REPORTAJES Y ESTUDIOS











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(Conjunto de dos artículos publicados en los medios informativos locales, a fines de abril y principios de mayo, 2019)

Calzada, Vía  y Línea: los tres bienes hurtados al desarrollo del  Oeste español 

Juan José Alonso Perandones


I



  Si algún recurso de beneficio económico,  no único, ni incompatible con iniciativas  comerciales o empresariales, le queda al Oeste español,  es el ligado a su patrimonio natural, histórico y de antiguas comunicaciones. En tres arterias, fundamentales para Astorga y numerosas poblaciones, situadas en unos ejes verticales que discurren por las provincias de León,  Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz.  A saber: la Cañada de la Plata (o de la Vizana),  como antiquísimo camino de trashumancia, la Vía de la Plata, calzada romana entre Mérida y Astorga, y la Línea del Oeste, el ferrocarril, clausurado, de Palazuelo (Plasencia) a Astorga.

   Al igual que el Romanticismo despertó un gran interés por las tradiciones, los viajes y la salvaguarda del patrimonio de los pueblos, durante el último tercio del pasado siglo en  España renació un interés por las cañadas, cordeles y veredas de la trashumancia; en especial hacia la Cañada Real de la Plata (o de la Vizana), con un estudio de aprovechamiento turístico, por parte del Ministerio de Transportes, en 1985. Nace este bien patrimonial en San Emiliano, atraviesa el valle del río Luna, las Omañas y nuestro valle del Tuerto, y después de un tránsito por Zamora y Salamanca confluirá en Trujillo con la Cañada Leonesa Occidental.


   Comentar la organización y desenvolvimiento de esta actividad pastoril llevaría tiempo. Baste el reseñar que previo al Honrado Concejo de la Mesta, de 1273, ya existían las llamadas Mestas Locales, incardinadas en los usos y costumbres concejiles. Toda una compleja organización administrativa y judicial la regía, con los llamados “miembros, asambleas y funcionarios como el presidente, los procuradores, contadores y alcaldes”; con dotaciones específicas, tales descansaderos, fuentes de abrevadero,  puentes y majadas. Constituían la cabaña, que bajaba hacia la Extremadura en abril y retornaba en octubre, no solo el ganado lanar, también vacas, cerdos…, y muchos pastores llevaban con ellos a sus familias.

    El establecimiento del tren, que propició la construcción de embarcaderos para trasladar los rebaños  en vagones (en Astorga se conservan en las Estaciones del Oeste y del Norte) supuso el decaimiento  de gran parte de la Cañada de la Plata, y prácticamente su abandono  por el posterior  transporte de los mismos en camiones y  la incorporación del pienso como alimento. Con las transferencias autonómicas este recurso patrimonial y turístico quedó al arbitrio de las autonomías, y el mentado estudio ministerial de 1985, en el que se contemplaba el aprovechamiento turístico de  sus recursos patrimoniales y recreativos, fauna, clima, paisaje…, duerme el sueño de los justos.

    Algunas iniciativas surgidas en favor de la trashumancia, desde dicho año 1985, tuvieron lugar en las celebraciones del Bimilenario de la fundación de la ciudad, 1986, a cargo  del pintor Sendo, el cual, con ovejas de distintos colores, llevó a cabo un tramo de esta ancestral costumbre con tránsito por la zona monumental (la denominó “Trashumus”); y la Asociación de Pueblos de la Vía de la Plata, nacida por empeño del ayuntamiento astorgano, en 1997,  para oponerse a la falsificación de la Vía de la Plata,  rememoró la antigua Cañada, con rebaños guiados por pastores y zagales. Inició esta  cabaña su andadura el 17 de mayo en el puente del río  Albarregas y el embalse, de origen romano,  de Proserpina, en Mérida, y la concluyó en Astorga el 21 de junio; corría el año de gracia de 1998. Desde entonces,  ha sido relegado al olvido un modo de vida y de relación humana, entre la meseta y la montaña, milenarios.


II. 


    Es incontestable que desde Mérida a Astorga existe una calzada romana (con un trazado conocido en más del 70 % de su recorrido y con un gran  número de vestigios ‘in situ’, de los más abundantes de toda Europa). El hallazgo en 1985 de un miliario,  el CCLIX, en el término de Milles de la Polvorosa (Zamora), que marca la distancia exacta desde Mérida a Astorga (en la medida en km actuales, 383), reafirma antiquísimos datos  sobre un itinerario, propio, específico. Al que le conviene  la denominación de Vía de la Plata, pues así consta, históricamente, en su trazado. Una calzada de tanta importancia debería haber merecido, y merecer, un respeto, una salvaguarda y promoción preferentes. Sin embargo, en  1997 se constituyó una Red de Ciudades de la Ruta de la Plata, con  el propósito de hurtar a Astorga su papel de cabecera de este camino histórico, en favor de Gijón, y derivar el  flujo turístico por la N-630, y su correlata autovía; es decir, promocionar el eje Sevilla-Benavente-León-Gijón, lo que ocasiona para Astorga y las poblaciones de la Vía en la provincia leonesa, distantes respecto a estos dos trayectos, un  perjuicio económico considerable.

      Aunque parezca inverosímil, a día de hoy, la Vía de la Plata solo está declarada como Bien de Interés de Cultural en el tramo salmantino, en virtud de un decreto del gobierno republicano, el 3 de junio de 1931. Dado que para obtener subvenciones europeas es preciso, previamente, su consideración patrimonial, no se han arredrado los diversos gobiernos regionales, los dos que poseen esta calzada  y los que se la inventan, en llevar a cabo la treta siguiente: iniciar los expedientes con trazado arbitrario para tal fin y dejarlos en suspenso durante años. Así han actuado, la autonomía de Extremadura, con inicio de declaración el 19 de noviembre de 1997, y la de Castilla y León el 20, XI,  2001; con criterios totalmente diferentes. En cuanto a las regiones usurpadoras, Andalucía no ha iniciado trámite alguno y la de Asturias se ha inventado lo que llama, pero que no “usa” en la difusión, “Ramal transmontano de la Ruta de la Plata”, según decreto del 11 de octubre de 2017. En la pantagruélica mesa de la falsificación de la Vía de la Plata falta aún un comensal: la autonomía de Galicia con la denominación Via da Prata para el trayecto Granja de Moreruela, Orense, Santiago (según catalogación, con un “intríngulis” previo, de 4 de mayo de 2016).

    Si nos percatamos, todos los intentos falsificadores van encaminados a soslayar la calzada en su tramo último, es decir, desde Brigaeco (Benavente)  a Asturica (Astorga), tanto por su poniente como por el este. No es un tema menor este fraude, ante todo para nuestra  ciudad bimilenaria,  pues le cercena las posibilidades de erigirse en el epicentro de las calzadas romanas del noroeste peninsular, con la relevancia patrimonial y económica que ello supone, de cara a su difusión nacional e internacional y para obtener subvenciones de la Unión Europea.  
   Junto a la Cañada y la Vía, para el tercer bien patrimonial, el ferrocarril “Línea del Oeste” de Palazuelo (Plasencia) a Astorga, no corren tampoco buenos tiempos. Inaugurada en Astorga el 21 de junio de 1896, quedó clausurada para el uso de viajeros, junto a otras  vías férreas deficitarias, el 1 de enero de 1985; y definitivamente para mercancías, y con autorización para “su levantamiento y nuevos usos”, en 1996. Así, con total impunidad se han arrancado y vendido tramos de la Línea, desvalijado casillas, estaciones…, se ha permitido ocupar las amplias franjas que franquean el balastro y se ha dejado, la que podía ser un atractivo bien patrimonial (con dos amplios pasillos peatonales a ambos lados de las vías), de comunicación y natural, a merced de peregrinas ‘sendas verdes’ o de la maleza. Usada, últimamente,  como propaganda política disparatada por algunos parlamentarios, ningún ejecutivo se ha planteado detener  su continuo expolio.
  
   La situación de desidia y de hurto en estos textos relatada, respecto a la Cañada y la Vía, de la Plata, junto al abandono del ferrocarril Línea del Oeste, indica cuánto tiempo se ha perdido, cuán grande es el daño patrimonial ocasionado y qué lejos estamos de preservar y  sacar provecho económico  de nuestros esenciales recursos patrimoniales. 



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 ("Libertad sin ira", relación de tres artículos publicados en los medios informativos locales en la segunda quincena de diciembre de 2018)

Libertad sin ira
Juan José Alonso Perandones

I


    La conmemoración del cuadragésimo aniversario de nuestra Constitución ha tenido este año un sello especial, no solo por la fecha sino por las circunstancias que vive la nación, con grupos políticos, hasta ahora minoritarios, que consideran la Transición un periodo fallido y su máxima expresión legal, pactada, como obsoleta.

   El desconocimiento de los entresijos de la historia reciente de España, en muchos de los políticos actuales, que nutren nuevos partidos, es palmario; probablemente,  porque con la era digital, y el telefonillo como gurú de toda sabiduría, mensajes largos gustan poco, e imágenes con mensajes breves e impactantes, mucho.

   Lo cierto es que en España, y por ende en sus pueblos y ciudades, el gran pacto de convivencia para superar los estragos de la Guerra, y la persecución de la posterior dictadura (tan cruel, en esta ciudad misma,  a partir de agosto del 36 y  en los primeros y pasados años cuarenta), fue el acuerdo entre fuerzas políticas del régimen antiguo y otras nuevas, algunas en el exilio, o en embrión; el punto de inflexión hacia una nueva época fue la legalización del Partido Comunista el 9 de abril de 1977.

   Nuestra ciudad, obviamente, no ha sido ajena, con su particular devenir, al acontecer de aquel periodo histórico. En 1978 contaba con una población de unos 12.000 habitantes (los padrones de entonces no tienen la fiabilidad de los elaborados a partir de los años 90); los problemas acuciantes, que abordaban los medios informativos locales,  atañían a infraestructuras básicas, como el agua, con problemas de potabilidad y de escasez, en ocasiones total, de cortes de luz, de pavimentaciones, incluso en el centro urbano; problema máximo era la situación del antiguo  matadero, en Puerta de Rey, y sus vertidos,  y la carencia de sepulturas en el cementerio,  así como el estado  de algunos colectores. La plaza de toros continuaba con desmoronamientos periódicos, y el Ayuntamiento, por su peligro, se planteaba su derribo total, con una gran contestación por los amantes de la tauromaquia. Un tema, en pugna con La Bañeza, era la posible construcción de una Residencia Sanitaria, para lo que Ángel Fuertes del Valle había elaborado un concienzudo estudio en aras a  su justificación.

      En noviembre de 1978, un mes antes de votación de la Carta Magna, la ciudad vivía sus acontecimientos propios, y otros, por su relevancia y repercusión, provinciales y nacionales. El azote etarra contra el Ejército y las fuerzas de seguridad ponía en jaque la embrionaria democracia; un número importante de ellos era de ascendencia leonesa. Por ello, ante la convocatoria de una manifestación en León, para el día 10, de repudio del terrorismo, Comisiones Obreras local publicó un manifiesto para invitar a los astorganos a participar en la misma, y dejar patente “su inquebrantable adhesión a sus compañeros de las Fuerzas Armadas y de Orden Público, en estos momentos inciertos”. La Operación Galaxia, siete días después, el 17, en la que varios militares, también Tejero, tramaron un golpe de estado, tenía su eco local, por la alarma y confusión producidas al coincidir con el paso de la División Acorazada Brunete, que retornaba de unas maniobras en el Teleno, por el madrileño Puente de los Franceses.

    La oferta cultural la protagonizaba la Obra Cultural de la Caja de Ahorros, con un programa intenso y variado. Con anterioridad al día de la votación del 6 de diciembre, había dedicado diversas jornadas al urbanismo, y a la propia Constitución, con la intervención de Cordero del Campillo. La promoción de la ciudad corría a cargo  del Centro de Iniciativas Turísticas y se destacaba el vigésimo quinto aniversario del museo catedralicio. Tema recurrente era la petición de la reposición de la cabeza en la escultura de Leopoldo Panero (entonces emplazada junto a la Capilla de San Esteban), que en la madrugada del 30 de octubre le había sido arrancada, y desaparecido, de forma rocambolesca. La Cámara de Comercio renovaba al presidente Luis González —que sería el próximo alcalde—,  en favor de Ricardo Trabajo. Y el Campeonato de Mus —Cívico Militar— Casa Mundo se sustanciaba con el triunfo de los militares, después de nueve años “de ayuno”.

    Un buen número de  grupos musicales, herederos de otros cuantos anteriores, ofrecían conciertos en la ciudad y otras poblaciones, como Europa, WHY?, Brasa, Quarzo… El guitarrista Venancio García Velasco cautivó con su repertorio el 15 de noviembre en la Casa de Cultura Leonesa. Había llamado la atención la subvención, 8000 pesetas,  de la asociación Los Arrieros, de San Andrés,  para la Banda, a cargo del superávit de las fiestas del barrio (era una época de extinción de bandas municipales en toda España y no faltaban partidarios en las Corporaciones de seguir esta pauta). La Banda festejará a Santa Cecilia, el 26,  según costumbre, con misa en San Bartolomé, concierto en el Cantón de la Plaza y comida de hermandad, sufragada por el  Ayuntamiento. Luis Álvarez, “Un Músico” publicará en El Pensamiento un artículo de su historia desde 1894. Los cines Velasco, Gullón y Tagarro ofrecían su cartelera semanal con algunas películas anteriormente vetadas, y en lo tocante al baile,  la discoteca Astón había sido destruida por un incendio en octubre.  Cuatro salas estaban abiertas, Michels, Anuska, Sala de Fiestas Maragato y Gaudí. Esta última en noviembre con gran protagonismo por celebrarse en ella, con gran éxito,  el Concurso de Travoltas.

     En el ámbito deportivo, el Moto Club Maragato quería convertir El Sierro en uno de los referentes nacionales del Moto-Cross y Trial, y presentaba (el dos de diciembre) la Miss Motorismo;  y la Peña del Real Madrid  celebraba su XX aniversario. El Atlético Astorga despertaba gran expectación en los diversos encuentros; en mayor medida esos días, por los sucesos acaecidos en La Eragudina el 26 de noviembre, dado que hubo actos de violencia ante el comportamiento del árbitro, en el partido contra la Cultural Promesas; se le  inculpaba  de favorecer, sangrantemente, al equipo visitante; tanto el árbitro como los linieres fueron golpeados y pisoteados, y el partido suspendido. La Cruz Roja impartía un Curso de Socorrismo en el desaparecido Colegio Menor Leopoldo Panero.

II


    La Corporación municipal,  en los prolegómenos de la votación de la Constitución,  estaba presidida por el abogado Luis García Gatón (que había accedido al cargo el 2 de febrero de 1974, en sustitución de Gerardo García Crespo). Era aquella, entonces, una Corporación inestable, con la oposición  de algunos ediles a los retos del momento, fundamentalmente urbanísticos. Y azuzada por el afloramiento de demandas sobre carencias ancestrales, de imposible resolución inmediata, protagonizadas por las vigorosas asociaciones vecinales, surgidas, a principios de 1978,  al albur de la democracia. ‘Los Arrieros’, de San Andrés, ‘La Unión’ de Puerta de Rey  y ‘Los Peregrinos’ de Rectivía, habían acordado una acción conjunta, reivindicativa,  a través de una Coordinadora.

    El alcalde había sufrido en los meses de febrero y marzo de dicho año un percance en su  salud. Cuando se incorpora de nuevo a la alcaldía las demandas de las asociaciones se acentúan. Mantiene una confrontación con El Pensamiento Astorgano, por haber denunciado a un redactor, al que acusa de haberlo injuriado en uno de sus artículos (pleito que en primera instancia se resolverá en contra del columnista). Presenta, cercano agosto, su renuncia al gobernador, que no le es aceptada. Se ha de  reseñar que, al tiempo, era diputado provincial y que la dimisión de otros alcaldes, en sus mismas circunstancias, de la Bañeza, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, y otros amagos, ya habían puesto  en riesgo la minoría gobernante de Alianza Popular en la institución provincial. Un nuevo hecho va a incidir en su anhelo de dejar el cargo: la entrevista que a Ángel María Fidalgo le concede, para La Hora Leonesa,  el 19 de agosto de 1978.

    García Gatón, en La Hora, se sincera sobre las grandes dificultades por las que atraviesa su gestión, en la que he recibido “más que zancadillas una falta de colaboración” y “no cuento con el apoyo del pueblo”. “Honradamente, tengo que decir que estoy agotado”, y lo que procedía “cuando empezaron a cambiar las cosas era que nos hubieran relevado inmediatamente”. También da a entender que hay concejales que están en la Corporación, más que por velar por los intereses de la ciudad, por los suyos propios. Y que el asunto que más lo ha quemado es la aprobación del desarrollo del planeamiento urbanístico porque “nos encontramos con una infraestructura que no es suficiente”, y el “sujetarse a normas cuesta trabajo”, “como las normas de la Ley del Suelo”, que “resultan impopulares”. En esa necesidad de regular el urbanismo de la ciudad contaba con las estimables colaboración e impronta de su teniente de alcalde, el profesor Virgilio Pérez (popularmente, don Virgilio).

    Por otra parte, se había manifestado la voluntad de poner coto a las abundantes infracciones urbanísticas. Y hay que recordar, como antecedente de la controversia existente en la ciudad, en lo relativo a establecer una normativa de la construcción, la reacción suscitada con anterioridad por la declaración de Astorga como Conjunto Histórico Artístico; ante la inmediata resolución de este expediente, se había celebrado un pleno el 24 de enero, en el que se tomó el acuerdo  de rechazar  las pretensiones del Ministerio de Cultura. En el  BOE del 27 de enero de 1978 saldría publicada dicha declaración patrimonial, ante la que  la Corporación presentará recurso —acompañado de 1300 firmas— que será, finalmente,  desestimado.

   Las declaraciones del alcalde  en La Hora Leonesa conllevan el que, en la sesión plenaria del 25 de agosto de 1978, en su ausencia y la del primer teniente de alcalde,  cuatro de los siete concejales asistentes (el número de ediles es de 17, pero era frecuente que varios no acudiesen) acordaron, contra él, lo que denominaron “moción de censura”. García Gatón insistirá en su deseo de retirarse de la alcaldía. Una relativa inseguridad late en el ambiente, no solo por los daños a la estatua de Panero, también por destrozos habidos en el Jardín, sucesivos robos, varios en  la calle Pío Gullón, la rotura de cristales de las cabinas telefónicas…; y la “broma pesada”, en momentos de virulencia terrorista, de avisar de la colocación de una bomba en el ayuntamiento, cuando el Pleno estaba reunido en sesión el 25 de  octubre —fechoría que sería repetida después para la Escuela de Maestría—. El paro en la ciudad había crecido hasta llegar a una cifra cercana al millar, con una cobertura de desempleo del 60 %.

    Las tres asociaciones vecinales, ante lo que consideran dejación municipal,  solicitarán al gobernador una reunión, que les será concedida el cuatro de noviembre; en la petición le habían sugerido la oportunidad del nombramiento de una Junta Gestora para gestionar el Ayuntamiento. La primera autoridad provincial, en su despacho, les comunica que ha concedido tres meses de permiso, por enfermedad, al alcalde y que visitará en los próximos días la ciudad. La gestión municipal descansará, como alcalde en funciones, en Virgilio Pérez, quien hará ímprobos esfuerzos por la continuidad de los proyectos en marcha.

    El gobernador, Luis Cuesta Gimeno, recién en el  cargo, había realizado la visita de cortesía a   la ciudad el 8 de junio.  Esta segunda vez —será  el 10 de noviembre—, lo hará para atemperar la inquietud existente. Mantuvo  encuentros con concejales (también con los del Partido Judicial) y asociaciones. Visitó varios lugares de la ciudad, con problemas de saneamiento, de pavimentación, el antiguo matadero… Y  manifestó el compromiso de la construcción de un nuevo instituto, donde reunir al alumnado de los dos edificios, pues contaba entonces con Sección Delegada; en este edificio de la muralla  estaban  también alojadas nueve aulas de primaria.

   Los Arrieros venían demandando una escuela de EGB para San Andrés.  Estaban, en octubre, ya casi acabadas ocho nuevas unidades en el González Álvarez, y la pretensión del director provincial García Gimeno (que se llevará a cabo), era trasladar a las mismas a los niños provisionalmente atendidos en las aulas de la Sección Delegada. Con la construcción de un nuevo instituto quedarían edificios disponibles para aulas de EGB. Tal pretensión provocó una radical oposición de la asociación vecinal, que pedía se diese prioridad a la construcción de sus escuelas.

III






   Ante el referéndum del 6 de diciembre, los actos y pronunciamientos en pro y en contra se intensificaron en las dos semanas precedentes. Gran importancia en este momento tenía el criterio de la Iglesia, local,  y del propio Ayuntamiento;  hubo posicionamientos particulares, opuestos a la Constitución, de forma destacada en El Pensamiento Astorgano —no por parte de su director, tampoco de sus  redactores—. El otro medio, Radio Popular, se mantuvo neutral, pero destacó la conferencia en la Obra Cultural, el día 17, del senador Cordero del Campillo, con sus razonamientos en pro de la Carta Magna. En cuanto a los partidos, la campaña  en contra la abanderaba Alianza Popular—que desplegó una propaganda intensa con carteles y publicidad— con aliados de Fuerza Nueva;  mientras que la favorable correspondió, entre otros,   a la UCD, que celebró el mitin más importante en El Gullón con Óscar Alzaga.  El PCE y el PSOE (partido este en fase de refundación) optaron por reuniones informativas en los colegios públicos, y en sentido también favorable intentaron influir en el voto la UGT y CCOO; en mayor medida este último sindicato,  al haber obtenido la mayoría de representantes en las pasadas elecciones de febrero, celebradas en empresas de la ciudad.

   La carta pastoral del cardenal primado, Marcelo González Martín (obispo de esta diócesis,  de gran carisma y aceptación popular, de 1961 a 1966), en la que se “desmarcaba” de la postura neutral manifestada por la Conferencia Episcopal, y que objetaba, para su aprobación, grandes reservas, en los aspectos religiosos,  de la  moral familiar  y educativo,  tuvo gran contestación en los medios informativos nacionales, y una  resonancia intensa y controvertida en Astorga. Por otra parte, la publicación en el último Boletín Oficial del Obispado del artículo “Epicentrismo, Cristianismo-Marxismo” despertó el interés de El Periódico de Madrid, considerándola preconciliar. Su director, Isaías Domínguez, matizó que tal artículo era el resumen de una conferencia, y que el obispo, Antonio Briva Mirabent,  no estaba en contra de la Constitución. En estas circunstancias, cinco días antes de la votación, el propio prelado ‘salió al paso’ y  realizó unas breves, pero muy significativas declaraciones, en las que manifestaba que votar ‘Sí’ no era contrario a la moral, y que se alineaba con la postura de la Conferencia Episcopal de “dejar plena libertad a los cristianos”. 

    El alcalde García Gatón, con funciones delegadas, se pronunciaba con serias dudas sobre la bondad del texto constitucional, en la línea del cardenal primado,  y con un reparo total hacia  la existencia de las nacionalidades. Sin embargo, el alcalde en funciones, Virgilio Pérez, más explícito,  declaraba a La Hora Leonesa, que la Constitución era liberal y progresista, que como leonés no le gustaba el término “nacionalidades”, pero “con ella puede gobernar cualquier partido político. Desde luego votaré que sí”. 

   El ambiente no estaba carente de tensión, por ello tanto en  los partidos como en  los sindicatos de izquierda primaba la cautela y huían de cualquier provocación, a sabiendas de que la aprobación de la Constitución era un paso esencial para la consolidación de la democracia. El Politicón (un seudónimo) narraba en El Pensamiento  del 19 diciembre, su versión de aquellos días:

   Con motivo del referéndum, en Astorga se vieron brazos en alto y propaganda intensa en contra de la Constitución y tal euforia se llegó a tener, en los amigos del no, que hasta concibieron ilusiones de poder triunfar. Hubo alardes propagandistas y hasta incipientes provocaciones, pues llegaron a dar prospectos a la salida de un mitin socialista y embadurnaron todas las fachadas con un NO tremendo /…/. CCOO y UGT estaban preparados, en menos escala para contrarrestar esta propaganda con profusión de carteles más razonables del SÍ, pero en vista del descaro contrario, y previendo incidentes, los directivos acordaron no hacerla, pues de haber actos violentos, aunque los impulsores fueran quienes fueran, significarían descrédito para la democracia.

   La votación el día 6 de diciembre de 1978 en el municipio  se desarrolló con total normalidad; con algunas quejas de jóvenes, con los 18 años recién cumplidos por no figurar en el censo, y algunas omisiones de otros (no reclamadas en la exposición de las listas); no faltaron  alusiones al frío pasado por algunas mesas electorales.  Con la primera votación contabilizada, sobre un censo de 8540, acudieron a las urnas  6291 vecinos: 5070 síes, 821 noes, 393 votos en blanco y siete nulos. En la mesa de Castrillo (para los cuatro pueblos) solo se contabilizó un voto negativo. Los votos positivos en Astorga, el 80,5 %,  fueron inferiores a los de la media nacional, que alcanzaron el 86’70 %.

   Las noticias más importantes, desde la votación del día seis,  hasta finalizar el año fueron la muerte, el día 8, del que fuera concejal, y alcalde en 1919 /1920, Adolfo Alonso Manrique,  y la manifestación reivindicativa, convocada por las tres asociaciones vecinales,  el sábado 16. Se cerraba así un año esencial en la historia de la ciudad,  con problemas encauzados y otros enquistados; el símbolo popular de estos últimos era la plaza de toros, en continuo desmoronamiento,  de tal suerte que el “torero local” Avelino de la Fuente no pudo ese año, en fiestas, hacer faena de lidia.  En  solfa estaban  las deficientes infraestructuras básicas, el suelo industrial, los centros educativos.  Se había  desarrollado un planeamiento urbanístico, así como proyectos y obras ejecutadas, entre estas  la urbanización del paseo Blanco de Cela, las piscinas descubiertas o las nuevas aulas en González Álvarez. Otras dotaciones se hallaban en licitación, recuérdense la ampliación del Centro de Formación Profesional (Maestría) o los talleres de COSAMAI.

   A partir de aquel entonces, la vida municipal y social de la ciudad  discurriría y sigue transitando,  salvo anécdotas y amargos sucesos  puntuales, con el espíritu de la canción de la Transición, del grupo Jarcha: en libertad y sin ira.

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Un periódico en la calle de la Zapata

Juan José Alonso Perandones

   San Andrés, afortunadamente, cuenta con calles que conservan su antiquísimo nombre, como San  Marcos o La Zapata.  Esta última, en su margen derecho, camino a Nistal, sigue en la actualidad con algunas viviendas renovadas, pero con el emplazamiento del antiguo caserío; y en su margen izquierdo, con la excepción de la última, cercana a la vía, igualmente. Ambas calles estaban a principios del siglo XX ocupadas por labradores, pero hoy ya solo está dado de alta en ‘La Agraria’ Miguel Alonso, vecino de San Marcos.  Los locales relativos a la información estaban ubicados en el centro amurallado, no en los arrabales (así, sin carácter despectivo, se referían a  San Andrés, Puerta de Rey y Rectivía), por lo que sorprende que en 1907 en la calle Zapata, en la planta baja del número 20 de aquel entonces, estuviese radicado un periódico,  su redacción y administración.

   Debemos a José Antonio Carro Celada (Historia de la prensa leonesa, 1984) el conocimiento de la relación de periódicos y revistas,   desde el primer ejemplar impreso, que fue el Boletín Eclesiástico del Obispado, el 16 de octubre de 1852, hasta los años noventa del pasado siglo. Astorga es una ciudad fecunda en imprentas y publicaciones; en concreto, en la primera década del XX, junto a los tres periódicos más relevantes y de larga duración, La Luz de Astorga, El Faro Astorgano (el actual, y único, ha recogido esta antigua cabecera)  y EL Pensamiento Astorgano, se publicaron no menos de otros seis periódicos, si bien con una  existencia temporal corta gran parte de ellos, y algunos vinculados a pugnas electorales.

   El radicado en la calle de la  Zapata 20,  llevaba el título de El Adalid, denominación que casaba bien, la de decidido guía de la colectividad, con su propietario, D. Francisco Bescos Pérez. La periodicidad de su publicación varió con el tiempo, de  mensual y semanal pasó a salir a la calle dos veces por semana, con cuatro páginas;  costaba cada número 10 céntimos (con suscripción trimestral, por un semestre o año, su costo era menor). Se calificaba como “Periódico Político–Independiente”. De las ingentes publicaciones periodísticas astorganas, para acceso público, en los archivos municipal o diocesano, contamos con muy pocos ejemplares antiguos; nos consta que sí hay colecciones conservadas, pero de propiedad particular. De El Adalid, en el municipal,  dos números, el 19, del 30 de enero de 1908, y el 22, del 20 de febrero de este mismo año. Según José Antonio Carro, en el primero, de 1907, se recoge la intencionalidad de esta publicación. El Adalid venía, según su director a “desenmascarar a los vivos que hacen en Astorga de la política gancho de sus desenfrenados apetitos de oro”; y este, Francisco Bescos, “supo de detenciones, incomunicaciones, amenazas y multas, pero aún le quedaron arrestos para publicar años más tarde ¡Fuera caretas!”.

   Poco sabemos por ahora  de Francisco Bescos, el director de El Adalid, aunque sí que trajinó con  su pluma por varios periódicos astorganos, como El Regional, nacido en 1906, el cual no llegó a celebrar su primer aniversario. Tampoco parece que se arredró para escribir en otros de la provincia, si alguna injusticia, consideraba, se había cometido con personas del ámbito de influencia de Astorga. Él mismo, en el número 19, de 30 de enero de 1908 manifiesta, a propósito de la reposición en su puesto del secretario del ayuntamiento de Luyego, que había sido suspendido en sus funciones por el gobernador: “Yo, que como tú no ignoras, estuve sujeto a dos sumarios, en virtud de otras tantas denuncias del entonces gobernador civil D. Antonio Cembrano, por haberte defendido en las columnas del fenecido diario conservador leonés La Opinión, de las resoluciones contra ti dictadas no puedo menos de congratularme del resultado de las mismas”.

   El Adalid es un periódico, por lo que se aprecia en los escasos números a nuestro alcance, que responde a un empeño muy personalista: las noticias locales, comarcales, varias dedicadas a la enseñanza, como era habitual, responden en gran parte a las querencias o fobias de su director, entre estas últimas la mantenida hacia el alcalde del ayuntamiento astorgano. Era habitual el insertar en los periódicos, novelas, relatos, por entregas, de gusto novelesco. Bescos en el apartado “Biblioteca de El Adalid”, los convierte en punzantes críticas hacia personajes políticos reales, agazapados en nombres inventados o conocidos por su apodo. La noticia más sobresaliente que aborda es el propósito, que resultará fallido, de prolongar el tren de vía estrecha desde La Robla hasta Astorga.

   Los periódicos de principios del XX, también las revistillas literarias, insertaban numerosos anuncios para coadyuvar a la financiación de los mismos; y varios de ellos dedicaban a tal fin la última página. En la primera,  junto al título aparecía en letra pequeña un apartado llamado “Advertencia”, que orientaba sobre cómo obrar con la correspondencia recibida por parte del lector  y la publicidad. Bescos era, sin duda,  un tipo muy peculiar y sarcástico, pues  en esta misma portada, junto al logotipo figura el habitual  apartado de “Advertencias”, pero con estos dos artículos. Uno primero: “No publicaremos Comunicados porque el que tenga algo que contar que se  lo cuente  a su abuela, si le vive”. Y el segundo: “No admitimos estos porque nos lo priva nuestro ideal, pero tenemos una colección de batutas, vulgo garrotes, a los que pregunten por nuestra fé de nacidos”. Iban acompañados  del habitual lema, en este caso también incisivo: “Para la vida privada, nuestros respetos; para la pública Palos de Ciego”.

   Más llamativa es la última página, con el diseño habitual de los periódicos de la época para la publicidad, pero que él  convierte en una crítica mordaz (y que repite, con el mismo texto,  número tras número). La encabeza con el título de “Anuncios incobrables”; el apartado mayor lo ocupa “La Compañía Destructora de Astorga, Sociedad en comandita. Oficinas y talleres: Plaza de la Desvergüenza (Al lado del Código Penal)”.  A continuación menciona tipos de materiales, y de obras, tras de los que, sin duda, los lectores de entonces identificarían a esa “sociedad en comandita”. Crítica abundante,  por la práctica del enchufismo; a la desvergüenza del caciquillo local, a la redención del servicio militar de los quintos con pingües réditos económicos. No faltan recomendaciones para tratamiento médico, por medio de  píldoras con que  depurar los grupos políticos…

   Nos quedan por despejar muchos interrogantes. ¿Quién era realmente Francisco Bescos Pérez? ¿Qué relación guardaba con la calle de la Zapata para radicar en ella, en la planta baja del número 20, en un entorno de labradores, la redacción y administración de su periódico? Quizás con el tiempo consigamos saber algo más; sería una manera de conocer nuevas  historias, algunas de malquerencia personal y política, otras pícaras,   de la ciudad y del barrio.





  Los Arrrieros. Revista de la asociación de vecinos de igual nombre. 
   N.º 28, diciembre, 2018


















(Dos artículos sobre Juan Panero, I  y II, publicados en El Faro Astorgano, el 28 y 30 de agosto, 2018, respectivamente. El segundo se acompaña de una foto de "Faro de Vigo" de 1927; para verla es necesario ampliar la página  de "El Faro Astorgano", la cual, con el texto,  se adjunta).





Juan Panero: de La Saeta a la mecánica (I)

Juan José Alonso Perandones. "El Faro Astorgano", 28, agosto, 2018

  Calienta el sol a las once de este cuatro de agosto. Aunque los ciclópeos negrillos, que atemperaban el sol hasta dejar el Jardín en un confeti  de penumbra se los llevó en los pasados ochenta la grafiosis, la nueva arboleda ya está crecida y en cualquier banco, o aquí, en la pista del kiosco,  frente al templete de música,  se puede disfrutar de la conversación en la frescura, con la cercana calidez del sol y de su llamarada de luz. Conserva Odila, la nieta de la saga de los Panero que perpetúa  el nombre materno, la prestancia, la memoria y ese buen tono propio de una familia que ha descollado desde los inicios del pasado siglo en los ámbitos de la abogacía y la banca, el comercio, la  empresa y la literatura.
   
   Comentamos, como es costumbre en sus periódicas estancias en la ciudad, los últimos acontecimientos, las entrañables cosas de la vida, las que van unidas a la familia, la salud y la enfermedad; con especial satisfacción celebramos la reciente edición,  preciosa y documentada,  de Cantos del Ofrecimiento, poemario de su tío Juan Panero que Manuel Altolaguirre  publicara por primera vez, en su imprenta de la calle Viriato,  en 1936.  Por estas fechas, le recuerdo,  en este Jardín paseaban en una mañana luminosa, de 1931, Juan y Leopoldo, su familiar Ricardo Gullón, prendados por la compañía del poeta peruano César Vallejo. Como en toda ocasión, mencionar a Juan Panero es para Odila revivir los momentos más felices de su  infancia en la casa abrigada por convento y catedral: porque todo en él era jovialidad, optimismo, afecto y desenfado.

   —Mira, significa tanto para mí que siempre traigo conmigo su retrato —me comenta después de extraerlo de su bolso.
        .                                   
   Me llama la atención la pequeña cartulina con los bordes acanalados: es un recordatorio con formato de pequeña foto; su imagen,  en el anverso, y en el reverso, su nombre, Juan José Panero Torbado,  con la fecha de su fallecimiento,  el 7 de agosto de 1937 (a los 29 años en accidente de tráfico),  y  una serie de versos bajo la cruz; reza impreso en Vigo. ¿Por qué, con las imprentas existentes entonces en Astorga,  estampado en aquella ciudad en la que  solo vivió en plena juventud?, le pregunto; ¿y cuándo, y por quién encargado, acaso por alguna especial amistad  que allí residía? A Odila no le viene a la memoria haber oído el  motivo  para tal elección. Le recuerdo,  con imprecisiones,  que los tiempos de Vigo son los de La Saeta y posteriores: los centrales años veinte del pasado siglo que tan bien supo reflejar de la ciudad, en la vida cotidiana y en el ambiente cultural, Esteban Carro Celada. Años en los que Juan Panero, como su hermano, retornará a la costumbre de escribir de continuo, primorosas cartas,  a sus padres, para dar cuenta  detallada de los gastos que deparan  la pensión, los estudios, el entretenimiento… 

   Aunque no le digo nada a Odila, cuando me despido de ella,  me propongo, al volver a casa, el  consultar mis notas y citas del feliz y provechoso periodo pasado por Juan Panero en Vigo, y recomponerlas para El Faro. No solo para satisfacción de ella y por aportar unos parciales datos sobre la biografía de una interesante vida,  truncada cuando más perspectivas literarias ofrecía; también, porque cuantos somos lectores del periódico gustamos de reconocernos en los valores de  nuestro pasado, actitud  esta compatible con sufrir el presente y soñar el futuro.

   En el verano de 1925 Juan Panero, que cuenta 17 años de edad, ha finalizado sus estudios de bachillerato, una vez superados  tres cursos académicos, como alumno no oficial, en el Instituto General y Técnico de León, al que estaba asociado el colegio astorgano San Luis Gonzaga  –que contaba con subvención municipal—. Dámaso Cansado, otra víctima en la cruel guerra que tenemos tan olvidado, Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón y los dos hermanos Panero, todos ellos jóvenes estudiantes, se proponen resucitar  una nueva revista, con el espíritu de El Fresco (1916 /1917): será La Saeta, que contará bajo el rótulo con unos versos del  mayordomo del obispo, Melitón Amores;  solo persistirá durante dicho verano, en nueve números o teclas, por el encontronazo, burlón, con un comandante pretencioso, recién incorporado al nuevo y flamante Regimiento de Infantería Órdenes Militares n.º 77 (actual cuartel).

   Juan Panero elegirá como seudónimo para sus artículos en La Saeta el nombre del poeta cordobés del siglo XV, Juan de Mena; a saber si por ser este cronista del Reino un avanzado del Renacimiento,  o por su obsesión poética.  Publicará en esta revista  sus primeros y encendidos versos, dedicados  a la joven astorgana A.C.P.,  “… igual que Garcilaso cantó a Gnido”, y contará con dos secciones,  en verso, “Cantares predilectos”, y en prosa, “Divagaciones”. En “Cantares” busca la chispa de los ediles y destacados personajes astorganos, mientras que en “Divagaciones” se dedica a hacer elucubraciones sobre los intereses pecuniarios en el amor, a detallar el cortejo a las chicas durante  los paseos en el Jardín,  o  a ridiculizar, con tono disparatado, los beneficios que otorgaría  un club, recién fundado,  para fomentar la afición al fútbol.

   No solo será  toda la “tramoya” de La Saeta la dedicación de Juan Panero, pues finalizado el verano tendrá que sufrir un examen para continuar, en Vigo, durante dos años, estudios superiores. Su hermano Leopoldo, asimismo, partirá hacia Valladolid para iniciar sus estudios de derecho.


 















Juan Panero: de La Saeta a la mecánica (y II)

Juan José Alonso Perandones, "El Faro Astorgano", 30, agosto, 2018



   El 21 de octubre de 1925 Juan Panero, con 17 años,  supera el examen de ingreso para la Escuela Industrial de Vigo; lo acompañará en este trance su padre, Moisés.   Durante los dos años de estancia en esa ciudad mantendrá una fluida correspondencia con sus abuelos, tíos… Y de continuo con sus padres;  algunas  cartas  —al menos se tiene el conocimiento de doce, una mecanografiada— cuentan con una hermosa caligrafía y varias de ellas llevan en el encabezamiento, junto a la fecha y dirección, pequeños dibujos basados en el sello de correos, en un mensajero, o cartelas con frases cariñosas para Charitín (la infortunada hermana pequeña que él no vería morir muy  joven). El dibujo fue una temprana afición de Juan, y se conservan evidentes testimonios: diversos personajes acompañados de textos de Ricardo Gullón, un cuadernillo de heráldica…

    Vigo será una ciudad para el joven Panero que le sorprenderá; hasta tal punto influenciado por su ambiente que al poco tiempo de su llegada en sus cartas deslizará expresiones en gallego con total naturalidad. Se siente cautivado por  su paisaje; así, el dos de noviembre, aunque ya conocía el mar por su estancia en el colegio salesiano San Bernardo, de San Sebastián (1920 / 1922), comenta: “… estuvimos contemplando el mar cerca de media hora, pues estaba por este sitio precioso”.  Y en otro momento:  “Creo que os contará mi padre el examen —de ingreso—, que creía iba a ser sencillo y fue de órdago, como decís los maragatos, pero yo ya no me lo considero, sino gallego, es una tierra preciosa, parece enteramente un jardín, que está en flor todo el año”.

   Pocas veces, durante el curso,  vendrá a  Astorga, pues el viaje en tren deparaba una duración de doce horas. Pero despedirá la mayoría de las cartas con frases afectuosas para los familiares; con su hermano Leopoldo mantiene una especial relación, y le reprocha, irónicamente, con el tratamiento de don, don Leopoldo, o mi queridísimo “frère”,  el que apenas le escriba, aunque irá a pasar unos días con él.  También se interesará por saber de amigos o de personajes singulares de la ciudad. Para  Juan (y  su hermano Leopoldo), el atuendo tenía  la máxima importancia: la ropa interior, el calzado, los trajes, los sombreros…, su limpieza y reparación son motivo de comentario o consulta en la correspondencia. Juan iba de punta en blanco, aunque en  las prácticas de taller vistiese el corriente mono.

    Otra cuestión que aparece con frecuencia en las cartas es el detalle continuo de los gastos que origina su estancia en Vigo. Los Panero contaban con familiares o allegados en diversos lugares de España y del extranjero, y  les confiarán la administración del dinero para sus hijos, como  sucederá en Vigo; si bien, en este caso,  pasado un tiempo, será la responsable la dueña de la pensión, que recibe el tratamiento de doña Rosina. El transcurso del aprendizaje, los exámenes y sus dificultades, la relación con los profesores, son asuntos, asimismo,  recurrentes.   

   Los dos  hermanos vivieron en su infancia y adolescencia  un ambiente cultural, donde las revistas, la lectura, el teatro, eran algo propio de las diversas sociedades. El   20 de mayo del mismo 1925 en el  Círculo Católico se había estrenado, ante la apertura del nuevo cuartel, la obra de Melitón Amores  Viene el Regimiento;  en la misma,  Leopoldo había actuado como el Teniente Alberto.  Juan Panero estará al tanto de las compañías teatrales que acuden a Vigo;  se comprueba que le resultan familiares,  y acudirá a las diversas representaciones, de las que emitirá oportunos juicios. Al poco de llegar, ya lamenta el que por preparar el examen de ingreso se perdió “ir al  Gran Teatro Tamberlick”, en el que actuaba la gran actriz Antonia Herrero, a la que acompañaba la cuñada de Julita Castro, Lis; de esta dirá que es muy simpática, pues días después saludó en la calle “a dicha señora y a otra cómica”.

   En Juan Panero importa la manera de contar sus vivencias. Durante estos dos años en Vigo uno de los  episodios  guarda relación con  la Navidad.  En carta a sus padres del 10 de enero de 1926 les relata cómo, temprano, el Día de Reyes, lo despiertan para que abra unos regalos: será un tambor de 0,95 céntimos y pitillos de una marca de chocolate. Al pronto entrará en su dormitorio José (joven con el que sale frecuentemente) “con una trompeta en la boca y una escopeta de fulminantes”, y un sobrino de un dentista de Astorga con “una pepona de cuatro patacos (perras gordas) y un hermano con una trompeta, bueno excuso deciros el expolio que se formó, parecía la Banda Municipal de ahí”.

   El  26 de septiembre de 1927 comunica a sus padres que ha superado todas  las asignaturas de perito mecánico. Seguirá vinculado a la ciudad olívica hasta aprobar la pertinente reválida, que requiere el anterior título, hecho que sucederá el 18 de enero de 1928. A finales de este mes se habrá mudado ya a Madrid, a la pensión de la calle del Carmen, donde se había trasladado su hermano Leopoldo, desde últimos de septiembre de 1927, para continuar sus estudios de derecho (que había iniciado en Valladolid) en la Universidad Central. No lo acompañará los primeros días por hallarse convaleciente en Astorga. Iniciarán los dos un periplo por los ambientes literarios que los relacionarán con varias generaciones de escritores.

    En cuanto a sus estudios, Juan será muy irregular; sus padres desean que aproveche el título de perito mecánico para obtener, primero, el de mecánico de aviación y posteriormente el de oficial aviador;  pero desechará esta propuesta por tratarse de una carrera, la militar, que requiere una férrea disciplina.   Para Juan Panero vendrán nuevos tiempos felices, hasta el estallido de la guerra, donde lucirá galones; y finalizará su vida, el 7 de agosto del 36,  en uno de sus viajes a Astorga desde León,  en el fatal accidente.   



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(río de las Molderas, 20-IX-1504, El Concejo de Astorga, 44, J.A.M. Fuertes





























Ultimando la restauración del sotabanco, que fue completa.
San Antonio Abad, en el taller, restaurado,
a punto de ser trasladado para la iglesia.

RETABLO DE ORO EN SAN ANDRÉS  

Juan José Alonso Perandones

     (I). A las cuatro de la tarde del  29 de septiembre el sol alumbraba  los colores  de la vidriera de la fachada suroeste de la iglesia, asentada en un soberbio dintel de granito bajo el que permanecían  cerradas las dos hojas,  de compactas puertas, entalladas con  la alta simetría  de las ‘entrecalles’, que separan las imágenes de seis apóstoles; al igual que su gemela, en el lienzo opuesto, todo el conjunto vítreo está acogido bajo un arco ojival, en barro cocido, doblemente torneado. En el interior,  a esa hora  ese  sol filtrado en  las seis imágenes,  en la del patrón  san Andrés, con su cruz de aspa, y en las de los demás  discípulos, emanaba hacia el centro del crucero toda una gama vaporosa, de tonos levemente acaramelados y celestes.

   Si en el palacio de Gaudí  la arcilla  luce  en su interior,  en bóvedas y nervios,  y el granito de sus muros  exteriores impera como un desafío al  ocre pétreo de la cercana catedral, para  esta iglesia  del barrio de San Andrés la piedra  blanca es tan solo un contrapunto, con su gracejo en ingeniosos capiteles,  dinteles y bolardos rampantes en la torre principal; es el ladrillo aplantillado, también con  remates  figurados en tan propio material, la argamasa de su construcción. No es esta la primera iglesia de la parroquia; pero  la antigua en 1897 debía sufrir tal deterioro que, pese a que la Junta Diocesana de Construcción licitó  aquel  uno de mayo una “reparación extraordinaria” (por importe de 22.026 pts.),  finalmente se optó por una nueva construcción, para cuyo diseño,  el arquitecto,  Álvarez Reyero,  en parte se inspiraría en el nuevo palacio episcopal en ejecución;  pasaría a ser director del mismo  desde 1899 hasta 1905.

    Tampoco se conserva el antiguo retablo,  posiblemente alguna  imagen, como la de san Andrés, pues en 1917  fue instalado el actual, procedente de la antigua iglesia de san Miguel, que ocupaba el centro de la plaza que hoy se rotula con  su nombre.  Encuadrado en el barroco leonés del XVIII, tal y como documenta y describe  Miguel Ángel González en El Faro del pasado 11 de mayo, es una obra valiosa, y no única, de Baltasar Ortiz, con una policromía y dorado a cargo de  Antonio Díez e Prado. Al retablo, desde febrero, Luisa  Castillo, M.ª  Luisa Dubois y Rosa de la Puente, de ‘Proceso Arte 8’, lo han ido despojando de sus esculturas para restaurarlas en su taller, o bien han desplegado su minuciosa reparación y  arte in situ.

   La colocación en tal  tarde septembrina, en su hornacina, de la última imagen reparada  por las tres restauradoras, no fue una labor carente de cierta emoción. Recién instalada, brillaba  el dorado de san Antonio Abad con sus estampados, como recién estofados, en todos sus atributos: en el báculo de la ancianidad, en  el libro de magisterio abierto en la mano, en  la campanilla limosnera que cuelga de su muñeca; e impoluto se nos presenta el cerdillo junto a su pie con el collar de campanilla para ahuyentar los comunes males. Uno en ningún momento se paró a  pensar que este retablo,  que de niño  le sorprendía, podía tener tanto esplendor macerado: por el polvillo del tiempo, por el humo de las velas, por tantos desafortunados “remiendos”,  y por la aplicación de  purpurinas y pinturas sobres los dorados y primigenios óleos o temples.  

   Reparar un retablo,  el cual, además del reajuste de sus medidas para la nueva iglesia ha sufrido deterioros durante más de dos siglos y medio, es una labor minuciosa, que requiere tiempo y gran  profesionalidad. En febrero,  las restauradoras  iniciaron tan compleja faena,  y la han finalizado  ocho meses después. En todo el conjunto han debido actuar: en la retirada de marquetería y clavos, de peligrosos cables y enchufes,  en la reposición  de partes del estucado y  de piezas rotas o mal sustituidas; o ya fuese el esmero destinado a  la limpieza del propio pan de oro, a la recuperación  de la policromía,  al tratamiento de la carcoma… No solo a san Antonio Abad le han devuelto su original  belleza, también a San Miguel y al demonio que tiene rendido a sus pies, a la Virgen del Carmen con sus escapularios para libranza del Purgatorio,  y a San Andrés.

   San Miguel y el diablo han sido anclados en una nueva peana, pues tanto el arcángel, con su lanza, como su esclavo  aprisionado a punto estaban de caer desde el ático hasta el presbiterio, y hubiera sido un infortunio que el primero hubiera perdido su belleza adolescente, la única ala no maltrecha, y semejante demonio su grotesca figura,  hasta los  dedos que no tenía amputados.    El santo patrón del barrio ha sido realzado con un nuevo basamento, retirada la fútil marquetería,  recuperados  los primitivos colores de su escultura y del fondo  de su hornacina, que fueron torpemente transmutados.

   No es un san Andrés anciano y sufriente por el martirio, sino orondo y en plenitud, con sus pies  descalzos cuidados;  sujeta ligeramente el aspa y el  libro con  sus delicadas  manos, y su vestimenta, de tonos azules y dorados, armoniza con intención o por azar con la pintura del paisaje que lo ampara, incluido el querubín  tras su hombro recostado.

    EL EMPEÑO DE DON EMILIO 

    (II).  La restauración de un retablo, con las campanas de la iglesia convocando a la oración,  origina sus trastornos.  Andamios,  y hornacinas despojadas de sus imágenes  por un dilatado tiempo,  han supuesto, para el párroco de San Andrés, don Emilio (Fernández Alonso),   y los feligreses, una orfandad y una sensación de precariedad en la solemnidad  e intimidad del culto. Nos cuesta a los profanos comprender la enjundia y el tiempo que lleva  la recuperación de una obra artística,  como esta, en la que las restauradoras de “Proceso Arte 8”  han tenido que aplicar con tiento todos los conocimientos  de un complejo oficio: pintura y escultura, dorado y talla, anclaje y entablamiento, estucado y desinfección… La impaciencia, pues, por ver el final de la obra es inevitable.  

   Así que el retorno  el 29 de septiembre  del  último santo,  san Antonio Abad,  ha sido  para  don Emilio como tener a toda la familia devocional de nuevo en casa. Familia completa, pues cuenta este retablo  con la representación de una esencial religiosidad: del Crucificado, de  ángeles y arcángeles, del culto mariano y de la santidad. Compruebo que lo mira de arriba abajo, ya completo, con la satisfacción de quien ha rescatado un tesoro  de religiosidad y belleza.  No es para menos,  desde el mismo sotabanco, que ha sido armonizado en sus tonos marmóreos con el conjunto, hasta el ático, todo lo que figuraba apagado o sombrío para  la vista, ahora es un deleite de fisonomía y vivo color.

    El  pan de oro,  de gran calidad, tan limpio y brillante,  lo unifica todo. Está presente en   la calle central, con San Andrés en la hornacina principal, el Crucificado y San Miguel aislado en la coronación;   en las dos laterales, con san Antonio y la Virgen del Carmen;   en las  entrecalles y  sus columnas, en la predela y sotabanco;  en ménsulas,  jambas y variadas molduras…  Verdaderamente,  no hay cuadrícula del retablo sin un broche de oro. Otros colores, azulados, rojos, sonrosados, de las flores, pajarillos, de las docenas de angelotes y querubines, de  los dos ángeles músicos en los dos extremos del cuerpo superior para anunciar toda buena nueva, muestran una más discreta  y delicada belleza.

   Con todo, don Emilio es parco en palabras: paciente y  discreto en el trato, al igual que  prudente y profundo en la predicación.  Con oficio, en suma,  pues como sucede  en otros  colectivos,  los fieles  siempre  son  de temperamento variado. Es uno de estos sacerdotes mayores de la Diócesis, en su caso entrado en la octava década,  que no desisten de su ministerio; al contrario, ante la necesidad se hacen cargo de nuevas feligresías, como en esta ocasión, y va para dos años, en noviembre,  de  la de San Andrés.  A ella ha trasladado su esmero,  ejercido durante 28 años en su tradicional parroquia, la de San Bartolomé,  por conservar y restaurar el legado patrimonial que le ha sido encomendado.  Ya hace una temporada  liberó de las hierbas que cubrían, como una pequeña selva,  el chapitel principal y los secundarios de la dentada torre cuadrada.
 
    Le pregunto que, con lo que tiene encima,  cómo  tiene ganas de meterse en  este  berenjenal, y me contesta: “El retablo necesitaba limpieza, restaurar piezas, eliminar xilófagos… Nuestros antecesores fueron capaces de crear esto, obligación nuestra es conservarlo. Se lo propuse al Consejo Parroquial y al señor obispo, que me dijo ¡adelante!, ¡adelante! He quedado muy satisfecho”. Indago sobre cómo se encuentra en esta parroquia desde la que hay que bajar y subir  empinadas cuestas para acceder al centro histórico, y que tiene áreas  urbanas tan diversas: viviendas muy precarias en todo ese corredor de la selvática y clausurada vía férrea, notables equipamientos, zonas humildes y otras  residenciales…  Me manifiesta que ha sido muy bien acogido. “Hacemos lo que podemos y buscamos la colaboración de los laicos”, me remacha.

    En la manzana de calles, antiquísimo corazón del barrio, aún se conservan modestas y tradicionales casas: véanse en la de la Iglesia de ferroviarios, en la Corredera Baja de panaderos, en La Zapata y San Marcos de hortelanos y labradores;  en medio de estas y otras rúas de no menor merecimiento, quería concluir,  ahí está la hermosa iglesia, exenta y realzada en su plazoleta, con su retablo de oro.


(Texto publicado en dos números de El Faro Astorgano, los días 20 y 26, octubre, 2017)
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La Cruz Roja de Astorga y los repatriados de Cuba: una historia de dolor y dignidad

Juan José Alonso Perandones

   A fines del XIX contaba Astorga con unos cinco mil quinientos habitantes. En el periodo de la llegada a la ciudad, por las dos líneas férreas existentes,  de los repatriados de Cuba y, en menor medida, de Filipinas,  agosto 1898 / abril 1899, se estaba construyendo el nuevo cuartel para la Guardia Civil, del que hoy se conservan algunos elementos, como los arcos, en el parque del Aljibe; se ejecutaba la ampliación del cementerio, a partir de la capilla, con gran debate entre los ediles y la iglesia local acerca de las atribuciones de cada parte. Los empresarios chocolateros,   Gómez Murias, Magín Rubio, los Granell…, habían construido o estaban en trámite de alzar sus nobles casas, con proyectos de arquitectos  con importantes edificios públicos en la capital y otras plazas  del Reino; algunos, con cometido municipal como Gómez Murias, concejal, o su cuñado Lombán Lombardero, alcalde. Resaltaban, el  "incompleto" Palacio y la iglesia de S. Andrés. Existía una gran preocupación ante los rumores de la desaparición de la Diócesis.

   “La Estudiantina” era en aquel entonces la agrupación musical de mayor fama, a la que la población seguía, no solo en la ciudad, sino en sus giras por provincias limítrofes,  porque representaba la honrilla local. El teatro La Amistad, de mayor renombre que el del Nuevo Casino, se remozaba para dar cabida no solo a compañías de fuera sino a aficionados locales y centros docentes. Tres eran los farmacéuticos que suministraban los medicamentos al Ayuntamiento para la beneficencia,  Primo y Rodrigo Núñez, y Paulino Alonso Lorenzana, apellidos que alcanzarían relevancia política en un futuro próximo. Gozaba de gran fama el tejedor Miguel Nistal Prieto, como muestran las expresiones de pesar por su fallecimiento (en marzo de 1899).

   Era una ciudad con  pujantes fábricas, de chocolates, harinas, mantecadas…, y que acometía la renovación del caserío urbano, con  ensanchamiento de calles (en el 98 la de Carretas,  hoy Lorenzo Segura); presta,  en suma,  a iniciar un nuevo siglo con ímpetu. No faltaban temores, como los producidos por el brote de viruela en San Román de la Vega, que ocasionó varios muertos,  y vacunación generalizada de los niños, para evitar la propagación de la enfermedad. El tema nacional de gran preocupación era la situación  por la que atravesaban las provincias de Ultramar, Cuba, ante todo Cuba, Puerto Rico y Filipinas, en guerra abierta  por la independencia. En toda la nación se recaudaban fondos, como colaboración con el Gobierno, de instituciones, como del propio ayuntamiento astorgano, si bien en la sesión plenaria del  uno de junio (1898) se recoge que no pueden librar las 1000 pesetas a las que se habían comprometido para la guerra ya que “no ha podido satisfacer los créditos que tiene contra el Estado”, pero que pagarán “nada más que pueda”.

   Con tambores de guerra, al haber sido acusada España (como se ha demostrado, falsamente) de haber hundido en La Habana el acorazado de EEUU Maine, en la primavera de 1898 regresó  de Cuba a su casa de la calle de la Culebra, n.º 4, por haber sido declarado “inútil para el ejército, Liborio Blanco y Blanco, aquejado de tuberculosis. Hasta su muerte con 28 años, en marzo de 1903, para su curación se llevarán a cabo cuestaciones públicas y despertará la lástima de la ciudadanía. El propio Ayuntamiento, en sesión próxima del 22 de junio,  le concede 30 pesetas para que pueda acudir a curarse “a baños”. Sería un precedente de una multitud que los astorganos llegarían pronto a ver en la Estación y  en las calles.   Y no solo en Astorga, sino en otras ciudades de la Nación. Para el Gobierno, la Cruz Roja bien podía   suponer una ayuda inestimable ante una situación previsible de emergencia,  ocasionada por las guerras coloniales  que España libraba desde años atrás.
   
  Cabe el recordar que fue el empresario y filántropo suizo Henry Dunant el artífice de  la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja, en 1863, para socorrer heridos de guerra.  España apoyó desde sus inicios esta iniciativa, y fundó  su sección nacional respectiva. La primera actuación tuvo lugar con motivo de la Tercera Guerra Carlista. Astorga contará relativamente pronto con su propia Cruz Roja local, según testimonio de las “Memorias” que de la misma conservamos (entre otras, la de 1899, a la que nos atendremos), y que son, junto a los periódicos y actas municipales,  la fuente que nos permite recordar su meritoria actuación con los repatriados de las guerras coloniales de fines del XIX. La de 1899 nos informa  de que “La Cruz Roja tuvo su origen esta ciudad augusta en el día 3 de diciembre de 1893, en el que, en virtud de una comunicación de la Asamblea Central de esta Asociación al señor alcalde de esta localidad, se reunieron en el Salón de Sesiones de nuestro ayuntamiento los Sres. Antón Ferrandiz…”; el resto de los componentes pertenecen a familias relevantes, de la clerecía, la cultura, las fábricas de chocolate, la medicina…  Su Junta primera celebró tres sesiones, pero resultó totalmente inoperante.

   La alerta del  Gobierno no sería  infundada, dada  la situación del ejército español, en Cuba principalmente, diezmado por enfermedades infecciosas, la rebelión articulada en guerrillas para alcanzar la independencia, la tensión provocada por  los EEUU, que desembocaría en la derrota en Santiago de Cuba el 16 de junio del 98.  Por ello,  a través de los gobernadores civiles había urgido la creación o revitalización de secciones de la Cruz Roja para atender a los enfermos o heridos, que habrían de ser repatriados. En Astorga se refundó  con espíritu patriótico,  en estos términos:

 Pasaron cuatro años, como acabamos de indicar, y España se vio arrastrada a una lucha injusta por una nación que se creía más fuerte y poderosa. Pero como era fácil prever que la lucha iba a ser sumamente desigual y sangrienta, pues con razón se podía temer que todo se iba a conjurar en esta ocasión contra nosotros, la Cruz Roja hizo un supremo esfuerzo como preparándose para atender a todo lo que pudiera sobrevivir, y con tal motivo hallándose en Astorga los Sres. Gobernador Civil de la provincia y el presidente de la Comisión de la Cruz Roja de León, citaron a los socios de nuestra ciudad.

     La Asociación  quedó  restablecida  con unos presidentes honorarios: el obispo, el gobernador civil y el alcalde. Con una Junta Directiva, cuya presidencia la ostentaba de nuevo el deán de la catedral, don José Antón Ferrandiz, la secretaría (que era la más efectiva) el médico del Hospital de San Juan, Eduardo Aragón Obejero; el vicesecretario, el maestro de Instrucción Primaria don Matías (Rodríguez Diez).  Y una serie de socios activos y de número de sectores muy variados: la clerecía, el comercio, la docencia, la platería, la farmacia, la abogacía... También en tareas concretas colaboraban socios auxiliares. En realidad, se aprecia una nómina representativa de las profesiones liberales, empresarios…, dado que cuantos participaron aparecen citados, en la “Memoria “ de 1899,  con su nombre y profesión. En la atención a la repatriación colaboraron, asimismo, las astorganas “que acudían a todos los trenes que conducían soldados, llevándoles caldo, leche y agua, y que cuando la Cruz Roja no podía recoger a todos /…/, se disputaban el llevar los soldados a sus casas, sin temor a las enfermedades que los infelices traían”; asimismo, organizaron una rifa benéfica con gran éxito, y reconocimiento, incluido el del Pleno municipal. Gran ayuda prestaron las congregaciones Hermanas del Buen Consejo y Siervas de María.

   El 28 de agosto de 1998 llegaba a Vigo, con repatriados del batallón Alcántara, el Vapor Isla de León,  y el 4 de septiembre siguiente, con otros del batallón Puerto Rico,  el Vapor M.L. Villaverde. Serían embarcados en trenes hacia sus destinos, muchos de ellos a través de la Línea del Norte, y desde Astorga, como enlace, por la Línea del Oeste. La  Cruz Roja, en principio, habilitó, cercana a la Estación del Norte, para atenderlos, una hospedería. Otros soldados, sanos y enfermos, se dirigían a sus casas en los trenes de habitual recorrido. El maestro y autor en este tiempo de la primera edición de su Historia de Astorga, don Matías Rodríguez, da cuenta en este artículo publicado en La Escuela, el 5 de septiembre / 98, la honda impresión que los repatriados causaron en los astorganos:

… Ante el tristísimo y conmovedor espectáculo que ofrecen los infelices que regresan de Cuba, apénase el corazón, abátese el ánimo más esforzado, y copiosas lágrimas afluyen a los ojos, costando supremo esfuerzo sobreponerse a la penosa natural impresión que domina a cuantos por deber humanitario, o por mera curiosidad, se presentan a facilitarles algún auxilio /…/. Regresan momias vivientes, hacinadas en trenes que a diferentes horas del día presentan el lastimoso cuadro que a todos sorprende y conmueve /…/. Regresan a sus hogares consumidos por la fiebre, atacados de la disentería y del paludismo, envejecidos y desastrosamente anémicos /…/. Aquellos robustos jóvenes, llenos de vida al marchar para la gran Antilla, y que al paso de las estaciones atronaban el espacio con patrióticos entusiastas vivas a España y a Cuba, vienen de allá silenciosos, no pareciendo sino que regresan como avergonzados…

    Continúa don Matías el artículo con consideraciones benévolas para los soldados; menciona cómo el día anterior en el tren que había llegado a la una y media de la tarde el jefe a cuyo cargo venían los repatriados les pidió agradeciesen al presidente y Comisión de la Cruz Roja de Astorga, la “cariñosa solicitud y esmero con que obsequiaba a los repatriados de Cuba”. Y dice no extenderse en detalles por la “circunstancia de ser miembro de la Comisión”. Este relato es un prolegómeno de lo que se le avecinaba a la ciudad, pues el Gobierno pronto decidirá que todos los repatriados que desembarcaran en los puertos de Galicia con destino  a cualquier parte de Andalucía, Extremadura y Castilla, y los que, asimismo, desembarcan en cualesquiera otros puertos con destino a las regiones de Galicia, Asturias y León, todos “habían de venir por Astorga”. En la “Memoria” de 1899, se da cumplida explicación de lo que supuso esta decisión:

   Como aquí los trenes de las líneas que vienen por nuestra ciudad no estaban combinados, resultaba que casi todos estos infelices tenían que detenerse en Astorga más o menos horas, lo cual originaba para nosotros un conflicto gravísimo, porque aquí ni había locales para albergar tanta gente y hospedarla como se debía, ni recursos para atender los gastos que los soldados necesitaban; y esto era mucho más grave porque el Gobierno que tal determinación había tomado, no mandó a Astorga ni una sola cama, ni una mala manta, ni mucho menos recurso de ningún género, y la cosa no tenía espera; todos los días llegaban trenes de animados esqueletos que, o había de recogerlos y cuidarlos como los infelices necesitaban o dejarlos acabar de morir en los andenes de la estación o en las calles de la ciudad. ¡El cuadro era terrible!

   La hospedería habilitada al pie de la Estación del Norte, con ocho camas,  pronto resultó insuficiente, pues había que albergar “doscientos, trescientos o más soldados a un mismo tiempo”.  Será el apreciado y caritativo obispo, Vicente Alonso Salgado, quien facilite dependencias destinadas a seminario menor para instalar en ellas una amplia hospedería; por su parte, el Cabildo,  patrono del Hospital de San Juan, “nada escaseó para la asistencia de estos infelices”. Fue un reto dotar las  instalaciones cedidas por el obispo a la Cruz Roja  en un tiempo brevísimo,  dos o tres días, de unas 100 camas, cocina, menaje, alimento diario…, contar con personal para atender la intendencia y el cuidado de los enfermos; y todo ello junto a la atención que requería estar al tanto de la llegada de los trenes. El Ayuntamiento se advertiría de la disposición por la causa del prelado y en sesión del 11 de septiembre tomó acuerdo de mostrarle agradecimiento porque “había puesto a disposición de la Cruz Roja el edificio destinado a salón de estudios para albergar los soldados repatriados que pernoctan en esta población y además veinticinco camas”; y aprobó la adquisición de “doce jergones, doce almohadas y doce mantas” para el fin indicado.

   Fue necesario, obviamente, el nombramiento de eficaces comisiones con los socios activos, de número y auxiliares,  para tarea que sin reparo hemos de denominar épica.  La  Estación era el lugar donde se iniciaban las atenciones:
A los soldados que solo iban de paso, se les daba lo que necesitaban y podía ser en el corto tiempo que aquí paraban los trenes, y se les servía en los mismos coches, agua, leche, caldo y mantecadas; a los soldados que se detenían en esta  estación esperando los trenes de otra línea, se les conducía a las Hospederías, muchas veces en brazos de los socios o en una silla, y allí se les suministraba cena, cama y almuerzo y si hacía falta comida, y los mismos servicios se prestaban a los que se detenían aquí para ir a sus pueblos /…/. A los enfermos y heridos se les curaba por médicos de la Asociación, siendo trasladados al Hospital de San Juan los que solicitaban /…/. Lo mismo se hizo cuando venían trenes especiales de repatriados, que vinieron muchos.

   Continúa la “Memoria” relatando cómo a estos últimos se les subía a la Hospedería principal, la del seminario, y siempre se les atendía aun cuando llegasen en escaso tiempo “trescientos o más”. Los 17 soldados fallecidos en la ciudad durante estos meses, de los batallones de Alcántara, Puerto Rico, Regimiento de Cuba…,  incluido en ellos el astorgano Enrique Barros (cabo del ejército de Filipinas), merecieron, individualmente,  especiales honras fúnebres, con asistencia de gran parte del pueblo “sin distinción de clases”, presididas por la Junta de la Cruz Roja, el Ayuntamiento y el gobernador eclesiástico.  

   A finales de febrero de 1899 apenas si llegaban repatriados. La Cruz Roja desmantelará  la hospedería y dejará libres  las estancias que el obispado les había cedido a primeros de abril. El Porvenir de León, en su número del día uno de este  mes,  concreta  que “ha comenzado a desalojarse la hospedería del seminario menor” y que “los catres y ropas prestados se devolverán a sus dueños; las camas propias de la Cruz Roja, a excepción de ocho que quedarán en poder de esta, serán remitidos a los Hospitales y Conferencias de San Vicente de Paúl”.

   Obtener recursos económicos para tamaña empresa, durante ocho meses, no es una cuestión menor. La Cruz Roja, antes de la repatriación,  tenía en caja 19 pesetas y  55 céntimos. El número de soldados asistidos en la ciudad no es posible cuantificarlo con exactitud: “Había ocasión en que, cuando pasaban trenes especiales, no era posible contarlos, y según nuestros datos fueron 7.129 los asistidos en nuestras (dos) Hospederías”, la ubicada en la estación y la del seminario. Para tal magnitud asistencial tuvo que  arbitrar provisión de fondos con estrategias diversas: de corporaciones y personas generosas, del prelado, de la Diputación, de suscripciones, de la Asamblea  Suprema de Madrid, de una rifa; de   una colecta por toda la ciudad, calle a calle: “Hubo pobres que daban 5 y 10 céntimos que era su único capital y mujeres del pueblo que no disponiendo de dinero nos daban un puñado de garbanzos para los pobres repatriados”. De todos los ingresos,  gastos y “pequeños bienes”, da cuenta  detallada en la “Memoria” leída a la Junta General por el secretario Eduardo Aragón,  el 31 de mayo de 1899.

   Dejar testimonio de esta hazaña benéfica, a través de un monumento o mausoleo,  fue un anhelo temprano de la Cruz Roja Local. Con tal propósito se dirigió a la Corporación para que les autorizase su emplazamiento en el actual cementerio. La Corporación les responde, en sesión del 22 de octubre (1998) que la pertinente cesión de terreno  se les otorgará en el “cementerio nuevo”, en realidad ampliación del existente  a partir de la capilla, cuyas obras se “terminarán próximamente a fin de año”. No se cumplirían estas previsiones hasta el otoño siguiente con la instalación, previa cesión del suelo, del monolito con los nombres de  los repatriados fallecidos en sus costados. Y en el cementerio perdura, con la incorporación de soldados de otras épocas en su parte delantera, para recuerdo imperecedero.



 (Publicado en el "Especial" de fiestas, agosto, 2017, de El Faro Astorgano).



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Sobre un personaje tan atractivo y ejemplar como don Matías, maestro, historiador, cronista de Astorga, publiqué tres artículos con datos inéditos en El Faro Astorgano (que aquí, más abajo constan). Una recopilación, y ampliación de los mismos, han sido recogidas por la revista Argutorio.   Se puede leer en:



Don Matías Rodríguez, un maestro y ciudadano ejemplar de la época isabelina y de la restauración (I)

  • Don Matías Rodríguezun maestro y ciudadano ejemplar de la época isabelina y de la Restauración (y II)













(Artículo publicado en El Faro Astorgano, en el especial de fiestas, 19, agosto, 2016)

…a costa de sangre



Carpio no fue enterrado en Catarroja, como era deseo de su familia; foto a la salida del Hospital de San Juan, portado por su cuadrilla, el 29 de agosto de 1916,  hacia la cercana iglesia de Santa Marta, para su funeral. Las razones en el artículo se explican. Será en 1923 cuando en el tren Mixto su cadáver vaya para Catarroja. 



Juan José Alonso Perandones

   La comisión organizadora de las ferias y fiestas de 1916 dio a conocer, con cuatro días de  antelación,  el programa de actos festivos que tendrían lugar del 26, sábado, al 30 de agosto. Los astorganos, a través de los periódicos locales, recibían los despachos diarios emitidos, desde Alemania y Francia,  sobre  la evolución de los diversos frentes de combate en la primera guerra mundial. La noticia local que aún seguía viva era el caso conocido como “crimen de los Finos”, cuya vista de la causa pronto se había de celebrar  en la Audiencia (sería el 14 de octubre). Fue aquel un  luctuoso suceso protagonizado el 13 de febrero por tres hermanos, que ocasionaron la muerte de dos mozos y varios heridos, a raíz de la discusión establecida por el texto de unas coplas cantadas en las que se sintieron ofendidos; todos ellos se habían reunido para celebrar  una merienda en el establecimiento que Antonino Morán ‘Tabarés’ regentaba en Rectivía.

   Los protagonistas mayores de las fiestas eran la Banda Municipal, los espectáculos taurinos y las diversas Sociedades con verbenas y representaciones teatrales en sus respectivos locales. Había gran concurrencia, no solo de las comarcas, sino de poblaciones lejanas, pues con tal ocasión eran fletados diariamente trenes especiales para los forasteros, por las Compañías  del Norte y del Oeste “a precios económicos”; por una vía llegaban desde Villafranca y León …, por otra acudían a partir de Salamanca, Zamora… La Banda recorría las calles para anunciar la fiesta con alegres dianas desde las seis de la mañana, acompañaba a la Corporación en las Vísperas, la tarde el sábado, y a las 9:30 del domingo a la “función religiosa”, en Santa Marta; amenizaba los bailes populares, los paseos, los conciertos en el Jardín, las iluminaciones especiales en la plaza Mayor o en la de Obispo Alcolea, los fuegos artificiales, las sesiones de cinematógrafo, las carreras de cintas… Los espectáculos  en el denominado “circo taurino”  ofrecían  como gran reclamo, el domingo,   la presencia del novillero Antonio Carpio, con gran fama de arrojado entonces; y al día siguiente la  de los “afamados Charlot’s y Llapisera y su “Groom”, que ejecutarían con cuatro becerros todas las suertes del toreo cómico”,  y “por primera vez en una ciudad de Castilla”.


   El primer coso taurino, en la actual plaza de los Marqueses, levantado en 1872, transcurridos doce años era una ruina. Igual suerte parecía correr el segundo del paraje del Jerga, que había sido inaugurado el 27 de agosto de 1900;  un año después ya manifestaba grandes deficiencias (en realidad no solventadas hasta su reconstrucción en 1990). En sesión celebrada por la Corporación el 10 de julio de 1916 el alcalde, Rodrigo M.ª Gómez, da cuenta de la solicitud del empresario arrendatario de la plaza, señor Pérez Carro,   en aras a que se le otorgue una subvención de “dos mil quinientas a tres mil pesetas” para celebrar “una excelente corrida de toros en el próximo agosto”; petición que fue denegada. El 18 de este mismo mes, el alcalde  accidental (lo será durante las fiestas y en el mes siguiente), Antonio García del Otero, a petición del arrendatario convoca una reunión con los comerciantes e industriales de la ciudad; el motivo era ofrecerles, además de la corrida un festival, si colaboraban a sufragar las obras urgentes que precisaba la plaza, valoradas en 500 pesetas (obligación que a él le correspondía costear al no superar la reparación tal cantidad); acuerdan adjudicarse, entre todos, un reparto posterior de este importe.  El deficiente estado de la plaza  afectaba ante todo a la enfermería y a su equipamiento sanitario, aunque este hecho no se tomaba en consideración.


   El domingo 27, día grande de las fiestas, lucía un sol espléndido: los astorganos habían despertado con las acostumbradas dianas y,  finalizada la corrida, podrían disfrutar de amenizados bailes en La Eragudina.  El comienzo del espectáculo estaba previsto a las cuatro de la tarde,  una corrida mixta, con  un torero, Torquito,  y el novillero  Carpio. Antonio Carpio Asins, natural de la ciudad valenciana de Catarroja, disfrutaba en España una temprana leyenda: primogénito de Dolores y Antonio, se empeñó en sacar de la pobreza a sus padres y a sus cuatro hermanos, el más pequeño, su ahijado Rafael, de tres años. Aspiraba su padre, pronto enfermo, a que lo sustituyese en su oficio de constructor de carros, o a que encontrase su futuro en Valencia, como aprendiz en una tienda de telas; a que cursase Magisterio, para lo que con gran esfuerzo le costearon la carrera; llegó a ejercer, por poco tiempo, de maestro elemental en su ciudad. En ninguna de estas ocupaciones y alguna otra, tampoco la docencia, veía el joven Carpio su porvenir, sino en los toros: llegar a la más alta cima como Belmonte (sobre todo emular a Belmonte), o como Joselito. Igual que todo maletilla participó en capeas y cerrados, y en la primera corrida en la que fue matador, en Écija, resultó cogido y volteado y sufrió un puntazo en la ingle. Llegaría a la plaza de Astorga con el cúmulo de veintiséis novilladas y un rosario de percances, con decenas de volteos y  cicatrices de cornadas en las ingles. Era su toreo, temerario, con la faja pegada al toro, lo que despertaba la expectación del respetable.


    Nada lo amilanaba en su propósito de triunfar y conseguir mejor vida para su familia. Se conserva una carta  posterior a su corrida del 7 de abril, en Madrid, de este año 1916, que dirige a sus padres, y que es muy significativa; había, esta vez, recibido una cornada de 10 cm en la cara interna del muslo izquierdo y un puntazo de 3 cm en la región glútea. Está fechada en la misma capital  el 26 de abril; después de una salutación inicial les escribe: La presente sirve para decirles que me encuentro mucho mejor y que ya casi no cojeo”, y finaliza con este párrafo: Sin más por hoy recuerdos a todos los amigos de esa, a toda la familia, las chicas y al Rafaelín y Vds. reciban un millón de besos y abrazos de su hijo que los quiere y no los olvida y que por Vds. anhela ganar dinero a costa de sangre.

   La ganadería que el arrendatario contrató para la corrida de fiestas pertenecía a Ángel Rivas (antes Neches), de Zamora, la misma que le tocó torear a Serranito en la plaza astorgana ocho años antes,  el 23 de agosto de 1908, y que por una cornada en la región anal  fallecería dos meses más tarde. Según El Ruedo,  la noche anterior a la corrida de Astorga, 26 de agosto,  antes de coger el taxi que lo conduciría a la estación, Carpio departe con unos acompañantes en un colmado de Madrid;  pretenden, sabedores de su intrepidez,  disuadirle de que acuda a torear en Astorga, por la mala fama que arrastraba el ganado de Rivas, de peligroso y viejo; intento vano:


 —¡Hay que triunfar o morir!... ¡Pero pronto!—les respondió.
   Bebió unos chatos de manzanilla con sus acompañantes.
 —¡Por tu buena suerte! —deseó alguien.
 —¡Que Dios la reparta entre todos! —murmuró el diestro.

     Estaba la plaza llena y había gran expectación. Uno de los toros, el primero,  que le tocó en suerte a Carpio fue Aborrecido. Se pega a él, como es su costumbre, lo que provoca el delirio del público puesto en pie en el tendido, en una verónica es enganchado por la ingle y lanzado por los aires; no quiere pasar a la enfermería,  lo lancea con la muleta, entra a matar señalando un pinchazo, vuelve a entrar a matar y Aborrecido, que se vencía del pitón derecho, se arrancó rápido, lo cogió de lleno y le ocasionó una terrible cornada con el resultado de una herida de 22 cm de extensión y 15 de profundidad y sección de la femoral; le brotó un chorro imparable de sangre.  Conducido a la enfermería, el doctor Julio Carro, de Santa Colomba de Somoza, con gran prestigio como médico del Hospital de la Princesa de Madrid, y el de la localidad, José Fernández Mena, intentan contener la hemorragia sin contar con el material quirúrgico necesario. En una camilla, y con todo género de precauciones es trasladado al Hospital de San Juan; gran número de personas sigue esta triste comitiva y se agolpa,  junto a la aledaña verja  del atrio catedralicio; los médicos siguen intentando mantenerlo   en vida, son muchos los dolores y extremada la sed. La cornada se anunciaba mortal.  Carpio manifiesta sus últimas voluntades, recibe los Sacramentos y muere a las diez y media,  abrazado por el  picador José Abad, “Torero”, con estas palabras: Me muero, me ahogo… ¡Madre mía! ¡Madre!. Fue amortajado con el hábito de San Francisco;  contaba tan solo veintiún años de edad.

Foto de Carpio, en la Plaza
de Madrid, abril 1916. 
   A la mañana siguiente de su muerte los periódicos, y las revistas taurinas en su siguiente edición, daban cuenta de la tragedia de Carpio, con datos extensos de su biografía, de su arrojo,  y del sueño truncado de triunfar como Belmonte; Toros y Toreros  que había colocado en la portada del once de abril una foto del diestro volteado por el toro en la corrida del día 7 en Madrid y aventurado que tal forma de toreo no depararía nada bueno, recoge la noticia de su muerte , con “cierta rabia” por un final que creía anunciado. En las crónicas, además del relato detallado de la muerte de Carpio, se denuncia  el lamentable estado de la enfermería, que se convertirá pronto en una “cuestión nacional”, así como los pormenores del abandono por los inmediatos responsables. También algún  periódico astorgano, como Región Maragata, denuncia el mal estado de tal establecimiento: El camastro, puesto que no era otra cosa, estaba pegado a las paredes, dificultando la operación de la cura, y la falta de luz, puesto que los malos cabos de vela eran los únicos medios para alumbrarse, hacían difícil los trabajos necesarios en estos casos de urgencia; tampoco se veía por ninguna parte personal alguno destinado por la autoridad local, como tampoco al empresario ni representante de él /…/. Los señores don Julio Carro y don José Fernández de Mena y el farmacéutico señor Ramos (Cadenas), quienes combatiendo con lo imposible, facilitaron al herido todos los adelantos que la ciencia posee prolongándole la vida cuatro horas.

   En Valencia y Catarroja las peñas taurinas, ante todo la de Carpio, abren una suscripción para sufragar el traslado del cadáver, que su padre pide sea embalsamado,  hasta su ciudad natal; solicita también  al apoderado, Isidro Amorós, que se traslade inmediatamente a Astorga, para que se haga cargo del diestro  y de su traslado a Valencia. Se realizan los trámites y se  recibe la autorización para tal fin por parte del Inspector General de Sanidad, pero al final no será posible. El Mercantil Valenciano (del 30 de agosto) recoge así las causas: La Peña Carpio recibió ayer mañana un telegrama puesto a las  8:40 en Astorga, por el tío del desgraciado torero, Salvador Cardona, manifestando que por razones de índole secreta no podía ser trasladado el cadáver a Catarroja y que ya daría más detalles a la familia. Ese día, el 29, Carpio será enterrado en el cementerio astorgano, según disposiciones de su cuadrilla, acordadas con el párroco de la iglesia cercana, Santa Marta, con unas honras fúnebres de tercera categoría; presidió el duelo el alcalde accidental, Antonio García del Otero,  y fue acompañado por  gran número de astorganos.

    La causa de la negativa del traslado del cadáver todo indica que fue una denuncia  por la situación en que se hallaba la enfermería. La Asociación Benéfica de Toreros, ante el pormenor de las declaraciones efectuadas por el picador Torero  y el mozo de espadas, Carranza,  nada más llegar a Madrid, sobre la peripecia vivida una vez corneado el diestro,  hizo entrega  al  propio ministro de la Gobernación, Joaquín Ruiz Jiménez (padre del posterior con el mismo nombre) de un escrito en que se dejaba constancia  del incumplimiento de la ley en vigor, lo que conllevó una revisión gubernamental de todas las enfermerías de las plazas de toros de España y nuevos requisitos que garantizasen para el futuro unas instalaciones adecuadas, con dotación de material quirúrgico.
  
   Lo cierto es que en el Juzgado de Instrucción de  Astorga se abre un procedimiento; el titular del mismo, casualmente,  Luis Amado, es valenciano, y su esposa de Catarroja; el juez, apenas enterado del suceso,  había telegrafiado al alcalde de aquella localidad expresando su sentimiento a la familia Carpio y ofreciéndose como autoridad judicial.   Se va a dirimir, ante todo, si el estado de la enfermería, de haber cumplido lo establecido en la Orden de Gobernación de 7 de junio de 1911, hubiera evitado la muerte de Carpio, como sostiene la Asociación Benéfica de Toreros,  o la cornada era mortal de necesidad. EL Pensamiento Astorgano, del inmediato dos septiembre, recoge con extensión el procedimiento que se ha abierto en el Juzgado astorgano, declaración de los médicos, del empresario arrendatario,  solicitud de documentación al Ayuntamiento…, y considera  que  Espérase no revestirá importancia dicho sumario, una vez comprobado que la herida del torero, ni con todos los adelantos quirúrgicos, podía haber sido evitada. Los padres de Carpio estarán en Astorga los días siguientes,  tres y cuatro; comparecerán ante el juez y realizarán manifestaciones de  “público testimonio de su gratitud al pueblo maragato”; el juez Amado, por su parte,  se compromete, según El Pensamiento,  a  “ofrendar (a Carpio) flores y luces en la próxima festividad de los Santos”.  En el número del 23 de septiembre, este mismo periódico anuncia que “el intenso trabajo sumarial ha sido enviado a la Audiencia. Carece de interés por cuanto la muy digna autoridad judicial no halló lugar a decretar ningún acto de procesamiento”.

    En la sesión que la Corporación municipal celebra, tres días después de la muerte de Carpio, no se recoge ni una línea sobre tan trágico suceso. Tan solo, en la del 20 de septiembre, aparece tal asunto  por el acuerdo tomado por los ediles de conceder la Cruz de la Orden Civil de la Beneficencia para don Julio Carro, dada “una gran exposición de contagio por la enfermedad que (Carpio) padecía”; este  expediente, no obstante,  debería ser tramitado por el Juzgado municipal, y así consta que sucede en marzo de 1917. La aspiración de llevar el cadáver para Catarroja no decaerá durante cerca de siete años. Su apoderado Isidro Amorós y en mayor medida  el novillero Rosario Olmos, promotor de  una corrida benéfica que se celebró en Valencia el 3 de diciembre de 1922 para recaudar fondos, fueron los artífices de culminar tal pretensión; el primero que saltó al ruedo en aquella lidia fue el creador del toreo cómico, el ya muy famoso Llapisera, que había ofrecido su espectáculo en la plaza astorgana  el día siguiente de la muerte de Carpio. El día cinco  de mayo de 1923, a las tres de la tarde, ante los padres del torero fue  exhumado en el cementerio astorgano el cadáver de su hijo;  su madre tuvo el coraje de vestirlo con el traje de luces que llevaba puesto cuando fue cogido por el toro Aborrecido; al día siguiente salieron hacia la ciudad del Turia en el Mixto. Llegó a Valencia en un hermoso arcón  blanco, y fue paseado por sus calles acompañado de  numerosos toreros,  periodistas taurófilos, cuadrillas y círculos taurinos y  un gran número de ciudadanos. Después fue conducido a Catarroja, a la casa familiar para el velatorio; al día siguiente, 9 de mayo,  a la iglesia y al cementerio. Carpio descansa desde entonces en un panteón con su efigie esculpida, con las inscripciones propias y de quienes  hicieron posible su vuelta a casa y tan digna sepultura. 

   En Astorga la accidentada corrida de 1916 permaneció largo tiempo en la memoria colectiva: la cogida de Torquito, pues tampoco pudo culminar su faena, la muerte de Carpio, el despacho nada menos que  de tres toros por el sobresaliente,  Habanero…  El torero maestro pasó a formar parte de la leyenda local. Las imprentas de la ciudad sacaron a la venta aleluyas, con su imagen o dibujos, en las que constaban poemas; unos fragmentos de  una de ellas (a cinco céntimos) decía así: 

                                   “Por varios amigos suyos,
                                  fue al hospital conducido,
                                  metido en una camilla
                                  y con cariño atendido. /…/.
                                  Con sentimiento grandioso
                                  Astorga vio su desgracia,
                                  con lágrimas en los ojos
                                  se despide del espada”.

    Carpio no llegó a  doctorarse, es decir,  tomar la alternativa, de mano de Joselito, un mes después, el uno de octubre,  en la antigua  plaza madrileña de Fuente del Berro, como se había contemplado. Tampoco pudo cumplir su deseo de equipararse a Belmonte, en la corrida que estaba prevista en el mismo coso cinco días más tarde, junto a este torero y los dos Gallo (Joselito y su hermano). Para el diestro de Catarroja compuso Reveriano Soutullo, en 1916, un pasodoble flamenco con su nombre,  con el siguiente subtítulo “Al nuevo fenómeno Antonio Carpio”. Y su sobrina nieta Giovanna Rives filmó, inspirado en su vida,  un documental en 2005  titulado El sueño temerario. Ese era su carácter torero, el de un fenómeno,   y temerario fue su sueño.



Págs. 1, 2

Págs. 3,4

Págs. 5, 6






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(Conjunto de tres artículos publicados en El Faro Astorgano, los días 30 de junio, 5 y siete de julio, de 2016, respectivamente).


EL PATRIMONIO HERIDO

 Juan José Alonso Perandones


 LA CATEDRAL DOLIENTE (I)


   Es una mañana de marzo, la del 29. La mesa del arquitecto Javier Pérez López está impoluta y  ordenada; vengo a conversar con él. Dentro de un rato, convocado por Patrimonio,  tendrá que acudir a un  nuevo hallazgo  arqueológico, romano,  en una obra por él dirigida, cerca de la Plaza, en San José de Mayo 8. Hace unos pocos días supimos de la aparición en tal lugar de unos espléndidos mosaicos y de la cabeza y extremidades inferiores de un bello fauno o sátiro, tan excepcional que a buen seguro pasará a formar parte del relato histórico e imaginario de la ciudad.  Es un dato más, que demuestra cómo los arquitectos de nuestra ciudad, desde los años 80 del pasado siglo, han tenido que buscar soluciones arquitectónicas para el importante legado que subyacía, y en parte perdura, bajo tierra. No es del urbanismo, tan vivo desde la pasada década de los sesenta hasta esta última crisis, con aciertos y atropellos que algún día habrá que revisar, de lo que vengo a hablar; tampoco de un gran número de inmuebles de nueva planta por él diseñados para  particulares,  o de los modernos edificios municipales en los que ha sido arquitecto redactor: el nuevo para la policía local, en construcción, el pabellón de deportes, compartido con Juan Múgica, o el Museo Romano, junto a Antonio Paniagua, la propia plaza de España…; no es tampoco mi propósito preguntarle por su intervención en el patrimonio “menor” eclesiástico restaurado, pues sería todo ello una historia interminable.

   Cuando en nuestra infancia, un día de 1965, se presentó ante nuestros ojos  la torre vieja catedralicia, que había estado amordazada en lo más alto por un andamio eterno, nunca pudimos pensar que parte del último piso y su chapitel eran un añadido reciente. La emoción fue la misma  un día de 1995,  cuando bajaron de la torreta  a Pedro Mato, para remozarlo, y  pude medir mi insignificante estatura con tan esbelto y airoso arriero. La catedral es majestuosa, ya desde su primer alzado ha lucido esplendorosa como una réplica perpendicular y altiva del vasto bajel  de la ciudad amurallada; así que no llegamos a adivinar, bajo tan imponente apariencia, hasta qué punto su gigantesca estructura y labrado estaban aquejados de endiablados males.  Desde la colocación de la primera piedra, el 16 de agosto de 1471 hasta 1704, en que se finalizó la torre rosada, todo un elenco de arquitectos y aparejadores, Gil de Hontañón, al que se le atribuye el diseño esencial, Francisco de Colonia, Juan de Alvear, Manuel de la Lastra…, participaron en su construcción. A otros, fundamentalmente a Javier Pérez López, modernamente, les ha tocado acometer su rehabilitación, cuando no corregir algunas intervenciones anteriores desafortunadas.

   En fechas que podemos considerar recientes se ha  puesto definitivamente remedio a su deterioro, bajo la presidencia en el Cabildo, primeramente, de 1986 a 1992, del que fuera director de su museo, Bernardo Velado Graña, y con gran intensidad, a partir de 1993 hasta nuestros días, de Miguel Sánchez Ruiz (sin cuyo acicate y capacidad de gestión su rehabilitación hubiera resultado imposible). Desde el simbólico acto de asentamiento de la primera piedra de la catedral hasta nuestra época median siglos y, con ellos, severos  quebrantos exteriores, en cubiertas y fachadas; y en sus ornamentos: qué decir de las gárgolas para evacuar el agua, ¡ay, esas gárgolas, tan simbólicas ya en los bestiarios, unas enhiestas pero otras aún mutiladas o perdidas! También daños  interiores, en el rejuntado de las altas bóvedas, en el retablo henchido en formas de Becerra, en los grandes ventanales cegados o con vidrieras deslucidas, en el órgano barroco, silenciado durante años, hasta 1985; o en el reloj de 1800,  que movía tres esferas (¡qué hermosa y simpar la astronómica del sol y de las fases de la luna bajo el rosetón de El Resucitado!), además del carillón que suena cantarín en el templo.  Me dice Javier que un día pensaron: “¿Y por qué no raspamos todo esto? ¿Cómo va a estar la catedral en su interior de verde?”.  Era costumbre el encalar los interiores de los templos para evitar la propagación de las pestes. Comenta, con satisfacción, cómo tras un trabajo en la inmensidad de la piedra salió la primigenia prestancia,  que hoy de nuevo vemos, en toda su evolución constructiva, desde la caliza gris a la los pilares rosáceos. “Algo así como retirar a la piel una pócima postiza y devolverle su natural frescura”, le digo. “Más, mucho más”, me responde,  y se pone a comentar tan gigantesca labor e inevitable polvareda, para limpiar desde el basamento de los pilares hasta donde se pierde  la vista,  en  los  florones con que se adornan las altísimas claves de las bóvedas.

   Javier Pérez López es un astorgano de buen porte y viste sin demasías, elegante en suma, con una airosa prestancia en el caminar, como si encarase siempre en la calle al viento. En cuanto a sus palabras, siempre las justas y esenciales. Si a uno lo acompañase el talento y le hubiese correspondido intervenir en la restauración de este soberbio monumento, palmo a palmo levantado durante dos siglos y medio largos sin perder  la  armonía, necesitaría un hatillo de pliegos y muchos años lunares para recoger sus sensaciones. Pues, ¿cómo llegar a calar profundamente en el valor de un gigantesco templo con una orfebrería en la que cada pieza, hasta finiquitados los chapiteles, están cargados de arte y significado? Me doy cuenta de que esta retórica mía no es una disciplina útil para un arquitecto de oficio como Javier, que ha de ir al grano y que viene ejerciendo de maestro cantero, de orfebre, de ese físico-cirujano en los fines del Medievo; con sus dibujos, tan pronto de trazos gruesos como de  finísimos arabescos, y sus emplastos para sanar las  enfermedades crónicas de la piedra y  afianzar sus cicatrices. “Repíteme eso”, le pido, y me contesta que en la catedral lo que importa es captar “esa idea común, como si fuesen sus genes, sin perder de vista lo que uno ha de hacer”. Adentrarse en sus genes, recapacito, para impregnarse de  su verdadera esencia y no desvirtuarla por un afán propio de notoriedad.



 CIRUGÍA Y EMPLASTOS PARA LA CATEDRAL (II)

   El Plan Director de la catedral,  en sus dos fases, la de 1995 y 1997, redactado al alimón por Javier Pérez y Antonio Paniagua, es la partitura, por fin acompasada y definitiva, de una rehabilitación integral: para la balaustrada con sus pináculos que circundan la nave central, y a la que se le ha sustituido la teja por pizarra, con una estudiada evacuación de las aguas y autolimpieza; para la restauración de las fachadas norte y sur, también la del oeste, con sus torres y el hastial que las comunica…; para la sacristía y el hospital, el claustro  y las cubiertas del museo… Una recuperación completa, de su exterior; y de su interior “abierto en el sentido de que entre la luz, con la apertura de vanos cegados, de nuevas vidrieras y restauración de las antiguas…”, me comenta Javier con el convencimiento de que se le ha devuelto a la catedral su  primer esplendor, su halo íntimo y fervoroso. Con dos mecenas, el Gobierno y la Junta, en sus respectivas áreas culturales, así como otras aportaciones, la esencial del Cabildo, Obispado, donantes de vidrieras, y un gran  entusiasmo y colaboración de los Amigos de la Catedral.

    La  rehabilitación de la catedral en estas tres últimas décadas no solo se ha centrado en obras de fábrica, y elementos tan destacados como el retablo de Becerra,  el órgano o  vidrieras, sino en otras aportaciones importantes: la ordenación del presbiterio con la incorporación de las sillas del coro de Vega de Espinareda (anterior a estas fechas, en 1977) y la separación del retablo del altar, mesa y ara, con el adorno de espejos procedentes de Moreruela de Tábara. Asimismo, la restauración del carro triunfante, la consolidación de imágenes  como la de Nuestra Señora de la Majestad, o del Retablo de la Pasión; la incorporación del  retablo del Hospital de San Juan y dotación de capilla al  Cristo de las Aguas…, la iluminación exterior y la reparación del propio reloj de 1800, de Bartolomé Hernández, por Hermenegildo Díguele y taller de Felipe García… Algunos  astorganos o vecinos cercanos han dejado su arte en las vidrieras, como Benito Escarpizo; en la ebanistería y tallado, Félix de Uña y Enrique Morán, y en el carro triunfante Jerónimo Alonso. Sin olvidar a otros artesanos, como Arte Granda, o Federico Acitores, el restaurador del  órgano que hubo de alojarse en la ciudad, para tal fin, durante tres años. Como suele suceder en  restauraciones de gran calado, surge alguna discrepancia, manifestada en este caso por el entablamiento del pavimento de jaspe de la vía sacra y retirada de las barandillas que la circundaban;  era  el último resto visible del solado de la antigua catedral, pues ya hace más de cien años que se colocó el parqué existente, con la cubrición, asimismo, de otras lápidas funerarias. 

   De todas estas aportaciones hablamos Javier y yo largamente, con el convencimiento, por mi parte, de que no soy capaz de abordar debidamente tan ingente labor. He dejado para el final el comentarle que aún resta una obra de gran importancia, para el patrimonio de la propia catedral, los sonidos que sobrevuelan la ciudad y el disfrute de los visitantes: la restauración de las campanas y dignificación de  la maquinaria con más de 600 piezas del viejo reloj  de Bartolomé Hernández, que se hallan en la torre rosada; asimismo, el remozamiento arquitectónico del interior. Hace años que no hay campanero y  el sonido de las campanas se rige hoy en día por un sistema electrónico.  Pero, para tal fin,  tanto las actuaciones de 1970 como  las de 1988  han sido totalmente desafortunadas: en la colocación desacertada de algunos  electromazos, en la sustitución de  yugos y cabezales, en la alteración  de la sonoridad tradicional… No hay campana que no precise una limpieza de los excrementos, los cuales  incluso ciegan sus bíblicas o terrenales inscripciones (algunas con epigrafía gótica, la más destacada probablemente en las catedrales de España). Las doce campanas de la torre rosada y la del carillón del interior, junto a la matraca, son un gran tesoro que parece pasar desapercibido: la Jordana, bajo el  chapitel; las Pascualejas, Feriales, San Antonio, María Asunción, Sardinera y Prima, y la gigantesca María, en la última planta; ya en el tramo cuarto, la Plegaria y Aguijón. 

   La catedral requiere una inversión cuantiosa para su conservación (las actuaciones realizadas sobrepasan los 600 millones de euros), y se ha venido  acometiendo lo fundamental, como es procedente,  pero nunca hay que desmayar hasta alcanzar los más altos objetivos. Le confieso a Javier que algunos astorganos, desde hace años abrigamos un sueño, que compruebo conoce y comparte: que se acondicionen y abran al público  las torres, para contemplar estas campanas y, en lo más alto, ver la geometría de la ciudad y los vastos campos y los pueblos que se avistan en las vegas y en las lomas que se van acrecentando en el horizonte como olas del mar. Sería nuestra torre de Pisa, con una hermana ¿gemela o melliza? Una posibilidad podría ser la intercomunicación: el conjugar el atractivo de las campanas de una  y la facilidad de acceso de la otra. La torre vieja o verdosa se halla completamente vacía; en su perímetro, como en la rosada o del moro, además de la estrechísima escalera helicoidal, se cuenta con el espacio de una generosa circunferencia, por la que es factible subir y bajar las campanas a través de las cinco plantas sin impedimento alguno. Por ella se podría ascender (a pie, por los angostos peldaños, pero también por medio de  un ascensor interno) y pasar, a través de las más altas balaustradas del hastial, a la cuarta y quinta plantas de la otra torre, la rosada, donde se hallan las campanas; quizás, a una de ellas se podría trasladar la maquinaria del reloj de Bartolomé Hernández.

   Y se haría tal sugestivo tránsito, de una a otra torre, con la cercanía de los dos templetes hexagonales, de gusto oriental, y bajo la mirada del pelícano que alimenta a sus polluelos en la cima del rosetón calado. La catedral astorgana no ha sido habitada por un campanero, maltrecho, jorobado y tierno, como Quasimodo, pero sus gárgolas, que también nos quedarían tan cercanas,  sin tanto empaque como las de Notre-Dame también son hermosas, y no faltaría quien las quisiera por cómplices para salvar del patíbulo a una gitanilla como Esmeralda.



DESVELAR EL PALACIO ENCANTADO (y III)

   Ya ha sido casualidad que esta segunda vez en que vuelvo al despacho de Javier Pérez, la tarde del 22 de abril, en la casa de los Panero los arqueólogos Julio Vidal y Mari Luz González diserten sobre el urbanismo romano de la ciudad y el último hallazgo arqueológico, de los mosaicos y del fauno o sátiro. El monumento sobre el que esta tarde le quiero preguntar expone también restos romanos y, en su día, fue depositario de un gran caudal de lápidas de la antigua Astúrica Augusta; aunque lo que principalmente alberga es el Museo de los Caminos. Augusto Quintana dejó escrito que el propósito de su arquitecto era el construir un edificio que a la vez fuera castillo, palacio y mansión señorial.

   La peripecia del Palacio Episcopal, por la mala fortuna del fallecimiento del obispo Grau Vallespinós en septiembre de 1893, que conllevó la incomprensión hacia el genial arquitecto Gaudí por parte de la Junta Diocesana de Construcción y su partida definitiva, ha sido tortuosa; el obispo Juan de Diego Alcolea puso gran empeño en continuar las obras, pero su traslado a Salamanca, en 1913, imposibilitó el remate del edificio. Si a Grau se debe su construcción, a Alcolea el evitar su definitiva ruina. El consentimiento del obispo Senso Lázaro, a los falangistas, de utilizar el Palacio en 1936, como su  cuartel y oficinas generales, incluso para alojar fuerzas de artillería, conllevó, además de un abuso espurio y doloroso para muchos astorganos, cuantiosos daños materiales en su fábrica y solados. En otro sentido,  la visión de Augusto Quintana de alojar en su interior el Museo de los Caminos, bajo el pontificado de Marcelo González Martín, fue todo un acierto, pues, además del valor intrínseco del patrimonio expuesto, ahuyentó definitivamente la idea de acondicionarlo como residencia episcopal. Desde entonces, con sus respectivos directores, el Palacio ha ido ganando estima y prestigio; y a ello también han contribuido destacados estudios, los del propio Augusto Quintana y, con posterioridad, de  M.ª Jesús Alonso Gavela. Entre otros beneficios, por esta singular obra Astorga figura en la nómina de ciudades del modernismo europeo.

   Si en la catedral se  ha venido ejecutando un programa global de restauración a través de la redacción de un Plan Director, igual suerte es la del Palacio Episcopal desde 2007, también de la mano de Javier Pérez López, con colaboraciones puntuales de Antonio Paniagua y Virginia González.  Aunque desde el 24 de junio de 1889, fecha en la que con la presencia de Gaudí se colocó la piedra de inicio de las obras, hasta los tiempos actuales ha transcurrido poco más de un siglo y cuarto, el Palacio venía estando necesitado de consolidación, de recuperación de zonas ocultas o maltratadas  y de un proyecto museístico y de uso acorde con los nuevos tiempos. Lo fundamental, me comenta Javier es “la envolvente, la restauración de las fachadas de piedra, de las cubiertas, cerramientos y vidrieras; y en sus adentros la pintura de las paredes, los suelos de madera, abordar la iluminación interna; asimismo, algunas mejoras en el jardín exterior, que fue acondicionado para la celebración del último centenario”; a ello se van a destinar, finalmente, un millón setecientos mil euros, financiados, asimismo, por la Junta y el Gobierno de la Nación.

    La actual intervención en el Palacio va mucho más allá de la imprescindible  consolidación, o de resolver problemas puntuales en la cimentación, ya que con ella se  pretende apurar interior y exteriormente todos los atractivos que un edificio tan singular ofrece. Así,  la recuperación del espacio habilitado en su día para la vivienda del casero; el acceso a las terrazas (desde donde apreciar el valor de las chimeneas, cresterías y balaustradas, y el entorno) y a la interesante estructura bajo las cubiertas, con la prolongación de la escalera helicoidal hasta el gran torreón cónico sustentado por una tela de araña tejida de barrotillos. Dejar diáfanas las numerosas naves del sótano y expeditos los espacios de la última planta, para congresos y convenciones. Un tratamiento adecuado de la iluminación interior que pueda sacar mayor fruto a las bóvedas y nervaduras, a la multiplicidad de capiteles, a los frescos de Villodas y vidrieras… El remozamiento del centenar largo de vidrieras, de gusto tan diverso según la estancia, de gran calidad al haber sido realizadas por la casa Maumejean, es, junto a los anteriores, otro hito en la restauración de este edificio. Sin desmerecer ninguno de los  conjuntos, el de la capilla tiene un valor especial: dieciséis vidrieras dedicadas a la vida de la Virgen, en consonancia con el retablo de Becerra, desde su nacimiento a su muerte, en episodios sucesivos, bien narrados por quien fue su director, José Fernández.

   En estas últimas décadas la ciudad ha tenido una transformación importante; en este nuevo impulso, la recuperación y restauración del patrimonio civil y eclesiástico son una garantía de pervivencia de su esencia para las nuevas generaciones.  La Iglesia tiene el permanente reto de conservar el inmenso legado de la expresión artística de la fe durante siglos; y  los arquitectos el de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos por gozar el patrimonio y hacer habitables las ciudades. En el fondo, le digo a Javier que su profesión también es vocacional, y es una gran responsabilidad, pero también una suerte  la encomienda que le han adjudicado. Y me contesta que “de las más satisfactorias por ser astorgano, mis antepasados con sudor levantaron esto y mi obligación moral es dejar no solo la catedral, sino la ciudad, mejor que la encontramos”. Y me insiste “yo estoy de alquiler en la tierra y mi obligación es contribuir a mejorar lo que nos han dejado”.

   Abandono su despacho sobre el edificio de La Mercantil; le doy las gracias por haber aprendido tanto en estas conversaciones. Javier es de los astorganos que a uno le resulta familiar, por formar parte del paisaje humano desde la infancia, y por cometidos municipales compartidos.  Me encamino a la plaza del obispo Alcolea — están  el palacio y  la catedral esta tarde aún más cercanos—, con la imagen del aserradero de su padre Basilio  y de su madre, Fefi, en el armonio de la iglesia de Puerta de Rey.  Y constato que hay formas,  sentimientos y maneras que se heredan y no se pierden nunca.





El Faro Astorgano, 30, 6, 2016

El Faro Astorgano, 7,7, 2016
El  Faro Astorgano, 5, 7, 201




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El Faro Astorgano, 15 y 24,  septiembre, 2015



Las Plazas de Toros de Astorga, 1872 / 2015 



Juan José Alonso Perandones



Con las piedras del infortunado castillo (I)



Hasta la construcción de la primera plaza de toros en el solar del antiguo alcázar de los marqueses, se especula o afirma que bien pudieron ser espacios habilitados para este espectáculo el interior del propio castillo y la plaza Mayor. En cuanto a esta última, no hay duda alguna, fue utilizada como coso taurino al menos desde fines del XVII (en el XVIII lo atestigua fehacientemente nuestro historiador, don Matías).  Se demuestra porque cuando Mariana de Neoburgo  iba camino de Valladolid para contraer matrimonio con Carlos II, uno de los actos para celebrar tal efeméride, una corrida de toros, tuvo lugar en esta plaza principal el 27 de abril de 1690. El segundo coso taurino es el actual existente, en el paraje del río Jerga; el vigésimo quinto  aniversario de su   restauración ha sido  festejado  recientemente, el pasado 14 de agosto, por los altruistas socios que la salvaron de la ruina.     


   La primera plaza tuvo corta vida y conllevó la eliminación del último vestigio del soberbio castillo de los Osorio.  D. Matías Rodríguez, en su imprescindible Historia (1909:269) brama al recordar la suerte de los postreros restos de esta fortaleza, la  demolición de su fachada principal: “¡lo que son o suelen ser las Corporaciones populares! Llega el mes de agosto de 1872 y la a la sazón existente, más apasionada por las funciones taurinas que por embellecer lugares de recreo, dio con aquellos en tierra, sin que la actividad ni las gestiones de la Comisión Provincial de Monumentos ni las órdenes de la Superioridad hubieran logrado detener la acción de la piqueta demoledora”. Así fue, como se contrasta  en dos grabados, uno de 1855, muy divulgado,  según dibujo de Parcerisa, con la fachada íntegra,  y otro de Avendaño (en la revista La Ilustración Española y Americana, XLVII), relato vivo en ese   fatídico agosto del año 1872; en este último, derruidas las almenas, rebajados los cubos y el lienzo, se aprecia cómo unos obreros a punto están de desmontar los bellos matacanes (salientes desde los que se vertían líquidos calientes o arrojaban piedras a los invasores). Los planos para esta primera plaza, y la dirección de su ejecución, corrieron a cargo del maestro de obras municipal, Félix Cuquerella (padre del poeta del mismo nombre), como se comprueba en su petición de abono por haber realizado  estos trabajos extraordinarios (Sesión, 14 de febrero de 1873).  



    La construcción de esta  primera plaza   fue tan mal ejecutada que doce años después, en 1884, era una ruina. Cuando en la sesión del 17 de marzo de 1886 la Corporación trata sobre la petición del solar de la misma y de sus materiales para atender la solicitud de la Dirección General de Establecimientos Penales, en aras a construir la cárcel del Partido Judicial (se llevará a cabo de 1889 a 1992, pero  en lugar cercano, el que hoy ocupan los Juzgados y el Hogar), se hace patente lo inviable de  su restauración; en dicha sesión este asunto, que genera controversia,  quedará pendiente de resolución. En plano posterior, del arquitecto municipal Antonio G. del Campo, enero de 1888,  aún aparecerá dibujada la poligonal plaza taurina  en lo que fue alcázar, frente a los actuales  Conservatorio y plaza del Magisterio. Que los astorganos no querían su desaparición lo certifica la petición, tratada en sesión de 13 de julio (1888), de “bastante número de vecinos de la población y de sus barrios y del administrador de consumos”, en la que  solicitan su restauración y que se “restablezca la feria que tuvo lugar hace años con objeto de dar vida y animación a esta ciudad”. El arrendatario entonces de la misma ofrece adelantar el dinero para tal fin, si existiese garantía para su recuperación, pero se desestima porque la Corporación está “comprometida en grandes cantidades para las obras de la traída de aguas” y no puede detraer cantidad alguna para otras aspiraciones.
  

   No se restaurará esta primera plaza pero su “espíritu” no caerá en el olvido. Dos años más tarde,  La Corporación,  en sesión del 27 de mayo de 1900 discute sobre la petición, por parte de algunos industriales y comerciantes, de construir a su cargo un nuevo coso taurino, que podría estar  disponible  para las ferias del último domingo de agosto. Solicitan “la extracción de piedra de las canteras propiedad del municipio” y una subvención de  3000 pts. durante cinco años, de 1900 a 1904. La mencionada petición fue aprobada por unanimidad de la Corporación. En acuerdo inmediatamente posterior, sesión del 3 de junio, se resuelve la petición del contratista de las obras, Pascual Álvarez, a quien se le concede “permiso para extraer del sitio llamado del Castillo o antigua plaza de toros, cerca de la cárcel del Partido (en ejecución) los escombros, tierras y piedras necesarias” para la construcción de la nueva.

   Curiosamente, en la construcción en 1900 de la  segunda plaza, hoy aposentada en el paraje del Jerga,  y en su reconstrucción, en 1990, existe parecido  espíritu, es decir, dos  épocas “de coraje y empuje”; y, asimismo,  similar  procedimiento por parte de los solicitantes y del ayuntamiento, incluso en la votación unánime de los ediles (si bien yo hube de solventar algunos problemillas). Al iniciar el nuevo siglo XX, Astorga había abordado la primera traída de aguas y contaba con las dos líneas de ferrocarril, la del Noroeste y la del Oeste; disponía de una destacada industria harinera, chocolatera, de mantecadas…, de cuyo auge, por fortuna, conservamos, en mayor medida en Puerta de Rey, testimonios arquitectónicos y fabriles notables. El día 27 de agosto de 1900 se celebró la primera corrida. Según cuenta la prensa local, la algazara de los astorganos fue extraordinaria. El fin benéfico aparecerá en las primeras décadas, a favor de la Hermandad del Real Hospital de las Cinco Llagas, o del Hospicio; fue la corrida goyesca de 1929 una de las más celebradas, “organizada en honor de las señoritas de la Región, con motivo de las tradicionales Ferias y Fiestas”. Tragedias fueron las muertes de Serranito en 1908 y la de Carpio en 1916.   


   Aquellos astorganos tan emprendedores en 1900 representan, indudablemente, un cuadro variado y esencial de la actividad económica de aquel momento. Los firmantes, “por sí y en nombre de otros” (los accionistas llegaron a ser 108) eran: Juan Alonso Botas, que regentaba una fábrica de harinas, Pedro Alonso Alonso, que poseía un taller de construcción y reparación de carros, Epifanio Pérez, dueño de la cerámica antigua de El Chapín, Delfín Rubio, empresario de un obrador de mantecadas y chocolates, y Luis Novo, comerciante de tejidos en la plaza Mayor.



 Deterioro y reconstrucción (II)



   Las posteriores vicisitudes y continuos deterioros de la actual plaza, al año de inaugurada (1900) y durante décadas, es asunto largo de contar. Los dos últimos  actos en el coso, anterior a la actual restauración, tuvieron lugar en las fiestas de 1977: la habitual corrida del domingo y la charlotada del martes, a las seis y media de la tarde. Andrés Vázquez, Félix López, el Regio, y el diestro de la tierra, Avelino de la Fuente (que ya había toreado en la plaza en 1967 y los dos años siguientes), componían el cartel de la corrida. Con el “Gran Espectáculo cómico taurino, con El Chino Torero y sus Enanitos rejoneadores” se cerraba la primera época de esta segunda plaza, en estado precario. Un año y pico después,  el 12 de octubre de 1978, hacia las once de la mañana,  cunde la alarma en la ciudad, pues ha caído al suelo un buen tramo de su tribuna, lo que provoca en los medios una gran protesta, ante todo de Gervasi, quien, el jueves siguiente, diecinueve, en  El Pensamiento Astorgano, publica un artículo titulado: “Parte entrañable de la historia de Astorga: ¿Desaparecerá la Plaza de Toros”. En el mismo da cuenta, sucintamente, de las razones de este declive: la construcción de la plaza de León (la de Astorga, a ella venían, fue la primera del noroeste), el mal tiempo, las grandes pérdidas económicas que se producían cada año, espectáculos con figuras mediocres; en fin, “poco a poco se fue olvidando la plaza por parte de todos y en particular del Ayuntamiento, que contemplaba impasible su desmoronamiento”.  Con posterioridad,  Luis, el Músico, hará de de su restauración una duradera reivindicación con  sus versos  en la prensa local;  obviamente, estos dos astorganos de pro no serán los únicos. 


   Gervasi, en el citado  artículo, al albur de la ruina, apunta que ha habido una reacción, digna de ser tenida en cuenta: la existencia de “unos aficionados que se hacen cargo de la reconstrucción a cambio de la explotación por veinte años”. La petición de explotación, en realidad, para  dos décadas  fue realizada por José Elías Fernández de la Fuente (sesión del 11-12-1978), pero el arquitecto municipal informa que el arreglo de la plaza es inviable, hasta tal punto que procede la declaración de ruina inminente por los derrumbamientos habidos y el peligro que entraña su anillo. Tal solución, añorada por Gervasi, pues,  no llegó a cuajar y la plaza siguió deteriorándose. En 1990 en el ayuntamiento  estábamos enfrascados en la tramitación o ejecución de la segunda tanda de importantes obras, que la ciudad necesitaba para alcanzar el siglo XXI con un equipamiento y potencial acordes con los nuevos tiempos. Nos ocupaban, como en 1888, las obras de captación, conducción  y plantas de tratamiento para solventar la principal carencia de la ciudad, el agua; el polígono industrial, la continuidad en la ejecución de la rehabilitación  del ayuntamiento, del eje avenidas de Ponferrada y de las Murallas; la recuperación de La Eragudina,  la consolidación del palacete para la pronta implantación de las Escuelas Taller (hoy Museo del Chocolate), el nuevo instituto, y otro gran número de obras… Francamente, en mi pensamiento no estaba como prioridad la restauración de este bien arquitectónico, de ahí que nos fuéramos “valiendo” de plazas portátiles para los espectáculos taurinos. Cierto es, también, que primero con Avelino de la Fuente y en ese momento con Julio Norte, sin olvidar a Pepín Burgos en “El Bombero Torero”, el interés por el  arte de Cúchares no se había aletargado en la ciudad.


   Así que cuando Luis Rodríguez, el querido amigo y buen conocedor de los entresijos  de la fiesta taurina, Corneta, me dijo que, si el ayuntamiento “ponía de su parte”,  había empresarios dispuestos a restaurar la plaza de toros, le dije algo así como si a ver si estaba loco. Recuerdo que bajé de nuevo a la plaza, para mirar con calma sus oquedades  y  aquella inmensidad de maleza que se había enseñoreado del ruedo y los tendidos. Era imposible, me parecía un sueño. Y él, cada pocos días, venga a la alcaldía, a hablarme de sus conversaciones con Baltasar, de cómo se iban sumando y sumando industriales a la causa, hasta que, efectivamente, un grupo de empresarios, el propio Baltasar Carro, Victorino González Ochoa, Pablo Barros de Arriba, formalizaron  una petición al ayuntamiento de concesión administrativa el 15 de mayo de 1990. Tres días después, la Corporación, en sesión plenaria, incoa expediente del “bien de dominio público Plaza de Toros de Astorga”; el 29 de junio fue adjudicada definitivamente su explotación a la Sociedad Taurina y de Espectáculos de Astorga, S.A.  Los pormenores del acuerdo, Ayuntamiento-SOTEASA, repiten, como ya he dicho, esencialmente, los de 1900: colaboración en la restauración (con el inestimable apoyo del diputado Jhonny y del presidente Alberto Pérez Ruiz), subvención durante un quinquenio…; concesión por cincuenta años pero con la opción de recuperación de la plaza siempre que las arcas municipales sufraguen la inversión realizada, posibilidad de realizar actos sin fines lucrativos…

  Como en 1900, en 1990, visto y no visto: si en su construcción, con aquellos medios,  se emplearon unos dos meses y medio, ahora fueron cincuenta días, con un presupuesto ejecutado por parte de Constructora Cepedana, para la rehabilitación, de 41.957.681 pts.   El catorce de agosto, miles de astorganos bajaron a la plaza para verla abierta y remozada, con gran algazara. Volvieron a ella los espectáculos taurinos, incluso Marta Sánchez y Héroes del Silencio. Hay momentos en  la historia de nuestra ciudad en los que late un especial aliento en sus habitantes, un empuje y un hálito de superación, de confianza.  La Plaza de Toros es buena muestra de ello, de un entendimiento entre la Corporación y el  empresariado; lo ha sido la construcción del Matadero, del Polígono Industrial, de la Estación de Autobuses…; lo fue, también, pero   mérito de cuatro vecinos de la ciudad, la construcción del Teatro Gullón en 1923.  


   Son estos, tiempos difíciles para el arte taurino, pero ahí está la Plaza, impecable, gracias a Baltasar Carro y a la sociedad que preside; a los anunciantes, que lo hacen a fondo perdido, como la inversión que en su día realizaron estos ciudadanos, algunos fallecidos, y que, junto a los ya citados,  me honro en nombrar: Antonio Martínez,  Agustín Rubio, Náufer Mendaña, Generoso Carro, Antonio Álvarez Alonso, Francisco Javier Santos Aguado, Gaspar Ramos, Gonzalo Rodríguez, Sindo Castro, Javier Pérez (el arquitecto de la restauración), José M.ª Mures Quintana (de Grúas Mures), Miguel Guerra, Miguel Ramos Cuervo, Jesús González, Pedro Aparicio, Saturnino Rus, Luis Ángel García. Ojalá  siga en el futuro siendo esta su torera suerte.


















jueves, 12 de febrero de 2015



  
MARINO AMAYA,
ESCULTOR ASTORGANO      






La obra de Marino Amaya nos acompaña en  la ciudad, pues la Inmaculada de la plaza Obispo Marcelo, la que se encuentra  dentro de un claustro del Seminario, la escultura de Leopoldo Panero, una terracota, “Niña con cántaro”,  que está posada en una estantería de la Biblioteca,  y tres obras más que se hallan en el Palacio de Gaudí, son creación suya. 
  Marino Amaya fue un niño pobre, que nació en 1928  al lado de la iglesia de Puerta de Rey, de padre ayudante de fogonero (de aquellas máquinas de vapor dela Vía del Oeste, la que iba de Astorga a Plasencia); su temprana muerte  hizo que volviera de Medina del Campo a Astorga;  finalmente, después  de penalidades logra “triunfar” con sus esculturas en España, Europa, América, Arabia… Sus últimos años son una peripecia de abstracción, de alejamiento en una  parcela de Ojén (Málaga) con sus perros y sus visiones. Falleció el pasado tres de noviembre de 2014.
    La obra de Amaya que disfrutamos en Astorga es, podemos decir, la más clásica,  con temas que, bien sea por encargo o por donación suya, están seleccionados para no incomodar a parte de  la sociedad astorgana de otro tiempo. Así, por ejemplo, llaman  la atención las primeras esculturas que elige para una exposición en el ayuntamiento en 1954, cuando ha obtenido sus primeros triunfos con desnudos; o que a la hora de donar obra para la planta última del Palacio de Gaudí no entregue ninguna muestra de su época más vanguardista, la cual, a mi parecer, es la más interesante (esas siluetas en bronce sin devastar, de músicos, mendigos, personajes desolados…, y que se encuentran en EEUU o en varios países de Europa).

   Para dar a conocer qué hizo posible el que nuestra ciudad cuente actualmente con siete obras de este escultor  y con qué actos celebraron los astorganos la colocación de algunas de ellas, he publicado en el periódico local, El Faro Astorgano, cuatro artículos. Quizás sean de contenido excesivo para la pantalla, pero si alguien está interesado puede elegir aquel que más le interese: o bien  una visión de su obra y el papel de Pilar Sánchez, la esposa que lo acompañó en los actos de nuestra  ciudad, o seleccionar el texto correspondiente a algunas de sus creaciones concretas. Esa es la razón por la que reproduzco aquí los cuatro artículos. Por otra parte, aporto una relación de toda su obra en Astorga;  y una mínima selección del resto, la  que me parece puede ejemplificar sus grandes temas: los niños, la maternidad, las artes, la desolación… 



















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OBRA DE MARINO AMAYA EN ASTORGA: INMACULADAS (EN LA PLAZA DEL SEMINARIO Y EN UN CLAUSTRO DEL MISMO), ESTATUA LEOPOLDO PANERO, TERRACOTA "NIÑA CON CÁNTARO". EN EL PALACIO DE GAUDÍ: ESCULTURA DE BRONCE, "REPOSO",  Y DOS CUADROS.

















































OBRAS DE MARINO AMAYA EN EL PALACIO DE GAUDÍ, PLANTA ÚLTIMA





























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SELECCIÓN DE OBRAS DE MARINO AMAYA  QUE SE ENCUENTRAN EN DIVERSOS PAÍSES, EXTRAÍDAS DEL CATÁLOGO, GRÁFICAS MARTE, 1982. FOTOS: BORGA































Publicados en El Faro Astorgano, 5, 6, marzo, 2015

EL VIAJE DE DEVERELL A ASTORGA EN 1883

Juan José Alonso Perandones



LAS CIGÜEÑAS DE CASTRILLO DE LOS POLVAZARES 

El viajero inglés F.H. Deverell llega a la estación del norte de Astorga un día de la primavera de 1883, después de haber rescatado su equipaje, que había extraviado al perder el tren para el que lo había facturado en Palencia. Ello le dio pie para considerar la cortesía y la honradez como “muy españolas”. Su interés no era tanto conocer la ciudad, aunque de ella va a decir “Vale la pena dar la vuelta al mundo por visitar Astorga”, sino  “ver a los maragatos, una gente muy peculiar que, como los judíos y gitanos, viven aislados y no se han mezclado con los demás españoles”. Va a contrastar esta apreciación, propia de viajeros anteriores, en varios pueblos como Castrillo de los Polvazares y Murias de Rechivaldo.

   Ninguna novedad destacable aporta el relato de su experiencia vivida en estos pueblos, a los que llega  “por las carreteras y a través de los campos de cereales”, ni respecto a la etimología del gentilicio, al traje o al oficio arriero; en todo caso, cabe el reseñar su interés por la joyería (pendientes, collares con relicarios…), y por el papel de la mujer en la familia maragata. En el estanco de Castrillo entabla conversación con dos mujeres, una de las cuales estaba hilando; ante sus indagaciones, le comunican que ya no es como antes pues muchos collares “habían ido a parar a los plateros”. Este viajero no es un observador tan solo de aspectos etnográficos o patrimoniales, sino que trasvasa al relato sus preocupaciones sociales. Así, al ver una campesina, “con una saya amarilla y una faja alrededor de la cintura”, que está arando con una yunta de bueyes mientras  el hombre la sigue detrás, sin saber bien con qué cometido, establece una comparación con la provincia  francesa de Béarn, donde las mujeres trabajan mientras los varones pasean. Recuerda cómo ha visto en Navarra mujeres descalzas y con los pies empapados trabajando el lino, y a otras hacer labores de construcción  en caminos entre Santander y Oviedo.

   En cuanto a la ciudad, a la que califica de “deslucida pero pintoresca”, como tantos otros menciona lo más típico: las mantecadas, las murallas, el ayuntamiento y los maragatos del reloj, y el jardín de la Sinagoga con las lápidas romanas incrustadas en una de sus paredes (serían trasladadas en 1910 al Palacio, que se hallaba aún en obras). Se sorprende al comprobar que no ha sido Sir John Bennet el primero en “hacer que figuras humanas golpeasen la campana del reloj ante el público”, ya que el reloj del astorgano Bartolomé Hernández se encuentra alojado en la espadaña municipal desde 1807, año en que su conciudadano británico ni siquiera había nacido. Muestra un especial interés por conocer la desaparecida casa de los Moreno, frente al convento de Sancti Spiritus, pues en ella tuvo su centro de operaciones su compatriota, el general Sir John Moore, en los últimos días de diciembre de 1808, para disponer la estrategia de la retirada de las tropas inglesas. Napoleón le venía pisando los talones y llegará a Astorga  a primeras horas de la noche del 1 de enero de1809; se alojará en el viejo palacio del obispo,  cuando Moore ya se hallaba lejos de la ciudad. Fueron quizás las Navidades más terribles que los astorganos sufrieron en su historia, por el movimiento de tropas, inglesas, españolas, francesas, que fue obligado alojar.


   Dicho esto, Deverell se diferencia de los demás viajeros que han llegado a la ciudad por dos hechos singulares: su observación de lo aparentemente intrascendente, un entierro, y de la naturaleza, con la frondosidad del río Jerga y  las cigüeñas de la iglesia de Santa María Magdalena. Así es, pues no oculta su satisfacción al contemplar que Castrillo no presenta la sequedad ni la pobreza  propias de la arquitectura del país, sino que es un “pueblo totalmente rústico, bellamente situado, cerca de una corriente de agua, con olmos por todas partes, y en ellos pájaros cantando”. Y se para a observar, complacidamente, cómo en la espadaña de la iglesia había un nido de cigüeñas con cuatro crías. Uno de los cigoñinos tienta su capacidad para volar y lo personifica, en vivo, traspasando al lenguaje el temor que cualquier humano siente al verse abocado a un precipicio, con estas palabras: “Volaría con todas mis ansias, pero temo caer”. Anuncia que volará porque “le llegará la fuerza y el coraje, y rápidamente; y vendrá entonces un vuelo glorioso”. A Deverell le sugiere esta escena de iniciación una alegoría de la vida humana porque, al igual que, finalmente, el cigoñino remontará triunfante el vuelo, así sucederá “con todas las aspiraciones humanas que son animadas por la fuerza de la verdad y el coraje de la fe”.  


PALETADAS DE TIERRA PARA LA JOVEN HOSPICIANA 


























La sensibilidad del viajero inglés Deverell, en la ciudad en la que tan a gusto se siente alojado y disfruta de su buena comida, se manifiesta en el acompañamiento que hace, cuando pasea por el recinto amurallado, a un entierro:

   «Al ver un cortejo fúnebre lo acompañé hasta el cementerio (el Campo Santo). Era el entierro de una pobre joven y lo seguían cerca de treinta muchachas. Junto a la tumba sacaron el cadáver del ataúd, y este se reservó para otros usos. Colocaron dos cuerdas bajo el cuerpo y lo bajaron a la fosa: dos rudos hombres empezaron entonces a echar paletadas de tierra. Le vi la cara, al caer el pañuelo que la cubría, pero volvieron a ponerlo en su lugar antes de que la tierra cayera sobre su cuerpo. No hubo allí ninguna ceremonia religiosa, si bien las chicas permanecieron alrededor repitiendo oraciones, de las que pude captar las palabras ‘Santa María’. A continuación se alejaron un poco y estuvieron durante algún tiempo rezando alrededor de un rosal. Pregunté a uno de los sepultureros a quién estaban enterrando: me contestó de forma brusca que era una chica del hospicio. Eché luego un vistazo por fuera de este edificio. Se podía leer la inscripción ‘Aquí se reciben los niños expósitos’. Parece ser que había muchos jóvenes allí, aunque acaso no fueran todos incluseros. Se lo comenté a un hombre; me contestó aparentemente sin inmutarse: ‘no es poco’; todo este episodio es bastante doloroso».

   El entierro ya tuvo lugar en el cementerio actual, antes de sus ampliaciones (hasta su apertura en 1835 existían los de las parroquias y el del Hospital de San Juan en Rectivía). Deverell quedó impresionado ante una escena de semejante orfandad, por ello, obviamente, detalla los pormenores y da cuenta de cuantos participaron en el acto de enterramiento; y decide, terminado el sepelio, encaminar sus pasos hacia el establecimiento benéfico. El hospicio, cercano al ayuntamiento, se hallaba en la calle del mismo nombre, y se había visto mejorado con una nueva ampliación reciente, concretamente con la construcción del nuevo edificio para los varones (la actual Biblioteca), paralelo al antiguo y aledaño al Jardín de la Sinagoga. Tal mejora fue posible por el empeño del obispo Brezmes Arredondo (lo fue de 1875 a 1885) y por las gestiones del diputado astorgano Vicente Núñez, que llegó a detentar la responsabilidad del cargo de Director del Hospicio por parte de la Diputación Provincial, institución de la que este centro benéfico ya entonces dependía. Fundado en 1799, desde 1866 venía siendo atendido por las Hermanas de la Caridad, si bien el cargo de máxima responsabilidad (el de administrador) lo ostentaba un canónigo; hecho que no ha de sorprender pues desde mediados del siglo XIII, cuando era costumbre dejar a los niños expósitos en las puertas de las iglesias, ya se hacía cargo de ellos el Cabildo hasta “que por sí mismos pudieran dirigirse”.

   Deverell tiene conocimiento de que el hospicio alberga muchos jóvenes, pero “acaso no todos incluseros”, y hace sus cábalas en cuanto al número de hospicianos, de ambos sexos, que es lo que verdaderamente le importa; no podremos satisfacer con solvencia su curiosidad, pues aún está pendiente una investigación rigurosa que pueda arrojar datos fiables sobre un establecimiento tan importante en la historia de la ciudad, y de su partido judicial junto a los de La Bañeza, Ponferrada y Villafranca, pues todo ese ámbito abarcaba. Efectivamente, pensaba acertadamente Deverell cuando suponía en 1883 que no era un centro solo destinado para los hospicianos, aunque sí preferentemente, pues estaba abierto a los niños de la ciudad, como escuela para las primeras etapas, o como lugar donde aprender diversos oficios. Los primeros datos concretos, contemporáneos, a mi alcance son fruto de un manuscrito anónimo, Descripción… de la ciudad de Astorga, de 1842, publicado por el cronista don Marcelo Macías. Entonces, posiblemente, dado que el edificio primitivo sufrió en la segunda mitad del XIX importantes ampliaciones, solo atendiese a incluseros: «Hay un maestro de primeras letras y otro de pasamanería (para el oficio de fabricación de borlas, flecos, adornos…), que enseña a los varones diferentes tejidos de seda, lino y lana. Dependen de esta casa, que está muy empeñada, 80 acogidos». Entre otros datos de otros autores, los más reseñables los recoge don Matías en su no superada Historia de Astorga: en 1909 el número de acogidos oscila entre 90 niños y 70 niñas. Algunos menos, probablemente, teniendo en cuenta la evolución en el transcurso de las dos fechas citadas, habría cuando este compatriota de John Moore, en 1883, visitó nuestra ciudad.
   Deverell, como hemos reseñado, es un viajero cuya curiosidad no se extiende solo a los aspectos típicos o monumentales, sino pauta su relato con impresiones de la naturaleza, como el titubeo del primer vuelo de un cigoñino en Castrillo; o de aquello que suele despertar su sensibilidad, tal como le sucedió con la campesina que labraba el campo con la yunta, o en la misma Astorga con ese anterior episodio “bastante doloroso”, de una joven hospiciana sepultada en tierra.  



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  Charles Davillier (1823 / 1883), uno de los mayores entusiastas y divulgadores de España. Antes de los diversos viajes, junto a Doré,  de 1862 a 1873, ya había estado en nuestra nación  en diversas ocasiones; recogió una sociedad española en su cruda realidad,      que estaba a punto de desaparecer. Divulgó la cerámica levantina, y dejó todo su patrimonio artístico  para el pueblo de Francia. 

Gustavo Doré (1832 / 1883), considerado por muchos críticos como el mejor ilustrador de todos los tiempos. No han sido superados sus grabados sobre El Quijote. El hecho de que ambos hiciesen parada en Astorga, se debe no solo al atractivo de la ciudad sino al de la comarca de la Maragatería. 

(Se reúnen aquí cuatro artículos sobre el importante viaje a Astorga de estos dos entusiastas de España, en 1871. Publicados  en  El Faro Astorgano, a fines de 2014 y  el  22 y 23 de enero de 2015. Tres grabados e importantes impresiones sobre esta tierra han sido el fruto que nos ha correspondido de sus viajes por España desde 1862 a 1873).


DORÉ Y DAVILLIER 
EN ASTORGA


Doré, entre lo contemplado en Astorga en un martes  de octubre de 1871, para   su 
dibujo va a elegir esta escena  nocturna de la vida cotidiana: el público  ante el local
de  la  1.ª casa de la calle  Portería (así era  ya nombre) en el que tiene lugar una
 representación de títeres.
  

El Museo de Orsay
,  en París,  mantiene abierta una exposición sobre uno de los más grandes dibujantes europeos del XIX,  Gustavo Doré. Junto al barón Charles Davillier, conocedor profundo y amante de la historia y cultura españolas, realizó numerosos  viajes por España entre 1861 y 1873, y durante esta época ambos iban enviando  sus impresiones y dibujos al editor Templier, quien procedía a ofrecerlos a sus lectores por entregas en la revista Le Tour du Monde. El grabado de Doré relativo a nuestra ciudad, Teatro de títeres, suele aparecer mal fechado, en 1862 o 1863; datos afirmamos erróneos pues Davillier da cuenta en su relato de cómo llegan  en tren a nuestra ciudad (a las nueve de la mañana),  y después continuarán  hasta Brañuelas. León y Astorga quedaron comunicadas por ferrocarril en febrero de 1866, y Astorga y Brañuelas en enero de 1868. Como conocimiento previo,  es preciso informar de  que estos dos ilustres viajeros llegan a nuestra ciudad  en tren, desde León, después de un largo recorrido por Castilla la Vieja,  y que  tienen pensado continuar su viaje hacia Santiago, Oviedo, Covadonga, retornar a León y encaminarse hacia Burgos, como paso previo desde el que dirigirse a   Navarra y Aragón.
   Una serie de datos, extraídos del relato de propio Davillier,  nos permiten  concretar someramente la fecha de su estancia en Astorga.  En cuanto al mes,  es clarificador  el hecho de que nos detalle cómo continúan su viaje: en primer lugar, toman el tren hasta Brañuelas, donde se subirán a una diligencia camino de Galicia; en este medio de transporte   atraviesan un paraje «con grandes bosques de castaños y nogales», tan bello como Suiza o El Delfinado, El Bierzo, y en el que   «Al subir a pie una cuesta encontramos a un "maragato" que conducía a Lugo una carreta llena de castañas»; como es bien sabido, este fruto se recoge en esta región a partir de los primeros días de octubre. De este maragato carretero nos dejó Doré un hermoso grabado.  Otro testimonio, conservado,  es la jocosa carta, con textos de ambos y dibujos del  gran dibujante francés,  enviada a su editor el 30 de octubre de 1871  desde León (adonde han retornado, finalizada la visita a Galicia y Asturias); al día siguiente, último de octubre, llegarán en tren a Burgos, según se deduce del  relato del propio Davillier. En cuanto al día de la semana, tampoco ofrece dudas, pues lo describe como día feriado; en aquel entonces, cabe recordar,  el mercado gozaba de  gran concurrencia y se establecía en  todas las plazas públicas de la ciudad, en razón del producto o actividad, incluida la del Seminario  Teniendo en cuenta el largo viaje de León a Astorga, de Astorga a Galicia y a Asturias, y retorno por León, y que el medio de transporte es esencialmente la diligencia (pues el tren, ya está dicho,  en dicho año se interrumpe en Brañuelas,  y en la Pola de Gordón), no parece aventurado concluir que los dos insignes viajeros se hospedaron  en Astorga uno de los tres primeros martes de octubre de 1871, bien el día tres, el diez o el 17.  
   No es Davillier uno de los viajeros, de entre tantos que con espíritu romántico sintieron  gran atractivo por España, que nos haya  dejado precisamente  una impresión positiva de la ciudad, pues la considera de las «más miserables» de la nación, e incluso recuerda el juicio negativo de Antonio Ponz  del siglo precedente «ciudad de calles inmundas». Sin embargo, su relato aquí escrito, en un día de mercado,  es de los más sustanciosos de tan largo viaje. Alaba la catedral, y de ella, especialmente, el retablo de Becerra. Otorga un trato especial a los maragatos (y con singularidad  a Pedro Mato), sus costumbres y sus trajes típicos; le llaman la atención los gitanos esquiladores con «sus enormes tijeras pelando a las mulas y dejando en su piel toda clase de dibujos»; y destaca como industria pujante la del chocolate. Se fija  también en un fotógrafo «venido ex profeso de Valladolid», con gran demanda: «Le vimos ejecutar algunos retratos acertados de aldeanos de la vecindad con su guitarra sobre la rodilla izquierda, iluminados con los colores más chillones». A propósito de la comida que les sirven en la posada (pésima, comenta,  y aún peor la  posadera), y del chocolate, hace toda una extensa disertación sobre la cocina española y consideraciones cualitativas y morales del singular producto, que atribuye a los conquistadores, pues «encontraron su uso establecido en México, en el año 1520. Se le llamaba en la lengua indígena  calahualt o chocolatl».
       --Ahora verán ustedes, señores, la destrucción de
     Pompeya por una lluvia de fuego. Fíjense ustedes
     en la prisa que se dan los habitantes por llegar a 
     la estación del ferrocarril...¡Vean ustedes ese
     soldado de artillería con un niño en brazos!
   El dibujo que  Doré pinta de Astorga tiene como  motivo una sesión   de teatro de títeres, pero no es la única representación en ese día de mercado. Santiago Alonso Garrote, que nació en 1858, en su libro Astorganerías,  publicado por El Faro Astorgano en 2001, nos recuerda de los tiempos de su infancia  los espacios para la representación y la actividad dramática en la propia ciudad, bastante intensa, por parte de la Sociedad Asturicense de Música y Declamación y por grupos ocasionales en casas particulares. El único espacio habilitado para la representación  entonces, comenta ,  era  «un destartalado local que fue panera del Marqués y ocupaba el solar donde hoy se alza la Cárcel del partido y algunos metros más de paseo». La cárcel fue reemplazada y actualmente,  en dicho lugar,  plaza de los Marqueses, se hallan los Juzgados. Davillier da cuenta de que esa tarde de día de mercado estaba prevista función en el citado teatro: «La compañía nos pareció compuesta de eso que llaman en España cómicos de la legua, compañía ambulante del género de las descritas burlonamente por Scarron en el Roman Comique y por  Teófilo Gautier en el Capitaine Fracasse». Asimismo, de «otros teatros de orden inferior» y , entre ellos, como destacado, uno de títeres, que es el que van a presenciar desde la propia posada. La recreación al alimón de este espectáculo contemplado, que nos facilitan los dos ilustres  viajeros, en relato escrito y pictórico, nos permite  hoy a  nosotros disfrutarlo con una percepción integradora y total. Según Davillier, al propio espectáculo de títeres (para ello era  usual instalar un “retablo” transportable)   en la representación  fueron incorporados importantes efectos visuales, característicos del teatro itinerante: nos detalla, concretamente,  el éxito de los elementos ópticos para sorprender al público astorgano asistente;  así, las sombras chinescas al interponer elementos del cuerpo u otros entre una fuente de luz y una superficie clara;  o bien el titirimundi, un artificio que, en acepción de Covarrubias, facilita ver «por un vidrio graduado, que aumenta los objetos y van pasando varias perspectivas de Palacios, jardines y otras cosas». Así dice haber vivido aquella noche de títeres en Astorga:
   
   Otros teatros de orden inferior hacían la competencia a los cómicos de la legua. Primero, el de los títeres, establecido en una tiendecilla vacía, pues las marionetas existen en España exactamente igual que en la época de Cervantes. Nos hicieron pensar en aquellos contra los que el Ingenioso Hidalgo manchego arremetió con tanto furor en la venta. El titiritero, que alternaba sus representaciones con las no menos interesantes sombras chinescas, poseía también un “titilimundi”, donde los principales monumentos del universo estaban representados de la manera más ingenua. Gracias a estas atracciones tan variadas, su teatro estaba casi siempre lleno. Por lo demás, el empresario, al final de cada representación, nunca dejaba de ir en persona a la puerta y tocar una corneta para llamar a nuevos espectadores. La calle estaba atestada de una multitud pintoresca, compuesta en parte por aficionados que no pagaban; la luz que venía del interior proyectaba sobre esta abigarrada multitud fantásticas sombras.

   Esta descripción que Davillier nos ha dejado de tal  representación en Astorga  es similar a la plasmada en  dibujo por Doré, de quien nos comenta que en esta ocasión no va a ser molestado,  como habitualmente, por «pilluelos y curiosos», dado que «la escena ocurría precisamente enfrente de nuestras ventanas», y era buena ocasión para «fijarla cómodamente en su álbum». Todo parece indicar que Doré, en primer lugar,  traza  el apunte rápido, el boceto del grabado en la propia calle,  frente a la casa nobiliaria de los Morenos, que se hallaba, con una gran fachada, frente a la embocadura de la calle Portería (en el centro de su gran solar se abrió la actual calle Escultor Amaya). Posteriormente,  “fijaría la escena” en su propia posada, desde la que seguiría contemplando, con otra perspectiva, ese bullicio callejero. La «tiendecilla vacía» donde tuvo lugar la representación de títeres fue el edificio precedente al del actual  Restaurante Serrano (la puerta del grabado, que  se sitúa al final casi del chaflán de la calle Portería, es un hecho corroborado por antiguos vecinos, así como la existencia de un patio interior); al fondo se aprecia la catedral, y cierto es que la torre dibujada, la conocida como nueva o rosada,   no responde al detalle de su diseño verdadero, pues la intención de Doré, al reflejarla en el ambiente nocturno, es puramente figurativa; el amplio paredón del antiguo Convento de Sancti Spiritus, en el costado izquierdo, contribuye a recoger el ámbito de la escena. Su interés se centra en los primeros planos, en el haz central  de luz como recurso con el que nos  sugiere un espacio presto para el espectáculo en el interior  y su continuidad en la propia calle: esa multitud apiñada que es iluminada desde la tiendecilla, y el propio empresario con su corneta anunciando una nueva sesión, son parte también de la representación.
   En realidad, en aquella noche de día feriado, de esa contemplación del teatro de "orden inferior",   lo que  Doré dibujaba o esbozaba y lo que Davillier anotaba, no era sino una única percepción: una completa representación teatral, donde se funden actores y espectadores, interiores y calle pública; como si ante sus ojos tuviesen la panorámica de un corral de comedias. No consta cuánto tiempo, después de esta noche de títeres, permanecieron en Astorga. Pero debió de ser muy breve. El gran hispanista y el genuino pintor continuarán su periplo  en  tren, pero solo hasta Brañuelas. A partir del que llaman «mísero pueblecito» viajarán en la diligencia que conducía a Vigo, y que ellos llaman «coche correo», para dibujar y escribir sobre otros paisajes y costumbres.


Los maragatos de Doré y Davillier

El maragato en el entorno de la calle Mayor de Madrid


En fechas pasadas, dábamos cuenta de la estancia en Astorga  (octubre de 1871), del barón Davillier y de su amigo, Gustavo Doré, en sus viajes por España. Si de aquella visita, el primero nos ha legado un relato con sus impresiones sobre la ciudad, la cocina española y el chocolate, el gran dibujante recogió una escena de una compañía de títeres,  cuyo ambiente, en la calle y en un patio interior, presenciaron en la calle Portería (casa emplazada donde actualmente se halla el  Restaurante Serrano).
  Además de las anteriores referencias, estos dos franceses enamorados de España no iban a sustraerse de mencionar a los maragatos, y lo harán tanto cuando se encuentren en Madrid como, posteriormente,  en nuestra ciudad y en el abandono de la misma. Anteriores visitantes, como Alexandre Laborde, F. H. Deverell, Richard Ford o George Borrow, y otros  anónimos, llegaban a esta tierra con  el deseo de conocer de cerca las costumbres, la indumentaria, de un pueblo que, por sus características etnográficas, difundidas ya por grabados y algunos viajeros en el siglo XVIII,   despertaba especial  interés en la época romántica. Davillier, apasionado por lo que denominaba la “verdadera España”, es decir, la de la vida cotidiana de  sus moradores, estaba al tanto de las antiguas y nuevas publicaciones,  tanto nacionales como extranjeras, sobre la historia y la idiosincrasia españolas; por ello,  ese conocimiento con que nos va a  narrar  las costumbres e indumentaria maragatas.
    Cuando Doré y Davillier llegan a Madrid, en una fecha algo anterior al otoño de 1871,  ya han recorrido una buena parte de España (la costa oriental, Andalucía y Extremadura), y la revista de viajes Le Tour du Monde  publicado, en decenas de números,  entregas de  su trabajo “al alimón”. Pues si bien el gran ilustrador ha “acaparado” la fama póstuma por sus grabados, igualmente, tomados del natural, y sabiamente interpretados para los dos, son los relatos del barón hispanista. Lo primero que harán será visitar la Puerta del Sol. Davillier contrasta la remodelación  efectuada en la zona desde su anterior visita, diez años antes, y, aunque no lo menciona, ya está instalado en la  Real  Casa de Correos, desde noviembre de 1866,  el reloj donado por el cabreirés de Iruela José R. Losada.
   Va a ser, precisamente, en la calle Mayor, que desde la plaza del mismo nombre aboca a la Puerta del Sol, donde los dos viajeros encuentren a los maragatos, tipos de los  “más curiosos que hay en España”, los cuales  regentan diversas tiendas.  Es en esta calle, en el solar del antiguo convento de San Felipe el Real,  donde el maragato de Santiagomillas Santiago Alonso Cordero había levantado en los años 1842-1845  el conjunto de casas denominadas aún hoy por su apellido, y que serían el referente de la nueva arquitectura del entorno. Por otra parte, las líneas férreas iban llegando desde 1868 al noroeste español; un momento, pues, de ocaso e incertidumbre para la arriería.  Davillier, como rememoración de este recorrido,  va a relatar una síntesis sobre la economía y el papel del hombre y de la mujer en una casa “arriera” y, al tiempo,  las características del traje regional.  Atribuye a los maragatos residentes en Madrid el oficio de pescaderos y a los que ve en los caminos,  de arrieros, con “las largas caravanas de mulas cargadas de mercancías que uno se encuentra en las carreteras de España”; mientras,  “la maragata  se queda en el pueblo y cultiva la tierra esperando su regreso”.      
   Doré realizará un dibujo inspirado en uno de los  maragatos, que parece posar para él en el entorno de la calle Mayor, y Davillier lo acompañará con una descripción detallada del típico traje varonil:
   «En su comarca, como fuera, conserva el maragato su traje regional, y éste sigue siendo hasta en sus menores detalles igual al que llevaba en el siglo XVI. Sombrero de fieltro de ala ancha, camisa de gruesa tela plisada con botones de metal, sayo sujeto con cordones de seda y ajustado por medio de un cinturón de cuero, del que cuelgan dos pequeños bolsillos, anchas bragas, que caen sobre la rodilla, y altas polainas de grueso paño negro. El maragato, que más tarde veremos en su tierra, es honrado y ahorrador, como el asturiano o el gallego».
   Los dos ilustres viajeros continuarán su andadura, con su equipaje y útiles  por otras ciudades y pueblos, de Ávila, Salamanca, Zamora, Valladolid, Palencia, León, y se hospedarán en Astorga un martes de 1871. Y, efectivamente, Davillier nos dará cuenta de cómo, después de abandonar la “antigua Astúrica Augusta de los romanos”, camino de Galicia conversarán amigablemente con este otro maragato al que hallarán no  “en su propia tierra”, sino en la cercana de El Bierzo; que  no es arriero, sino carretero.  Doré lo mostrará  sobre su propia carreta, y el  barón hispanista se reservará para más adelante, cuando arriben al País Vasco, desahogar todo su desdén hacia  “Estos pesados vehículos de macizas ruedas, que no han sufrido grandes cambios desde la época de don Pelayo”, y cuyo ruido semeja a “una multitud de arrendajos desplumados vivos”.  

El maragato carretero



      El propósito de Davillier y Doré cuando llegan a  Astorga, un martes de octubre 1871, no es solo  conocer la ciudad, sino ver en su propia tierra a los maragatos, como es común en los viajeros europeos. Por ello,  Davillier, de la catedral asturicense, junto al retablo de Becerra, se fija en Pedro Mato, al que considera, según la creencia tradicional, “un famoso carretero que pertenecía a la clase de los maragatos y, según se dice, dejó una considerable cantidad a la catedral. Está representado con el traje nacional, teniendo en su mano una especie de bandera”.  Considera a Astorga si no capital,  sí la ciudad más próxima a la Maragatería. Recuerda cómo en su anterior estancia en Madrid "en los alrededores de la plaza Mayor", pudieron ver que un cierto número de maragatos se habían establecido como pescaderos, e incluso ahora amplía su actividad comercial a la de  "vendedores de chorizos o de otros comestibles". Como sucede en Astorga mismo, pues al ser día de mercado también tuvieron ocasión de distinguir "a los maragatos y a los demás aldeanos de los alrededores".
   Davillier, para demostrar hasta qué punto los maragatos son "apegados a sus antiguas tradiciones", templados y de espíritu comercial, reproduce literalmente un episodio de otro famoso viajero, protestante y políglota, George Borrow (el Jorgito inglés), que le aconteció durante su estancia en Astorga. Había llegado a la "ciudad amurallada" en el verano de 1837, con el afán, como en otras poblaciones, de divulgar la doctrina bíblica, con la venta del Nuevo Testamento. A Borrow no le prestaban atención, pero un día se acercó a un maragato, le mostró el  libro y le explicó pacientemente su contenido, la vida de Jesús según los evangelistas, historia de los apóstoles...; y al final dice que esto le sucedió:
   «Él me escuchaba o parecía escucharme con paciencia, echándose al coleto de vez en cuando copiosos vasos de un enorme cántaro de vino blanco que tenía entre sus rodillas. Cuando acabé de hablar me dijo: 'Mañana parto para Lugo, adonde he oído que marcháis también, si queréis enviar vuestro equipaje me encargaré de él por... (y fijó un precio muy elevado). En cuanto a lo que acabáis de decirme, comprendo muy poco de ello y no creo una palabra. Sin embargo, de las Biblias que me habéis enseñado cogeré tres o cuatro. No las leeré, es verdad; pero creo que podré venderlas más caras de lo que me las venderéis'».
  De la Maragatería, el ilustre hispanista,  en la entrega sobre Astorga da cuenta de cómo “ocupa un terreno accidentado y poco fértil”, pero del que “las maragatas sacan el máximo provecho mientras sus maridos se ganan la vida por los caminos”, y como en las demás partes del reino de León hacen “del hombre la obligación”. Ensalza de ellas “su robustez “, pareja a la del varón, e insiste en su labor agrícola: “labran los campos, los siembran y hacen la cosecha”. Dado que no ve a las maragatas en día festivo, sino realizando  las faenas del campo, a la hora de describirlas no reseña nada especial de  su aspecto; su traje es el común en los labriegos de las dos Castillas,  “de paño grosero”, “de paño pardo”; y se recogen el pelo en dos trenzas “que cuelgan sobre la espalda, como las de las mujeres del País Vasco”. Por contra, vuelve a describir la vestimenta del hombre, con la sustitución de las polainas por las medias, que eran habitualmente blancas y él dice “de color”, sin mencionar  la camisa,  y con algunos detalles nuevos como el de los herretes que rematan los cordones de seda de la armilla;  presta una atención especial a las bragas, a través de una plástica comparación, para recordar un dicho famoso: «Sus bragas son tan amplias que, si en vez de sombrero llevasen turbante, se les confundiría de lejos con esos vendedores de dátiles o de babuchas que se ven en las grandes ciudades de España. Esta amplitud de sus calzones nos recuerda una caricatura popular que representa a un maragato con esta leyenda: ‘En la Maragatería / no hay paño en economía’».
   A partir de unos apuntes del natural, Doré recreará este otro maragato,   un carretero que encuentran, por azar, después de abandonar la ciudad; pero con prendas propias de un traje de fiesta: polainas, armilla, cinto con exterior bordado…  Tenían fijado como próximo destino Galicia. Hasta Brañuelas pudieron llegar en tren, pero a partir de esta población se interrumpía la vía férrea, por lo que tomaron una diligencia. Según van atravesando  El Bierzo,  Davillier  admira su  valle “verde, sombreado, con grandes bosques de castañas y nogales, vastos campos de lino y límpidos arroyos”;   para aliviar la carga,  en una cuesta  los viajeros deberán bajarse de la diligencia:
   «Al subir a  pie una cuesta encontramos a un maragato que conducía a Lugo una carreta llena de enormes castañas de El Bierzo. Trabamos conversación ofreciéndole un gran puro, que aceptó sin ceremonias, pero a condición de que aceptásemos unas castañas. Y se puso a atiborrar nuestros bolsillos. Este rasgo pinta perfectamente uno de los lados del carácter aldeano español, siempre orgulloso y generoso».
   Entre  los dos dibujos de los maragatos  se aprecian notables diferencias, buena muestra de la  gran capacidad de Doré de trasvasar a la imagen su mirada escrutadora: el primero, en el entorno de la calle Mayor de Madrid, es el de un joven de aire informal y  mirada displicente, con traje de faena,  mientras que el carretero es un hombre maduro, de expresión recia y serena y con su rica  vestimenta al detalle pintada. 
   Este generoso legado hemos recibido de tan ilustres viajeros: un vivo relato sobre nuestra ciudad y la Maragatería y  tres preciosos grabados, de títeres y de maragatos; publicados en una revista pionera en la difusión turística y que hoy aún, traspasados al libro, sigue gozando de gran estima y  actualidad en todo el mundo. 
  

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(Foto de 1960. Señalada con una cruz, a continuación del Convento, la casa donde tuvo lugar el espectáculo de títeres, sustituida por el edificio en cuyos bajos se halla el Restaurante Serrano (fachada calle Villafranca con el nuevo Cine Capitol al final, izqda.). Con dos cruces: el  caserón nobiliario de los Morenos;  fue adquirido a principios del siglo XX por el chocolatero Magín Rubio). 

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Foto de 1960; más datos:
(Foto de 1960. Señalada con una cruz, la casa donde tuvo lugar el espectáculo de títeres, sustituida por el edificio en cuyos bajos se halla el Restaurante Serrano. La puerta del grabado responde a la realidad, y desde ella, en el interior,  se accedía a un patio. Con dos cruces: el  caserón de los Morenos, de cuyo escudo,  a propósito de un episodio de Mariflor en sus estancias, da cuenta Concha Espina en La Esfinge Maragata; se alojaban en él grandes personalidades, como la reina Isabel II durante su visita en 1858; fue adquirida a principios del siglo XX por el chocolatero Magín Rubio. Consta en la relación de familias nobles de la Historia de Astorga). 
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Carta autógrafa firmada en León por el barón Davillier y Gustave Doré, 1871. París, Musée du Louvre, Département des Arts Graphiques.  Estudio en:
 http://www.academia.edu/2441463/El_bar%C3%B3n_Davillier_hispanista_anticuario_y_viajero_por_Espa%C3%B1a






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(foto de 1916, Títeres en la plaza, en pincho flas drive).


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La serie de TVE, Isabel, ha sido seguida por muchos españoles, ávidos por conocer un periodo tan importante de nuestra historia. Un guion asesorado por historiadores solventes, una notable interpretación y realización, explican el éxito; obviamente, también el componente "novelado" que no desvirtúa, entiendo, el fondo: el entramado profundo de  la historia política y familiar. En el archivo municipal de Astorga, se conserva una carta con la firma de Isabel y Fernando, enviada a la ciudad, con el fin de  reclutar hidalgos y caballeros para la guerra del reino de Granada, concretamente para la conquista más costosa y sangrienta, la de Baza (ganada el 4 diciembre de 1489),  a la que seguiría la de Almería. 

LA CARTA DE LOS REYES CATÓLICOS A LA CIUDAD DE ASTORGA Y A SU OBISPADO COMO LLAMAMIENTO A LA GUERRA DE GRANADA. EL REY EN LA CIUDAD



1. Unas notas sobre la ciudad en la época de los RR.CC.
2. Llamamiento a la guerra de Granada: carta original y su fiel transcripción
3. Texto de la carta con alguna actualización al español actual y algunas 
    explicaciones para su comprensión. 





Restos castillo de Astorga, grabado de Parcerisa, litograf. de Donon. Del
Libro de Quadrado y Parcerisa, Recuerdos y bellezas de España, 1855
1. Astorga en 1488, fecha de la carta que Isabel y Fernando envían para la recluta de tropa con que conquistar Granada, no era ya de realengo sino de señorío, dado que Enrique IV, en Toro,  el 16 de julio de 1465, había otorgado a favor de Álvaro Pérez Osorio, conde y señor de Villalobos (poseía otros títulos) el marquesado de Astorga, con toda su ciudad "e fortaleza aldeas vasallos e moros e judios" que fueren vecinos de ella. Los Osorio ya contaban con propiedad en la ciudad, como se detallará. La organización concejil se había reestructurado en favor del marqués, que designará a la máxima autoridad, el corregidor; en 1488 lo fue el bachiller Alonso de Fallaves. Como se puede comprobar en el gráfico elaborado por el profesor José Antonio Martín Fuertes, El concejo de Astorga, siglos XIII-XVI, había pasado a ser un órgano secundario, pues el marqués, a través del corregidor, ejercía un control piramidal del poder.




Probablemente en dicha fecha ya se hubiese alzado totalmente  el castillo y fortaleza del nuevo marqués (hoy plaza de los Marqueses), que se asentarían sobre el anterior alcázar, construido hacia  1388 por un antecesor del primer marqués de Astorga,  Alvar Pérez Osorio (debido a un encargo de Enrique III el Doliente, ante la ofensiva del duque de Lancáster, aspirante al trono de Castilla). Se constata años después, el 15 de marzo  de 1502, con ocasión  del primer viaje de Felipe el Hermoso con Juana desde Flandes al reino de sus suegros, para la coronación, pues uno de sus nobles, Antonio de Lalaing, que en Burgos había abandonado el séquito, temporalmente, para ir de peregrino a Santiago por la ruta de San Salvador (Asturias),   en su retorno por el Camino Francés se sorprenderá en Astorga al visitar los dos edificios más singulares. Por una parte, en la vieja catedral románica, ante el tamaño de las reliquias  de San Cristóbal (un diente y medio "que pesan once libras menos un cuarto") y de San Blas ("parte del pulgar y del brazo");  y, asimismo,  de la grandeza de la fortaleza de los Osorio, que por dentro no podrán visitar: "El castillo es hermoso y grande; pero estos tres peregrinos (junto a él, Charles de Lannoy y Antoine de Quiévram) no lo vieron porque el marqués estaba con el archiduque". 
   Se hallaban en ejecución, en sus inicios,  las obras de la actual catedral cuya primera piedra se había colocado el 16 de agosto de 1471; un empeño de siglos (para hacernos una idea, la torre nueva o rosada estará rematada en 1704 y el atrio en 1867); el nuevo templo conviviría con la catedral románica, que no será derribada en su totalidad, al menos hasta bien entrado el siglo XVII.  Ya existían, en estado precario,  las Casas Consistoriales en la Plaza (el ayuntamiento actual las sustituiría), donde se reunirían los regidores, pues el Concejo seguía teniendo como sede la iglesia de San Bartolomé; cercana estaba la cárcel, sobre parte de la edificación que contenía la Ergástula. Varias torres de nobles se alzaban en el casco urbano, como la Torre Furada, de 15 m x 12, 21, localizada entre la colación (parroquia) de Santa Marta y Rúa Nueva (hoy Pío Gullón), propiedad de los Osorio, o la del Señor de las Regueras: "las casas más principales que ay en la dicha çiudad  y de más valor", "con su torre y otras casillas junto a ellas sitas en la collación de San Julián", esto es, muy cercanas al ayuntamiento; la plaza de lo que es hoy Santocildes la ocupaba el llamado Palacio Viejo, también de los Osorio. 

Vista idealizada del castillo en la plaza de los Marqueses; la fachada principal mira hacia la calle del actual Conservatorio. Dibujo: Francisco Javier García. En  El marquesado de Astorga, de M. Arias Martínez.
Contaba Astorga, según don Matías R., con ocho iglesias y sus respectivas parroquias, así como con  sinagoga judía (hoy excavada en solar de la Biblioteca). Monasterios, el de Santa Clara y S. Dictino (en torno a la actual iglesia de Puerta de Rey, regido desde 1480 por dominicos), S. Francisco y la casa de oblatas de Sancti Spiritus, en el entorno de La Nevera, de Manjarín; posiblemente el actual monasterio, al que a fin de este siglo se trasladarían las franciscanas,  estuviese en ejecución, pues fue consagrado entre 1499 y 1501. Numerosas eran las cofradías con sus capillas y hospitales para mendigos, enfermos y peregrinos... Predominaba en el centro urbano un caserío llano, con viviendas que contaban con bodegas, hornos, paneras y corrales, algunas con huertos (y en ellos colmenas). El mercado se celebraba en la plaza Mayor, en el entorno de S. Julián (donde la actual iglesia de Fátima) o en el de la propia catedral. La población no era numerosa; Bartholomé  de Villalba,  en 1577, en su relato el Pelegrino curiosoreconoce 600 vecinos en la ciudad, cifra generosa pues en 1652 se contabilizan 403, entendiendo por tales los cabezas de familia.

Foto de Imagen Mas, de la portada de Argutorio, n.º 19,
 II semestre de 2007. Cuadro de Juan de Peñalosa

El cuadro que se adjunta es el primer testimonio visual que tenemos de la ciudad. Se halla en la catedral y fue pintado por el canónigo Juan de Peñalosa; dado que murió en 1633, esta panorámica del lienzo del hoy parque de El Melgar, junto al acceso por Puerta de Rey, nos permite aproximarnos a lo que sería la ciudad en este flanco, sin la nueva catedral, que está aún a principios del XVII a medio hacer, sin las torres ni la fachada principal. Junto a ella todavía pervive parte de la catedral anterior, románica, con su torre cuadrangular y arcos de medio punto; sería también derribada, pues parte de la actual se asienta en su mismo solar. La procesión es con motivo de agradecimiento por la salvación de unos obreros de San Román que cayeron a un pozo. Como se puede observar,  la muralla cuenta con todos sus paños, cubos y almenas, y con la altura original, por eso no se ve la parte baja de la catedral nueva.  El otro grabado del mismo entorno, "Murallas del este",  es posterior, anterior en todo caso a 1909; ha sido extraído de la H.ª de Astorga de M.R.; la catedral ya está finalizada (con parte de la torre vieja caída por el terremoto de Lisboa), aparece el cimborrio del "nuevo" seminario al fondo, las murallas han sido rebajadas, sufren un gran deterioro, y lo que fue Puerta de Hierro, de acceso a la zona catedralicia,  ha sido sustituida por un paredón; hay que recordar que esta puerta y su entorno fueron bombardeados por los franceses en 1810 y 1812.

El rey Fernando estuvo en Astorga en dos ocasiones. Una, fallecida la reina, algunos días de mayo de 1506, hasta el día quince, porque Felipe el Hermoso, cuando viajaba con su esposa, la infortunada Juana, para hacerse cargo del reino de Castilla, acompañado de  un gran ejército de su corte, varió sus planes y, en vez de en Laredo, desembarcó en La Coruña, con el propósito de contar con el apoyo de algunos nobles; bien conocidas son las malas relaciones entre yerno y rey, y, también, los deseos de la nobleza castellana y leonesa de apartar al aragonés de la influencia en el reino; el marqués de Astorga, en concreto, se sumó al bando de Felipe. En Astorga le comunicarían que el encuentro entre ambos se realizaría  en una ermita de Sanabria. La anterior visita, muy breve, tuvo lugar en febrero de 1483; acudió a sofocar las demasías del conde de Lemos, Señor de Ponferrada. Antes de llegar le comunicaron su fallecimiento "E quando llegó a Astorga supo que el conde era muerto".


2. LLAMAMIENTO A LA GUERRA DE GRANADA


CARTA A LA CIUDAD  DE ASTORGA Y A SU OBISPADO DE LOS REYES CATÓLICOS, QUE SE CONSERVA EN EL ARCHIVO MUNICIPAL. FIRMADA POR ISABEL Y FERNANDO Y SU SECRETARIO, FERNANDO ÁLVAREZ DE TOLEDO, EL 26 DE OCTUBRE DE 1488





Copia posterior y fiel de este documento, transcrita por el paleógrafo astorgano Andrés Martínez Salazar, para facilitar su lectura, que consta asimismo en el archivo municipal:
























3. LA CARTA CON ALGUNAS EXPLICACIONES, Y  ADAPTACIONES DEL TEXTO AL CASTELLANO ACTUAL. 


 Mapa de los reinos de Portugal, Navarra, Granada, Castilla, con sus dominios en color rosado, y Aragón  con los suyos, en color verde (Islas Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, el Rosellón y la Cerdaña con capital en Perpiñán), antes del matrimonio de Isabel y Fernando (que fue el 19, octubre de 1469). No abarca los ducados aragoneses de Atenas y de Neopatria (en Tesalia), que también se citan en la carta enviada a  Astorga.Los reyes no mencionan entre sus dominios a las islas Canarias, aunque Castilla detentaba su soberanía; la incorporación en principio no había sido de realengo, sino de señorío, y restaban por conquistar La Palma y Tenerife;  para los RRCC estas islas no eran asunto prioritario
































La carta, pese a ser la guerra de Granada un empeño de Castilla, la encabeza el rey Fernando. El matrimonio se había celebrado el 19 de octubre de 1469, y cuando Isabel es proclamada reina en Segovia, en diciembre de 1474,  entre los "criados y los grandes" hubo disparidad de opiniones respecto al tratamiento de su esposo.  Esta disputa será zanjada días después, el 15 de enero de 1475, por el cardenal Mendoza y el arzobispo Carrillo en la llamada Concordia de Segovia:  Fernando debería ser reconocido como rey de Castilla, compartiendo el gobierno con Isabel, aunque sólo en tanto que permaneciera casado con ella. Fernando sería proclamado rey de Aragón cinco años más tarde, el 20 de  enero de 1479; en Calatayud, el 14 de abril de 1481, por medio de una provisión nombra a su esposa  “corregente, gobernadora, administradora general y otro yo de los Reinos de la Corona de Aragón”, no obstante, la reina, al contrario que Fernando en Castilla, apenas intervendría en los asuntos del otro reino. Se establece, pues,  la igualdad jurídica a partir de entonces, y se concreta cómo en los documentos reales aparecerá primero el nombre del rey, si bien, a la hora de relatar los dominios, prevalecerán los de Castilla y León, para, a continuación, alternarse los de ambos reyes: “la intitulación en las cartas patentes de justicia, y en los pregones y en la moneda y en los sellos, sea común a ambos los dichos señores Rey y Reina, estando presentes o ausentes; pero que el nombre del dicho señor rey haya de preceder, y las armas de Castilla y de León precedan a las de Sicilia y de Aragón". La carta enviada a la ciudad de Astorga, el 26 de octubre de 1488, se atiene a este acuerdo y concreta todas las posesiones y títulos de ambos, previos a la conquista del reino granadino; no mencionan entre sus dominios el archipiélago canario, aunque Castilla detentaba su soberanía; la incorporación en principio de estas islas  no había sido de realengo, sino de señorío, y restaban por conquistar La Palma y Tenerife; pero la razón fundamental se debe a que  para los RRCC estas islas no eran asunto prioritario.

A continuación se comenta el fin de la misiva, el medio de difusión y de acatamiento por parte de los hidalgos y caballeros; se da cuenta de los salarios con que la monarquía les compensará, y, asimismo, los castigos que pueden recibir ante su incumplimiento. El fin es obligar a caballeros e hidalgos de Astorga y su diócesis a enrolarse en la guerra contra los "enemigos de nuestra santa fe católica", en la que el rey mismo piensa participar, una vez reforzado su ejército,  en el verano siguiente, de 1489. No va a ser esta una batalla más, sino la más sangrienta, pues el rey pretende, en primer lugar, conquistar Baza, donde se halla el Zagal, y después Almería; reclutarán un ejército de 12 000 o 13 000 jinetes y 40 000 peones; la población de Baza rondaría los 10 000 habitantes más su guarnición militar. La carta será conocida en todo el territorio diocesano, pues de ciudad en ciudad y de villa en villa ha de ser transmitida y pregonada; si así no fuese uno u otro concejo habrían de abonar como castigo "so pena", la cantidad de "cien mil maravedís para ayuda a los gastos de la guerra". Asimismo, avisan de misivas posteriores para llevar a feliz término su mandato. No se dirigen aquí a la alta nobleza o clero, aunque los mencionan,  pues ya cuentan con su participación "ejemplar" en la causa, tal sería el  caso  del marqués de Astorga o del propio obispo (los "perlados" eran los altos cargos eclesiásticos, obispos, abades...). La carta va destinada, procede resaltarlo,  al concejo, responsable máximo del cumplimiento de sus órdenes; y consta el vasallo real que la entrega, Gonzalo de Aguilera. Y aquellos caballeros o hidalgos que no acudan a la llamada de los reyes serán desposeídos de sus títulos y rebajados a "pecheros", esto es, perderían todos sus privilegios, entre ellos el estar exonerados de alcabalas (impuestos). Para dejar bien claro a cuantos concierne, aluden a quienes han recibido títulos de nobleza en su reinado,  también a todos aquellos que los han adquirido en tiempos pretéritos, en los de Enrique IV, "nuestro hermano" y de Juan II, "nuestro padre".


LA CARTA CON ALGUNAS ACTUALIZACIONES


Anónimo,  flamenco, S. XV






















Don Fernando y doña Isabel por la gracia de Dios, rey y reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de Guipúzcoa, conde y condesa de Barcelona y señores de Vizcaya y de Molina, duques de Atenas y de Neopatria, condes de Rosellón y la Cerdaña, marqueses de Oristán y de Gociano, a los concejos, corregidores, asistentes, alcaldes, alguaciles, merinos, regidores, caballeros, escuderos, oficiales y hombres buenos de la ciudad de Astorga. Y de todas las otras ciudades y villas y lugares de su obispado y a cada uno o cualquiera o cualesquiera de vos a quien esta nuestra carta fuere mostrada o su traslado signada de escribano público o de ella supiere en cualquier manera y a cada uno en vuestros lugares y jurisdicciones salud y gracia... Bien sabéis la guerra que mandamos hacer y se hace continuamente al Rey y moros del Reino de Granada, enemigos de nuestra santa fe católica,  y mediante la gracia de Dios en prosecución de aquella, yo, el Rey, tengo acordado entrar poderosamente en persona en el dicho Reino de Granada al verano venidero del año de ochenta y nueve años para hacerles la guerra y todo mal y daño. Para lo cual mandamos juntar muchas gentes de caballo y de pie, porque según la parte por donde se ha de hacer la dicha guerra, en la dicha tierra de moros, para que la dicha tierra más presta con la ayuda de Dios se pueda conquistar y ganar,  hemos deliberado juntar para el dicho año más gente de caballo y de pie que hasta aquí, además de la gente de nuestras guardas y hermandad, de los perlados y grandes y caballeros de nuestros reinos y de las ciudades y villas y lugares de los dichos nuestros Reinos y gentes sobre lo cual mandamos dar esta nuestra carta, por la cual mandamos a todos los dichos caballeros e hidalgos, y a cada uno de ellos, que todos estén apercibidos y prestos para servirnos en dicha guerra, los cuales sean en el dicho lugar que nos les enviaremos mandar, para el día que nos les enviaremos mandar por otras nuestras cartas.  
Y se presenten ante las personas que nos para ello nombraremos, los cuales les darán fe como nos vinieron a servir a la dicha guerra para que por virtud de ella los hayan por servidos.  Y allende de esto les sea pagado el sueldo que hubieren de haber en todo el tiempo que estuvieren en nuestro servicio a los precios por nos ordenados, lo cual les mandamos que hagan y cumplan así so pena que los que no vinieren a la dicha guerra al dicho término, o viniendo se volvieren sin llevar la dicha carta de servicio no gocen de las dichas libertades y exenciones que gozaron hasta aquí. Y
que pierdan los privilegios y cartas o señoríos  y porque lo susodicho mejor se haga como cumple al servicio de Dios y nuestro hemos acordado que los hidalgos hechos por el señor Rey don Enrique, nuestro hermano que santa gloria haya y por nos desde quince días de septiembre del año pasado de sesenta y cuatro años a esta parte y asimismo de todos los caballeros hechos y armados así por el señor Rey don Juan nuestro padre que santa gloria haya como el Rey don Enrique y por nos hasta aquí vengan a servirnos en la dicha guerra del dicho año venidero de ochenta y nueve años conviene a saber los caballeros con sus caballos y armas a  punto de guerra según son obligados y lo deben hacer y los hidalgos cada uno como mejor pudiere, los cuales sean en el lugar y al tiempo que nos les enviaremos mandar por nuestras cartas firmadas de nuestros nombres que nos mandaremos pagar el sueldo a todas las dichas y libertades que tienen y sean habidos por pecheros así como si no tuvieran las dichas hidalguías y caballerías.  Y porque lo susodicho venga a noticia de todos . Y ninguno ni algunos no puedan pretender ignorancia mandamos que esta dicha nuestra carta o el dicho su traslado signado como dicho es sea pregonada por las plazas y mercados y otros lugares acostumbrados de la dicha ciudad de Astorga luego que por Gonzalo de Aguilera nuestro vasallo que allá enviamos os fueren presentadas por pregonero y ante escribano público. Y asimismo sea pregonada en las otras ciudades y villas y lugares principales del dicho obispado. Y mandamos que en cualquier ciudad o villa que el dicho Gonzalo de Aguilera dejare esta nuestra carta sea obligado el concejo de la tal ciudad o villa donde así la dejare de recibir y enviarla a la otra más cercana. Y que la ciudad o villa que tuviere tierra sea tenida de hacerlo saber a su tierra. Y así de una ciudad o villa a otra, por manera que sea publicada en todas las ciudades y villas del dicho obispado so pena de cien mil maravedís para ayudar a los gastos de la dicha guerra al concejo de tal ciudad o villa por quien quedare de hacer la dicha publicación. Y los unos ni los otros no hagáis ni hagan lo contrario por alguna manera so pena de la vuestra merced y de diez mil maravedís a cualquiera o cualesquiera por quien fincare de hacerlo así y cumplir para la nuestra Cámara y demás mandamos al hombre que los emplace que aparezcan ante nos en la nuestra corte donde quiera que nos seamos del día que los emplazare hasta quince días siguientes so la dicha pena so lo cual mandamos a cualquier escribano público que para esto fuere llamado que de ello al que la mostrare testimonio signado con su signo sin dineros porque nos sepamos en como se cumple nuestro mandado. Dada en la villa de Valladolid a veinte y seis días del mes de octubre año del nacimiento de nuestro Salvador Jesu Cristo del mil y cuatrocientos y ochenta y ocho años . 

Yo el Rey (rúbrica) Yo la Reina (rúbrica), Yo, Fernando Álvarez de Toledo, secretario del Rey y de la Reina, nuestros señores, lo hice escribir por su mandado (consta, asimismo, su rúbrica).

(La carta, en papel, está sellada con placa de cera roja). 


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LA DROGUERÍA "LA ZAMORANA" DE ASTORGA EN  LONDRES, PASTEL SIN RECETA

Fragmento de la novela “Londres, país sin receta”, de Lala Isla, escritora  emparentada con la familia Ortiz, que tuvo imprenta en el barrio de Puerta de Rey durante las primeras décadas del siglo XX.  Este relato tiene un carácter autobiográfico (desde 1977 reside en Londres), y de continuo la autora  contrasta la vida inglesa y española. Entre otras muchas alusiones a Astorga,  transcribimos esta sobre la droguería La Zamorana: 

«En 1977 Gran Bretaña aventajaba todavía mucho a España en todo lo referente al consumo, pero cuando te alejabas del centro de las ciudades encontrabas tiendas con un aspecto igualito a las que había en La Bañeza  y Astorga en los años cincuenta. En Londres me sorprendía la ausencia de ciertos establecimientos comerciales, como las mercerías y las droguerías, estas últimas absorbidas por las farmacias y los grandes supermercados. En España aún se vendían a granel productos que en Gran Bretaña sólo encontrabas higiénicamente empaquetados, con lo que se perdía la fuerza y la poesía que tiene la materia sin elaborar, como recién sacada de la tierra.
   La carencia de droguerías me hacía recordar más vivamente las de España. Pensaba con melancolía en La Zamorana de Astorga, donde, cuando era pequeña, para comprar según qué productos, tenías que llevar frascos de casa y allí te los llenaban. En La Zamorana, como en tantas otras droguerías de la época, había una serie de artículos con fuerte alusión patriótica, como el blanco de España, unos polvos que usaban para pintar las junturas de los azulejos, y el Visnú, en cuya caja se podía leer lo siguiente: “Da al cutis la Frescura de la Rosa. Producto de perfumería Nacional Superior a todo lo Extranjero”. Un artículo familiar y cotidiano en España, y difícil de obtener en Londres en 1977, era la cera depilatoria, que, como saben las españolas viajadas desde tiempo inmemorial, era un producto de peliaguda adquisición fuera del país, mientras que dentro era parte circunstancial al oficio de mujer. La primera vez que intenté comprarla en Londres, en una farmacia, me dieron una tarterita de aluminio diminuta que parecía de juguete. Señalando las piernas le dije a la dependienta en mi inglés monosilábico: “Legs, legs” (piernas, piernas), a lo que ella estupefacta, me respondió: “Oh, no, dear” (¡Oh, no, querida!), y me indicó una estantería donde había esas cremas que te ponen el vello de rizo afro antes de que lo puedas retirar con una espátula. Al llegar a casa le pregunté a Steve –su marido– dónde creía él que podía comprar cera, pero su desconocimiento del asunto era total (¡ignoraba si sus amigas se depilaban o no!). Cuando le expliqué en qué consistía el proceso se quedó petrificado. Intrigada ya por las connotaciones culturales del tema le pedí a nuestra amiga Sally, que aun bohemia y feminista procedía de círculos superexquisitos, si podía informarme debidamente. Según Sally, la carencia de cera depilatoria era debida a la falta de necesidad, ya que a las británicas, al ser más rubias y blancas, se les notaba menos el vello. Di por buena la explicación hasta que empecé a fijarme en las londinenses y descubrí cantidades ingentes de selvas oscuras brotando de las extremidades exteriores. No siempre se trataba de especímenes con uniforme de lesbiana o feminista radical, y pensé entonces que las inglesas no debían de estar tan obsesionadas con la depilación como las españolas».





(Foto de la calle Ancha (García Prieto) / Pío Gullón, de Ranomman Palmero). 

EL PINTOR SOROLLA Y ASTORGA (6, junio, 2013)


Astorga también tiene su parte en la celebración, este año, del 150º del nacimiento de gran pintor Joaquín Sorolla: un cartón al óleo, pintado por su estancia en Astorga, en torno a los años 1902, 1903. Es un cuadro muy pequeño (10 cm de alto por 17 de ancho) y su Museo lo define así: “Escena de mercado. Numerosas figuras muy abocetadas, se recortan sobre una edificación vallada y con una reja en la puerta”. Otros datos aluden a que fue pintado en la primavera, y que corresponde a un día de mercado. No sé si será aventurado suponer que se trata de la plaza de San Bartolomé.
Se acompaña el óleo del mercado de Astorga y el cuadro de "La fiesta del pan" con tamboritero maragato.

Foto





















EL JARDÍN DE LA SINAGOGA



 AQUELLA PESTE QUE SE LLEVÓ LOS NEGRILLOS DEL JARDÍN...

Foto

Aunque en la primera foto que veis figura 1856, no es este el año en que se comenzaron los trabajos en el jardín de la Sinagoga, sino el de colocación de las verjas. La historia de La Sinagoga (denominación primera, y también actual , que aprobamos, para retirar la anterior de “Generalísimo”) requiere mucho espacio. El solar del primitivo jardín era bastante más pequeño que el actual, y se concebía dentro de una zona de mejora amplia; aun así, el Ayto. tuvo que permutar solares y disponer de parte de la huerta de la escuela municipal (la casa donde antes ensayaba la Banda y que ahora complementa el albergue de las Siervas). Las primeras obras de acondicionamiento se iniciaron en 1835, al albur del espíritu romántico que tanto apreciaba la naturaleza y el paseo; y el impulso definitivo en 1840, con el propósito también, en un momento de grave crisis, de paliar el paro en la ciudad.
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Nos tocó presenciar los estragos de la grafiosis (los primeros 12 negrillos fueron talados en la 2.ª semana de enero de 1988); bien se puede apreciar en la segunda foto, cómo hasta la corteza van perdiendo; podrido, asimismo, estaba el entablado del kiosko verde (la fuente moruna había sido derruida en una época anterior a esta). Hubo, como no resultó el tratamiento aplicado, que talar los 30 restantes, desinfectar y hacer una plantación nueva de todo el Jardín; se puede observar el fuste de los nuevos árboles y el páramo que entonces era. La última foto es de ayer mismo, con el acceso a la cloaca romana y el templete restaurado y ampliado.



 .
Algún día habrá que contar su historia completa, porque niños y mayores en él, antes y ahora, disfrutan y gozan momentos de placidez, cuando no de amores.

BRONNER PIÉRO, PEREGRINO
Los peregrinos que salen solos así al Camino, para caminar a Santiago, son personas un tanto especiales, siempre afables y deseosos de conocer gentes y paisajes nuevos. En el Jardín, a media mañana, son muchos los que se acercan para sentarse o tomar algo, dada la cercanía del Albergue. Este es Bronner Piéro, de un pequeño pueblo francés, Beauregard-et-Bassac, perteneciente al departamento de Dordogne; región de Aquitania. Con su bici, a la que ha incorporado un pequeño remolque, estaba sentado en un banco, un tanto apurado porque nadie entendía su problema: una carta familiar que le llegaría a Astorga y le debían reenviar desde Correos a otro lugar del Camino. Quedará hoy en Astorga, por si la carta llega mañana, y conocerá nuestra ciudad. Por lo que se oye, Gaudí es nuestro principal valor turístico en la ciudad.





ENTIERRO DE TERCERA EN LA PRIMAVERA DE 1883

Astorga, detalle foto de "J. Laurent y Cía.", 1870, BNE.  Una de las fachadas del  hospicio (edificio blanco con las tres buhardillas), cara a la muralla; las edificaciones ocupaban gran parte de  la manzana, hasta la actual  Matías Rodríguez, con un callejón central. 
El viajero inglés F.H. Deverell llega a Astorga un día de la primavera de 1883. Como tantos otros, a la hora de narrar su peripecia en la ciudad, recoge lo que le ha llamado la atención: las mantecadas, las murallas, la catedral y Pedro Mato, el ayuntamiento y los maragatos del reloj. Muestra un interés especial por conocer la casa que fue de una familia noble, los Moreno, pues en ella tuvo su centro de operaciones el general Sir John Moore en los últimos días de diciembre de 1808, para la estrategia de retirada de las tropas inglesas. Napoleón le venía pisando los talones y llegará a Astorga en las primeras horas de  la noche del 1 de enero de 1809; se alojará en el viejo palacio del obispo.  Fueron quizás las Navidades más terribles que los astorganos sufrieron en su historia, por el movimiento de tropas, inglesas, españolas, francesas, que fue obligado alojar. Dicho esto, Deverell se diferencia de los demás viajeros que por aquí pasaron en un hecho singular: la asistencia al entierro de una niña hospiciana. En 1883 el Hospicio se había ampliado en la parte de la calle del Arco (que empezaba en el mismo ayuntamiento, en la puerta principal); y dependía ya de la Diputación Provincial (el edificio se ampliaría y remodelaría ocupando todo el solar  donde hoy se asienta la Biblioteca y la excavación y residencia de enfrente).
 El entierro ya tuvo  lugar en el cementerio actual, antes de sus ampliaciones (hasta su apertura en 1835 existían los de las parroquias y el del Hospital de San Juan en Rectivía). Deverell, finalizado el entierro, dolorido, se acerca a ver el edificio donde habitaba la joven difunta; observa el letrero donde anuncia "Aquí se reciben niños expósitos" y se pregunta cuántos niños puede haber allí dentro. El Hospicio estaba regido por las Hermanas de la Caridad, y en 1909, según nuestro historiador don Matías R., acogía unos 90 niños y 70 niñas, no solo de Astorga sino de las poblaciones cercanas.   Leer su relato (en Viajeros por León, de C. Casado y A. Carreira) duele e indica qué sociedad era aquella para la mujer y cuantos niños nacían fuera del matrimonio, pues muchos expósitos eran hijos de lo que como estigma llamaban "madre soltera": 


Al ver un cortejo fúnebre lo acompañé hasta el cementerio (el Campo Santo). Era el entierro de una pobre joven y lo seguían cerca de treinta muchachas. Junto a la tumba sacaron el cadáver del ataúd, y éste se reservó para futuros usos. Colocaron dos cuerdas bajo el cuerpo y lo bajaron a la fosa: dos rudos hombres empezaron entonces a echar paletadas de tierra. Le vi la cara, al caer el pañuelo que la cubría, pero volvieron a ponerlo en su lugar antes de que la tierra cayera sobre el cuerpo. No hubo allí ninguna ceremonia religiosa, si bien las chicas permanecieron alrededor repitiendo oraciones, de las que pude captar las palabras «Santa María». A continuación se alejaron un poco y estuvieron durante algún tiempo rezando alrededor de un rosal. Pregunté a uno de los sepultureros a quién estaban enterrando: me contestó de forma brusca que era una chica del hospicio. Eché luego un vistazo por fuera de este edificio. Se podía leer la inscripción "Aquí se reciben los niños expósitos". Parece ser que había muchos jóvenes allí, aunque acaso no fueran todos incluseros. Se lo comenté a un hombre; me comentó aparentemente sin inmutarse: «no es poco». Todo este episodio fue bastante doloroso.



La casa-palacio de los Moreno, en la que se alojó Moore y que visita Deverell,  es la que tiene dos cruces en el tejado, frente a Sancti Spiritus.  En los años finales de los 60 o principios de los 70  donde se asentaba se abrió la nueva calle de Marino Amaya (que da a la oficina de empleo) y los dos bloques de casas laterales. En ella también se alojó Moore en 1808 e  Isabel II en su visita a Astorga y aparece en "La esfinge Maragata".
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Marcelo Macías publica un manuscrito anónimo, de 1842. "Descripción geográfico-histórica...". Pág. 24. ..."y además un maravedí de azumbre de vino, del que se consumiese en este partido y en los de La Bañeza, Ponferrada y Villafranca, que asciende a unos 70.000 reales. Hay un maestro de primeras letras para los expósitos y otro de pasamanería, que enseña a los varones diferentes tejidos de seda, lino y lana. Dependen de esta casa (que está muy empeñada) 80 acogidos. 





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Sobre marino amaya: el extrat. de ojén http://www.taringa.net/posts/noticias/16583693/Marino-Amaya-y-su-contacto-con-extraterrestres.html




Sobre Bronia, René Clair
http://astorgaredaccion.com/not/6373/adios-bronia-adios/http://astorgaredaccion.com/not/6235/duchamp-en-castrillo-de-los-polvazares-me-gusta-mas-respirar-que-trabajar-/


http://astorgaredaccion.com/not/6373/adios-bronia-adios/



Grabados Wigram: http://www.hellenicaworld.com/Spain/Literature/EdgarTAWigram/en/NorthernSpain.html







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