viernes, 14 de septiembre de 2018

La tolva, 2


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                                             Tolva, carraquillo y canaleja; campanilla que suena cuando
                                              hay que reponer grano en la tolva.


   La tolva / 101


      A la tolva la podía haber llamado “tremunia”, como  Garrote en su Dialecto vulgar leonés, o ‘tremuella’, que es el nombre que se conserva en el  cauce molinero de la Moldería Real. El nombre, porque de  las paradas, con sus tolvas,  tambores,  piedras, rodeznos…, apenas,  en dos molinos, de los 22 existentes en 1929, hoy  perviven. En la tolva se vacía la quilma de cereal, que va recibiendo la canaleja, o ‘tarabilla”, la cual traquetea dentada por el  ‘carraquillo’  volteador,  y así  va arrojando  poco a poco el grano a la piedra volandera, que gira y gira sobre la fija ‘molandera’.  La harina cae, finalmente, al ‘farnal’; y, en el  entretanto, las aspas del rodezno son batidas por la furia del agua acorralada. No hay bravo cereal  bajo  piedras  volanderas; por eso el tiempo no se ha llevado su  olor a mies de estío. Como cien quilmas de cereal, vaciadas a la tolva, han caído hasta hoy  las palabras sobre este pliego; que  ha habido que moler, y roer, en  harina fina  de 1420 caracteres.  Ningún día ha sido  igual en la molienda: de alberjón en horas de luto; de maíz, en  las de pena; con la de trigo, hemos cantado la fiesta,  y si ha sido  de cebada,  la nostalgia; del centeno molido han nacido héroes y algunos villanos; de la avena, labrantíos y amapolas. Y en día de cernido, con el “salvao” chiflas y castañuelas. A ver qué toca moler en 2019, a las puertas está, ‘biendichoso’ para todos sea

        "El Faro Astorgano", 28, diciembre, 2018










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    Y la matanza (II)

       A mediados de diciembre amanecía el día con heladas negras, que levantaba el sol en un vaho humeante, entrada la mañana. Temprano, el día de la matanza, se llenaba la casa de tíos y primos. Los cerdos anticipan su muerte en los ojos de los amos, por eso el nuestro se arrinconaba, y había que  clavarle  el gancho bajo el morro, para arrastrarlo, y empujarlo por el rabo hasta echarlo en el banco; entonces sí que gruñía. Sujetas las patas con los ‘grillos’, y agolpados sobre su cuerpo, mi padre le tentaba ‘la pocina’, le adentraba el cuchillo y brotaba un chorro de sangre, que se recogía para las morcillas. Se le chamuscaba y raspaba con cristales o tejas, y los primos nos disputábamos las pezuñas y el rabo. ‘Echaban la parva’ (beber aguardiente),  y lo abrían  en canal, en el propio banco, para vaciarlo de las tripas y ‘la entrañada’. Una vez colgado, llegaba Consumos para pesarlo, llevarse la muestra del veterinario, y apoquinar al Ayuntamiento. Era todo un arte ‘desentertiñar” sus tripas, para lavarlas en el río; y el deshacerlo, adobarlo y embutirlo, hasta ver en los varales los chorizos, y en las artesas, en sal, el espinazo, jamones… Sin olvidar los mantos de manteca, que derretidos dejaban el poso de los ‘chicharrones”, con los que elaborar tortas que nos cocía el panadero. ¡Lástima!: esta costumbre, en la ciudad, pronto será historia, pues son menos de diez vecinos los  que hoy  crían el cochinillo.
   
    El Faro Astorgano, 13, diciembre, 2018








      La crianza (I)


       Hoy se considera costumbre propia de los pueblos, pero en Astorga no hace tantos años que en bastantes casas de los arrabales también se criaba el cerdo. Llegado septiembre, varios vecinos, mi padre entre ellos, por la Línea del Oeste traían de Benavente los cochinillos a la Casa Blanca, propiedad del señor Felipe, el Pellejero. Próxima a la vía del norte, en San Andrés, ahora está destartalada, casi abandonada, pero antaño las cinco familias que la habitábamos la teníamos en todo su derredor, aunque abundaban las cuadras y el barrizal en el camino, como un jaspe. Era una lata, en atención al nuevo inquilino, blanquecino y rosado, al que hospedábamos en la desinfectada cuadra con Zotal, el picar, en compañía de mi hermano,  la remolacha con los restos de una pala afilada;  añadirle después salvado, harina y agua, y removerlo todo para que, alimentado, durmiese agradecido. Yo lo maldecía, pues me interrumpía el rato del juego, pero él, complacido ante tal manjar, me miraba meloso, porque los cerdos se acostumbran a uno y no le faltan sentimientos. Crecía rápido y no era como las gallinas, sempiternas cantarinas, de cuando en cuando desplumadas, sino siempre lucido y, salvo hambruna, silencioso. Cebado, al final de su existir, con las pequeñas patatas de desecho, cocidas, podía rondar los 100 kg. Pasada La Inmaculada, al orondo cerdo le esperaba una noche de ayuno, preludio de su tragedia y de nuestra fiesta. 
    
   El Faro Astorgano, 7, XII, 2018



























de 11.000

  La llaman pirámide, y quizás mereciese nombre tan evocador la gráfica del censo de Floridablanca, en 1787, pero hoy en día, para la población española, su resultado no guarda parecido alguno con tal monumento egipcio. Y aún menos respecto de la vecindad de Astorga y de sus comarcas. Hay mañanas en las que uno preferiría despistar la mirada de las numerosas esquelas pegadas en los muros, o bien en los expositores cercanos a las portaladas de las iglesias; por la desazón al contemplar cómo se van para siempre  tantos parroquianos queridos de la ciudad, y otros de las comarcas, intensamente de la bella Cepeda. En nuestro municipio estrenamos 2011 con la mala ventura de menos de 12.000 habitantes, y el 2019 lo haremos, dados el ritmo de envejecimiento trepidante y de nacimientos calmados, con menos de 11.000; de los cuales más de 550 proceden de la migración, de Marruecos, Portugal, Bulgaria… Por otra parte, son 976, en este febrero, los astorganos residentes en el extranjero. Pintan bastos con estas cifras tan gélidas; máxime cuando la edad media es de 45 años para hombres y 50 para mujeres. No refleja nuestras edades, no, la espectacular pirámide de Keops, sino el típico barril de Jiménez, de estrecho culo de mal asiento —¡dónde los niños!—, y oronda barriga. Panza esta tan crecientemente hinchada que, salvo alivio de galenos, ‘terencios’ y artesanos, el cacharro caerá, finalmente, rendido, malparado.

El Faro Astorgano, 23, XI, 2018.



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Con Pilar Sánchez Cantalapiedra, viuda de Marino
 Amaya, y Salvador Amaya, su hijo, autor de esta
escultura de Blas de Lezo, inaugurada el 15, 11, 2014.
Plaza de Colón. 20, dic. 2014.


El Faro Astorgano, 23, noviembre, 2018      







«Mediohombre»


  Los desgarros por el cuerpo, con que se ha retirado  el torero Padilla, son una carantoña si a uno le detallan la mengua con que fue a la tumba Blas de Lezo en 1741, en Cartagena de Indias, a los 52 años. Porque si los pitones pueden atravesar los muslos como un incandescente puñal forjado en la fragua de Vulcano, o vaciar un ojo, las bombas de aquel entonces ya podían cobrarse una pierna, descoyuntar un brazo o dejar el iris y la pupila en un cuenco de revenida ceniza. Todas estas calamidades le acaecieron al marino militar vasco, cuya heroica figura ha sido rescatada del olvido, con exposiciones ambulantes —en nuestra biblioteca, recientemente—, publicaciones, y una estatua en la plaza de Colón madrileña. A Salvador Amaya, cuyo padre, Marino, hijo de fogonero y nacido en Astorga,  cuenta con siete obras en nuestra ciudad,  le cupo esculpir esta escultura; verdadera faena de aliño, para mostrar la prestancia y dignidad de este español, tuerto, manco y cojo, al que se le encomendaban los más arriesgados cometidos. Como defender intereses dinásticos, la recuperación de plazas en Europa y África, o la limpieza de corsarios para dejar expedito el tráfico marítimo, y a resguardo las posesiones del vasto imperio de  Ultramar. En Colón está, con la casaca de almirante, la bota de la guardia de corps y la pata de palo, como presto a derrotar, desde el Castillo San Felipe colombiano, a las tropas inglesas.  


El Faro Astorgano, 9, noviembre, 2018













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   Alimentos

   Al caminar, uno encuentra a la gente aseada, bien alimentada. Son escasos los vagabundos:  los dos asiduos que desde hace años se reparten el espacio de la ciudad para su acción petitoria, en las iglesias y supermercados, y otros ocasionales, que se sientan, con el reclamo de un cartel de letras desdichadas,  en las cercanías del kiosco de Lorenzo Segura o en la acera de Los Sitios. Mas de no existir una suerte de auxilio social, ¡cuántos desasistidos veríamos por nuestras plazas! A Cáritas, o a los servicios sociales del Ayuntamiento acuden numerosas personas, con necesidades perentorias. Entre ellas, de manutención; cuando lo reclaman, el camión municipal enfila la carretera hacia León para recoger el sustento en el Banco de Alimentos y la Cruz Roja Provincial (también colabora la local). La institución católica, en su sede de Martínez Salazar, lo viene repartiendo, anualmente, a 80 familias españolas —de ellas, la mitad gitanas—, a 18 suramericanas y europeas y a 6 africanas; son  algo más de 42.000 kg de productos con caducidad. Y el municipio, en el sótano del Hogar, unas seis toneladas, para 17 españolas —cuatro, gitanas—, dos marroquíes y una búlgara. Todas ellas, asimismo, perciben frutas y verduras por un monto superior a las 15 toneladas. En nuestras calles es común el personal decoro, posible por estas instituciones, con sus voluntarios, que practican la virtud de la eficiencia y del anonimato.

El Faro Astorgano, 26, octubre, 2018





Padilla

   Tienen en su haber las redondas plazas tardes de gloria, de tragedia para el toro, y alguna vez lo acompaña en esta suerte el torero. En la nuestra, Sordito, el 23 de agosto de 1908, pitoneó por el ano al diestro  Serranito y le desgarró sus adentros; moriría dos meses después en un hospital madrileño. Igual infortunio corrió el novillero Carpio: por salir de la pobreza y alcanzar la fama de un Belmonte, fue recibiendo cornada tras cornada, hasta que en nuestra plaza, el  27 de agosto de 1916, el morlaco Aborrecido lo asaeteó para siempre; del Hospital de San Juan salió a hombros camino del cementerio dos días después, amortajado con hábito franciscano. Pero para los toreros, la mayoría de las tardes son de gloria. Como la de Padilla, con su faena de Astorga, en agosto de 2002. Presentaba entonces un aspecto galano: regaló al respetable faroles de rodillas y amarró los pitones del toro, así que el coso era un hervor de prolongados olés. El  domingo 14 se cortó la coleta, ahora con su cuerpo maltrecho, con los aderezos de su posterior apodo, el Pirata: pañuelo negro atusado en la  cabeza,  el parche cruzado en el ojo que le horadó el pitón de un toro, la boca terciada y muchos zurcidos en su cuerpo. Tuvo el detalle aquella tarde de gloria de dedicar el quinto de la tarde a la dinastía astorgana del toreo cómico, representada por Pepe Burgos. Bien merecido tiene para nosotros la placidez y el descanso.


“El Faro Astorgano”, 19, octubre, 2018


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El bastón

   Con motivo del centésimo aniversario del nacimiento de don Marcelo, varios intervinientes, en el Teatro Diocesano, van desgranando,  este martes nueve,  su biografía, desde sus orígenes familiares al final de su episcopado en la  diócesis asturicense. Procuro seguir el hilo de tantas palabras ilustradas, de las fotografías proyectadas que las acompañan, mas no quiero orillar el oleaje de imágenes  que despiertan  en mi mente. Pues para un niño astorgano la entrada de un obispo en la ciudad era un gran acontecimiento. Aquel 19 de marzo de 1961 fue un día de cohetes; de arcos de bienvenida  en las calles, uno, luminoso castillo antes de la vía férrea del norte: ¡y que si llovía!; pero los paraguas de entonces eran de abundante paño y la familia nos reguardábamos bajo sus tensas varillas, que campanilleaban. Discurría la comitiva del obispo, de venteo malva y blancor almidonado, bajo un palio que chorreaba. Un  año después, en el estreno de nuestra primera radio, fabricada por el ferroviario Fernando García, me impresionaron sus palabras vigorosas y las balsámicas de Esteban Carro, director de la emisora que se inauguraba. Todo esto revivo hasta la sorpresa final: la donación pública al Cabildo, por el perenne secretario de don Marcelo, Santiago Calvo, del  bastón (por él custodiado)  de carey,  con nuestro escudo  grabado en su pomo de oro, obsequio del  Ayuntamiento  ante su partida para Barcelona,  en 1966.


El Faro Astorgano, 13, octubre, 2018



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                         Dos hermanos

   Si uno se fija en los asilados en una residencia para mayores, verá caras con gesto satisfecho; empero otras en las que se ha asentado una abstraída melancolía, no tanto debido a que los hijos los hayan llevado al desarraigo en el último escalón de su existencia, sino porque allí los han depositado, para apenas volver, cual mercancía caduca. Lucía Santiago Manceñido, aunque la diabetes y otros males, delatados en sus párpados amoratados, la achacan, conserva la clarividencia, y le gusta mostrar al visitante las dependencias de su actual residencia, la bañezana N.ª S.ª de Castrotierra, con esa costumbre de la gente humilde, que se enorgullece al enseñar la vivienda por la que han empeñado la vida. Es su habitación clara y con paisaje, con una repisa de imágenes, la más destacada la del Cristo de los Afligidos cuando le bailan las flores en la remontada de El Postigo. Tanto ella, que vino a Astorga de Cebrones, como su difunto marido —va para 16 años—, Vicente Panduro, un barrendero canela en rama, han sido uno de los matrimonios de la nueva vecindad de Santa Clara, la de las viviendas sociales de los pasados 70. Cobra Lucía modesta pensión de viudedad y sus hijos, Vicente y Paco, las de minusvalía y orfandad, y así se van defendiendo. Cada día uno de ellos, en el cuatriciclo, por los arcenes de la N-VI, se acerca a acompañarla: no hay en sus ojos ese vaho que se adensa con la pena, sino  cristalina viveza.

El Faro Astorgano, 2, oct., 2018














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juárez & palmero· pixelado arquitectónico




Se vende

    En 2000, para tapar las bocas de lobo del centro histórico, fueron colocadas en sus solares vacíos  grandes lonas sostenidas por andamiajes. Atrajeron estos “Muros sutiles” la atención de miles de visitantes, que peregrinaban de una calle a otra para disfrutar en ellos la impronta de los artistas locales; hasta aparecieron agasajados en rotativos nacionales. Hoy, similar empeño resultaría una hazaña casi imposible, pues desde la reciente  oquedad  donde se alzaba la casa del alcalde Alonso Manrique, en el entronque de la muralla con la calle del Carmen, hasta la que fuera antigua botica de los Núñez en el foro, pocas rúas y plazas carecen de uno o varios boquerones: en Padre Blanco,  Santa Lucía, Santiago Crespo, García Prieto, Obispo Alcolea, La Cruz, Señor Ovalle, Pío Gullón… Es el nuestro un cogollo patrimonial cada vez más salpicado de medianeras disonantes; provisto, como los barrios extramuros, de carteles en banderola, o pegados, en las ventanas de edificios nuevos y antiguos, con esta  leyenda de inmobiliarias: “Se vende”. Uno de estos carteles ventea en la casa ruinosa de la calle Martínez Salazar, la que habitaron unos años Melquiades García Fidalgo y Mercedes Espina. Y por unos días, en 1912, Concha, hospedada  por su hermana, para tomar apuntes de Maragatería y Astorga: habría que rescatar la lápida con su efigie, para su reposición, pues tras tiempos de ruinas volverán otros  de alzados. 

El Faro Astorgano, 28, sept., 2018


















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Oro verde

  Desde el mirador de la calle Las Eras, al comienzo de ese camino embreado de San Román a San Justo, divisas en el horizonte las torres catedralicias en un Teleno brumoso; a medio camino, paralela, la chopera del Tuerto, cuajada en un cortinaje de verdor, y a nuestros pies gran parte de la planicie de su vega, en parte cosechada. Así es: hay cuartales de cereales, segados, con grandes rollos de paja empacada; otros de maizales con el grano en maduración; y, finalmente, los de lúpulo, acometidos estos días por tractores con un brazo acoplado, cuyas plantas cortan a ras de suelo para vender su flor. Si coges una de estas flores y la abres como un abanico te sorprenderán unos ovoides dorados, como pepitas de oro; por ello no es presuntuoso, dada además su rentabilidad, que las hayan bautizado como ‘oro verde’. Cuenta el Órbigo con 465 hectáreas de este cultivo cervecero, por el que se arriesgaron, en los pasados cuarenta, los labradores —biendichosos sean— el Jato, el Molinero, el Pirolo y el Carrero, de Carrizo. De adolescentes teníamos tirria a este fruto en calles enramado, pues había que pelarlo flor a flor para ganar unas pesetillas, pero ahora, al sufrir cómo decaemos y que nos beneficiamos tan solo de 72 hectáreas de tan preciado cultivo, nos gustaría ver más postes tutores, enclavados en diagonal, por esta vega del Tuerto y en su hijuela, la Moldería,  desde Presa de Rey a las Fuentes de Santiago.


"El Faro Astorgano", 14, sept., 2018

(Puntadas, soplos de vida,  desde la pequeña ciudad. Destellos de pequeña ciudad) 






«Mediohombre»
  Los desgarros por el cuerpo, con que se ha retirado  el torero Padilla, son una carantoña si a uno le detallan la mengua con que fue a la tumba Blas de Lezo en 1741, en Cartagena de Indias, a los 52 años. Porque si los pitones pueden atravesar los muslos como un incandescente puñal forjado en la fragua de Vulcano, o vaciar un ojo, las bombas de aquel entonces ya podían cobrarse una pierna, descoyuntar un brazo o dejar el iris y la pupila en un cuenco de revenida ceniza. Todas estas calamidades le acaecieron al marino militar vasco, cuya heroica figura ha sido rescatada del olvido, con exposiciones ambulantes —en nuestra biblioteca, recientemente—, publicaciones, y una estatua en la plaza de Colón madrileña. A Salvador Amaya, cuyo padre, Marino, hijo de fogonero y nacido en Astorga,  cuenta con siete obras en nuestra ciudad,  le cupo esculpir esta escultura; verdadera faena de aliño, para mostrar la prestancia y dignidad de este español, tuerto, manco y cojo, al que se le encomendaban los más arriesgados cometidos. Como defender intereses dinásticos, la recuperación de plazas en Europa y África, o la limpieza de corsarios para dejar expedito el tráfico marítimo, y a resguardo las posesiones del vasto imperio de  Ultramar. En Colón está, con la casaca de almirante, la bota de la guardia de corps y la pata de palo, como presto a derrotar, desde el Castillo San Felipe colombiano, a las tropas inglesas.  











La basura

  Por la calle Rodríguez de Cela, recién prendidas las doradas luminarias, que semejan a lo largo de las fachadas del suroeste una cimitarra ornamental, cada día laborable el camión discurre con una discreta caravana de coches tras de sí.  Se detiene en las bocacalles, y dos peones arriman a su parte trasera los contenedores de quita y pon, esos cubos verdes con que la ciudad inició este siglo, para ser pulcra avanzadilla ante los millares de visitantes a las Edades del Hombre. Cuando el conductor comprueba en la cámara de vigilancia que los cubos han sido volcados y retirados, reinicia la marcha; y el foco, asido a lo alto de la caja compactadora,  avanza por la calle como una desprendida luna llena entre residuos que, por su tamaño, no han resultado deglutidos. Otro  camión, pero de carga lateral, regido tan solo por el conductor, antes del alba,  iniciará su recorrido por los barrios y diseminado, del extramuros. En  el silencio de la noche se oirá el rugido de su motor, el anclaje del tetón al aprisionar los grandes contenedores, y el soplido y vaivén por la descomprensión en su volcado y reposición. Tres tardes se encaminará hacia los cuatro pueblos del municipio. En total, cada día, arrojamos los 11 mil y pico de astorganos, aparte del cartón, del vidrio…, 17 toneladas de basura. Desentonamos, con esta opulencia, en las históricas calzadas que nos hermanan con los pueblos allende del Pirineo.

El Faro Astorgano, 31, agosto, 2018









("Mesa de los pecados capitales", El Bosco)


    7 plagas


  Hasta ahora, a nuestra ciudad, para dañar su imagen y sosiego,  le han sobrevenido, desde que se aturdieran las aguas bajo el puente de cuello de oca del Bernesga,   el 12 de mayo de 2014, siete de las diez plagas de Egipto, narradas en el Éxodo; tales calamidades, sucesivas como mazazos de martillo pilón, y aireadas, en España, o hasta el confín del universo, son fruto de cinco de los siete pecados capitales. Pero ya camine en naciente por las habituales calles, o me aventure al ocaso por los hermosos pueblos de los arciprestazgos de las tres provincias, la vecindad atiende a su cotidiana costumbre. Trajinan los presbíteros de una parroquia a otra parroquia, de una procesión festiva a un cementerio jalonado de brezos y retamas; se afanan los empleados del concejo y hay guardianes siempre en vela. Riegan los labradores  los campos, y si de secano fuesen, a la espera están de la cosecha de la mies. Se abren al  amanecer  tahonas y obradores, y se laborea en  fábricas, oficinas y tendales.  No le faltan a la holganza sus castañuelas: en los jardines, las frescas praderas, terrazas y bibliotecas. Explosionarán los fuegos para estas  fiestas y desde la muralla, ante tal festín multicolor, ascenderá  un ohhh que enmudecerá el último tronido; y seguirá saliendo a la calle este Faro, con sus glosas y noticias, bajo la centinela pluma, junto a otras plumillas, menores, pero no  carentes  de empeño y  donaire.

El Faro Astorgano, 16, agosto, 2018



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     El Chapín


    Estamos en la época de intenso riego. En las eras, hacia  Manjarín,  no se afanan los mozos con sus camisas blancas “flameando al viento”,  como nos recordase Ricardo Gullón sucedía, al rememorar, por estas fechas, en 1931, su paseo por el Jardín con el poeta peruano César Vallejo, junto a Juan y Leopoldo Panero, Lorenzo López Sancho, y quizás Gabriel García Espina. Hacia el suroeste hoy el campo es yermo. No por el oriente, en la vega de la Moldería Real, que cuenta con un labrantío de cereal y maizales, fecundos, porque se benefician de los antiguos regueros, que en ella nacen,  y de sus hijuelas. Son estos cauces el Cerezal, Zarzal, Pontón… Y El Chapín, que cruza esa barriada de Puerta Rey, de casas unifamiliares, con juego infantil en las calles y  nocturnas tertulias de estío. No debe su nombre esta vecindad (tampoco el reguero), como es creencia popular, a un legendario pez, sino al del  orificio para la toma de agua, al molino de Quintana, en la Moldería. Del tamaño de un chapín era el boquete por el que se colaba la tasada agua para suministro del monasterio de San Dictino, el pilón cercano, la Colada y las “tierras y linares” del entorno.  Chapín era el zapato, con gran plataforma de corcho, de las cortesanas desde el XV; con el que se espigaban y libraban el brial de los barrizales. No les falta abolengo, pues, a estos vecinos de Puerta Rey, ni medieval sustancia a su reguero encañado.

El Faro Astorgano 3, agosto, 2018





(Mujer con chapines, cuadro del siglo XVI)

















Pedrisco mortal

   Justo desde la linde sur  de Astorga  a las comarcas norteñas, el pasado viernes, en torno a las siete de la tarde, fue taimado el trueno y virulento el pedrisco. Parecían haberse conjurado  el ya aquí olvidado dios griego Noto, destructor de las cosechas con las tormentas de verano, y el justiciero, cristiano, del "Apocalipsis", con su castigo bíblico —fue aquel un diluvio de piedras de hielo como talentos—. En las huertas de Puerta Rey, San Andrés, las verduras y hortalizas quedaron desnudas en sus tallos: la descomunal granizada con un viento huracanado todo lo arrasó. Pisar las praderas era destripar un sinnúmero de pequeñas manzanas, peras, ciruelas… El  arroyuelo de Manjarín, que desemboca bajo la N-VI en El Jerga, bajó henchido y se remansó, fatalmente,  en el particular zoo del aserradero de Isaac de la Fuente; quedaron incólumes las pilas de madera, las sierras con dientes cortadores, incluso los artilugios, en vela o reparación, de las festividades astur-romanas. Porque para todo parece tener tiempo Isaac: para la dirección asociativa empresarial, cuando toca, la dignidad de César, la dilatada jornada en el  propio aserradero, y el cuidado de su zoo. Muy doloroso para él tuvo que ser ir amontonando en el carretillo, ahogados, a 115 animales, la mayoría ‘pollines’ nuevos: faisanes, pavos, ocas, gallinas…, de procedencia universal. No le faltarán arrestos a Isaac para renovar la crianza.


El  El Faro Astorgano 19, julio, 2018







Los búhos

   Reconocidos edificios contemporáneos han alcanzado la fama por el valor neto de su arquitectura, no por albergar una rica simbología. Sin embargo, los monumentos antiguos, como catedrales, o palacios, con su paciente labra, en portadas, escudos, gárgolas, capiteles vegetales…, nos ofrecen la representación de historias bíblicas, escatológicas, nobiliarias… En Astorga, la catedral alberga tal festín alegórico que desentrañarlo requiere conocer siglos de arte y de acervo religioso; también destacan, con su ´orfebrería´ de piedra, el palacio episcopal y la fachada de la casa consistorial.  Algunos de estos elementos simbólicos han sido esculpidos por el cantero para ser disfrutados por minuciosos visitantes; como la rana sobre la calavera de la universidad salmantina o los dos búhos de nuestro palacio, resaltados en la intersección de los arcos de la sala del trono episcopal. Están encarados hacia el baldaquino del príncipe de la iglesia, para ensalzar la sabiduría. Pedro Mato, Colasa y Zancuda, nos cautivan, por su altiva presencia, e ignoramos a los recoletos búhos gaudinianos. Luis Miguel Alonso les infundió el halo del séptimo arte y Castorina los modeló en barro para su fundición; cada septiembre son galardón con que obsequiar a famosos cineastas. Estos días los dos búhos están en alerta, pues han llegado congresistas, que se fijarán en ellos y ensalzarán, en diversas lenguas, el genio de Gaudí. 


El  El Faro Astorgano 6, julio, 2018








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El mirador


  En la semana del fuego purificador del solsticio de verano,  después de tantos aguaceros, el sol remonta desde  las lomas  de santo Toribio a las siete menos diez. Hasta que este inmenso aro diamante  no alumbra, minutos después, las torres catedralicias y el cimborrio del seminario, en la ciudad no hay más son que el canto al alba de los pájaros, ni otro trajín que el de los peregrinos que  reinician su andadura hacia Compostela. Casi nadie  gusta de este mirador oriental de Puerta Sol, desde el que no solo se contempla el nacimiento del astro rey, sino el  acolchado de las verdosas vegas, con sus verticales choperas y negrillos de la Moldería y el Tuerto. Se trataba en 2010 de eso, de convertir los 225 m del talud de la iglesia redentorista, con baldosas gris verdoso, granitos y herrajes, en una peana desde la que disfrutar la cuesta de los romeros, los arcos ojivales, el hospital de realengo, el albergue de las Siervas…; y, también, como perpetuo homenaje a las familias que el 19 / agosto de 1952 perecieron aplastadas por el desplome  de la cercana muralla. Pero, ya digo, a no ser para balconada desde la que venerar a la Virgen del Castro, apenas nadie entra al mirador; no ha sido completado su ajuar, con sus cinco bancos, los durillos y retamas. Son unos grafiteros sus  señores, con pintadas de “perra Europa”, salteadas de una esvástica que no es la hindú dedicada al dios sol, sino la de raza hitleriana. 


EEl  Faro Astorgano,22. junio, 2018





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Foto de la época de la Transición.











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