy saludable, y que Luis la aprovecha cada mañana, aunque apenas luzca el sol,  ante el extremo del Seminario, con las entrepiernas del pantalón siempre remangadas y,  con cierta discreción, a ratos con el torso desnudo. Hoy sí calienta el sol, ese sol que cuando vienes por el paseo amurallado, dado su color blanquecino,  a esta hora te abrasa los ojos, al menos a mí, y te obliga a  caminar como un ciego entre un haz resplandeciente. Me gusta oírle contar cómo es el elixir que guía su vida: ajos crudos con agua al levantarse, lavarse cada mañana en la pila del patio de la casa de Padre  Blanco, ya esté el agua templada o haya que retirarle el hielo, y las demás comidas, como el común. El sol, estirar las piernas, flexionarlas en el poyo corrido que sujeta la verja de la muralla, soportar los vientos gélidos del Teleno con una simple camiseta,   y principalmente un  cuerpo curtido en sus músculos por la vida.

   Así fue: con 17 años ejercía de  descargador,  de camiones, de las mercancías que llegaban en vagones a la Estación del Norte; a los 29,  en Ginebra de “garçon” de cocina y de cocinero, de confitero y como pulidor-decorador en piezas de relojería. En 1981 volvió para la casa familiar de Padre Blanco. No eran años malos, me dice, pues encontró empleo en la poda de pinos, en la reparación de las carreteras con la Diputación, y, finalmente, los seis años últimos, hasta alcanzar la prejubilación, con 55 años, en el gimnasio de su hermano José.

    El misterio, me insiste Luis Blanco,  está en respetar la naturaleza propia y ajena, y aprovecharse del  agua, esa agua templada o gélida con que se  lava  cada mañana en la pila de Padre Blanco; en el  gusto por zambullirse desde pequeño en cualquier río o regato del camino, o  en el inmenso lago de Ginebra, el Lago Lemán, también en invierno, ante un hermoso valladar  de gigantescas montañas nevadas. ¡Aprovechar el agua!, ¡y disfrutar la nieve!, la de las montañas del Lago, y esta del Teleno, ya casi diluida mas aún perceptible en la lejanía. “Pero,  Juanjo, ahora la vida es muy banal...”.  Y le vuelvo a replicar: “Que no, Luis, que no, que en Astorga aún no”.





Con pulserillas
el sol disfrutan Luis, 
y Adrián y Celia.








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10, abril, 2014

UN VIOLÍN ANTE LA BOTICA DE PRIMO NÚÑEZ

Han colocado la nueva cruz con el sudario en la Plaza y tanto pica el sol que abrasa la cara; es este  sol que parece polvoriento y que anuncia escasa lluvia y tal vez ruido de tormenta. En el soportal del noreste —son algo más de las dos de la tarde—, junto a la antigua botica de carameleras y tarros, un violinista de edad madura, impecable en el vestir dentro de la humildad, está interpretando canciones de su tierra rumana, quizás “La danza del bastón”. El estuche del violín reposa abierto en el suelo, y apenas tres euros por él depositados    refulgen en hilillos de plata. Los pocos visitantes que en las terrazas resguardan medio cuerpo del sol no aprecian su serena postura, su manera de sostener el arco sin apretura. Es un hombre maduro, de nombre Aurelio —en español, me dice– que reside con su familia en Cáceres, y que ha subido, ciudad tras ciudad, por la Vía de la Plata, a probar fortuna en esta calzada milenaria. Y mientras acaricia el violín compruebo que está a gusto en esta plaza nuestra presidida por Colasa y Zancuda, y que se ha colocado en un lugar donde los sonidos llegan al oído limpios, como una ensoñación, quizás la que él siente mientras añora su  tierra de aldeas medievales, iglesias fortificadas  y castillos embrujados. No me he atrevido a preguntarle cómo se siente entre nosotros, cuáles son sus penalidades, pero he atisbado por  su interrogante y serena mirada que su violín, ante las dificultades y las alegrías, es para él gratificación y consuelo.

 






Suena en la plaza
de Colasa y Zancuda
un violín dulce.  















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5, abril, 2014

ME FÍO DE  LAS CIGÜEÑAS...

   He de decir que de pequeño maldecía la Feculera cercana: por la Moldería Real cuando evacuaba bajaba un agua oscura y maloliente que, en veranos de estiaje, se pudría en charcos, con viscosos y resistentes renacuajos,  cerca de mi ventana; y no tanto se me encendían los ojos de ira por el tufo, sino porque veía a los pececillos fugitivos, indefensos,  culebrear hasta quedarse yertos.  Sin embargo, su hermosa chimenea de ladrillo, con la corona rematada en anilletes y pulsera de eslabones, me llevaba los ojos, y, cuando me dejaba el tren para pasar cerca de ella parecía que la locomotora eléctrica soplaba bocanadas de humo como las viejas máquinas de carbón.
   Me gusta la palabra cigüeña, y que el hablante desestime el término cigüeño (por su mal sonido, no tan chirriante como el de los actuales necios en el uso ‘cursilero’ de  la “o” y de la “a”, y cuando no de la arroba). Esta pareja  esta mañana se recreaba en lo alto de la chimenea para celebrar  que la hembra está  a punto de depositar los huevos:  extendían las alas, bailoteaban, crotoraban  afinadamente pico con pico,  y se solazaban cara al nuevo sol que para  quedarse llega. Pronto los veremos solitarios buscando alimentos por los fangos y las praderas, pues se alternarán en la incubación  de igual manera.
  Me fío de las cigüeñas cuando anuncian  la llegada del sol. Por eso, porque a esta  mañana tan amorosa sucederán días luminosos, he plantado un  peruco, ese árbol  de pequeña fruta sabrosa, común antaño en las huertas pero  hoy en el olvido,  y que Genaro Prieto me ha dado injertado y con un recital de instrucciones.  Le he apretado bien la tierra, y ¡rediez! apunta al cielo como un tridente alanceado; he de estar muy atento porque es mucho su brío cuando prende, y  deberé  amputar los brotes de su tronco para que, llegado el día,  concentre los peruchos en su copa. Pues así sea.


 
Huevos pondrá
en lo alto la cigüeña
pues bailotea.













ceremeño, cermeño  / cermeña, cermenia, seremeña. De Tagarabuena. 
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1, abril, 2014

ESTOS SAUCES DE PRIMAVERA NO SON LLORONES...

Aquellos árboles frágiles de 1991, con los que fue desterrada la agonía de  la Eragudina, hoy tienen su porte rotundo y pleno. Ya no los cimbrea el viento, ni los huracanes, como en los años de crecimiento, a lo más agitan su copa en un oleaje verde y acaracolado. Han crecido con uno, palmo a palmo, como esa maduración que el tiempo va en nosotros macerando, también paso a paso. Estos días de lluvia la pradera tiene todo su verdor, tierno o encobrecido, cuajado o macilento. Los fresnos,  los alisos,  los arces,  los castaños, incluso los ginkgo biloba  no son a estas fechas  más que esqueletos sombríos: unas  sombrillas con varillas desnudas  sobre un verdor  marino y bajo un cielo oceánico. Tampoco los chopos lombardos, a la vera del río Jerga, alineados en doble fila,  tienen ese espumillón de  zumo de uva que tanto complace cuando uno pasea en el otoño a su cobijo. Solo los sauces han reverdecido,  y lucen esbeltos, pues falta tiempo aún para ver declinadas sus ramas como una inagotable fuente. Sí, son los sauces  los que en esta tierra nuestra, tan esquiva a un sol rondón, así lo digo, pues tan pronto lo sientes llameante como velado por el frío,  anuncian la primavera en el corazón de la Eragudina,  e insuflan en uno el candoroso apetito de la vida.  Los otros árboles de su derredor, tan perezosos andan para abandonar el  invernal letargo que, si por ellos fuera, todo ese paraje tan solo sería  en los días,  ya luminosos,  de abril,  un haz de ramas cenicientas y marchitas, proclives a la tristeza y también a la  melancolía. 







Sauce de abril,
en ti  la Eragudina
savia es  de vida.










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25, marzo, 2014

¡EL CIRCO, EL CIRCO, QUE VIENE EL CIRCO!...















Aunque anochece algo más pronto que otros días, en esta tarde de aguanieve, Francisco de la Torre, director del circo Coliseo, sigue subido a su grúa elevadora enderezando  y asentando en el suelo las diversas torretas que sujetarán las inmensas lonas, de bandas azules y blancas, para que los astorganos y visitantes  asistan con confort al  mejor espectáculo del mundo. El Melgar, en su parte no urbanizada, es un conglomerado de vehículos:  máquinas para el  montaje, camiones con enormes remolques que albergan bien todo tipo de útiles, herramientas y vestuarios, o diversas clases de animales, además de varias caravanas-vivienda bien equipadas.

   Siempre me gustó tanto el montaje del circo como el propio espectáculo: de la noche a la mañana personas errantes levantan un inmenso casquete, colocan las gradas, y un  escenario donde acróbatas, payasos, domadores de tigres, osos, elefantes y leones, equilibristas, bailarines... ofrecen un espectáculo en el que  el ritmo, la música y la variedad son su sustancia. Antaño se asentaban en la plaza del Ganado nueva (la manzana de los antiguos Ambulatorios) y los niños estábamos pendientes de qué parte de la lona era más vulnerable para, una vez que cesaba la vigilancia porque ya había transcurrido una buena parte del espectáculo, colarnos bajo las gradas; había a veces que esperar, con mucho temblor,  bajo aquel enjambre de pantalones y de medias,  pero  nunca faltaron adultos que nos cogieran las manos para elevar nuestro pequeño y flexible cuerpo; y, como nos introducíamos como serpientes entre los escalones,  además se veían obligados a realizar  todas las operaciones necesarias hasta dejarnos  acomodados como a los demás espectadores. 
   Francisco me repite una y otra vez, con algunos aditamentos en italiano por su infancia en la nación de la loba Luperca, "anunciamos lo que presentamos", "somos los únicos que tenemos lobos de Siberia", "los únicos con un temerario" (un acróbata) que voltea en las alturas sin red de seguridad... Me cuenta y me cuenta cómo los animales que tienen, igual que  él mismo, han nacido en este circo, como los bisabuelos, me cuenta y me cuenta de la vida dura de sus artistas, porque, ¿sabes?, ya nacen con este gusanillo, y yo no dejo de escudriñar  qué parte de la lona será vulnerable para sufrir de nuevo un temblor bajo una nube de medias de cristal y holgados  pantalones.        





Ruge el león, 
lo oigo bajo las gradas, 
con gran temblor. 









 
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17, marzo, 2014



LAS CIGÜEÑAS QUIEREN SU FESTÍN


Declina  la tarde con un sol anaranjado que anuncia la primavera. Urge meter bajo la tierra, para que se pudran,   esos desechos del maizal, que han quedado en la finca como si un gran ciclón hubiese arrastrado por ella sedosas barbillas, olotes con celdillas sin granos, hojas quebradas y tallos seccionados. Tal es la desolación que ha dejado la cosechadora el día anterior, cuando con su gigante cabezal de puntones largos hizo trizas las plantas, almacenó el grano y  sepultó bajo tierra las estériles raíces seminales. La vertedera del tractor avanza volteando la tierra sin apuro alguno y va dejando surcos accidentados en brillantes parábolas convexas. Estos parajes cercanos a las Fuentes de Santiago siempre han sido frecuentados por las cigüeñas, y cuando otean que la tierra amarillenta empieza a cambiar de color, por efecto del arado, bajan ansiosas a por el manjar que les espera,  sin miedo alguno al tractor que se mueve y ruge en su labor. No es menguada  la ansiedad que las carcome, pero guardan la compostura en el porte y la templanza en el "captureo", de suerte  que las atontolinadas `melucas´, gusanos y otros invertebrados desde su pico van cayendo al buche con una elegancia tal que para sí quisieran en la mesa los  señores de la mayor alcurnia y postín.  

  

Al recio arado
espera la cigüeña
para el festín. 
  






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16, marzo, 2014

MORTEROS 
DE SERPENTINAS


Esta mañana de domingo, pasado el mediodía, el sol en verdad que lucía y calentaba; el labrador bajó al portalón, cogió su tractor y le acopló el  remolque para poder  recoger en él, como si fuese una tolva,  el grano de maíz. Al tiempo, en la pequeña vega de Astorga, seccionada en su mitad por la vía férrea, en la parte occidental,  al pago de La Senra, la cosechadora trituraba los maizales.  Antaño era preciso coger mazorca a mazorca, y enmadejarlas, para que, con aire y sol, el grano llegase a soltarse por el empuje de los dedos; hoy en día han instalado en Santa María del Páramo grandes secaderos, pero se hace preciso recorrer quilómetros con el remolque por carreteras, y  vete a tú a saber qué peligros acechan, y pagar por tal servicio cuantiosa soldada. Impresiona verla avanzar, como un buldózer, con su cabezal que corta de cuajo las cañas y las engulle hacia dentro para en sus tripas hacer la labor de la trilla y de la criba. Cuando escupe por la parte trasera los desechos convertidos en virutas, es como una fiesta en la que se arrojasen morteros de serpentinas; y como en tal operación un polvo la envuelve parece que, oculto  en el humo, se esconde un gigante que en cualquier momento puede amedrentarnos si llega a verse libre de la ceguera. Cierto es  que el campo de regadío resulta escaso, una superficie acolchada poco más allá de la vía y de la carretera nacional, y que la Moldería Real riega generosamente. Aunque hay tierras en permanente baldío, aún se puede ver cómo ahora, también, se roturan los campos para nuevos sembrados, y nacen las mieses con un verde intenso para, más adelante, encañar en un filamento casi acuoso. Y el campo cultivado, en marzo,  como en cualquier estación, está hermoso con sus paños amarillos, verdes y ocres humedecidos. 



A la mazorca,

en campo polvoriento,
roban el grano.


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9, marzo, 2014. Piñata.

PEPITO GRILLO DESDE EL MELGAR CANTA VICTORIA





























Si pedaleas temprano, la brisa fría se va templando, templando, y tu cara la humedece un vaho, que eso es, en ningún caso niebla o neblina, esa atmósfera nebulosa que nace de las tierras húmedas e intensamente rociadas,  y que aprecias en toda su extensión desde   el mirador de San Román, tanto en la vega, como en la ciudad y hasta en el Teleno.  Puro embeleco esta nebulosa y este  frescor, pues cuando el sol ya se ha desprendido de los altozanos orientales te arde la cara como si bajo la piel tuvieras alojadas las resistencias de un infiernillo. De vuelta a la ciudad, los caballitos, son casi las diez, aún no han echado a andar las ruedas, cadenetas y cojinetes; en las cabinas nadie dormita y ni un piloto de cualquier reproductor musical parpadea en esta mañana luminosa. Solo Pepito Grillo, en la generosa peana de su pulpo, está despierto, nada de extrañar, pues para forjar la conciencia de Pinocho, que esta noche la ha pasado con el Mago del Palacio para ver si le deja ver los planos perdidos de su contemporáneo Gaudí, es menester estar siempre alerta, como su  lejano compañero de la velada festiva, Pedro Mato. En la plaza de San Roque una pandilla recoge para una bolsa los recipientes de las bebidas volcadas durante la noche, de Ron Negrita, ginebra, cerveza, coca-cola; otros, sin embargo, acaban de dejar su propia inmundicia esparcida en el suelo mientras caminan con ojos, de tan velados, blanquecinos; es esta una escena que puedes ir viendo por plazas, calles y parajes cercanos y que cataloga a los trasnochadores como personas u otro tipo de homínidos. Donde da de lleno  el sol, como en ECO..., en algunos alféizares de escaparates, grupos de jóvenes esperan a quienes han llamado para que los vengan a buscar, y se toman tiempo, pues en todas las salidas de la ciudad los aguardan para que rindan cuentas en el alcoholímetro. Pepito Grillo, arduo defensor de este artilugio que nos pone mofletes, desde El Melgar extiende el índice en señal de victoria.


                                   Pepito Grillo
                                      celebra su victoria  
                                          en El Melgar                                                                             










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8, marzo, 2014. Piñata


 ROMUALDA...

Pedro Mato, 19 h, catedral de Astorga
En calle Mérida Pérez,  19 h, con la vista de los
ábsides catedralicio y gaudiniano























Mario Rebaque con "a ras de suelo"

A Romualda esta tarde de Carnestolendas la cautivó Pedro Mato. Danzaba con su  grupo las marchas más festivaleras, sin recato, pues aunque vieja hay que ver cómo balanceaba los brazos si amarraba a un galán,  y con qué garbo trajinaba las zapatillas  cuando los tambores y las flautas elevaban el tono; ah, pero en el trance de una zapateta vio en lo alto al más apuesto caballero, Pedro Mato: ensimismada sacó de la pechera (después de aligerar la toquilla, de apartar el pañuelo de seda, echarse a la espalda el collar de cuentas de colores, tentar el mandil, acomodar el refajo para que la saya enlutada no se desparramara en el suelo), después decía de un sinfín de composturas sacó de entre los pechos  el fotomóvil y se llevó grabada la imagen del fornido caballero que en lo alto de la  Catedral,  a las siete de la tarde, ya todo sombrío, estaba adornado por un aura de luz. Y no sin antes asentar bien los rulos y  fijar con firmeza el cayado en el suelo, no siendo que Pedro Mato se volviese y con el temblor de su mirada terminara despeinada y estampada en el suelo. Cuando Mario Rebaque, minutos después, subido en sus zancos , con “a ras de suelo”, pasó pregonando la historia excelsa de la ciudad, a Romualda le entró un ardor que ni en los tiempos compartidos con Crescencio tuvo, al  soñar  que llevaba entre los dos pechos  guardada la dedicatoria de un cortesano caballero. Que el Señor me perdone, se dijo, al tiempo que se persignaba.   


En la Piñata,
¡ay!, se prenda Romualda
de Pedro Mato.


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23, febrero, 2013

“VERDES LAS HAN SEGADO”, ESO ME DICE


Le gusta meter las patas en el agua, y no tiene tampoco miramientos si se le moja la barriga. La llamo, viene presurosa, le pido que se acerque al pequeño torrente, así lo hace, la invito a que pase un nuevo “Rubicón”, “vamos, Blanca, la suerte está echada”, pero se vuelve y me dice con ese gesto terco, impenitente, que tiene cuando levanta la cabeza y la zarandea suavemente: “Verdes las han segado”. Ya lo he dicho,  se llama Blanca, una perra con pedigrí: de padre desconocido y de madre con mezcolanza de labrador. No he podido averiguar más en su genealogía: si la suya es también una herencia de carea, de mastín, de pastor alemán, de perro ratonero... Muchas, tienen que ser muchas las razas que la anteceden, porque sabe ser placentera, no amilanarse ante cualquier pretendiente achulado, no ladrar si la ocasión no lo requiere y pedirte cuentas si no respetas sus hábitos; y, a mayores,  cuando el peligro sobrepasa sus posibilidades, con dignidad sabe retirarse.  Nada que ver con esos refinados perros que pululan, abandonados, más al final del verano,  en los pagos desde la vía del oeste hasta la perrera municipal: algún bull terrier, alaskán, bóxer... Todos ellos deambulan de igual manera: si del primero  fue el coraje, lo ha templado,  si de otro fue   la  resistencia a la adversa climatología, el menor sofoco lo hace ponerse a la sombra,  y si  el bóxer imperó como el gallito de la manada, ahora se deja llevar sin resistencia alguna; todos se sienten con  igual hechura.
   Cosa curiosa: no veo en Blanca un especial  interés por ninguno de ellos, y eso que aún conservan, pese a la penuria, ese estilo propio de quien ha vivido en casa fina, en el caminar,  en el atusado del pelo... Pero son también eso, cuando están libres y se pueden aparear sin que les asignen consorte, perros con pedigrí: todo lo contrario de sus otrora dueños.




Eso me dice,
verdes las han segado,
bajo el torrente.



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BUEN TIEMPO

No quiere decir que la vida de la gran urbe no  tenga también su atractivo al amanecer. Cuando vas a tu trabajo o a tus estudios, si bien el cielo en estas primeras horas suele  estar aún más empañado que en las horas de luz meridiana, por lo que no te molestas en alzar los ojos al cielo, las luces de los coches serpentean con sus focos por las calles y cuando te introduces en el vagón del metro pasas a ser un personaje más que se cimbrea, y a veces  hasta es achuchado en una escena de rostros abstraídos y somnolientos. Mas en una pequeña ciudad como la nuestra, con horizonte siempre a la vista, las sensaciones son  distintas, pues siempre tienes al alcance de los ojos un cielo infinito. En verdad, a primeras horas, en estos primeros días de febrero tan pronto de  nieve, como de agua  o sonoro viento, un firmamento: el lunes tintados de azul sus tonos grises, dos días después  alboreado, y hoy mismo, jueves, nos ha deleitado al rematar su capota gris con una orla de amaranto y rosa. Pues eso, buen tiempo.

(Foto 1.ª, 03/02/08:27; foto 2.ª, 05/02/08:32; foto 3.ª, 06/02/08:31)



Nieve, y cierzo
bajo el cielo amaranto
de este  febrero.






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2, febrero, 2014

Poney, poney


En la vieja estación de ferrocarril del Oeste se conservan  los pabellones de viviendas cuya arquitectura se inspira en una máquina del tren con tres vagones, enlazados en su centro por dos grandes depósitos de agua; otras viviendas de planta baja, cercanas al esbelto silo de trigo, son la antesala de tan singular urbanización perfilada con los raíles del tren. En el entorno de terrenos baldíos o en reposo pacen de continuo caballos y yeguas de las familias portuguesas, llegadas hace años de Trás os Montes y en esta barriada avencidadas; también por estos parajes se apacentan   otros equinos,  de vecinos del entorno de la iglesia de S. Andrés.  En todo caso, ninguno se alimenta cerca de las viviendas, a no ser el poney de Roy.
   El poni, con su menguado alzado, corpulencia y densa crin, es el equino que mejor ha sido domesticado por el hombre: corretea por los circos, a golpes de batuta, se encarama por los trípodes, atraviesa aros, rinde pleitesía al público y se deja montar, con gusto, por cualquier niño que asiste a este espectáculo, el mejor espectáculo del mundo.   
    Roy no solo cuida y mima a este poney blanco, al que en ocasiones le apareja un carromato para coger leña abandonada en  las cercanías de las Fuentes de Santiago, o en las laderas del Tuerto; tiene cuadra para otro, negro, en un pueblo cercano. Si algún día Roy quisiera, según compruebo responde a sus palabras el poney blanco, para que empiece a andar, se detenga o trote (igualmente sucedería con el poney negro), a buen seguro que  sin necesidad de trajes brillantes, ni redobles de tambor ni apretura de los pistones de la trompeta, podría demostrarnos  que es un hábil  domador del mayor espectáculo del mundo.  Y el poney blanco se desharía en contenidas zalamerías para con su bonachón y paciente  amo.  









El poni blanco
ir al circo quisiera
con su amplia crin. 







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 11, 01 / 2014
JOSE, EL AFILADOR



























Aunque parezca que el chiflato de Jose, el afilador de Orense que hoy por la mañana rondaba las calles del Seminario, es un instrumento musical menor, con esa melodía de notas graves y agudas en retorno  y un relampagueante arpegio final, nada más lejos de la realidad. El dios Pan seguía hasta esta mañana tocando en el río Ladón este instrumento, por él fabricado con las cañas de bambú en que se convirtió su ninfa amada Siringa, de tan asustada ante su ardorosa pasión.

  Tarde me enteré de la importancia de aquel chiflato  de plástico (chifla o chiflo) que de niños comprábamos en los puestos de feria, con sus canutillos decrecientes. A nadie ha de extrañar que imitáramos la melodía del afilador, pues cuando llegaba al barrio de San Andrés, a nuestra  casona blanca, con su gigantesca rueda y su cajoncillo, los vecinos acudían con los paraguas averiados, cuchillos de todos los tamaños, también los de la matanza, navajas, hoces, guadañas... Las guadañas eran las que en verdad  hacían saltar en la piedra esmerilada un espigado ramillete de chispas y había que desviarse, aunque no apetecía, porque el afilador era el juglar que nos traía las historias e historietas que él decía haber vivido en su vida errabunda.

  Aunque a Jose no lo veáis con la rueda de carreta, protegida por un armazón de madera con pedal y  una gran correa, no deja de ser el continuador de una tradición de la tierra de los afiladores. Y el hecho de deambular con su bicicleta aparejada de esmeriles y su chifla es hoy poco frecuente, pues en las grandes ciudades reclaman la atención de los vecinos con empaquetadas grabaciones de la melodía tradicional desde cualquier furgoneta con escape calado. 
  
  Chiflaba y chiflaba Jose esta mañana por el entorno del Seminario, hasta que una vecina bajó con sus cuchillos. Pronto enjaretó la bicicleta  y se puso a pedalear: las chispas que espoleaban los cuchillos no eran tan briosas  como las de las guadañas, y apenas si se entretuvo en contar una historia, a no ser la constancia de su vida errante, pero cuando volvió a su camino y a su melodía,  parecía que el dios Pan  había curado su pena y se había aposentado  en la calle umbría de Astorga con su chifla de bambú.





Suena una chifla
de afilador errante
tras la solana. 








 


   

(Advertencia: página en elaboración)

AÑO 2013


I.             Las flores del ciruelo con polvillo blanco. 
II.            El mago del Palacio.
III.           La Ferruja.  
IV.          Fuente Encalada. 
V.           La última nieve. 
VI.          El tamarindo. 
VII.         Reclamo de sol. 
VIII.        El espejo del Alvia. 
IX.          El Caminante. 
X.           Maldita grafiosis. 
XI.          Las piedrecillas crujen...
XII.         En el mar, en la mar. 
XIII.        En la albardilla de la muralla. 
XIV.       El último labrador en el amarillento campo de van Gogh. 
XV.        Nuestra comedia no era tal, sino tragicomedia. 
XVI.      ¡Pobre garbanzo de pico pardal! 
XVII.      El niño de El Roto nunca llora.
XVIII      Estas tardes de octubre... 
XIX.       El caballo y el perro, amigos del hombre. 
XX.        Un roble muerto, trescientos robles vivos. 
XXI.       Frío de luna creciente y de luna llena.
XXII.      El perrín blanco y el mendigo.
XXIII.     Dafne...
XXIV.    Peineta luce la mazorca. 
XXV.     Carámbanos en la Moldería Real. 
XXVI.    Felicitación en el solsticio de invierno. 
XXVII.  Sol de nieve.



I

20, abril, 2013

LAS FLORES DEL CIRUELO CON POLVILLO BLANCO

El cielo ayer, tornasolado, ya avisaba de que la noche iba a ser fría. Nos acontece con frecuencia este infortunio en árboles como el ciruelo: el sol en la primavera temprana luce y calienta generoso, por lo que las flores de los frutos, impacientes, brotan en una amalgama azul y blanca. Pero,  por primera vez, esta noche  un polvillo níveo, que se podía esparcir con un soplo, pespunteaba las flores blancas del virginal ciruelo. Que la helada no vuelva esta noche  como es  su encendida costumbre  para desflorar  los óvulos y convertir los pétalos en almidón marchito. 








Polvillo blanco
hoy sobre el ciruelo
de flores blancas.

   








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II

21, abril, 2013


EL MAGO DEL PALACIO




El sótano del Palacio tiene como techumbre un colmenar de celdillas y está amparado por un foso que se adentra en la muralla como un nuevo fortín. No es, pues, fácil llegar hasta el mago que lo habita y aliviarle su soledad; es más, cuantos lo han intentado una llamarada los ha abrasado al pretender  derribar la recia puerta del noreste y han volado al cielo en esparcida ceniza.  Por eso, al pasear junto a las murallas de El Melgar oyes ese gemido cadencioso, de tan repetido, con que el mago llora día y noche el luto ajeno y el infortunio propio.
                                                                             
                                                     



Tras las murallas
el mago del Palacio
gime a tus pies.








Nota: Fue una verdadera suerte el haber dado con  esa foto del Palacio de Gaudí, en construcción,  del 11, 06, 1890.  Al estar algo ajada, encomendé su restauración al grupo Imagen Mas.  Para M.ª Jesús Alonso Gavela “fue en  el sótano donde Gaudí logró recrear un auténtico castillo medieval”. No creo desacertado también el decir que ese adusto sótano (cuya techumbre es ese bello conjunto de celdillas ojivales) y  el foso que lo circunda son  precisamente los  que en mayor medida  vienen despertando  la imaginación de los niños. 
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III

23, abril, 2013

                                                 


LA FERRUJA










                              


Sin el empaque de la fuente cercana, la Encalada, este manantial mineral con su entorno en piedra bruta y labrada es de gran belleza: acodado en un habitáculo trapezoidal, sigue  la forma de los cimborrios del seminario y de la capilla catedralicia, y si por estos desciende un chorro de luz, por  ella ocasionalmente  se derrama el  agua.  A los pies del río, cuando mana, como esta primavera, su reguerillo es el único e ínfimo surtidor  para una maleza sedienta. Así sucede, el Jerga es con mayor frecuencia un simulacro de marisma que una lámina escurridiza de agua, menos en los inviernos de temporal y nieve, pues entonces bajan desde la Peña del Gato torrentes que colman su cauce y por ello  inundan, como en  una profanación, esta desamparada fuente.

   Cuando surge su manantial, 1728, la Corporación decide mejorar su estado con un hoyo y obra de cantería. Pronto será cegada, porque se secará toda ella y perderá sus colores y su verdor en favor de un manto blanquecino. Será sepultada otra vez   a principios del siglo XX; y restaurada por los alumnos de la Escuela Taller Municipal en 1998. En estos tiempos sufre el asalto de  grafiteros y de  consumidores de latas y envoltorios, los cuales, siendo los mismos o diferentes, dejan en ella los desechos del arte y de la inmundicia. Hasta algún ladronzuelo la ha despojado de una de las grandes lajas de los hermosos poyos que la circundan.
   Pero La Ferruja sigue siendo una fuente coqueta, dadas su armonía y   proporción, y continúa en pie con todo su esplendor, pese a  estos zarpazos que le dan otros hombres, tan ajenos a los canteros que  con tanto esmero en su día  hermosa la construyeron,  y recientemente remozaron. No será posible, maldita sea,  cegarla una tercera vez, pues si los chorros de luz bajan de los elevados cimborrios, bajo su bonete se derrama ocasionalmente un agua límpida y  cristalina. 








Es la Ferruja
un hongo de mortero
en volva de agua.









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IV






IV
 
FUENTE ENCALADA
 29, abril, 2013


De Cuatro Caños
fuiste fecunda Fuente 
para el paseo.















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v

2, mayo, 2013

LA ÚLTIMA NIEVE

Si los adivinos del tiempo no yerran vendrá el calor y diluirá esa nieve (con el frío de esos días renovada) que arropa la cumbre del Teleno. Quizás no sea una fantasía el percibir que, con un azul tan intenso, la modulación matinal de la cresta de nuestro mítico monte es como un oleaje en cuyo volteo brota la espuma. 






En la muralla
apresa en tus ojos
la última nieve.

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VI

17, mayo, 2013

EL TAMARINDO

Aunque los chopos, las paleras y los humeros suben como espigardas al cielo,  porque  refrescan sus enmarañados pies, ya en invierno, ya en verano, en la Moldería Real, este tamarindo,  que ha de escurrir sus raíces para llegar a tal frescor, antes de desperezarse en un denso paypai y llegar a espolvorear el suelo con sus granadas lentejuelas, florece en el patio rendido, que no acobardado, ante su propia belleza.  


El tamarindo
de violáceos dátiles
rendido está. 





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VII

26, mayo, 2013


RECLAMO DE SOL

La muralla, esta tarde, ha sido el límite entre unas laderas y montañas esclarecidas por un sol tamizado (el que se alza cuando va despejando la lluvia), y una ciudad, con sus esbeltas torres, cúpulas y espadañas sumidas en la umbría. El cimborrio del Seminario, cercano a este espectacular contraste, muestra de esta suerte su triste grisura, con la añoranza de que  mañana mismo el sol  del mediodía lo convierta, de nuevo,  en el  faro incandescente de las vegas y lontananzas que en su derredor en toda primavera fructifican.  
 






El sol reclama 

el cimborrio al Teleno
tornasolado.



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VIII


8, junio, 2013

EL ALVIA





En su espejo
la Estación galantea
al novel Alvia.










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IX


EL CAMINANTE

22, JUNIO, 2013


Quo vadis: El Camimante. Sendo,
"Poéticas interurbanas",
agosto, 2004.



En un día como hoy, hacia las dos de la tarde, después de una larga caminata, los peregrinos llegan a raudales y se fotografían ante "El Caminante" de Sendo, antes de entrar al cercano albergue o buscar otro acomodo. Ignoran que fue el fuego, cerca del amanecer, silenciado el eco del último cohete de las fiestas, y va para diez años, el que convirtió a un  homónimo suyo en una pira que enloqueció al mago que habita, a unos pasos, las mazmorras del Palacio. Cierto es, El Caminante, como los demás figurantes e instalaciones de unas "Poéticas interurbanas", no había sido fabricado para resistir largo tiempo a la fresca las ventiscas, los cierzos, el barniz del hielo o  la nieve; y ello pese a vestir una tupida gabardina amarillenta y cremosa. Pero lo hubiéramos librado de la intemperie para seguir sintiéndolo cerca en algún cobijo público, pues símbolo era, con su maleta, de cualquier alma errante en cualquier camino. 
  A veces hay hombres que reaccionan así, como movidos por un resorte incontrolable, tal cual  el aguijón en Pascual Duarte cuando disparó a bocajarro sobre la perrilla perdiguera, Chispa. Gestos inútiles, baldíos, pues no calmarán, a no ser por un instante, la furia interna que los abrasa. Por eso el mismo Caminante, de menor estatura pero con textura cobriza para resistir el sol y la nieve, la llovizna y el granizo, espera día y noche a los peregrinos, como quien desea continuar el camino con ellos para indagar en el insondable  misterio de la vida. 
Quo vadis: de nuevo, El Caminante, de Sendo, en bronce.
  Colocado el 5, mayo, 2011.

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El Caminante
con su maleta al hombro
tienta al romero.







                   El Caminante, quemado, el 31 de  agosto, 2004. Modelo
escayola, para fundir el nuevo
 Caminante en bronce.


















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X


29, junio, 2013
MALDITA GRAFIOSIS



El hongo de la grafiosis, en la pasada década de los ochenta, también llegó furibundo al jardín  romántico de La Sinagoga. En pocos años, aquellos gigantescos negrillos, que para abrazarlos totalmente necesitábamos apresar con nuestras manos  las  manos de otro niño amigo, perdieron su lozanía: los  troncos se tornaron  raídos y amarillentos y las hojas, feamente acaracoladas, caían al suelo a la menor ventisca. Casi siglo y medio enhiestos como surtidores de ramas para el cielo, pero  hubieron de ser talados, primero ocho en 1988, en un intento de contener la imparable tisis, y, finalmente, todos ellos arrancados de raíz;  tan cuajada era su  cepa,   que el Jardín, una vez despojado,  ya  no asemejaba  un  jardín sino un cráter polvoriento. Crecieron nuevos árboles, de especies variadas, para no sufrir nunca más la desolación de un templete enmudecido;  y fue  habilitado un nuevo kiosco desde el que se puede bajar para  pasear por una antigua cloaca  abovedada, a  la que vertían  aguas  las termas placenteras. Tornaron los pasadobles de la Banda, el cobijo de la sombra, el aperitivo deleitoso, pero nunca más volverá aquel surtidor de negrillos, a tresbolillo plantados, que pretendían acariciar el cielo.   


                                             


Bello jardín
si un día renacer,
al fin, pudiera.

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XI

2, julio, 2013


LAS PIEDRECILLAS CRUJEN...


El Camposanto abierto desde 1835 es grande, aun sin su superficie ampliada. Cientos de cruces blancas se dibujan entre los cipreses. Junto a sepulturas sin ornato,   no faltan capillas,  valiosas tallas y primorosas letras grabadas, como muestra de la antigua distinción social.  Es verano,  el sol arrecia hasta en la gravilla que uno pisa, y es tal el silencio que oyes tus pasos en ella como si  las piedrecillas crujieran al sacarlas de un letargo. Hasta pienso que es tal el silencio de los cementerios que no hay tumulto capaz de explosionarlo. Han sonado toques de campana, algo infrecuente pues los funcionarios avisan la hora de cierre con una alarma que suena atemperada por tanto mármol acumulado. Se trata
de un funerario que, como otros, avisa así de su llegada, golpeando el badajo un par de veces.
   No me había fijado nunca, pero esta no es una campana cualquiera, la han colocado a la intemperie, frente a la capilla municipal,  como quien desea mostrar una reliquia: desde su labio hasta su hombro todas sus partes están remarcadas por simétricas nervaduras, y cuenta con inscripciones y dibujos fundidos como algo propio de una pieza singular. Dos de sus números parecen vueltos, por lo que no podemos asegurar si fue fabricada en 1868 o 1898.  En todo caso,  con tal antigüedad,  entre la intemperie umbrosa  y tanta vibración sonora vienen estampando, en el interior de la copa,  un haz verdoso, espiralado,  como si posible fuese recoger  en filamentos  cada grito en la garganta ahogado.
   Por la mañana  he cortado temprano unas  flores en el huerto, sé que no ven sus vivos colores, ni aprecian su olor, todavía candente, pero necesito seguir hablando conmigo mismo de su presencia, que será duradera, porque nunca dejará de estremecerme el  pensar que por ellos soy y he sido.

 




Flores de estío
en esta piedra gris
de mi tristeza.

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XII

11, agosto, 2013

EN EL MAR, EN LA MAR


En el puerto de El Grove, próximos a la lonja, los pescadores cautelosamente preparan el cebo en sus  barquichuelas de colores; y, a continuación, mar adentro,  se mecen sobre las olas cuando las gaviotas burlan un sol que está a punto de apagarse en el mar. 








Arde el sol
en el mar, en la mar
bola de fuego.



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XIII



28, agosto, 2013

EN LA ALBARDILLA DE LA MURALLA


Se recobró el cielo del deslumbramiento de los estampidos luminosos, y aquellas calles de bullicio festivo, de teatro trenzado "a ras de suelo" en torno a la escultura maternal, están hoy medio desiertas. Y hay quien, en el silencio, acomodado en la albardilla de la muralla, se complace con las vistas del Teleno.



En la ancha cerca
alcanza el horizonte
con su mirada.


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XIV
7, septiembre, 2013

EL ÚLTIMO LABRADOR EN EL AMARILLENTO CAMPO DE VAN GOGH



En Astorga ya solo nos queda Miguel Alonso de la Iglesia como agricultor con dedicación plena a la labranza. Es el último testigo de un oficio que se acaba en el reconocido hace años como barrio de los panaderos y de los labradores (San Andrés). El 24 de agosto, y días posteriores, ha estado recogiendo con su trajinado y asoleado tractor los rollos de paja para el ganado. Y lamenta que este año, de buena cosecha, el grano de trigo y de cebada lo paguen 10 pesetas menos el kilo (a la vieja moneda sigue confiando sus cálculos); y es que los piensos para las vacas nunca bajan de precio. Ese campo del entorno de la Moldería, de un amarillento tan vivo en agosto como el de van Gogh, va siendo sustituido, finca a finca, por los tonos verdinegros de la maleza. Algún día quizás futuras generaciones no verán realmente con sus ojos rodar estos gigantescos rollos en el Circo Romano, ya porque no existan, o porque el hábito sea asistir al espectáculo pero visionar la correría a través de una tableta digital o similar.



Labrador último
en el  amarillento
campo de van-Gogh.

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XV


15 de septiembre de 2013

NUESTRA COMEDIA NO ERA TAL, SINO TRAGICOMEDIA 


En el escenario urbano los arquitectos no han dejado de dibujar y pintar el decorado: en las pasadas décadas de los setenta, ochenta y noventa, y en este siglo hasta hace bien poco, en las laderas y en las lontananzas de Puerta Rey, Rectivía, Santa Clara, y en menor medida S. Andrés, centenares de viviendas y un gran número de inmuebles públicos han ido coloreando un espacio vacío, asentados en los costados de nuevas calles, avenidas y jardines. En el entorno de los tres puntos de referencia del elevado plano (Catedral-Palacio, Seminario y Ayuntamiento) algunos edificios han conservado su cara, mientras otros han sido, con desigual fortuna, permutados. Pero de poco para acá, por la embolia de Lehman Brothers y nuestros ancestrales padecimientos, de la escena han ido desapareciendo aquellas grúas cuyo brazo correteaba en el cielo y obligaba a las manadas de pájaros a dibujar meandros en su ordenado vuelo. Cuando se retire la pluma del Teatro Gullón, habrá acabado la comedia en Astorga, y será menester enrollar el decorado para enviar al archivo una época bulliciosa, barnizada de opulencia, y con unos personajes inocentes de que la comedia no era tal, sino tragicomedia. 


¡Qué sola está

la pluma del Gullón

en la comedia!


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XVI

3, octubre, 2013

¡POBRE GARBANZO DE PICO PARDAL!


Menudo y prieto se hizo con los años, en los pedregales y “barreales” de Valdeviejas y otros pueblos maragatos, refrescado solo con la lluvia del cielo, la cual, cuanto más torrencial golpeaba, mayor pico de pardal aparentaba. La Junta Vecinal de este pueblo, que fue agrícola con campo seco de garbanzales, centenos y trigales, hace unos años lo rescató del olvido, para manjar no solo del cocido sino de otros platos no menos suculentos, pues cuando al fin está hervido es tal su finura que ni la piel en el paladar se nota. 
   Parece que el garbanzo de pico pardal no puede ya volar libremente, porque algún avispado y ajeno almacenista hace unos años lo metió en la jaula, sepa usted, registró su marca. Y así anda tal sociedad, de nombre Luengo, en pleito con una denominada promotora de nuestro municipio, en la que figuran instituciones y sociedades. 
   Ahora que hasta los sabios de la capitalina Universidad pretenden convertirlo en legumbre selecta, resulta que quieren atemorizarlo paseándolo entre togas y pergaminos, a él, pobre garbanzo que, aunque se le diga de pico pardal, siempre tuvo la boca sellada.
  Mírenlo, solitario, rocoso, altivo con su pico, con esa prestancia que solo da la tierra a sus frutos cuando no se la empapa por agua sobrevenida de acequias y canales. Mírenlo, pues aunque con el pico sellado, si hablar pudiera diría: “Antes de que llegarais vosotros ya estaban los míos”.





Pico de pardal eres
y a pleitos te llevan,
sabor a miel tienes.





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XVII  

5, octubre, 2013

EL NIÑO DE "EL ROTO" NUNCA LLORA






Propuesta de imitación de diseño, con la viñeta de El Roto,  para portada de cuaderno escolar, que ha de ser debidamente reelaborada y no ha de contar con  el permiso del autor, pues, a buen seguro, le place que los padres se entretengan con sus hijos en tan artística labor.  Bien puede ser el tema de la primera lección, el primer trabajo manual, la primera reserva ante ese mundo, chupóptero de imágenes y de vidas ajenas. También  se pueden barajar  otras posibilidades, para la contraportada, como retirar al nene el chupete, con lo que habría que dibujarlo con la boca abierta, cambiar la silueta de la cara y añadir un bocadillo con las onomatopeyas de sus incesantes berridos, sin necesidad de rabillo  —en todo caso ningún ramillete de pompas para indicar que el niño sueña, se enternece, disfruta—. Y a ser posible, un cuaderno sin más aspavientos que una portada y contraportada de cartón prensado, sin más artificios que la nítida superficie de  su propio tacto y  belleza; sin más útiles que un sacapuntas, una   goma, y unos lápices  de grafito y de colores.







No, nunca llora

este niño de El Roto

nunca llora, no.

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XVIII

8, octubre, 2013



ESTAS TARDES DE OCTUBRE....










En este altozano y lomas que habitamos nunca un ocaso es igual a otro atardecer. En estas tardes de octubre, a la hora en que la atmósfera se torna acaramelada y melosa, el sol, antes de fugarse, se disuelve en polvo blanco sobre el Teleno, no sin dejar antes en penumbra los lienzos renacentistas de la catedral, e indultar a Pedro Mato, que impasible oculta su regocijo por las últimas bocanadas de fuego. Aunque acostumbrada a la luz sombría y al olor fúnebre de las reliquias, esa sacristía cercana, macerada por las mordidas de los cascos de los caballos napoleónicos, se ilumina desde el cimborrio, como si de lo alto surgiese el milagro de un chorro de luz.



Guarda el cimborrio
el fenecido sol
de Pedro Mato. 






























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XIX



13, octubre, 2013



EL CABALLO Y EL PERRO: AMIGOS DEL HOMBRE









Tienen los dos similar nuca y cuello, lomo y grupa. Y aunque el caballo luce sus crines como adorno bailarín y gracioso, el perro puede dotarse de un pelo frondoso desde los hombros al ijar, incluso en todo su cuerpo. Nacidos como complementarios para el hombre: en las labores del campo y en el largo caminar, uno; en la compañía y la protección el otro. Si alcanzan veloz carrera son dos bengalas en el aire. Y es entonces cuando de la tierra emana un repique acompasado: leve y timbrado cuando es rozada por las falanges, sonoro y seco si lo es por los cascos. 








Bellos los dos,

bengalas en el aire, 

fieles al hombre.




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XX
Foto de la revista "Consumer"

7, noviembre, 2013

UN ROBLE MUERTO, 
TRESCIENTOS ROBLES VIVOS

    




Eso me decía caída la tarde de este jueves nebuloso Pipo, el encargado del albergue de Rabanal del Camino, mientras agasajaba a dos peregrinos burgaleses recién llegados y que son para él como amigos de toda la vida. Si el roble tenía trescientos años, pues plantemos trescientos nuevos, para que este cromatismo, cárdeno, amarillento, este bosque tan solo interrumpido por el tajo embetunado de la carretera no se pierda nunca.

   Al olmo viejo de Machado lo calcinó el rayo, y a este roble del Camino fue el viento de este lunes, las oleadas huracanadas que cimbrearon su hueco tronco, desgarro tras desgarro, crujido tras crujido como un alarido de la madrugada, hasta doblegarlo. Pues aunque sea oquedad su tronchado tronco que perviva, pues a buen seguro que la maraña inmensa de sus raíces seguirán alimentándolo, y de él brotarán pequeños esquejes, efímeros sí, pero se renovarán siempre, como los brezos y retamas que a su alrededor en otoño se oscurecen pero, llegada la primavera, revientan floridos como flores de rosal y fruto de limonero.

   Era todo un símbolo, con su gigantesca copa, tan densa que los bancos amañados con lajas de pizarra, y que lo bordean, antes eran insignificantes cuentas de fruto negro y ahora declaradas ánimas de soledad y luto. Al caer esta tarde, ramonean las ovejas a su alrededor como es su costumbre, y los mastines andan un tanto desorientados entre las ramas recién cortadas, y os puedo decir que las huelen como si supuraran un nuevo olor, quizás hedor para su fino olfato. 

Foto de COPE- ASTORGA


 

Herido está
el roble de Rabanal
que no vencido.





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XXI


14, noviembre, 2013



FRÍO DE LUNA CRECIENTE Y DE LUNA LLENA








Cuando el 8 de noviembre a las diez de la mañana el cielo se mostraba así, con nubes deshilachadas, tan tibio en la catedral y el palacio, y apenas desafiante a sus sombras ondulantes en los cubos de las murallas, es que anunciaba el frío. Es este frío nuestro, que se siente en la piel los primeros días cual bálsamo refrescante; y como navaja de hielo durante esas noches de luna creciente, tan hermosas por su firmamento punteado de estrellas.

Y en días como hoy, 14 de noviembre, de luna llena,en verdad que la noche no se adueñará de la ciudad, y en campo abierto podremos disfrutar, pese a la persistencia de las nubes deshilachadas, de una claridad diamantina; porque el impenitente frío limpiará nuestros ojos con tal pulcritud que uno capaz será de percibir el brillo en la quietud del aire. Así lo anuncia ese sol que se esconde por poniente tras el Teleno, pasadas las seis de la tarde, con su color anaranjado: dejará paso a esa luna que espera, impaciente desde el naciente, tras la casa de la Judiega del pintor Sendo, monte arriba del Crucero, reinar en una inmensa bóveda de gemas azules.


                    Frío, un frío
               de creciente luna
                    y luna llena.

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XXII


18, noviembre, 2013



EL PERRÍN  BLANCO Y EL MENDIGO


No podemos llamar mendigo al astorgano que ha recaído en su alucinación y con un velón ´detodoacién´ encendido a veces se pone en día festivo al lado de la puerta de entrada de Santa Marta, y va hacia delante y hacia atrás dando tumbos; tampoco a su compañero de la comarca, conocido porque estuvo aposentado tiempo ha en los aledaños del Palacio, con el ojo puesto en El Caminante de escayola de Sendo, y que ahora, en el otro flanco de la entrada de esta iglesia, con los atributos de peregrino, reclama limosna para los dos. Tampoco es propio de tal gremio el otro astorgano con la mente en delirio casi permanente, ya de cuerpo más que flaco y quebradizo, de tantos golpes mortales como de continuo recibe al caer redondo sobre el pavimento, como días pasados a la puerta del Hogar del Jubilado. 



Este perrín blanco hoy a la una y media de la tarde estaba ahí, paciente, un día más acostumbrado a convivir con sus pensamientos junto a cualquier poste, como este de la pared norte del Seminario; pero que nadie se llame a engaño, hubiera enseñado los dientes y rugido  a todo aquel que hubiese osado acercarse a esa mochila trajinada, a la jarrilla y a la manta con que se abriga junto a su amo y señor  durante la noche. Su dueño se había ido a dar una vuelta por la ciudad, para ver en qué lugar reposar durante este día con noche que se aventura gélida.

Una hora más tarde los volví casualmente a encontrar; retornaban al mismo lugar, camino los dos de común acuerdo hacia el sol que recalentaba la muralla. Su dueño no es un mendigo cualquiera; así me pareció por la rudeza de su rostro, relativa juventud y fortaleza, por su vista nunca descansada en los viandantes y encaminada al horizonte, como alma errante que solo desea caminar, caminar y no acostumbrarse a ningún paraje para no volver a tener su alma prendida en los hombres.



Vela el perrín
la jarrilla y mochila
del fiel mendigo. 

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XXIII


19, noviembre, 2013




DAFNE...












Puede que no haya existido en Astorga nada más que una Dafne: Dafne Martínez Grande, la chica alegre y jovial que desde hace tres días es ceniza enamorada. En la primera casa de la calle Bosque, que conduce al Instituto donde hasta que Eros le arrojó la maligna flecha de plomo Dafne estudiaba, las ‘piracanthas’ 
están henchidas de racimos de bayas intensamente rojas y amarillas. No es abundante en Astorga este arbusto, espino de fuego, pero los dueños de esta balconada cada primavera y estío nos obsequian con sus manojos de leves flores blancas y amarillas, y en la otoñada y el invierno con este festín de belleza: la que siempre conservó esa diosa protectora de los bosques pese a su forzada transformación en abundantes raíces, largas ramas y copiosas hojas. La belleza alegre y jovial de Dafne, hoy y para siempre ceniza enamorada.








Dafne será
raíz, rama y hoja
enamoradas







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XXIV


1, diciembre, 201


PEINETA LUCE LA MAZORCA


Aunque algunos por estas fechas se sumerjan en los bosques cercanos para caminar bajo una vegetación cárdena y ambarina, otra es la belleza de nuestro menguado labrantío. Hoy mismo, después de ausentarse esa ‘brisina’ que afeitaba en las primeras horas del día, renacían los maizales de su palidez amarillenta y la tierra, recién sembrada, con ese sol dorado del mediodía, se tupía de caoba y nuez moscada. No desmerece el trabajo del labrador hasta llegar a disfrutar estos leves surcos con la simiente del trigo y la cebada, tempranos, cobijados (hay que apresurarse, porque a saber cuánto se hará de rogar la lluvia). Porque primero tuvo el labrador que voltear la tierra con las rejas y el cincel de la vertedera para enterrar el desecho de la cosecha y dejar que el aire y el agua penetrasen hasta las profundidades donde se apiñan guijos, gravas y cascajos. Y antes de pasear la tolva bailarina de la sembradora por la finca, hubo de pasar la grada, e incluso volver con ella una vez el grano derramado. Y ahora luce así, con esos surcos perfectamente alineados y en los que fructificará un manto primero verde, después acuoso, mas cuando crezca y rompa en espigas la tierra entera será un inmenso encaje granulado, esbelto y airoso. No, no desmerece el trabajo del labrador. 









Peineta luce
la mazorca dentada
y perilla ocre






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XXV

9, diciembre, 2013












CARÁMBANOS 
EN LA MOLDERÍA REAL 
QUE NO EN EL JERGA



No es frecuente que en el estío por el Jerga corretee el agua, antes bien, se estanca, y en su cauce crecen vigorosos helechos y cañas. Si por casualidad algún invierno el urogallo superviviente de las palas  eólicas otease  incansable la Peña del Gato, dada su abundante nieve, y fuera premioso el deshielo, entonces bajaría una torrentera que arrancaría de cuajo la maleza y dejaría su lecho como un campo de batalla arrasado. 

  No tiene pinganillos estos días el Jerga en La Eragudina, pues la escasa agua discurre perezosa, a lo más que alcanza es a disfrutar alguna coronilla congelada;  pero en la Moldería Real, que es  hijuela del Tuerto, el torrente del aliviadero de la aceña sita  en La Senra va tupiendo sus márgenes con  las chispas de la espuma acuosa, gélida,  gota a gota cuajadas en carámbanos de calcedonia,  tan intenso  es el frío de la noche, y del día, en paraje umbrío.

  



Cuajan carámbanos
en el aliviadero
de espuma gélida
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XXVI

21, diciembre, 2013





FELICITACIÓN EN EL SOLSTICIO DE INVIERNO,
INSPIRADA EN EL ACEBO DRUIDA Y SATURNAL








La Moldería Real, en el pago astorgano de La Senra, conserva, junto a los jóvenes chopos, antiguas paleras y humeros, un acebo macho, asturiano, salteado de diminutos y marchitos racimos blancos, de unas nueve varas de altura; y bien cercano, un acebo hembra, leonés, cuajado de bayas carnosas y cuya cumbre alcanzas con la mano. Pienso, con buen tino, que el depósito de polen del asturiano sobre las flores del hembra leonés resultó colmado en primavera, porque estos días, los del solsticio de invierno, como no ha nevado y los pájaros no andan aterecidos y hambrientos, el acebo hembra es todo él, ya digo, un rosario esplendoroso de cuentas rojas. Bendito sea: nuestras casas quedarán protegidas de hadas y duendes, y en las fiestas saturnales los esclavos, en tiempos harto calamitosos, se verán liberados de sus obligaciones para con sus señores.






Collares pone
el acebo de cuentas rojas
a la noche luna.




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XXVII

25, diciembre, 2013




SOL DE NIEVE





Fotos de un maizal, este 25 de diciembre
en el camino a Nistal; hacia las 14:15 h, con un intervalo de
un minuto aproximado entre ambas.
El sol lució a media mañana con una brisa húmeda y refrescante. Pero algo más tarde, como si se fuese fundiendo en el cielo una veladura, la atmósfera no se tornó pausadamente en un gris ceniciento, gris perla y gris marengo, como suele suceder mientras se va encapotando el cielo para avisar de que llega la nieve. Debía ser hoy grande su impaciencia por adornarnos con sus salteados y cristalinos copos (es día de Navidad), porque hasta eclipsar el sol y reducirlo a un faro en el firmamento el cielo no llegó a mostrarse gris ceniciento, ni perla, ni marengo, tal y como estamos acostumbrados, sino empapado de azul y de malva: sol de nieve. 



Un sol de nieve
en el  cielo teñido
de azul y malva.


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