5, 11, 2019
Un puente intenso, el de Todos los Santos de 2019
Se llenaron las confiterías de buñuelos,
huesos de santos, y el cementerio de
crisantemos, aunque otras flores más de aluvión e insignificantes cada año
ganan más espacio en las lápidas de las sepulturas. Las sepulturas son aliadas de la pervivencia de la memoria,
de los que que tanto quisimos y recordamos. Algunas albergan a personajes
que fueron relevantes, pero el descuido las ha ensombrecido; otras, quizás por el azar, no sé si debido al desengaño de los
herederos hacia nuestra tierra, rinden cada vez más sus lápidas labradas a la
tierra. Antes, hasta a la hora de la
muerte, se diferenciaba la clase social. Y aquellos, muy pocos, que renunciaban
al rito católico, en vez de ser sepultados hacia el oriente, colocaban la
cabecera de su caja mortuoria en dirección a poniente. Tal es el caso de los
hermanos Núñez Nadal, Leoncio (el propietario primero de la casa de los Panero)
y Primo (ilustre farmacéutico); o de los Ochoa, con la figura destacada de
Esteban, alcalde de la ciudad, diputado y gobernador.
Y si algo ha sido sorprendente es la
afluencia de público en el Gullón, horas más tarde de la concentración en pro
de la sanidad, a la representación del Tenorio, drama romántico escrito por
Zorrilla antes de que viajara a Londres con el fin de cobrar cierto dinero y seguir los pasos de Emilia Serrano, para despecho de
su esposa Matilde O´Reilly. Como ya se ha remarcado, en aquella capital participó en las tertulias
de los exiliados liberales, que tenían lugar en la
acreditada tienda del relojero, de Cabrera, José Rodríguez Losada (donante
del reloj de la Puerta del Sol). No fue desatento Zorrilla con el ilustre
relojero y admirador, al que le dedicó
memorables versos. “Don Juan Tenorio” es una pieza teatral propia
de la festividad de Los Santos, y se representaba cada año en muchos pueblos,
también en algunos de nuestro entorno. Amores sin más lógica que una frívola o
sentida pasión, duelos sin más motivos que el honor mancillado , y sepulturas
de los protagonistas en el cementerio, con otros ingredientes, han dejado el poso de un personaje universal: el Don Juan.
¿Volverán, en el histórico teatro Gullón, a recobrar la
comedia, el drama y la tragedia, el esplendor perdido? Sí parece que existe un público, adulto, dispuesto a pagar entrada y asistir a las obras clásicas
del teatro español.
Muchos astorganos, tantos que se llenó el
Velasco, esperamos al lunes para ver “Mientras dure la guerra”, de Abenámar.
Una obra, que más allá de la peripecia contradictoria de Unamuno en Salamanca,
relata hechos que se dieron, con la misma crueldad, en otras ciudades, como en
la propia Astorga; entre ellos, urdidos en los despachos y con desentendimiento
episcopal, el asesinato de su alcalde, y
de ilustres personalidades, de la educación, medicina, del trabajo… No podía uno evitar el rememorar cómo la madre
de Leopoldo Panero, Máxima, viajó a esa Salamanca, en octubre del 36, con el propósito
de reclamar la intercesión de Unamuno (infructuosa, al estar ya confinado) y de Carmen Polo de Franco, para sacar a su hijo de la
cárcel de San Marcos; o imaginar en el mes de octubre al tuerto Millán Astray, después de las
proclamas en la ciudad del Tormes, en nuestra plaza
Mayor, repleta de público, gritando e incitando a corear a grito pelado, hasta tres veces:
¡Viva la muerte!
Buñuelos y huesos de santos, crisantemos, pendones
en la Plaza, intrépidos amores, y la guerra, esa maldita guerra…: días
intensos, en verdad han sido.
Hay en las lápidas
crisantemos y amores
en el Gullón.
6, octubre, 2019
Anatoli y Andrej
En la Plaza, este sol de las dos de la tarde es plenamente otoñal:
tamizado por el velo de jirones de nubes
se convierte en nebulosa blanquecina por sus bocacalles.
Las terrazas del poniente están casi al completo, por lo acogedor, debajo de
las sombrillas: no hay calor como el del sol, aunque lo filtre el más basto
tejido. ¿Cuál es el pálpito de esta Plaza, en la mañana de este seis de octubre?
En la cercana iglesia de San Bartolomé, cuyos arcos antiguos fueron abrigo para
las reuniones del concejo municipal, la
Hermandad de la Santa Cena, con el ritual de costumbre, ha renovado su directiva,
y su nuevo Hermano Mayor se muestra apasionado devoto del Jesús Cautivo, imagen
que ha presidido el ceremonial. Está la Plaza y las calles adyacentes limpias;
las noches de la ciudad no son lo que eran, pero las mañanas, por este espacio
en el que ha resurgido el ágora del
antiguo foro romano, pasan o se sientan viajeros y, ante todo, peregrinos a
Santiago, asiáticos y europeos; no faltan astorganos a los que gusta ir de
chateo, o contemplar la abigarrada presencia de los forasteros.
Al principio de la rúa Nueva,
aquella calle con corredores que cubrían su calzada, hoy de Pío Gullón, dos músicos de los que se dicen
ambulantes interpretan canciones, con trompeta y guitarra, y acompañamiento
enlatado. No cantan, pero de las composiciones melódicas que interpretan, sus
letras son tan conocidas que despiertan en unos la nostalgia, en otros las aventuras perdidas, a saber si en algunos deseos no colmados, y hasta alguna mujer no puede evitar marcarse unos tímidos pasos, mientras camina. Uno no se atreve a tanto pero es como si en su interior tatareara algunos versos: “Si tú me dices ven, lo dejo todo /…/, reír
contigo ante cualquier dolor, / llorar contigo, llorar contigo, / será mi
salvación”. Se nota que a la gente de la Plaza le gustan sus canciones, pues no dejan de arrojar
monedas en el estuche de la trompeta. Hablo con ellos, Anatoli, y Andrej, dicen
que viven en Lugo, con sus familias ya
tanto rusas como españolas, y deambulan por las ciudades los fines de semana
para sacar unas perrillas. "¿De dónde sois?",
de Stalingrado, dicen con orgullo, y no mencionan el nombre actual de
esta capital, Volgogrado, porque saben que para nosotros esta ciudad con su
antigua denominación se desangró en la
Segunda Guerra para derrotar a los nazis. “Somos muy parecidos”, me dicen,
Rusia es hoy como la España del desarrollo, de los pasados sesenta.
No los entretengo apenas, pues si hablan no
tocan, y si no tocan, nadie arroja monedas. Les comento cómo el anterior alcalde
Arsenio García, hace unos meses, invitó al embajador Yuri Korchagin a uno
serie de actos, en recuerdo de la acogida en Astorga del Ejército Imperial
Alejandro, durante las guerras napoleónicas, y les invito a que busquen la
información, accesible en Internet. Me
voy pensando que hay ciudades, como Astorga, en las que han pasado tantas cosas
en su historia, son tantos los que la han ocupado, disfrutado, redimido, abandonado,
esquilmado, que con cualquier ciudadano que a ella hoy llegue, puedes buscar
algún fundamento con que fraternizar y sentirte en su altozano amurallado
ciudadano del mundo.
Gozo en la Plaza:
“Si tú me dices ven”
dos rusos cantan.
15, agosto, 2019
Juan Hedo en la plaza Mayor
Faltan apenas unos diez minutos para que los maragatos, Colasa y Juan
Zancuda, den las doce campanadas. He
pasado por el Jardín, donde algunos tempraneros
cogen las sillas blancas y las colocan frente al templete, para asistir
al concierto a cargo de la Banda Municipal, que tendrá lugar a las 13 horas.
Está previsto un repertorio especial en homenaje
a Sebastián Luis Álvarez, componente desde los diez años de esta familia tan
orquestada e hijo del famoso Luis, el
Músico, que tanto bregó con sus “Tiros a
diana”, en la prensa local, en pro de
las cosas y ‘cositinas’ de Astorga.
El sol cae sobre la Plaza como un bálsamo luminoso; aún no ha llegado
esa rumorosa algarabía, propia de conversaciones sin fin, cuando las numerosas terrazas
están repletas de público. La música de una guitarra se oye limpia y cantarina,
como filtrada por las columnas del
soportal, no desvirtuada pese a la
existencia de un altavoz: un hombre joven con sombrero blanco y camisa de
franjas vistosa interpreta “En mi viejo
San Juan”. Siempre he tenido predilección, un interés especial por cuantos se
ganan la vida de una forma errante, de plaza en plaza, como los titiriteros
que, con su carromato, recalaban en mi barrio, San Andrés, o en Puerta Rey:
—Buenos días, ¿de dónde eres?
—De Segovia.
—¿Y cómo por aquí?
—Porque este pueblo es
maravilloso, y de una gran cultura. Aquí no es como en Castilla, la gente es
mucho más educada.
—No creo que saques mucho…
—La gente va dando…
Entablamos conversación y me comenta que, además, en Astorga la policía local no le manda marchar, como en
otros lugares. Le comento que en esta ciudad no nos molestan los músicos, los días de mercado frecuentemente recalan
por aquí y sus canciones se mezclan con
las proclamas de los vendedores. No
quiero interrumpir su faena, aunque le place hablar conmigo: me presenta un
libro de poemas, Hojas de acero, y
varios ‘cedés’ con sus composiciones. Al final, resulta ser un licenciado al que la docencia,
que ya ha probado, no le satisface,
tampoco cualquier atadura; vive la mitad
del año en México, de donde es su esposa, y el resto en España. Se traslada a
León para tocar en la Real Colegiata de San Isidoro, y no puede evitar el
acercarse hasta Astorga. Dice tener
vínculos con nosotros, pues su padre, Jesús Hedo Serrano, fue catedrático en el
antiguo instituto astorgano.
—Me ha gustado tu “Viejo San
Juan”, por eso de la diosa del mar, los sueños de la infancia y las primeras cuitas de amor —le
digo.
—Pues quisiera que me oyeras junto a Adolfo Díaz, nadie toca
como él el laúd, ya es octogenario, y no veas la bandurria.
—Pues sí que me gustaría —le
contesto—; además creo que sí va ser
posible.
Me encamino hacia el ayuntamiento
y en este entretanto, para todos cuantos están o pasan por la Plaza,
también para mí, Juan Hedo queda interpretando el “Romance anónimo”. Si por
gusto fuera, apostado en cualquier
columna de los soportales, me quedaría escuchando las notas
de su guitarra y su canción.
Vibran las cuerdas
en la plaza Mayor
de una guitarra
de una guitarra
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11, diciembre, 2018
En calle Lorenzo Segura, 11, martes, 2018 |
El gusto por la vida
Ya no
es este el mercado que vieran Gustavo Doré y Charles Davillier un martes de
octubre de 1871, con cómicos de la legua en la plaza de Juego de Cañas (hoy
reducida, de los Marqueses), ni comediantes de títeres en el interior de la
“tiendecilla vacía”, en la esquina de la calle Portería, con el público apostado
en el Convento de Sancti Spiritus; ni fotógrafos, venidos de fuera, que
retrataban a los campesinos con una guitarra apoyada en la rodilla izquierda.
Ya no hay cerdos a la venta en la plaza en torno al Teatro Gullón, aunque el salitre de sus orines
aún impregna de olor la solera de sus cimientos; ni cacharros en el costado soleado
de la iglesia de San Julián (hoy de Fátima y en tal lugar con inadecuado
edificio longitudinal adherido)… Tampoco es el de nuestra infancia, con
cantares y coplas de ciegos, charlatanes y algún prestidigitador de mágicas
cartas.
Este segundo martes de diciembre, con las nubes llameadas a esta hora de las diez, y entreverado
por fin de frío, el mercado es de una
menor extensión, pero sigue ocupando el corazón de la ciudad: las plazas, de
Santocildes y de España, incluso se prolonga por Correos hasta San Bartolomé. Y
conserva lo esencial, que es el ágora semanal de la vecindad; lo es porque, mientras suena el
sonsonete —¡barato, barato!, ¡cuatro cosas a un euro!...—, muchos nos conocemos, y nos saludamos, preguntamos
por la salud, las familias, por los quehaceres, con esa naturalidad que solo es
posible en ciudades con dimensión humana.
Al reclamo de los vendedores de verduras, paños, bolsos, miel…, y todo tipo de frutos, acuden artistas
ambulantes, que se ganan la vida como marionetistas o con un violín acompañado
de una comparsa enlatada con altavoz. Tan solo los saludo, pero siempre me
quedo con las ganas de saber de su vida, no por curiosidad malsana, sino porque
imagino que es la suya, desde la infancia, una aventura subyugadora, pues abandonaron
hermosos países lacerados por las guerras del último tercio del siglo pasado o
en riesgo durante el tiempo presente. Hoy, en Lorenzo Segura, junto a la Caja
de Ahorros, templa con el arco las cuerdas del violín un ciudadano rubio, alto
como un poste, que se fue de su nación, la
de las hermosas iglesias ortodoxas, de montañas boscosas..., y donde ha puesto la bota Putin, Ucrania. “Yo soy
ucraniano, pero también español”, me
dice, con mi pareja en Ferrol. Pues ya está satisfecha mi curiosidad primera;
reemprendo el camino y en él voy
pensando mientras se mezcla la música navideña, valses… —su repertorio es muy
variado—.
En el Gullón ya hay que agudizar en extremo
el oído para percatarse de su música,
pero con su son bajo hasta la vega de la Moldería, donde algunos
labradores, pasadas las diez y levantada
la blanca helada, van esparciendo montones de abono para una buena sementera.
En fin, qué queréis os cuente, pues lo cotidiano: la vecindad, las plazas
hermosas, el bullicio del mercado, la
fecunda vega; el gusto por la vida en una ciudad con una dimensión humana.
En el mercado,
el ucraniano canta
con su violín.
1, agosto,
2018
Desahogo
Hoy me revive
el moderno organillo
antiguas notas.
antiguas notas.
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10, julio, 2018
La marioneta violinista
Disfruta la ciudad
con frecuencia de las habilidades
de músicos y artistas callejeros. Esta semana, con los
alumnos y profesores que han venido desde muchos confines al habitual curso
musical, plazas y jardines se poblarán, durante las horas de asueto, de sonoros
instrumentos, de viento y percusión, agrupados al azar, y merced al nacimiento de
nuevas amistades.
En los días de
mercado han desaparecido antiguos titiriteros, charlatanes, coplistas de ciego…,
afiladores y retratistas; pero no faltan simuladores con música enlatada,
guitarristas con el pigmento del polvo de los caminos, algún virtuoso violinista
llegado de países del Este… O, incluso, como en este segundo martes feriado de
julio, una marionetista segoviana, aposentada junto a la farmacia de Lorenzo
Segura. Su pequeño retablo, que nace del interior de una simple maleta, está primorosamente cuidado, en los colores
amaranto, carmesí, escarlata, de las cintas del teloncillo de fondo; o en el
extendido paño púrpura, donde, entre ramilletes de artificiales flores, descansa
un pequeño violín, morada para un
periquito que no canta, pero como si quisiera, cuando campanillean las
generosas monedas de la concurrencia. Cuenta tan simple armazón con dos
discretas bambalinas, sostenidas
por manojos de margaritas, de color claro, como el
perro que descansa a los pies de la figurilla que sostiene un violín. Rinde
tributo la marionetista, con un cartel / corazón pegado en el cercano canalón,
a una pareja de amantes, M.ª Paz y Víctor, compañeros en la farándula, por su próxima boda.
La violinista,
vestida de princesa azul, es la protagonista de la escena, pues la Segoviana mueve a las claras los hilos para hacerle
interpretar, con el arco sobre las cuerdas del instrumento, una enlatada pero dulce melodía. De cerca, de
Santocildes y de la Plaza, llegan los ecos de los vendedores, que vocean la
mercancía como buena, bonita y barata. Discurre entre los puestos mucho
público, que regatea; también, aunque ya
es época tardía, labriegos y aficionados de la horticultura, que solicitan
plantas de cebolla, de pimiento…, pues han sido tantas las lluvias y granizadas
que han quedado las huertas como ánimas
en pena y a la espera de un renovado cultivo.
Quizás a este nuevo
sol, esplendoroso, no lo atormenten ya más
tardes el rayo y el trueno; y las aguas
barrosas del Tuerto y de la Moldería clareen hasta volverse, definitivamente, transparentes.
La violinista
simula en su retablo
la melodía.
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18, marzo, 2018
AGUA CRISTALINA EN EL JERGA
Me he detenido a ver esta mansa agua cristalina, al volver del funeral por Karina, la joven esposa del
profesor Javier Gómez Montero en la universidad de Kiel. El sacerdote
oficiante, para finalizar su homilía en
la iglesia de Castrillo de los Polvazares, leyó el soneto de Lope “¿Qué tengo
yo, que mi amistad procuras?". Y, antes de
concluir la misa, un escrito en el que se recordaban las virtudes de esta
alemana encariñada con este singular pueblo maragato, que en verdad eran la
simpatía, el conocimiento humanístico y la
intensa, por discreta, amabilidad. Corre, decía, junto al viejo puente un
agua cristalina, y a mí me parece que se lleva con ella la pureza del esplendor
de una vida en plenitud, y de Lope de Vega el rumor anhelante de unas preguntas retóricas al “Jesús mío”, para salvar su alma después de no pocos desvaríos
mundanos. También ese gran cúmulo de poemas traducidos que cada verano Karina y
Javier han venido encomendando, en este pueblo, a ilustres visitantes de países
europeos.

En esas y otras cosas menudas pienso en mi retorno. Atrás quedan el río con su agua cristalina y su ciclópeo puente; el
pueblo enguijarrado con su color de piedra recalentada y viva arcilla, y la iglesia con sus dos cigüeñas que han vuelto placenteras al mismo nido, recostado junto al pináculo, para fecundar nuevos cigoñinos. Por el
Camino, en Murias, los peregrinos siguen
la senda a Santa Catalina y Rabanal, para después ir ascendiendo hacia las
montañas entre brezos y retamas. Y uno percibe que se van para siempre jamás los
suyos, los que ha visto desde la infancia,
o con los que ha convivido; personajes
singulares, entrañables todos. Sentida es, francamente, la orfandad.
Peña del Gato,
con agua cristalina
al puente bajas.
GUARROS
Nada que ver esta fiesta de la naturaleza,
que apreciamos unos pocos astorganos y forasteros esta mañana en el corredor amurallado, con la fechoría de esta noche, o bien de
mañana, por hábito malsano de unos incívicos malandrines, que han dejado su santo y seña en
el pasadizo enrejado que abre paso al jardín de la Sinagoga; y a las planicies de las vegas, estos días en marrón
labrantío o con los maizales amarillentos recién cortados. Una cagada de
fornido perro y, al lado, un envase de bebida energética, junto a una anterior pintada, son
la salutación mañanera de unos guarros. Bordea de continuo la barredora los
bordillos, repasan los empleados municipales con su carro y escoba las aceras y
las calzadas. No parece importar a estos guarros tanto esmero, ni que tengan
que recoger sus inmundicias.
Sobre el Teleno
las
plateadas nubes
dejarán lluvia.
dejarán lluvia.
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11, julio, 2017
CRESPONES Y VIOLONCHELOS
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Miguel Ángel Blanco, sentado |
Me encamino desde la plaza de los Marqueses hacia la biblioteca
municipal, donde he de conversar con Esperanza, la apreciada bibliotecaria,
sobre bibliografía de los jóvenes
Panero, Juan Luis y Leopoldo María,
hijos de Leopoldo y Felicidad; porque en fechas próximas se celebrará un congreso,
y conferencias, como estima de su obra poética. La mañana, hacia las diez, es la propia de esos días de
julio en que las nubes no se cuelgan
plomizas y reposan en nosotros su bochorno:
luce un sol que no quema la piel, nos acompaña a los viandantes un frescor que
parece venir de las escorrentías que empapan las hondonadas tras la muralla, y
el paseo del gran benefactor Blanco de Cela, en toda su balconada forjada, luce
esplendoroso con sus céspedes y corros de flores; el Teleno, escarpado, aunque en
el horizonte, parece, a la vista, a esta hora cercano. Todo invita
a la vida.
Todos llevamos de continuo con nosotros los más diversos pensamientos.
Desde temprano he estado escuchando la radio, una y otra emisora, a contertulios
de distintos pareceres, que rememoran el vigésimo aniversario de aquellos terribles días, para Miguel Ángel Blanco, 11,
viernes, y 12, sábado, y para su familia hasta
cuando se apague el último aliento de vida. Como,
a buen seguro, sucede a muchos españoles,
cada cual en su pueblo o ciudad, he
revivido lo acontecido en nuestra Plaza: el gran crespón azul sobre la fachada
consistorial, el viernes, y su sustitución el sábado por otro negro, una vez consumado
el asesinato del joven concejal de Ermua, hijo de inmigrantes gallegos; las
pegatinas reclamando su liberación, los pliegos con miles de firmas clavados en un
tablero, las concentraciones hasta el martes, de ciudadanos y cuantos desempeñábamos alguna labor en el
Ayuntamiento. Los estudiantes del tradicional
curso de verano de la Universidad de Oviedo, llevaron consigo, en su viaje para
gustar del Teleno, otro gran crespón negro, que dejarían asido en el monolito o
vértice geodésico que corona el mítico monte. Eran lazos de duelo, por tantas víctimas junto a Miguel
Ángel Blanco.

La nación, como la ciudad, en cada tiempo tiene su afán, y luce esplendoroso el Paseo: todo invita a la vida.
Triunfo fue de
la vida arrebatada
la paz tardía.
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5, marzo, 2017
En la Plaza: tambores, guirrios…,
y toreros
En torno a la una de la tarde más
bien lloviznaba; las plazas, de Santocildes y de España, lucían en su nuevo
pavimento su frescor transparente: una
lámina enjugada por el reflejo de los edificios
aledaños. Un mimo inmóvil, el picador minero, con su candil encendido, ante el
monumento del león (altivo) y el
águila (la napoléonica, vencida bajo sus garras), aguantaba impertérrito
la fina lluvia y tan solo rompía su
compostura para dar las gracias a los niños que depositaban algunas monedas en
un tiesto vacío. Me gusta esta plaza, la de Santocildes, con un tiempo así, pues los chorros de su fuente desafían y se tragan
un confetti transparente, que tal es la
lluvia que le viene del cielo.
Suenan y resuenan, como zambombazos, los tambores en la plaza de España,
que la vecindad gusta también llamar Mayor, y toqueteos metálicos; ‘cunden’
los esquilones y se aprecia el simulacro
de un toro con sus cuernos, y por cuerpo, una manta artesanal, anaranjada, con
caprichosos dibujos; también se oyen campanillas y esquilones de unos guirrios que danzan y desafían a la
concurrencia. Me acerco, pues los tambores, con tan gran repicar, deben ser enormes, como compruebo en
las filas de hombres y mujeres con sudaderas rojas y pantalones azules; de cerca
gusto de los sonidos métalicos y veo que son extraídos de las hojas de azadas y palas, a las que golpean con barrotes
de hierro como si fuesen platillos.
En Astorga, aunque en fecha ya tradicionalmente desacostumbrada pues ya
ha llegado Cuaresma (estamos a cinco de
marzo), es la “tornafiesta” del Carnaval,
que finalizará con la piñata, asentada por el centro de la Plaza, en llamaradas. No aparecen
ya más grupos de antruejos tradicionales, como estaba previsto, otros de
Galicia, de León y Salamanca, porque, como la mañana está pasada por agua, los
han concentrado a todos en el nuevo pabellón, cercano a la catedral. Solo este,
orensano, “O son de Trevinca”, camina airoso, no temeroso de que se ablande la piel
de los gigantes tambores, ni se empapen
las vestiduras blancas o las mantillas de los guirrios; se van bullangeros por la
calle Pío Gullón, al encuentro de
cuantos esperan iniciar la actuación en el recinto cerrado.
Me quedo en la Plaza que, como decía, su nuevo pavimento, por la
reciente lluvia, parece un enorme cuadro tumbado, con su cristal y las estampas de las casas enmarcadas entre los barrotes de los
tres soportales y la fachada consistorial. Y me recreo con aquella fiesta nuestra,
de la segunda mitad del XIX. Donde está
ahora la piñata habría una bota gigante con vino blanco de Rueda. El toro,
sería no menos vistoso que el que acabo de observar, pues sobre una piel de buey,
rematada en sus extremos con cuernos y
rabo, se claveteaban campanillas,
cencerros y cascabeles. Embestiría el toro para aquí y para allá, y los
astorganos se resguardarían en los soportales; mientras, los toreros, los mozos
de los barrios, con calzón, chaquetilla y sombrero con cintas de colores,
trastearían al torpe animal, no
ahorrarían chicuelinas ni revoleras, y
hasta alguno habría que hincadas las rodillas recibiese al vil animal con el remolino
de “a porta gayola”. Mientras, el público: "¡muuu…!, ¡muuu…!, ¡torero!", con
mil lindezas que,por respeto a doña Cuaresma, no me atrevo a reproducir.
Finalizaría tan espectacular número con la bota gigante seca, los toreros bamboleantes, y el toro…: pobre el mozo del armazón del toro, tundido estaría y deslomado hubo de quedar
Con esa lluvia
la Plaza es el espejo
de los toreros.
de los toreros.
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13, enero, 2017
El de esa manzana de la catedral,
palacio, convento de Sancti Spíritus y casa de los Panero. Y aún más cautivador
hubiera sido sin algunas edificaciones de los tiempos que en esta, y otras
ciudades, el mal gusto, cuando no la ilegalidad consentida, ocasionaron
estragos, como esa tapia inmensa, alzada como una lámina infinita y cegadora,
junto a los jardines panerianos. Aun
así, es tanta la belleza acumulada durante siglos en esta antigua aljama judía,
que en el día, en la noche, el paseo por ella es placentero. Con tal ánimo la
disfruto esta tarde del viernes, pasadas
las siete, ya entrada la noche, con la catedral envuelta en un fulgor
anaranjado y en el palacio diamantino:
tal es la fuerza de la luz ornamental, con la excepción de las oquedades para las campanas canonjibles, que
se amparan en las altas estancias ‘verdiazules’ de las torres. Es un derroche
de luminosidad, por el que pasan los viandantes, sin alzar la vista hacia Pedro
Mato, ni pasear la mirada por los inmensos paños de los arcos ojivales, los de
la catedral, los del palacio…
¿Qué voces, qué música, suenan en este espacio mágico? Pues en
solemnidades el órgano catedralicio,
acompañado de coros, los cantos litúrgicos, los tañidos de las campanas para
anunciar las horas, desafortunadamente desajustadas de las que señalan las dos
esferas de los dos relojes exteriores y la del interior del sol y la luna. Y las de los
poetas en la cercana casa de los Panero:
hoy la de Javier Lostalé, para declamarnos sus versos con la soltura y modulación que ha
aprendido en los micrófonos radiofónicos, o comentar la influencia en él de Rilke, de Cernuda, de Aleixandre,
con numerosos citas de otros autores a
los que trató en su programa “La estación azul”. Cuando salimos de la casa de los Panero, pasadas las nueve,
la fuente de su jardín, que inspirara a Valverde, se derrama suavemente desde
la alta peana y la celosía tras la que César Vallejo se ensimismó ante la contemplación
del convento cercano permanece entreabierta, a la espera de que las palomas lleguen en la mañana a desperezarse ahuecando las alas.
La catedral
henchida de belleza
luce en la noche.
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QUASIMODO HABITA LA CASONA
Sale uno de casa camino a la Plaza un tanto apesadumbrado. Por el
“quejío” de personas cercanas, que están ávidas por despachar mañana este 2016
con las uvas, a la usanza de Lázaro de Tormes, ante la imagen del reloj
capitalino del cabreirés Losada. “Año bisiesto, año siniestro”, me vienen
recordando algunos ancianos del lugar. Regueros de calles ensangrentadas, por la ira islamista, en varias ciudades europeas sí que nos deja;
por lo que la radio, hora tras hora, me ha venido informando de cómo en
Berlín, París, Londres, Bruselas, asimismo en Madrid…, van a celebrar sus vecinos el año
nuevo en estado de sitio: camiones
cargados de arena, bloques de hormigón, grandes maceteros…, se están colocando
en los accesos a las plazas para evitar el galope, desbocado, de otro vehículo
conducido por un muyahidín despiadado.
Se detalla, además, que los viandantes serán escrutados antes de acceder al ágora, como si hubieran de
traspasar el escáner de un aeropuerto.
Con estos pensamientos pasaba yo ante el monumento del león rugiente y el águila chillona cuando al
fondo atisbo una escalera por la que
parece sube Quasimodo y se adentra en la casa consistorial. Había
supuesto que los comediantes de a ras de suelo nos ofrecerían esta tarde,
a niños y mayores, un espectáculo, eso, a ras de suelo, pero no: de las 461
arrobas y media de peso del balcón mayor
se suspendían cuatro grandes campanas, y de las 33 de cada uno de los
pequeños, otras dos, y por arriba y abajo de ellas brujuleaban intrusos con
antiguos atuendos; incluso, próximas a los arbotantes comadreaban abultadas gárgolas. De los tres escudos, el del centro, el real con timbres portugueses, aparecía sustituido
por el más hermoso rosetón de la catedral parisina. Estaba claro que esta era
una mala jugada que me hacía el jorobado personaje, maltrecho y con ojo
revenido, de Víctor Hugo. La razón es que el pasado junio, en una de mis “Misceláneas”
fareras, en la que conversaba con el arquitecto sobre la restauración
catedralicia, Javier Pérez López, al que
hoy con gran pena para siempre hemos despedido, lo invitaba a hospedarse en la torre rosada para
obsequiarnos con los antiguos sones de nuestros fenecidos campaneros; por unos días, porque ¿cómo va a dejar Quasimodo
para siempre las campanas de Notre-Dame?
Me parecía claro, en principio, que a tan romántico campanero lo había
engatusado Mario Rebaque, el cual con su “troupe” no solo es capaz de montar espectáculos en cualquier estación del año, sino que previamente los ofician como músicos y fabriqueros, herreros y carpinteros,
pirotécnicos, sastres y vidrieros. Quasimodo siempre ha tenido buen ojo,
aguzado por la orfandad de su gemelo; y
ha estado falto de ternura y atención, pues, a fin de cuentas, esa gitanilla
Esmeralda que bailaba por nuestra Plaza
como una peonza seguida por decenas de niños ¿por quién palpitaba su corazón?,
¿por quien la ha salvado del patíbulo?, pues no, sino por el capitán Febo, el
apuesto caballero que se pavoneaba ante
nosotros con casco de oro y aire marcial. O puede que no haya sido así, que Quasimodo
no despreciase mi invitación en favor de Mario y sus comediantes, y que todo
sea cuestión de celos, de pretender ocupar un tiempo el puesto de Colasa y Juan Zancuda, porque
un día sí y otro también los sabe jaleados por los viajeros y peregrinos. Sí, eso ha de ser, porque ¿cómo va a preferir la campana dieciochesca,
la Santa Bárbara, y las campanillas, María y Iosef, del ayuntamiento, y despreciar las doce de nuestra torre rosada
catedralicia, cuando algunas, las
góticas, de tan hermosas, parecen fundidas para él? ¿Cómo, si para salvaguardar
el arte ojival de los bárbaros convecinos
el autor romántico le dio vida para habitar Notre-Dame y cualquier catedral o capilla de vitrales?
Sí, eso debe ser: que ha venido a estos pagos
por la gula de ejercer como ocasional campanero municipal. Pues
que rinda pleitesía a Colasa y Zancuda y vuélvase pronto a la ciudad de la luz
por si, notada su ausencia, sube a su
torre algún muyahidín.
Andan mohínos
Zancuda y Colasa
por Quasimodo.
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18, sept. 2016
¡EN GLOBO!
Hace un frío del carajo a las nueve de la mañana de este domingo, y
evito salir de casa por la pradera para no empapar las chanclas con las gotas
de rocío, que son, por tempranas, como lágrimas en cada hierbecilla. Un globo
gigante se enseñorea por encima del remodelado Teatro Gullón, y me gusta tanto
que postergaré la compra del periódico para seguir su vuelo. Lo persigo en su
suave cimbreo hacia el palacio y la catedral como un niño, si bien auxiliado del
coche que he de aparcar a tramos. Ruge como un toro y no me explico cómo en su barquilla no arden las tres o cuatro personas
que la habitan, pues sobre sus cabezas, hacia su interior, de cuando
en cuando, sube bufando una gran llamarada desde un quemador; algo así debe
ser la estancia en la caldera de Pedro Botero, que según las leyendas los
diablos con tridente proveen de florecidas urces para que penen cuantos, por sus pecados, han de pasar la eternidad en los infiernos.

Los que vuelan por los cielos y trajinan por los caminos para ver los
árboles y las flores silvestres no suelen darte una mala contestación:
—¿Estáis sacando fotos desde las alturas de la ciudad? —pregunto al que
conduce el remo. Y le comento desde cuándo no se ha realizado “un peinado” del
municipio, con profesionales del ramo.
Me contesta que sí, pero que no es su objetivo fundamental. Le demando
información sobre si las piensan publicar, dónde se pueden adquirir… Las
compartimos, me dicen, sin problema alguno…, y después de una breve
conversación me entero de que es la segunda vez que vienen a Astorga, la
anterior sucedió en agosto, que son una empresa asturiana, “Íkaro-globos”, que
están tomando datos pues piensan ofrecer a los astorganos y comarcarnos el poder
subirse a la barquilla “en grupos de a cuatro” y otear ya la ciudad, ya sus
planicies, sus lomas o las lejanas cumbres montañosas.
¡Caramba, han dicho Ícaro!, el
hijo del mitológico arquitecto Dédalo,
que fabricó para ambos alas con que escapar de la isla de Creta. Aun con todo
este encanto, me lo pensaré, pues siempre fui algo miedica para las alturas.
Pero me gustaría tener el suficiente valor para en un futuro próximo subirme a
la barquilla de este globo ardiente y multicolor.
¡Cómo arde el globo
lejos de las
veletas
y Pedro Mato!
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19, agosto, 2016
anda por Iruela
A
La Cabrera me encamino en la tarde del penúltimo viernes agosteño, y ya,
al igual que yo, hubiera querido el
celebrado relojero Losada, cuando vino de Londres a Astorga, en 1860, para,
dicen, revivir los años de su infancia en Iruela, subir y bajar badenes en un
vehículo con ruedas mientras los ajenos pinares, las naturales encinas, el
baldío amarillento o recién cosechado, se presentan a los ojos ante la
cordillera montañosa que cimbrea en todo el horizonte. ¿Llegó a lomos de un
jumento el ilustre cabreirés hasta la casa familiar de Iruela y visitaría a una
hermana en aquel entonces enferma?, ¿o bien dejó una encomienda como benefactor
de su pueblo en el obispado de Astorga y se dirigió a Valdesandinas, adonde
vivían otras cuatro de sus hermanas y podía llegar por mejores caminos? ¿Estuvo
en ambas poblaciones? Como en todo gran personaje sin una biografía totalmente desvelada, la leyenda suple la realidad, y más cuando su
querido amigo, el escritor Zorrilla, fabuló en verso episodios de su vida; o
bien otros, como los cronistas astorganos Matías Rodríguez o Alonso Luengo, han
narrado una supuesta inicial peripecia de niño pastor que se pierde en los
montes y no retorna ya más a casa, para
evitar ser castigado por perder una oveja
o una vaca.
Antes de llegar a Iruela por la comarcal 126
saltan a los ojos unas gruesas letras rojas pintadas sobre un bajo muro,
cercano a la iglesia de San Salvador, en Torneros de la Valdería: “Girón vive”.
El pueblo está de fiesta y cuantos rodean los tenderetes o platican en las
terrazas parece no molestarles este reclamo al mítico guerrillero, al “león de Salas a quien no le fieren las balas”. Ya en Truchas me
sorprende una caravana de coches que han de seguir en procesión detrás de una
paciente vaca. Como se mueven a sus anchas por los pastizales de las cunetas y
por la calzada, remisas a aceptar la servidumbre de los autos, le pregunto a un
paisano a ver si son nativas: “Las hay rubias, algunas ratinas, pero ya son
cruzadas”. He venido a Iruela para ver una exposición sobre la vida y obra del
hijo más ilustre del pueblo, el que tuvo que salir por pies para, dado su
liberalismo, no ser cazado por el rey Felón: fue todo un señor patriota en Londres, con su taller en Regent Street, 105, adonde
iban a parar otros exiliados españoles e
hispanoamericanos.
Nos hemos juntado un grupo. Isabel
García y su hija Beatriz nos enseñan y explican el contenido de la exposición,
con la que pretenden revitalizar el pueblo y que el ayuntamiento de Madrid conceda
una calle a quien le regaló uno de sus símbolos más destacados: el reloj de la
Puerta del Sol. Y después me pierdo por el pueblo con el presidente, Chencho,
le pregunto por los vecinos reales, tan solo cinco me responde: Bibina, que
cuida de la iglesia, Emiliano, Adela y Pablo, Miguel Ángel; otro más, Laureano,
ha estado solo este invierno; “todos mayores, de más de 60 años”. Me enseña,
ilusionado, la fragua con su poderoso fuelle,
los puentes, las fuentes, todos
restaurados; las propias escuelas, donde se halla la exposición, y la iglesia,
cuya rehabilitación pagaron íntegramente los hijos del pueblo. En la iglesia me
paro detenidamente ante el retablo con el Crucificado que Losada donó al
pueblo, junto a ornamentos para los oficios. Ha sido remozado, y el párroco ha
tenido el detalle de dejar sobre su altar la memoria de su restauración para
quien quiera echarle un vistazo. Y observamos
la cercana loma de la Peña de LLampazas donde quieren abrir una nueva cantera
de pizarra, con lo que supondría de deterioro ambiental.
Retorno con esa agridulce impresión que te producen tantos pueblos de
nuestro entorno, casi sin población y con unos hijos fuera que los llenan en
verano y que velan porque no se pierdan sus signos de identidad. Con casas
rehabilitadas, otras derruidas, algunas de nueva hechura y poco concierto.
¿Conseguirán los irolanos, como pretenden con sus continuas reclamaciones, que
la Peña de Llampazas, vista desde la espadaña de la iglesia, conserve su verde cobertor? ¿Y la calle en la villa y corte para un
hijo tan ilustre? En eso laboran.
Dora el sol
en su seno azabache
Peña Llampazas.
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5, agosto, 2016
A la Senra , uno de los pagos
primeros de la carretera a Nistal, en
término de Astorga, ya ha llegado la
cosechadora. Si antaño eran los cantos de los segadores lo que se oía, en este
primer viernes de agosto redobla un ruido vibrante, de zigzagueo, guadaña y
ceranda; no es otro sino el del propio motor que mueve un complejo mecanismo:
desde el molinete delantero que lleva el cereal a la barra de corte, hasta el ventilador posterior que expulsa la paja
trillada, una vez ha sufrido el vaivén del sacapaja. Cuando la mies se deja “en
marallo” para empacar no se levanta gran polvareda, pues se dispone alineada en simétricos surcos, pero si la máquina expulsa la paja picada,
como esta tarde, de su trasera brota una
fuente con mil chorros de virutillas que rebotan en el suelo y se expanden
aunque no corra brisa alguna. Limpio de
polvo y paja queda el grano de trigo en el estanque, que será volteado a un
camión, en este caso, o tractor.
Le pregunto a Miguel Alonso de la Iglesia , el último labrador astorgano dado de
alta en el régimen agrario, a ver por qué todo lo que alcanzan los ojos son cereales
y maizales, pues otros veranos uno también se deleitaba con la contemplación del
agua bombeada que, a través de
canalizaciones entubadas, regaba como con lluvia del cielo, aquí y allá, extensas fincas de patatas. Lo
que habitualmente ocurre, me contesta: “Perdimos dinero, hicieron burla de
ellas, nos las pagaron a tres céntimos, lo máximo a seis, así que no las
plantamos”. Los labradores son los verdaderos jardineros del campo; lo
mantienen limpio, hermoso cuando lo sajan con el arado para seccionarlo en canteros, bello en las
sembraduras, pues no hay planta sin flor ni aroma. Medito que si los segadores son estampas de cuadros
y fotografías y los trillos en las eras reliquias
de museos: ¿qué será de estas vegas cuya
fuente nodriza, para la Moldería Real , regueros y
canales, es el río Tuerto, cuando el baldío no sea, como ahora, una excepción,
sino la extensión del señorío de la maleza?
Aunque la copiosa lluvia en la primavera caída parecía agostar definitivamente los maizales y
dejar sus altos penachos estériles para el polen fecundador, las flores se
abren en sus antenas, con diminutas campanillas rosáceas; al tiempo, lucen ya
las mazorcas en su cresta una seda de pelusilla verdiblanca y se adivina
que, tras su peciolada carcasa, van cuajando los granos enraizados en la coronta. Todo de un color verde intenso o
acuoso para, en el otoño, tornarse ocre, en un haz celular amarillento, dentado.
Declina el sol, ya pasan de las ocho, y es
dorado en la mies recién segada; aún perdurarán en la Senra , salteados, los mantos
amarillos, los mantos verdes, como en toda la “contorna”. La cosechadora está vertiendo los granos del trigal a un
camión, y salen furiosos por una cañería, como si su tanque fuera un henchido
manantial.
Se fue el trigal,
y en lo alto del maizal
brotan las flores.
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14, mayo, 2016
LE TIRARÉ LA TRANCA
J.J.A.P., 14 de mayo de 2016. La Senra |
Hay gatos y perros tratados como
príncipes, y otros callejeros, bien porque sin dueño nacieron o porque, como regalito de los Reyes Magos para los pequeños
resultaron ser finalmente un gigante
divieso en el piso que confortablemente la familia habita. Así que por el entorno
del matadero y por la carretera que conduce a la perrera, y al pueblo de Nistal, en épocas
vacacionales, pasean como ánimas en pena perros con el pelaje marchito.
La gata que un día se adentró en casa, tan pronto aparece para reclamar comida como desaparece. Parió el nueve
del pasado mes, bajo la tupida hiedra, en un socavón surgido al azar en las
obras de instalación del colector general que, oculto, conduce las aguas
fecales y un sinfín de desechos de limpieza y placer de gran parte del
municipio a la depuradora. Huele en la contorna bien, porque en el patio, en la huerta cercana, ya
han echado la flor las lilas, y los
frutales y plantas silvestres, pese a la
lluvia que desde largo tiempo los azota, retienen en sus copas flores blancas, malvas, amarillas…
Nada más que las crías empezaron a
removerse la gata no ha cejado de buscarles distintos acomodos: bajo un
brezo, en un cobertizo, al amparo de las alcachofas y el durillo… Pululan algunos gatos
alrededor, que yo bien creí, pese a parecerme temprano para el olor del apareo, que deseosa con prontitud
de placer la cortejaban: uno grande grande, canela y blanco, que arriba desde el sur, y otro
blanco con pintas negras, por el norte. Pero
la gata lleva más de una semana, desde que las crías ya se mantienen bien sobre
sus patas y caminan, que está sumamente
inquieta; maúlla a mi alrededor con un sonido ronco, afónico y rasposo, y mira
inquieta, ora para el norte, y mucho más para el sur. Así que consulté en la
enciclopedia universal, que es Internet, a ver qué mal o pesar la afligía.
He de decir que después de enterarme, al gato blanco y de pintas negras,
que llega del sur, lo espantaré sin aspavientos, porque he visto que es
melindroso y basta el verme para escapar como agua que lleva el diablo. Pero al
blanco-canela se la tengo jurada. Ahora me explico el porqué, hace un par de
días, cuando observé desde una ventana con qué porte olfateaba todos
los costales del patio, mientras la gata,
tensionada, permanecía próxima a la casa y lo
observaba, me vino a la cabeza el sargento con galón legionario que, en el centro de
instrucción de reclutas de Tenerife, nos olía uno a uno, una vez formados, nos
pasaba revista, arriba y abajo, como
gatos de presa, y de vez en cuando se le iba el puño hacia algún riñón para que
permaneciésemos enhiestos como velas.
Tengo la tranca a mano, porque, ya digo, me he enterado de que las gatas, que son
unas madrazas, tienen temor a los gatos que las pretenden para un nuevo celo, y matan a sus
crías si no las reconocen como fruto de su empareamiento mientras las amamantan; por eso las llevan de aquí para allá. Esto es lo que le pasa
a la gata, que maúlla implorándome socorro. La miro a
ella, a sus crías, de cuerpo y ojos tan bellos, inocentes e inofensivas, y estoy
impaciente por afinar la garganta y ondear la tranca y estrellarla cerca del
gato canela y blanco, no para envainársela en el lomo, sino para que huya despavorido,
como el rayo de Júpiter hacia el
infinito.
Te irás, te irás,
y jamás volverás
de los infiernos.
de los infiernos.
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27, abril, 2016
LÁGRIMAS
Si esta misma tarde, Morla, José
Luis Morla Magallanes, por un orificio del cofre color caoba en que se hallaba a cal y canto encerrado
hubiese podido ver las coronas de flores, ¿veinte?, ¿acaso treinta?, que tantos
amigos y jóvenes portaban, de sus ojos hubiera salido un resplandor más intenso
que el producido por los 3000 voltios de
la catenaria alzada sobre el vagón del gato en grafito metamorfoseado, “Agro
Cereales Manchegos. S.A. Albacete”.
¿Qué sexto sentido tienen los perros con la muerte, que los aguijonea
para ladrar de un extremo a otro de los
pueblos, como percibimos hoy, en la atardecida fúnebre, ante la iglesia de Riego de la
Vega? Quizás los alertaron las campanas anunciadoras del funeral, la de toques
pausados y con eco en toda la
altiplanicie, ¡tom!... ¡tom!..., y la otra, festiva, y volteada, ¡tolom, tolom,
tolom!, como para desparramar ante la cercana muchedumbre un grito de vida. Y
qué sorpresa no hubiera sido la de Morla,
si desde una ventana abocada al patio, hubiese podido ver esta mañana,
finalizado el recreo, que se reunían en
su honor todos los alumnos del Instituto y los profesores, en un silencio
desacostumbrado, como el de una navaja que corta el aire, y que cuando sonó ese
timbre de las horas, siempre por el bullicio atemperado, se adentró en nuestros
oídos como un estridente chirrido… “José
Luis no era mala persona”, me comentaba, un rato más tarde, su primo Manuel
Seco, “pero no le gustaban los estudios”. El ser mal estudiante no quiere decir que no sea uno buen ciudadano, le he razonado; es más, cuando
te lo encontrabas, ¡tantas veces!, próximo a la Jefatura de Estudios, y le
decías ¡pero otra vez aquí!, siempre asentía sonriendo, como quien admite que
ha hecho una travesura, y otra, y otra, y merece una y otra reprimenda.
Vagón, cable catenaria de 3000 voltios, con el tubo de la silla colgado. |
La Estación del Norte de Astorga luce impoluta. Hace unos años remozaron
sus fachadas, sus andenes, sus marquesinas… Los trenes Alvia llegan a ella
desilizándose como en un patinete, y se van bisbiseando; algo más ruidosos son
los de largo recorrido o las Unidades, y estruendosos los de mercancías. Pero ya hace muchos años no existe El Recorrido, con sus ferroviarios; la cafetería
y el kiosco de periódicos, están cerrados; solo una persona la habita en las
taquillas, y algunas horas, ni eso siquiera; está a la intemperie, a la
intemperie siempre, pues, de llamar la atención, pueden ser recibidas
respuestas airadas. Pero eso no quita el que conserve restos de su antiguo esplendor, sus
numerosas vías donde depositar vagones en desuso: toda una amalgama de viejos
furgones con ajados grafitos pintados en otras estaciones de forma furtiva.
Algunos de ellos los ocupan los adolescentes los fines de semana para
experimentar las más modernas danzas, o los abordan a la francesa moda “parkour” para cimbrear el
cuerpo. Sucedió en la tarde del domingo, hacia las siete, pero aún, por
trámite legal, el tubo metálico, plegado,
de la silla desarmada, junto a una colchoneta, entre los raíles, este miércoles sigue
pendido de la catenaria de 3000 voltios; fue subirse por la escalera que da
acceso a la cubierta abombada del vagón manchego, tocar el tubo de la silla colgado de
la catenaria y no despertar ya nunca más.
Morla, quedó tendido en la techumbre; aún tuvo tiempo de decir “ay, me muero”,
y después, como revive su primo Manuel, “no paró en los suspiros,
aaah, aaah…”.
Ay, si Morla hubiese podido oír esta tarde el “Toque de Oración”, cuando
elevaron su cofre ante la iglesia de Riego,
a cargo de la Banda del Nazareno
y de la Soledad, a la que se había recientemente apuntado… Hubiera abierto con
una sonrisa y para siempre esos labios ligeramente entristecidos de su foto de
la red social, ante el labrantío de surcos confundidos en el sinfín de la loma
tan amorosamente volteada. En el Instituto quizás mañana, aunque no del todo,
pues estos tres días han sido tantas las
lágrimas, se vuelva a atemperar el timbre de las horas con el bullicio, las reprimendas y el altisonante
furor que ocasionan los exámenes.
Lágrimas, lágrimas,
en las aulas y el patio,
y en las flores.
Cofradía del Nazareno y la Soledad |
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17, abril, 2016
¿Qué pregonará esta lluvia del mediodía?, esta lluvia que ha empezado a caer al pronto de comenzar la
reivindicación de la memoria por enésima vez, la memoria de cuantos fueron
fusilados en el monte de Estébanez o en el muro posterior del cementerio viejo,
justo al lado del nuevo, añadido, en el que nos hallamos. ¿Cómo no vibrar ante
tantos compatriotas, el propio alcalde de la ciudad, Miguel Carro Verdejo,
que hasta para figurar su nombre en el cercano panteón familiar se necesitó
autorización especial, solo su nombre, su nombre esculpido en el mármol con sus
41 años, junto al de su padre, y el de su madre, la cual hubo de presentir u
oír los tiros asesinos del alba el 15 de agosto de 1936. Pues van diciendo los
nombres y apellidos, su pueblo, el lugar del asesinato, uno a uno, con un son
como el del triángulo que golpean una, y otra, y otra vez, hasta herir los
oídos. Van, y van recitando los nombres, de profesores, de un sacerdote, de médicos, de
maestros, de un general, de jornaleros, de labriegos, sacados de sus casas en su noche de
autos, del penal leonés de San Marcos; o del Cuartel de Santocildes, temporal macroprisión
que nunca hubo de ser.
¿Por qué ese afán de amordazar la
memoria para unos?; por qué cuando la memoria para otros fue carro triunfante. Eso
me pregunto, bajo el paraguas, como están tantos otros, que identifico, de Izquierda
Unida, del PSOE, unos pocos de Podemos, y nietos o biznietos de represaliados; han
pasado muchas décadas y ya solo en este acto de recuerdo y de homenaje organizado
por el Ateneo Republicano se hallan dos
ancianos que vivieron de niños tan trágicos acontecimientos en la ciudad. Leen
versos de Machado y de Miguel Hernández, bajo una frágil carpa, instalada para
la ocasión; un grupo de músicos locales interpreta el Himno de Riego y composiciones
que traen el eco de unos años en que la nación pudo cambiar su destino. Se
recuerdan, con detalle, los últimos días
de Eugenio Curiel, el director del Instituto, del abuelo de Sol Gómez Arteaga…;
de cómo se puede percibir una ciudad, muchos años después, cuando un familiar alcanza a conocer en qué espacio fue posible el
dolor de sus antepasados, y de cómo llega a reconciliarse con ella. Se reconoce, finalmente, la ingente labor de García Bañales por
investigar y publicar lo que pese a
tantos periódicos y revistas,
nadie nunca contó.
Es abril y apenas en caprichosos instantes clarea. Vuelve la lluvia y golpea sobre el granito, de los adoquines que cubren el
osario, de las primitivas aras sobre ellos asentadas, asimismo en los pináculos del
castillo de los marqueses reutilizados en su día para la escultura del león español que tiene rendida al águila
francesa. Este sobrio monumento a la
memoria de aquellos compatriotas a los que robaron la vida, y dejaron en sus
casas un grito de dolor eterno, es tan solo un azar de piedras de granito, unas
menudas horizontales y otras enhiestas, todas ellas esparcidas en un cuadrado. ¿Qué significará esta lluvia que cae sobre este paño de cantería gaudiniana y un enjambre de paraguas multicolores?; en la
tumba, jalonada por dos cipreses, de Carro Verdejo, sobre los claveles de los
benefactores Goyo y Aurea, en la de tantos otros… Lo que
cuantos han intervenido han dicho: que reivindicar la memoria es un acto de
justicia, un anhelo de paz, nunca de revancha. En eso estamos, en que es bueno el conocimiento y
malsano el olvido.
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2, abril, 2016
TIEMPOS CURTIDOS
No es verdad que haga tanto frío,
aunque los nubarrones negros acerados prevengan a uno a abrigarse. Sucede que
cuando este monte mítico, que va emergiendo y sumergiéndose desde este ondulado
tobogán que es la carretera hasta el Val de San Lorenzo, está como hoy con
mantillo blanco, y que se aprecia desde el coche, entonces la brisa no arroja
puntadas de nieve, pero sí su frescura. En la nueva hora del reloj son cerca de las ocho y media, pero la solar no
ha cambiado, por lo que en el ocaso del Teleno, tras lomas de terreno baldío y
de cereales despuntados en un acolchado verdor, el sol aún se esconde, sobre
una blanca inmensidad, la del monte nevado y la nube clareada. Y aún más,
es tal el poderío de su luminosidad que sus laderas próximas no son verdosas como las que
tengo cercanas, sino se adivinan violáceas. Un placer, asimismo, este museo al
que hemos venido, La Comunal ,
donde los valuros atesoran su historia de batanes y telares, trajes y canciones; para escuchar al último
curtidor, en activo, de Santa María del Páramo: Genaro González Alonso. Nos aleccionan con un vídeo de la enjundiosa
labor desde que la piel del animal entra en la tenería hasta su acabado en
curtido. Nada de lo que dicen me resulta ajeno, ni siquiera ese olor de sales y
aguas sulfurosas corrompidas, que nacía
de los pozos donde echaban a ablandar las pieles; tampoco el habitual artesiano
con su gigantesco pilón, aún menos el descarnado, el empastado o el acolchado
con que iban domeñando piezas que se habían nutrido de los vientos y de cuerpos
finalmente desollados. Aunque definitivamente se fue, parece que sigo viendo a
mi tío Paco (Francisco Rodríguez Prieto), el último curtidor de Astorga, ya
jubilado, al lado de casa, ante el caballete y la piel sobre él extendida, con
las cuchillas de descarnar, de esparrar, o la más simple de mano, todas ellas
como cimitarras árabes de doble empuñadura. Con la piel ya colgada y la luneta calada
con corte vuelto presa en su mano, raspa
que te raspa para hacer saltar en
virutas los empastes sobrantes; o con la corcha bajo su brazo para batanear la
piel ya trajinada.
Recordar aquellas tenerías es disfrutar de
nuevo años infancia, esos que dicen son el paraíso, aunque
no para todos. De los tres cortijos (así
se llamaban las fábricas de curtidos en Astorga), ya solo queda el recuerdo: el
de la carretera de San Román, cercano al puente de la Moldería Real , de Mateo Tagarro y, posteriormente
de Felipe Fernández, donde mi tío Paco
trabajaba y estaba de casero, y del que pude disfrutar sus grandes pozos, ya
menguados, y los corredores cuando las
fiestas del barrio cercano; el del bisabuelo del escritor Ramón Carnicer,
finalmente de los hijos de Cipriano Tagarro, junto a la iglesia de San Andrés,
por donde nos guardábamos para el escondite y hacer algunas picardías; y el de
Fabián Salvadores, que terminó habitado por los Sorribas, frontal a la fábrica
de chocolates de Tomás Rubio que aún pervive en la carretera de Nistal, donde
la cruza la Moldería ,
como la última osamenta de lo que fue un
soberbio edificio. En la ruina y
desaparición de todos ellos se fue una parte importante de la industria y
artesanía locales, con presencia al menos desde los años 80 del siglo XIX. Eran
potentes edificaciones, sin ese refinamiento de las fábricas de harinas y
chocolates del área de la
Estación , pero bellas en su reciedumbre. Apenas si
preservamos el patrimonio fabril de
nuestros antepasados, donde tantos sudores,
anhelos y penurias habitaron. Ojalá se cumpla el sueño de Genaro González, el
último curtidor en activo de Santa María, de suerte que cuando ya carezca de
fuerzas para tan duro oficio se convierta su tenería en permanente museo. Esto
cavilo, de vuelta a Astorga, ya de
noche, cuando el coche sube y baja badenes, pero sin más horizonte que el inmediato
asfaltado resplandeciente.
![]() |
Luneta de curtidor, 2,4, 2016 |
Torna el recuerdo,
en sales y sulfuro,
de aquellas pieles.
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17, marzo, 2016

—Yo no soy de bares, todo el día
al campo, haya frío o nieve. Me gustan mucho los animales.
Aunque me comenta que es de Astorga, le manifiesto que no reconozco su
fisonomía, y yo me precio de que, los nombres no, pero si alguien ha vivido largo
tiempo en esta ciudad y ya es adulto no se me despinta. Va a resultar que ha dado
“la vuelta al país y parte del extranjero” y que tiene gran querencia por El
Sierro, donde por las motos, por las explanaciones para cubrir los vertidos de
escombros, “ya no hay conejos, ni nada, solo bastardos, sí, sí, serpientes, eso
es lo que hay”.
—Es una buena obra tapar los
escombros. Y plantamos en su día encinas y robles, cuando el ayuntamiento pasó
a ser propietario de todo ese monte de pozos ferruginosos.
Pues de poco ha servido, me manifiesta, porque dice haber sembrado en la
parte baja cebollas y se las han comido los caracoles; me reconoce que
su mayor satisfacción en este paraje que tanto frecuenta son los nidos de
perdices.
—¿Y lo acompaña? —le pregunto.
—¿Quién?, ¿Lulí? Lulí va conmigo a todas las partes, ya sea
la plaza del ayuntamiento, El Sierro o este parque.
De lejos bien creí que era uno de estos perritos pequeños, ahora tan de
moda en la ciudad en demérito de los mezclados castizos, pero no, el vecino Valentín Campo Borrego,
quien, ya jubilado por un brazo quebrado,
reside en esta ciudad, a quien pasea, con todos los aditamentos propios de los
canes, es a una liebre. La liebre Lulí,
que rescató para que no terminara en alguna cazuela como manjar suculento hace
un par de años.
—La tienes muy cuidada, y vaya cómo
te conoce, y qué gracias te hace.
A Valentín, ante palabras tan complacidas, se le “achispan” los ojos,
que se develan un tanto picarones en esa tupida barba propia de la edad tercera,
la que tan pronto nace de plata como se tiñe de azabache. No es para menos.
Pues Lulí, en verdad, es una coneja
hermosa: tiene unas grandes pupilas de color canela y un iris negro tizón, y así
es también todo el manto de su piel, un tupido pelo acaramelado con vetas atezadas.
Valentín me dice que si quiere la suelta, que no se le escapa. No, no,
no hace falta, le repito, y me pide que no me despida aún, que espere un instante: entonces mueve
ligeramente la cadeneta como quien toca suavemente una campanilla. Con toda
naturalidad, Lulí se le sube al pantalón y lo olfatea mientras
agita con cimbreo sus bigotes. Y yo me despido sorprendido porque coneja tan diestra no desmerece de los demás
perrillos de pitiminí, pese a que sus
amos, al caminar controlando su trotecillo, se enseñoreen, esta tarde, por el
parque de El Melgar.
En El Melgar,
olfatea Lulí
a Valentín.
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THOMAS
CAMINA AL FINISTERRE
3,
marzo, 2016
Ni la primera vez que emprendió
el Camino, en 2010, por el asalto de un fortuito y dilatado encuentro de amores donde sus padres se conocieron, y tampoco
la segunda, en 2014, dado el agotamiento de su perro Ulk en donde lo
engendraron, pudo llegar a su destino; pero estoy convencido de que esta vez
Thomas Fouillat Dussart sí que alcanzará
la costa oeste, "adonde el sol se pone”. Aún puede que estén enclavadas las
balizas que su padre Yves junto a su hermano, Philippe, hará más de cinco décadas, colocaron en el camino que va desde Santiago
al que será su destino final,
Finisterre. Ya está a mitad de camino,
pues esta mañana, son las 14:50, sube
con su singular carruaje, y compañía, por
la cuesta de la Nacional
120, o calle de El Pozo, que es el
origen de la vía romana de Astorga a Burdeos por la que en los tiempos
medievales empezó a discurrir la peregrinación a la tumba del Apóstol. No se le
nota cansancio alguno, es más, su cara, claramente francesa y ovalada, derrocha frescura y
sonrisa permanente, con unas calenturas templadas por el viento, ya frío, y por
el sol; sus acompañantes, Olivier (Oli Moulu), y Emmanuelle (Emmanu´ailes), que
se unió a ellos en San Martín del Camino y pronto abandonará el Camino, para en otra ocasión retornar,
suben la cuesta con menos brío. Thomas, hasta que para conmigo, camina, ya digo, el primero, ante su burro
Calimero, que transporta una singular carreta con su dogo canario Ulk en su
aposento, pues es merecedor en la vejez de disfrutar de su amo, y de cuanto su
amo siente y contempla.
Cuando comenzamos a hablar ni Calimero, que parece enseñarme su concha que luce en la testuz, ni Ulk se inmutan lo más mínimo.
Le comento que pronto lo sorprenderá la
nieve, y que ha llegado a una ciudad muy bonita, que no deje de ver sus
monumentos, sus museos:
— ¿Dónde queda el Museo del Chocolate?, me pregunta.
Damos unos pasos y le indico la bajada hacia la Estación y le describo a
lo lejos, más con gestos que con mi mal francés, el hermoso edificio modernista de Magín Rubio,
que no se ve, pero se adivina. Mientras hablamos no dejo de mirar a Ulk, con su
pose señorial, que observa a uno con
sus ojos lánguidos como si entendiera. Thomas nunca ha dejado a su perro a la
intemperie, o en soledad; por eso, si él
había de persistir en su deseo de ausentarse de
Thorens-Glières (el pueblo de la Alta
Saboya donde vive) era preciso buscarse un jumento y fabricar
una carreta para tan ilustre familiar. Acudió al célebre Jacques Clouteau,
admirado en Francia, porque desde su pueblo occitano de Montdoumerc, libra, como en Astorga Isaac de la Fuente , una batalla por la pervivencia de los burros,
con su adquisición y cría; con su asno Ferdinand recorrió medio mundo, también,
en 1993, la senda a Santiago. Thomas
eligió a Calimero, y Clouteau se
comprometió a darle los materiales para su carreta, pero con la condición de
que, además de transportar a Ulk, fuese un modelo apto para minusválidos.
Thomas la diseñó y ensambló como si ese fuese su oficio artesano y el cinco del
pasado febrero salió de Cahors, con Calimero y la carreta , Ulk y la mochila.
Thomas fue engendrado en el pueblo navarro
de Bagorta, adonde sus padres, que se habían conocido en el propio Camino, en
Saint Jean de Port, llegaron, también con una burra, Aneth, para pasar el otoño
y el invierno de 1987. En la senda peregrina iría creciendo en el vientre de su madre, y
nacería en la propia ciudad de Santiago el 3 de julio de 1988, con gran resonancia
informativa; entonces los albergues
eran llegar a un pueblo y pedir
alojamiento al señor cura. Sus padres
(cada cual años después siguió diferente destino) están satisfechos porque se
ha reconocido como “hijo del Camino”.
Yves, en Francia lo acompañó hasta la frontera, y practica el mismo oficio con el que pudo ir viviendo años
ha en la senda peregrina: trovador, concertista, animador... Su hijo Thomas
renunció a un buen puesto en Ginebra, pero está más que satisfecho porque
considera que “cuando sales a la calle la
gente es maravillosa” y lo entusiasma la posibilidad de crear un centro
destinado a la espiritualidad. Llegará a Santiago, y verá ponerse el sol en
Finisterre.
Camina Thomas
con Ulk y Calimero
al Finisterre
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13, febrero, 2016
EL CONFETI

A mí me ha gustado,
especialmente, el confeti: esa nube de virutas en papel que parecen expulsadas por un fuerte ciclón, y que, una vez han cubierto a
cuantos se hallan en el balcón mayor, empiezan a diseminarse, ante la fachada
barroca, terrosa, y la puntean de motas de colores. Es como si, por unos instantes,
la casa de todos se hubiera engalanado, con un desecho de papel de mil tonalidades,
una vez triturado y aventado el cartel de Jaillus,
para el lucimiento de un pregón que
resultó original y cálido. Y es que a
veces lo más bello es lo más ingenuo y sencillo.
La bocanada
de confeti aleteó
en la fachada.
en la fachada.
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4, febrero, 2016
¡QUÉ DELICIA!

¡Qué delicia la del sol! Estos meses de diciembre y enero no han sido los acostumbrados: días oscuros, con amenaza de lluvia, niebla en las mañanas, un asomo de nieve y prontas las noches, cuando, ya de por sí, llegado el invierno, son tempraneras. Pero hoy
La muralla es toda para el sol, pues los
67 gruesos plataneros y un benjamín, que la recorren, están como recién podados, mondos y lirondos, con los brazos desnudos y
la piel, blanquecina y gris, en mudanza. Solo hay verdor en la copa de los
cuatro aligustres cercanos al foso campamental, pero apenas se notan,
intercalados entre dos tandas de plataneros, y en las tres tuyas al final de la cerca
del seminario, previas a las terrazas para el juego de bolos, donde los cuatro prunos, de tan desnudos, nadie diría que llegarán a estar cuajados de carmín. A los siete últimos los antecede el majestuoso cedro, con la morera a su vera, achicada, como estéril: puro engaño, pues florecerá en abril y de sus capullos nacerá la seda. Se ha difundido la creencia popular de
que este año será de buena ventura, porque a la Virgen de las Candelas,
procesionada en Rectivía el martes, no se le apagó la vela en todo su recorrido
festivo, que lo fue con compás de flauta y tamboril de David Andrés y veteranos mozos con castañuelas.
Anuncian que esta noche la pelona va a ser de las de abrigo. Así que mañana, de
nuevo: ¡qué delicia la del sol!
Mantillo blanco:
¡qué delicia la del sol
en la muralla!
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31, diciembre, 2105
ARCO IRIS
No sé si antaño sucedía que en invierno no aliviaban el
agua convenientemente en el Embalse de Villameca que las zonas bajas de la Moldería Real en San Andrés y
las del Tuerto en las proximidades de la Aiptesa se enaguaban, y quedaba toda esta vega hasta
la vía férrea como un inmenso lago. Entonces teníamos que abandonar la vivienda para irnos a refugiar en casa de unos familiares, y siempre atenazaba el peligro de que la
inmensa presa podía reventar y sembrar de destrucción pueblos de La Cepeda , cuyos restos,
animales muertos, vigas, aperos y algún mueble, llegarían envueltos en el fango hasta las Fuentes de Santiago. Nunca
sucedió tal infortunio: cuando el agua, al fin, se desaguaba en los dos cauces,
era la maleza, trapos, troncos, algún cacharro, lo que menudeaba por la inmensa
torta del labrantío. “Si sale el arco
iris se espantará la lluvia”, me decían mis padres, así que cuando los siete
colores hacían su arco de ballesta en el cielo, sabía que no habría peligro
alguno y que nos quedaríamos tan ricamente en casa, y que podría, como cada
noche, levantarme y tras el cristal ver pasar el
“Changay” hacia la capital; era algo fantástico el avistar los departamentos con la figura del revisor,
o gentes que viajaban de pie en los pasillos,
hasta que los vagones se diluían en la oscuridad.
Le pregunté una vez a mi maestro don
Octaviano a ver si me desvelaba el
misterio que me infundía tal tajo de espiral de la tierra al cielo: “¿Por qué
si el arco iris está delante de mí tengo el sol detrás?”. Cosas de Dios, hijo,
cosas de Dios. “¿Y viste el ángel en el cielo?”. Le decía que no, y él echaba mano de un
grueso libro con pastas aceitosas, eso me parecía aunque puede que fuera forro
con papel de tienda manoseado , y nos
leía del Apocalipsis cómo un ángel descendía del cielo envuelto en una almidonada nube, con el arco
iris sobre su cabeza y bajo los pies columnas de fuego. Años después, cuando
estudié su etimología, me descubrieron que la diosa griega Iris era la
mensajera que comunicaba el pacto entre los hombres y los dioses así como el
fin de la tormenta.
Todo este relato viene a cuento porque al echar hoy un vistazo a mi
cámara, que va llenándose durante el año de imágenes de la ciudad, de sus
gentes, paisajes y costumbres, me he encontrado con esta tamizada foto estival. Foto tirada desde las fincas del norte del matadero, e inusual para mí,
porque creo que es costumbre del arco iris cuajar en el cielo a partir del
mediodía, pocas veces como esa mañana del 30 de agosto, antes de las ocho, cuando aún los veterinarios, matarifes y demás obreros no han emprendido su labor, la de despachar y despiezar las vacas (que en verano, en la
noche, al presentir la muerte, mugen y compungen el agua de los cercanos rodeznos de la Moldería Real ).
Ahí está la estampa menos fotografiada de la ciudad, pues es el Teleno y
su trasera horizontal amurallada, con el palacio
y la catedral, los que se llevan todas
las fotos nupciales, la mayoría de los retratos de los viajeros, los suspiros
de los poetas. Pues conste que también, pese a no lucir muralla, que fue
como el castillo despedazada, pese a sus volúmenes un tanto disparatados, esta
vista desde la vía romana a Burdigalia también tiene su encanto. Y más con este
arco iris, con cuyos siete colores bien puedo desear a amigos y conocidos, poco antes
de las doce campanadas, el mayor
disfrute para el año próximo y los demás
venideros: con el rojo del ocaso del Teleno, el naranja de las horas tempranas
de hielo y sol, el amarillo como lámina de cereal recién segado; con el verde de las cañas tempranas de los maizales y los praderíos; ese azul de
los días luminosos del estío, el añil de las noches de luna llena, y, en
fin, el violeta en ratos de tormenta y ´tronío´, o el de los atardeceres fríos, fríos de hielo en la torre rosada
catedralicia.
Azul, naranja,
verde y añil, violeta
rojo y amarillo.
13, nov., 2015
MARRANOS A LA VISTA
Camino hacia la Biblioteca en esta mañana tardía y anaranjada del remolón veranillo de San Martín. La ciudad la puedes pisar además de con los ojos actuales con la mirada
del tiempo. Así, a escasos metros de la calle Jardín, es posible recrear la Puerta de Postigo, porticada
con su reconstruido y lucido arco de medio punto; con sus portonas custodiadas
por los vecinos de Valdeviejas, Murias, Castrillo y Hospital de Yuso (Santa
Catalina), pues esa era su obligación. Entre esta calle y su paralela, la
antigua del Arco, adentrándonse en el
Jardín de la Sinagoga ,
se alzaban imponentes edificaciones donde se iban criando los niños que por la
guerra, el hambre y el estigma social para la mujer eran recogidos o quedaban
abandonados en su torno. Crecían al cuidado de las monjas, bien queridas, y con
el maltrato de algún fascista como el
celador Manuel el Pelao, quien, en la postguerra, infligía a los varones los más
severos castigos para satisfacer su voluptuosa ira. También me viene a la
memoria el vaporoso incendio acaecido en el pabellón masculino el 28 de
diciembre de 1938, que conllevó, trasladados los huérfanos al Hospital de las Cinco
Llagas, las penalidades que uno, por ser tan reales recordar su lectura no quisiera:
aquellas criaturas hambrientas, con la ropa reutilizada de la Legión Cóndor que convirtió sus
cuerpos en ampollas.
De aquel orfanato de la calle Jardín nos quedan, en el flanco izquierdo,
los restos del muro de la capilla y el pabellón de los varones rehabilitado en 1982 /83 para Biblioteca Municipal. Camino pensando en todas
estas cosas del pasado y algún recuerdo
propio, a este principal edificio cultural de la ciudad,
pues antes de disfrutar el fin de semana
quiero solicitar de la eficaz bibliotecaria, Esperanza Marcos, que instruya a
los pequeños alumnos del instituto sobre su relevancia y funcionamiento. Y como
es mi costumbre, me detengo, antes de cruzar la calle (así ha de ser pues vengo
de los parajes de Fuenteencalada), en echar
una ojeada al jardinillo infantil, desierto pasadas las diez de la mañana,
porque detrás de los columpios y
toboganes se divisa el Teleno, ese lejano horizonte que nunca se nos presenta con
la misma luz, con el mismo relieve, con igual incandescencia; hoy a esta hora
se halla brumoso y lo espero, llegado el invierno, con un manto de nieve.
Yo, en realidad, lo que quería contarte, es cómo a veces cualquier lugar, plaza, parque, o esta misma calle del Jardín, espacios todos por
donde ha discurrido y transita tanta
vida de la ciudad, cualquier maleducado los puede mancillar con su
inconsciencia. Pues te diré que porque alguien tuvo la deferencia de apartar
hacia el bordillo los cristales, si no a buen seguro, en mi distraimiento hacia la Biblioteca , esta mañana
hubiera pisado los restos de una botella
que algún sinvergüenza estrelló contra el suelo en la noche. ¡Cómo no
cabrearse! Cómo no cabrearse si nada más cruzar hacia el margen izquierdo tengo
que evitar un sarpullido de colillas que algún marrano vació del cenicero de su
coche y a continuación se fue tan
ricamente escarneciendo el suelo. A buen seguro, en cualquier momento llegará
un empleado de la limpieza y retirará estas inmundicias.
A lo mejor sucede eso, que nos olvidamos de enseñar, y de leer lo más
importante. Le pediré a Esperanza Marcos que no deje de mostrarles a los niños
del instituto algún libro o cartilla de urbanidad. Para que nunca mancillen una
calle, esta calle, con su hospicio y su
jardín.
Calle Jardín,
ajada de colillas
tu suelo está.
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9, noviembre, 2015
Denise
Pikka Thiem
Si a Denise Pikka Thiem no le hubiera salido al
encuentro en el camino un canalla confeso donde los haya, Miguel Ángel
Muñoz Blas, el pasado cinco de abril habría empezado a subir las lomas que, después de dejar la
episcopal ciudad encumbrada a 870,3 metros de altura sobre el Mediterráneo en
Alicante, van ascendiendo ascendiendo hasta el monte Irago. Hubiera depositado una
piedra y un deseo a los pies de la cruz ferruginosa y descendería hacia la
hondonada berciana, donde los frutos son generosos y el habla de sus habitantes
cantarina y melosa. No es un desprecio a la meseta , que en la Vega del Tuerto se convierte en labrantíos de
lúpulo, remolacha, maizales y cereales, pero en la tierra baldía maragata, que circunda el
camino peregrino, es otra la belleza, máxime cuando revienta en floración: la de las urces, arandaneras y serbales, robledos y encinares…
Es hoy un día tan ardiente y luminoso, con la tierra humedecida, que no ha de ser desaprovechado; pronto los hielos nos negarán esta calidez, apenas si llegarán peregrinos (hoy aún no temen los rigores y caminan complacidos), por eso me he acercado hasta Rabanal, donde el tamboritero Maxi Arce atesora el silbido de la tierra. Y resulta inevitable que todo este primer tramo del Camino maragato sea ya para siempre un tributo a Denise, la norteamericana nacida en Hong Kong y que venía a conocer un tercer continente, en su más pura esencia: la senda por la que han trajinado reyes y vasallos, obispos y monjes, juglares y troveros, pícaros y robadores; y, hoy en día, junto a los asalariados agobiados de las grandes urbes, los más afamados de las finanzas, las artes y la farándula.

Denise acaso pudo disfrutar, en el atrio catedralicio, el encuentro bailado entre el Resucitado y la Virgen del Amor Hermoso; no pudo llegar a El Ganso, porque un canalla confeso donde los
haya le arrebató sañudamente la vida. Pero su cara oriental, tierna y bondadosa,
permanecerá para siempre en este tramo del Camino; no en vano desde el
principio de la creación suya es la fortaleza de la urz, del roble y de la
encina.
Por un canalla
espadaña en El Ganso
no vio Denise.
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1, noviembre, 2015
1, noviembre, 2015
CASTAÑAS DE SANTOS
No es este uno de noviembre un
día frío y entreverado de sol, como acostumbra: ha despejado el cielo y se ha ido esa lluvia meona de estos últimos
días, la que por ser tan caprichosa y fina no sabes si llevas abierto el
paraguas para adornarte o guarecerte. En todos los parajes los árboles siguen
desprendiéndose de sus hojas, y más intensamente los chopos lombardos de La Eragudina y los comunes de la Moldería Real , no así aún los pocos humeros que, como reliquia, este cauce
molinero conserva. Las confiterías, a hora temprana, han llenado sus mostradores de bandejas de
buñuelos, con densa crema, y huesos de santos, con caña de cuajada yema.
Es el día de las flores; desde primeras horas, danzan por millares entre
los cipreses de las calles de los cuarteles para ser posadas en las sepulturas.
Pasadas las nueve, se disponen Isabel y José a apostarse, con la máquina de
asar castañas, remolcada desde Villadangos,
en el lateral norteño de la puerta principal del camposanto. La capilla,
de tan recoleta, apenas cuenta con espacio para los fieles, por eso el
ayuntamiento está situando, no muy lejos de la frontal campana, aparatos de
megafonía, incluso pantalla, para que, al mediodía, cuantos deseen puedan elevar sus plegarias con don Blas, el párroco de Santa Marta, y,
actualmente, también de Rectivía.
Astorga no es ciudad de castaños; algunos, bravos, estos días en la
carretera de los Bolos abren sus conchas de erizo para expulsar el fruto hacia
el pavimento. Sin embargo, desde antaño, en ella no falta la querencia por las castañas: en hermosos
versos para siempre quedó ensalzada, por Leopoldo Panero, Macaria, la castañera
de la plaza Mayor, con su asador de tambor, ciega y vagabunda en la vejez, como “…rescoldo / retirado de mucha soledad”. Para
la nuestra y otras generaciones ha quedado la simpatía y bondad de Riancho, con
su máquina junto a los taxis, simulacro
de las de vapor de la Vía
del Oeste; al final, pese a unos
primeros intentos, no pudo ser el continuar la tradición, por la desgracia de
ese hijo que pereció en la exhalación de humos y carburantes en el altozano del
santo Toribio.

Riancho zarandeaba en el interior de aquella verdadera caldera las
castañas con un ritmo y bamboleo precisos; igualmente pretende José en esta
mañana de todos los santos. Isabel comenta que de castañas congeladas, ni
verlas, que para ella las de El Bierzo, mejores que las gallegas, tan
“apatatadas”, y que este año la cosecha finalizará en dos semanas, porque ha
llovido mucho. Al atardecer Jose e Isabel emprenden camino a la plaza Obispo
Alcolea: hasta febrero convivirán con los taxistas, y de cuando en cuando un
niño, un adulto, parará para comprar un cucurucho de papel de periódico donde
calentará sus manos.
Oigan los niños:
“Ya están los castañeros,
a su plaza van”.
25, octubre, 2015
Este domingo último de octubre ha amanecido
templado y amoroso. Para la llegada del mediodía oficialmente falta más
de una hora, pero no para mí, pues aún no he
bailado las agujas de mi reloj, tarea esta sencilla pero a la que me resisto un
tiempo como rebeldía –inútil, claro–, dado este jugueteo que se traen para
adelantarnos o postergarnos la luz solar. He caminado por la ciudad y después bajado
al río, porque en la otoñada suele ser,
antes que cauce para recibir los deshielos desde la Peña del Gato, humedal con henchida
vegetación. Y te diré que tanto La Eragudina como todos los pastizales
baldíos tras el convento de las clarisas son una densa alfombra para
atenuar tus pasos; pasa eso en días así, cuando la lluvia ha sido persistente y fina, la
tierra con verdor tanto se esponja que caminas por un mullido jugoso y confortable.

Cuando contemplo
un edificio de interés encapsulado para su restauración con una malla, sea la casa Granell, o estos
días la espadaña de la iglesia de los redentoristas, siento contento porque la
ciudad no pierde retazos de su hermosura.
Fue la noche del 25 de agosto de
1996, en que llenamos de músicos los
campanarios de la ciudad, para el concierto de Llorenç Barber “Astorga
inevitable”, cuando me apercibí de que la magia de las campanas en la ciudad no
estaba solo en la catedral, tan repleta de ellas su torre rosada, sino en las
espadañas de los monasterios, de las iglesias y del mismo ayuntamiento con
Colasa y Zancuda. Atestigüé que eran más
abundantes que las torres cuadradas, de San Bartolomé, o del mismo San Andrés, tan hermosa como
remate alzado de las barandillas rojizas aplantilladas. Hoy he vuelto,
temprano, a disfrutar de todas, con sus vanos, unos con campanas,
otros simulados o vacíos, en Santa Marta, monasterios de las Siervas, de Sancti Spiritus y de las Clarisas; y del diminuto pináculo de la
cofradía de la Vera Cruz
–verdadero sonajero para la umbría del Jardín–. Lástima que la del santuario de
Fátima, aunque ahora ha dejado sitio para
un nido de cigüeñas, no haya recobrado el espigón que un rayo mortífero
derribó en 2011.
En Astorga las
espadañas brotan en el río y se alzan como espigones hacia el cielo con sus campanas.
Las espadañas
tañen sones y cuajan
el humedal.
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26, septiembre, 2015
BABEL DE GENTES Y TRONIDOS
EN LA CIUDAD
Hoy la ciudad, en el transcurso del mediodía según hora solar, era una sorpresa, una mezcolanza de antiguos atuendos, y de sonidos de cencerros y atabales, de gaitas y tambores; de vez en cuando retumbaban las murallas por el fogueo de las tropas napoleónicas; mientras, los zuizones velaban armas en el foro de la ciudad. Los astures y romanos desfilaban por la ciudad amurallada, se asomaban a los cubos y las troneras, los del oeste, del sur y del este, para que los recién llegados, gentes y tribus de la montaña y de la estepa del Viejo Reino, pudieran demostrar sus artes sin ser incomodados por tropas o hados enemigos.
Muchos son los peregrinos a Santiago que se detienen, en su discurrir hacia el monte Irago, en la vía peregrina; ya sea para contemplar en
Octavio Augusto, recién coronado César en las celebraciones augustales, oficiadas por Mixticius, altivo en su cuádriga y acompañado de su cohorte recorre el paseo de la Muralla; al tiempo otea el horizonte del Teleno, satisfecho en esta “civitas” que tan gran culto le rinde, y desde donde piensa planificar la conquista del Finisterre. El Caudillo, una vez
sellada la paz con Roma, junto a los jefes de las tribus astures inspecciona la
capital donde han sido acogidos por el magnánimo emperador; deseoso se muestra por tomarse en las tabernas un cuenco de vino, por adentrarse y darse un baño en las termas, entre vahos y vapores, una vez que le han descifrado el sentido de los grandes carteles que el recién elegido duunviro ha colocado en tan magnos edificios: SPA, es decir, salud por medio del agua.
Y uno, al ver tantos peregrinos y visitantes, toda esta algarabía de
instrumentos y tronidos, tal muestra de trajes de pieles, bastas telas y coloridas cintas,
pensaba cuán grande es la energía de muchos vecinos de esta ciudad, capaces ante cualquier
ocasión, como esta de exaltación del turismo regional, de levantar tiendas y
pallozas, organizar desfiles, acoger a otras gentes y tribus, así como
representar y divulgar dignamente lo que somos y lo que hemos sido.
El
Zangarrón
con
cintas de colores
la peste aleja.
la peste aleja.
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Son
ya las veintiuna horas, y desde Las Eras de San Román, el sol, definitivamente achicado en su propia
esfera incandescente, se apresta a esconderse en la cordillera del Teleno por
poniente. De toda esta vega del Tuerto llega el frescor de los cercanos
maizales y lúpulos, también de la
rectilínea chopera del río, tan esbelta
y densa que marca el tránsito de dos paisajes, de dos luces: la planicie de un
umbroso verdor y el alborear que se atempera tras las lontananzas. No hay
desafío capaz de ocultar las torres catedralicias, ni desde este regadío que
tengo a mis pies, ni desde el secano rojizo de las altiplanicies
maragatas, aún menos, si otear prefieres, desde las cumbres cepedanas o tras las lomas
de la reseca y amarillenta
Sequeda.

Así será, si esa suerte tenemos: nos llegará
la edad de la mecedora, y bien sea en
este hermoso paisaje de la vega del Tuerto, que a esta hora se adentra en la privacidad de la noche – una noche de azabache,
de esas que no las come el lobo–, o en cualquier otro, con bramar y espuma de olas,
debemos aprovechar el instante. El momento no puede ser más propicio: nos
iluminan luces de colores, suena la música en el templo, en plazas y
jardines, y los comediantes pronto
danzarán entre sonajeros y cabriolas.
Complace el ver
desde la mecedora
la umbrosa vega.
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19, julio, 2015
SALUD
AL NUEVO CÉSAR
Son
las once y media de la mañana del domingo tercero del mes de
Julio César y desde la muralla
tras la que se aposenta el Palacio se contempla un ajetreo inusitado en el
herboso parque de El Melgar. Cinco campanas catedralicias, desde la torre
rosada, llaman a la misa de doce, pero
¿qué campanas, de entre las once, además
de la dominante María?: ¿las Pascualejas, las Feriales, la Sardinera o la Prima , acaso la Jordana ? Perdería el tiempo
en pretender saberlo, pues don Bernardo Velado ya se fue hace un tiempo desde
la planicie ´insabora´ de Majadahonda para el cielo. Suenan, suenan las campanas,
sin balanceo, sin badajos, por impersonales electromazos, pero aun así se
aprecia una áspera sinfonía y a buen seguro las diabólicas tempestades se
alejarán vencidas por el león de la tribu de Judá, tal y como reza en las
fundidas inscripciones góticas.
Últimamente,
los noticiarios, con alevosía, nos dan la receta de los meteorólogos: días tórridos en España pero de mañanas
frescas en León. Cierto es: aún el sol no ha remontado para quemar con su total incandescencia, y aquí se nota
un frescor gratificante, ese que nace de la evaporación del rocío. El Melgar es
un campamento variopinto: se levantan chozas, cabañas, tiendas de campaña
romanas… Con los troncos tronchados en láminas,
las tribus astures trajinan delimitando los habitáculos; y en
el endeble armazón de los tejados van
asentando lonetas plastificadas, azules
ante todo, pero pronto los fejes de esparto o de paja los cubrirán y parecerá
el norte del campamento un hermoso poblado de pallozas. Las tiendas romanas
ofrecen, en el otro extremo, otro
refinamiento, propio de un aura imperial.
Treinta
años y tres emperadores. A Emilius I Pertiguerus, la tierra le ha sido leve desde
aquel 24 de agosto de 1990, en que con féretro
cubierto por paño de cofrade y custodia de centuriones romanos lo velamos. Este
viernes será proclamado en el foro de de la ciudad un nuevo César con los redobles y solemnidad
acostumbrados: Cayo Julio Caesar Octaviano, de nombre cristiano Isaac de la Fuente , del gremio de la
madera y desde niño volteador de catapultas. No sabemos aún si el segundo
César, Josefus Orologius, del gremio de los relojeros y de ancestral ánimo
festivo, será simbólicamente apuñalado o permanecerá, según la nueva usanza de
los Borbones, como ‘imperátor´ emérito.
En
estas últimas ocurrencias andaba aún yo esta mañana
cuando los últimos feligreses entraban
por la puerta renacentista de la catedral a la oración. Y es que a veces uno se
enfrasca tanto en sus pensamientos y en
la contemplación que se olvida de que ya lo han despedido las campanas.
El
nuevo César
pronto
del campamento
dueño
será.
10, mayo, 2015
¡QUÉ BRAVA ES LA PUERTA
DEL SOL!
Son las diez de la mañana y me
gusta este azul del cielo un poco velado. Del fresco de la amanecida solo queda
ya su último vahído. Más que diez de mayo, si no fuera por ese azul, aún no
cuajado, bien podría uno pensar que lo es de junio, pues el sol es ardiente,
aunque también, no todo serán mieles, se
aprecia pasajero. No hay día, al ir o retornar de la aceña, que no encuentre a
caminantes en su última fatiga, antes de coronar su andadura en lo alto de la
ciudad, en esta, con buen tino llamada Puerta del Sol, pues está
encarada al este.
Y no puedo evitar, una y otra vez el recuerdo. Hace
unos treinta años aún quedaban restos de
las casas destripadas por la muralla en una aciaga noche de agosto de 1952. El barrio,
según nos contaban un verano y otro en la fresca, retumbó entero. A veces uno,
tan niño, vivía en sueños lo que los
mayores contaban: los gritos de las familias bajo las techumbres hundidas, el
estruendo de la mampostería cuesta abajo
hasta la entrada de la iglesia modernista, a no menos de 500 pies desde el Hospital de las Cinco Llagas; en lo alto intacto y como desnudo quedó este
monumental edificio de lisiados y temporalmente de hospicianos, ante toda la
vega del Tuerto. Contaban que las campanas de la iglesia del barrio pese al sonido ensordecedor de la
noche no repicaron, pero las de la
iglesia franciscana, en la embocadura de la cuesta también, al otro costado del Hospital, emitían grandes
gemidos, como si sus badajos estuviesen encerrados en una caracola marina.
Hace unos treinta años
desaparecieron los restos de aquella tragedia. Se los llevó la explanación y arreglo,
para hacer más transitable la cuesta, pero aún perviven entre las plantas de la
ladera grandes pedruscos de aquella muralla hermosa y altiva, que un día tuvo
grandes portones que guarecían esta parte de la ciudad por la noche y ante las acometidas. Hoy la cuesta de la Puerta del Sol es un río de
peregrinos; antes de abordarla la miran como si fuera la subida del Gólgota,
tientan sus fuerzas, remontan sobre sus espaldas las mochilas para que el peso
sea más liviano y levantan de cuando en cuando la cabeza como quien ansía al
final, a la vuelta, encontrar el remanso, la explanada ajardinada, el albergue
peregrino.

Suben ciclistas
por la Puerta
del Sol:
¡mas qué brava es!
¡mas qué brava es!
25, abril, 2015
EL MAGO DEL PALACIO QUIERE SER CONCEJAL
Ya te dije el pasado 31 de
noviembre que el mago había quedado encaramado en la cruz del
tejado del Palacio, con el cuerpo estragado por mor de los martillos neumáticos y otros artilugios con
que horadaban las terrazas en medio de
un estruendo infernal; y a saber si no se iría para siempre jamás. Recuerda que tan fino era su talle que salir pudo por las gárgolas, igualito que
cuando en ellas silba el viento. Largo tiempo ha estado ausente, pues no
había vuelto a oír sus gemidos de
soledad cuando a su lado paso, cerca del foso que circunda las capillitas del ábside,
junto a los rebotaderos de la muralla de El Melgar. Ha vuelto anteayer
con las golondrinas, después de coger
algo de encarnadura, pues desde que el cuco retornó hace un par de semanas al
Monte de la Marquesa
para anunciar la primavera, los dos en compaña por aquellos bosques han compartido el canto y la
pitanza. Cu-cu, cu-cu, le oí esta misma tarde, pero un cu-cu bien entonado,
como gorjeado en la garganta, y un alborozo poco frecuente, pues es el suyo un
pesar constante que desahoga en lamentos que aprietan a uno el corazón.

De momento, ya digo, está muy alborozado, pues anda descifrando por qué en el
boletín de la provincia aparecen tantos nombres bajo denominaciones relativas a
la ciudadanía, a la igualdad y a la defensa de los valores tradicionales del
terruño. Y tanto es así que esta segunda
noche no siguió la costumbre de ir en
primer lugar a la capilla sino que directamente se dirigió al despacho del
señor obispo para terminar de descifrar, junto a la blanquecina luz de sus
espigados vitrales, los nombres de los aspirantes a regir los destinos del otro
palacio, el municipal. El mago agudo es y entiende que una cosa es lo sagrado, y otra lo
mundano, de ahí que le haya entrado un cosquilleo por sumar a esas interminables
listas de aspirantes, ocho por
diecisiete más suplentes, la suya; máxime cuando muchos nombres le suenan a chino mandarín, y
le consta que ni aquí viven, ni por ellos ningún maravedí del
reino a las arcas municipales llega.
Encorajinado está porque le parece que quieren disponer de nuestro botín desde el mismo día, este 24M, en
que depositarán su voto para ediles de
comarcas cercanas, o de villas de postín, ya sean leonesas, madrileñas o levantinas.
El mago convencido está: ¿quién sino él es astorgano de pura cepa y con
cetro en palacio episcopal? No aspira más que a dos escaños en el también
vitrado salón de honores municipal: el otro será para su amigo Merlín. Que
resulta que los de la gaviota ganan y triunfan, pues necesario será facilitarles una pócima de salvia y valeriana para que no sea arrogante su vuelo; que a juntarse llegan
los de la rosa y los amantes de la navegación por el Jerga, a saber si incluso
también los del verde y unido prado, pues entonces Merlín habrá
de administrarles una especial pócima de ortigas, espadañas y plantas aromáticas para que la navegación sea plácida, el olor
de la rosa bienoliente y, si necesario es, el frescor del prado tibio y
reconfortador. ¿Y si nada de esto fuese así y no hubiere milagrosa pócima
y tal aconteciese como estos años últimos, que casi todo ha sido una jerigonza virtual
leída y vivida? Pues dimitan los dos: vuélvase
el mago del Palacio junto al cuco del Monte de la Marquesa y Merlín al
reino de Camelot.
Cu-cu, cu-cu,
y con las golondrinas
volvió el mago.
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29, marzo, 2015
29, marzo, 2015
… ET LABORA
No tengo plantado, como Fray Luis, un huerto en la ladera del monte,
pero sí, como él, cada año es por mi
mano. Todo este campo entre las dos vías del tren, la fenecida del Oeste, y la
otra del Norte, por la que discurren
cada día trenes mercancía con los vagones decorados con llamativos grafitos y
los tiburones Alvia, es una llanura que la Moldería Real generosamente
riega a uno y a otro costado. Dentro de poco anochecerá, más tarde de lo
acostumbrado, pues nos han recortado el día y lo que antes era hora de merienda, es
adelantada cena, que ha de ser más
frugal que de costumbre, pues si te acuestas sin haber reposado bien la pitanza
corres el riesgo —al menos eso a mí a veces me pasa— de soñar con terremotos,
trasgos y tempestades que amenazan engullirte
a ti, o a los tuyos; aunque por
fortuna nunca tal calamidad llega a su término pues siempre despierta uno con un sobresalto y con el
corazón bombardeando dentro del pecho. Como decía este huerto mío es un
cuadradillo en una vasta llanura, pero con horizontes que dentro de una hora,
cuando se aproximen las nueve, para sí muchos quisieran: hacia el oriente,
donde el santo Toribio sacudió las
zapatillas, el cielo será de cobalto,
como las bolas de azulete que nuestras madres echaban en los baldes para sacar
la ropa más blanca que la nieve; y hacia poniente, en lo alto del Silo y de las
destartaladas viviendas de los ferroviarios —simulan una máquina y sus
vagones, hoy habitados por gitanos
españoles y portugueses—, válgame el cielo, cuánta hermosura, llameará el cielo como si de él fuera a
desplomarse una incandescente lava.

La gancha ahí donde la veis cual gigante tenedor, es una herramienta
bien moderna, ahora le están poniendo dos mangos, para que al hincarla en la
tierra no sufran mucho los lomos; va, puro cuento. San Isidro, el labrador de
más aire, en algunas imágenes aparece con su antecesora, la laya, y ya
trabajase con ella o sea un adorno para que los devotos lo identifiquen, basta
ver su gesto adusto y descansado para comprender que para él trajinar con ella era
pura milonga, como un juego campesino. La azada, ah, la azada ya es otro
cantar, de ella nació el arado y merece el mayor de los respetos; su origen está en la antigua Mesopotamia, esa
de los dos ríos hermosos y que se desangra después de la ejecución de Saddam
Hussein. La siento en mis manos milenaria y gran benefactora de la tierra: con ella se cava, se
siembra, se arica, se riega…; y beneficia las bolas de los brazos, bueno, bolas
o bolillas, que tampoco es menester gozar de abultados bíceps para tan liviana
tarea. Con estas dos herramientas,
quizás uno no consiga como Fray Luis, frutos olorosos, pero sabrosos, a buen
seguro que sí.
Para mi huerto
qué buenas son.
27, marzo, 2015
SARA Y ALEX: MANO A MANO
Son estos dos días, ayer jueves y hoy
viernes, en el Instituto, muy intensos; a la noche, hoy mismo, ya
sonarán las trompetas y tambores por las calles de la ciudad: comienza la Semana Santa y el
silencio será dueño y señor de este moderno edificio, funcional, y atractivo
por sus corredores interiores, desde los que con la mirada puedes atisbar su
trajín en las diversas alturas. Las sobrias clases están ahora vacías, pero
todos los demás espacios gozan de una actividad inusitada: los vestíbulos con las mesas de ajedrez, el
teatro con conferencias y actuaciones, los patios con actividades deportivas, y
esta Sala, polivalente, donde ahora estamos, con una
exposición antológica de Sendo, a la que
han prestado especial atención, antes de sentarse, los expectantes bachilleres.
En toda la mañana bulle en mi cabeza la historia de la ciudad en sus
años republicanos, tan poco estudiados, y la razón es que finalizaremos estas
dos jornadas de cultura y creatividad tributando un homenaje al que fuera
director de este instituto, Eugenio Curiel, quien, como tantos en aquella etapa
atroz, fue indebidamente ajusticiado. Me
congratulo por cómo todo este nuevo
espacio de modernas y espaciadas edificaciones, con sus árboles, fuentes y el Jerga, que son parte del antiguo prado de la Era-Gudina , está
nominado con los nombres del médico Cortés Rivas, del sacerdote y profesor de
latín Bernardo Blanco, del general
Cabrera, y ahora, por reciente aprobación municipal, de Eugenio Curiel. En
otras partes de la ciudad otros ciudadanos, de diversas ideologías, pero de
gran dignidad, también han merecido el
rótulo de otras calles.
Seguimos hablando en un aparte, en la cafetería; tengo vivo interés por
conocer su apreciación de esta ciudad, de otras ciudades del mundo en que hayan
podido estar como Budapest. Y me detallan, Alex con esa impaciencia y mirada
penetrante bajo sus negras cejas, Sara con sus rubios tirabuzones y mirada tan serena
como sugerente, sus plazas y recovecos, los aciertos urbanísticos y los errores, de tal manera, que veo en ellos,
como en mí mismo, que nos “criamos” en un espacio de belleza y sociedad
singulares; pero eso sí, necesitado, me dicen, de “un empujón”, “de “un empujón, Juanjo” para que nuevos ojos
lleguen a contemplar un tesón de
siglos en armonía espacial acumulado.
Sara y Alex
una bonita historia
contando están.
25, marzo, 2015
Zar es un perro mestizo, de madre
pastora alemana y de padre ‘hasky’. Es
mi perro, y ya se va reponiendo de la muerte de
Blanca, que estaba mezclada como él, fruto de labradora y a saber de qué perro callejero.
Hacían buena pareja, pues si bien Blanca era melindrosa, paciente y un tanto
miedosa –pienso que por su congénita enfermedad–, Zar la protegía de todos los
perros que por el olfato a ella acudían, y de cuantas hembras, celosas, lo
querían como pretendiente.
Para Zar el agua de la Moldería Real ,
ese cauce de antiguos molinos harineros y de chocolate que nace del Tuerto en
Presarrey y desagua en el Jerga, es una
costumbre para sus ojos y oídos: oye como baja por los canales de las
compuertas a los rodeznos y se bate cantarina en espuma blanca, la ve discurrir
en un oleaje que se va remansando hasta
aparecer cristalina por los cantos rodados. No siempre es transparente, cierto
es, pues cuando las aguas fecales de la balsa ‘depuradora’ de Carneros son
expulsadas cerca de la
Papelera a su cauce, se vuelve turbia y maloliente; y si
algún pececillo, confiado, se hubiera
aventurado a correr, corriente abajo, atraído por las espadañas y paleras, terminará asfixiado, con
ese aspecto de pescadito frito malagueño que un verano, tiempo atrás, tanto hube de servir.
Cada tarde, Zar, cuando lo dejo a su albedrío, corre por sus dominios,
que es el pago de la Senra , donde estos días los labradores voltean con los tractores la tierra, acompañados de cigüeñas, pues estas bajan como balas al atisbar el manjar que estaba oculto en la tierra. Le
gusta correr tras ellas y levantarles el vuelo, fácil es, porque picotecan
alineadas en los grandes surcos que abren las vertederas. Para él es como un
juego el verlas subir con las alas levantadas y, bajar, cuando confiadas porque se aleja para merodear
cualquier terrón en un vaivén planean. Pero nunca se entretiene demasiado
porque sabe que lo estoy esperando en el comportón.
Todos los molinos tienen un alividero antes de entrar el agua en los canales de las paradas; este del pago de la Senra está bastante elevado
y necesita no un agual cualquiera para desahogar, sino un comportón. Como cae
con fuerza el agua ha quedado una gran poza en la que se estancan y revolotean,
pero nunca escapan, cuantas botellas de plástico, cajas de leche, latas de
Cocacola y de aceite, algunos de los vecinos aguas arriba, cuales fueren, entre
Sopeña y este pago del barrio de San Andrés, tienen por mala costumbre arrojar. Hoy, entre
otros desechos, nos toca retirar una botella azul. Lo animo: “Zar…uno”, y
tantea el agua para mojarse lo imprescindible. Le grito: “¡Zar…dos!”, y se mete
de lleno hasta acomodarla a su boca. Para él es una presa de gran valor, y
merodea a mi alrededor, y no suelta la botella azul hasta que no estamos cerca del tonel de basura negro; entonces, sí, la posa a su vera, y me mira para
que le atuse la nuca y le haga las
consabidas reverencias.
Flota en el agua
una botella azul:
Zar va que va.
________________ 20, MARZO, 2015
EL DRAGÓN QUE SE TRAGÓ EL SOL
Agrada este bullicio que se forma
en los pasillos, en las escaleras, camino del extenso patio adonde nos
encaminamos con los alumnos para ver el eclipse de sol. Observo tanta vitalidad
apiñada, y me viene al pensamiento que, cuando de nuevo la Luna se interponga entre el
Sol y la Tierra ,
en 2026, serán hombres y mujeres talludos, hechos y derechos, con sus profesiones,
sus carreras, algunos con su familia, con sus consumados amores. Quizás, para
aquel entonces, a algunos del instituto ya no los reconozca, como me sucede ahora con los que
por las aulas pasaron, pero de otros, a buen seguro, no se me escapará el gesto
de su cara, la facción definitoria, el
andar singular.
Ya son las diez y media. Es inevitable que los ojos se vuelvan hacia el
horizonte de los montes y no busquen las llanuras y estepas cercanas. El
eclipse tamiza, con una gasa blanquecina, la bóveda azulada, cercana, del
Teleno, y sus cumbres, que han ganado estos días un pequeño cúmulo de nieve,
quedan suspendidas como un gigantesco casquete sobre unas laderas acolchadas en
un manto grisáceo. La bola incandescente está a mis espaldas; bien apercibido
estoy de que es una llama para los ojos, un rayo de Zeus que puede dañar mi
retina.
Los alumnos no han venido provistos de gafas especiales para la ocasión,
con el armazón de cartón, como aquellas que comprábamos de niños en Ferias para hacernos la ilusión de que éramos
como los recios galanes de Hollywood. Algunos han adecuado cajas de desecho
para filtrar la luz solar a través de un pequeño orificio y ver el fenómeno en el
interior ensombrecido. Otros se han agenciado caretas de soldador:

Cuando retira la careta de soldador para entregármela los de al lado se
ríen, no es de extrañar, pues mis palabras le debieron de sonar a voces de
ultratumba. Es algo verdaderamente hermoso, aquí dentro de la máscara como
estoy, escondido, alejado del mundo, con los ojos fijos en la bola
incandescente, que a través del filtro acristalado, tornasolada está en un haz
de intensas tonalidades verdes; cuelo ante mis ojos mi pequeña cámara Canon para inmortalizar el instante. ¿Es este verde, aspado de rayos verdes, el
verde sonámbulo de Lorca, el misterio de la belleza nunca desvelada? Demasiado
atrevimiento el mío, pienso.
De nuevo vuelvo a la luz tamizada en el Teleno, a escuchar las voces
alegres de tan poco maleadas, y le pregunto a un alumno asiático: "¿Para ti
qué es un eclipse?":
—Es el dragón, profesor, es el dragón,
que se ha tragado el sol.
El dragón reverenciado con que festejan en febrero, cuando cierran en la
ciudad las tiendas de Todo a Cien, para
celebrar la llegada del año nuevo.
Se
tragó el sol
el
dragón y llorona
está
la luna.
_____________________________________
15, marzo, 2015
¿Lo despierto o no lo despierto?
De la tahona de Cadierno por la calle del valeroso húsar Tiburcio, el
que se ventiló en la francesada a un servil edecán, a la papelería de Berta,
para oler a tinta, que aún a primera hora de la mañana algunos periódicos
tienen fresca. Una querencia mía esta de
coger los periódicos que me emborronen las manos, como me sucedía en la
escuela cada vez que mojaba el plumín en el tintero Pelikán; costumbre exquisita,
pienso, pues temo que llegará el día en
que no me servirán las noticias en pliegos de papel porque los
lectores no saldrán de su casa: bastará un chasquido de los dedos para que en
una pantalla aparezcan, como en un deslumbramiento, el deportista fosglutén, la política más color Esperanza, el 'yihadista' con su espadón rebanando cabezas.
Lo observo detenidamente, y no puedo ver su
cara. La ciudad, toda ciudad tiene sus rellanos
para los mendigos; el nuestro es
ese triángulo isósceles de campanas, cuyo solitario vértice es el convento de
Sancti Spiritus, y los otros dos el de
la iglesia de Santa Marta y el que con su alto vuelo a los demás achica
en el espigón rosado catedralicio. Ronca,
ronca suavemente frente al convento, que
hermoso y sonoro está, pues de sus ventanas salen flecos de luz, los sonidos del órgano templados en las artísticas yeserías y un coro tan afinado que su cantar parece madrigal de ángeles. ¿Lo despierto o no lo despierto?: ha quedado así arrebujado, con las
manos y los pies recogidos, en una espiral, como si se cobijase en el seno
materno, pero no es el saco amniótico el que lo protege, sino unas nubes grises
que saben a nieve. Miro su cara enrojecida y no sé si es por efecto del frío,
o de ese acaloramiento que da el tintorro,
posiblemente vaciado de la caja cercana,
horas antes, a su gorja. ¿Será
peruano?, de la tierra de César Vallejo, el poeta inca que en tiempos republicanos se hospedó en la
casa cercana de los Panero; ¿o de los
Andes ecuatorianos?, esos que Carrera Andrade deshilvanó en
preciosas menudencias.
Hace frío, y todo el mundo cuando pasa lo mira desde el coche, inevitable es, pues su
gorro amarillo flanqueado de azul delata su presencia: ¿lo despierto o no lo despierto?
y arrebujado está
bajo las nubes.
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28, febrero, 2015
ASTORGA:
A finales de febrero casi siempre
es así: amarillea un poco el aire humedecido un sol tibio, del que no se sabe si
despide con duelo el invierno o anuncia una efímera y temprana primavera. Así
viene jugueteando todo el día, y aún más esta tarde, sábado postrero, en que
bulle la ciudad como en los grandes días feriados. Al campo de fútbol entran
centenares de aficionados, con la garganta bien enjuagada y el pañuelo verde del equipo local, verde, como
verde es el pago arbolado cercano y el atusado
césped donde los atléticos se batirán con los murcianos reales. En las
vidrieras de la catedral, pasadas las seis, los tonos azules y rojos van
palideciendo en azulete y púrpura hasta llegar a desaparecer en el emplomado. Pocas veces se habrán
congregado tal cantidad de músicos en la vía sacra: una coral, la Isidoriana , tres
bandas, la municipal, la leonesa del Dulce Nombre de Jesús, y la anfitriona, la
de cornetas y tambores de la
Cofradía de realengo que hoy celebra por todo lo alto su
bicentenario: la del Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad. Son tan altas las
bóvedas catedralicias y tanta la piedra acumulada, tan copiosa la madera
primorosamente tallada en retablos y en los sitiales de las sibilas, simios y
monstruos rampantes, que ya pueden las cornetas alzarse sobre las flautas,
saxos, trompetas, clarinetes, bombos y platillos, que los sonidos suben acordes
a las altas nervaduras, se cuelan por los apiñados tubos del órgano y acordes
llegan a nuestros oídos. Cuando el juez
presidente, Ángel Iglesias, nos despide, reverberando queda el órgano como si de un imán golpeado se
tratase.
El chocolate es un mágico encantador, pocos se sustraen a su sabor y
aroma. Bien se puede comprobar en el claustro del Seminario, que alberga una
nueva edición del Salón Internacional de este manjar tropical, y que cercanas
las nueve sigue acogiendo a miles de visitantes. Cientos de libras, de bombones, de tabletas almendradas,
se muestran a nuestros ojos con su sabor afrodisiaco. ¿Cómo recoger en nuestra
ciudad toda una historia de cuatro siglos, con sus obradores y fábricas, cromos,
carteles y cajas de latón modernistas, y
postales de santos y de sensuales señoritas? Una muestra significativa, cierto
es, se halla en el Museo, asentado ahora en el bello palacete modernista de
Magín Rubio, pero, al final, lo verdaderamente importante es la flor. La flor del cacao, antes de cuajarse en habas
almendradas, abre sus amarillentos
sépalos como una estrella de mar, y de sus transparentes pétalos brotan, en un
haz, un ramillete de estambres de color vino envejecido. ¿Por qué no?: Astorga, la flor del cacao.
Abre sus sépalos
como estrella de mar
la flor del cacao.
21 de febrero de 2015
…me pregunto ante la candidatura
del dibujante Demetrío Colmenero a la alcaldía de la ciudad. Se ha dejado el
bigotito como su hermano, Mauricio, pero ignoro si bajo el traje con que se ha
vestido para el Carnaval luce también los
tirantes con las barras de la enseña nacional que en el Bar
Reinols eran gracia torera y cañí. En la solapa me he puesto yo, como si un
clavel de la Violetera
fuese, la chapa con su mueca, no sé si burlona consigo mismo o para conmigo,
quizás más bien enigmática, ¿sí?. ¿no?, ¿disparate?, ¿esperpento local? De
momento, uno de sus admiradores me ha administrado su programa electoral, al tiempo que escucho
a José Ramos, que de la alta alcurnia de César ha pasado a ejercer en la Plaza el oficio de pregonero; pero, ojo al parche, no es menester vil en él, pues ha tenido arte y parte para que el Antruejo
en la ciudad sea hoy un río de disfraces, de ritmos pachangueros, y de jóvenes
demodés en las cavernas musicales.
En realidad, más que un programa de este nuevo partido
emanado de la experiencia ardua, costosa, a
veces ingrata y vapuleada sin ton ni son labor concejil, es eso, un
avance, con un logotipo en cuajado verde esperanza: una sigla de tres
letras, D para destino, P para político, y una tercera, que en verdad me ha
gustado, pues es como el vaciado de un
molde en cuya superficie no burilada se nos muestran las torres y la espadaña
municipales. Esta estampación del palacio consistorial entre las astas de la M bien podría ser motivo de un
cartel, sin explicitar su significado, que para este nuevo partido es el de “Maragato”: para unos astorganos sería maromero,
maniobrero o montero, pero otros habrá
que entiendan por la M
mansurrones y municioneros. Para el futuro
programa electoral en este pasquín ya Deme (alcoba de) trío nos anuncia los tres ingredientes
básicos con que hará felices a muchos mortales:
toros en la plaza cubierta y
coronada con el toro de Osborne (con el ácido simbolismo del Madrid-Arena), un
grandioso campo de fútbol, Nueva Eragudina, en sustitución del actual; y el tercero sí
que no César. Esto sí que no, la
Harinera , con sus molinos, triarbejones, desnichadoras, galés, descascarilladora..., este oculto tesoro nadie
lo verá, ni con ojos saltones carnavaleros, como una Whiskería Club; así que dile
a la señorita que tienta servir a uno desde fuera, estire en otra dirección la
patita y embarque en el primer tren con destino a la Cochinchina.
¿Qué os tomáis a chanza este nuevo DePodeMos? ¿Que os echáis al gañote buenos
chorros de aguardiente como pitorreo mientras arde y explosiona la Piñata ? Allá vosotros. De
momento, yo velaré armas, porque esclavo de Menelao no soy, y ayer el
monumental caballo ofrendado a Atenea entre un río de disfraces por el Palacio entre
aplausos pasó y guardado está, a la espera de que llegue el 24 de mayo; será
entonces, justo al avisar Colasa y
Zancuda de que es la hora del alba, cuando Demetrío Colmenero abra la compuerta
que se halla en la tripa del gigantesco percherón y desembarquen, para llenar
las urnas, caballeros guarnidos,
escuderos, palafreneros, tañedores y menestriles… Y entonces, ¡ah!, después a
saber si Astorga arderá como ardió Troya.
Que no, que sí,
que Astorga arderá,
que sí, que no.
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20, enero, 2015
LA CIUDAD ES HERMOSA
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...con su acostumbrada nieve, que este año se ha hecho de rogar. Son las ocho treinta y a la bajada de los Bolos que lleva al instituto no han llegado los autocares que vienen de la alta Cepeda. Allí la nieve ha caído abundante y se ha amontonado caprichosamente en derramas por las desvencijadas puertas de las viejas casas solitarias. Pero en este altozano que disfrutamos, a 870,3 m sobre el nivel medio del Mediterráneo en Alicante (qué hermosa esa placa ovalada en bronce de la catedral, donde reza lo salvaguardados que estamos ante bíblicas crecidas), en este bajel de bajamar que habitamos la nieve apenas si ha espolvoreado las calzadas; casi mejor, porque nada más que caen unos copos los finos urbanitas reclaman salitre para los pavimentos y, además de no disfrutar de tus pisadas, después estos quedan escarnecidos, llagados, carcomidos y sin textura.
Se nota la ausencia de los alumnos que moran en las lontananzas de las montañas, pues hay menos bullicio en este corredor que conduce a las clases y desde el que se ve un cielo empañado, alboreado, con los tejados en terrazas labrantías de nieve flanqueadas por el cimborrio del seminario y las espigadas torres catedralicias. Por apetencia, uno se quedaría un rato viendo cómo la luz irá desvelando los colores amarillentos de las casitas gemelas, las cuadrículas blancas de los paños pardorrojizos, las calizas añejas y novicias de los muros sacerdotales, ¡ah!, y esa torre rosada donde están albergadas las campanas y el reloj que macera las horas desde 1800, en rivalidad con el son de los vaivenes del de la casa consistorial. Se engañan quienes creen que el relojero astorgano Bartolomé Hernández, porque puso en marcha siete años más tarde el actual de la espadaña del ayuntamiento lo fabricó con menor esmero; no, no, cada reloj tiene su arca de resonancia, y si el de la catedral tiene en su interior el sol y la luna, a Colasa y a Zancuda tiene el del ayuntamiento; y no es lo mismo el atrio catedralicio abierto a los vientos, que la recoleta plaza Mayor; a cada cual el timbre que le conviene.
La ciudad es hermosa con su acostumbrada nieve, que se ha llevado el sol después de desgajarse el empañado cielo en resistentes nubes, atezadas, plomizas y finalmente clareadas; ya el ladrillo es arcilla, los tejados vertientes acanaladas, los chapiteles catedralicios sombreretes negros y el cimborrio del seminario lámpara sombría. Y ha llegado ya tarde, pasadas las cinco, un vientecillo frío que no se agita sino que reverbera; no congela el agua en los toneles y en los calderos, como los hielos pasados, pero deja ver la transparencia del aire. Y es que hasta ahora no hemos tenido invierno, y por mucho que haya que soplar las manos, bendito frío, bendita nieve.

Bendito frío
que tardo reverbera
tras de la nieve.
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9, enero, 2015
VUELVE EL DISCO DE VINILO
Así es. La música enlatada había desterrado de las casas un mueble singular: el tocadiscos, junto a la pequeña repisa en la que se almacenaban los discos y los elepés. Muchos, con su caja de resonancia llena de sonidos para estrechar un cuerpo o bien danzar con un ritmo frenético, han terminado sus días en cualquier desgüace, o en las chatarrerías, maltrechos y expuestos a la oxidación. Millones de discos han sido arrojados a cualquier contenedor, con ilustradas fundas de grandes fotógrafos y dibujantes: el desprecio del arte y de lo fabril por lo fútil e incoloro.
No sé qué habrá sido del mío, mejor del nuestro, pues con la propina de los domingos un grupo numeroso de amigos compramos uno en el antiguo establecimiento de La Modernista (en Pío Gullon), y lo colocamos en un sitio preferente del pequeño salón parroquial de San Andrés, que don Faustino nos había facilitado para formarnos y divertirnos. De ahí nuestro nombre: El Fordi. El local, cuando lo puso a nuestra disposición, estaba en unas condiciones penosas, pero tanto ellas como nosotros picamos las paredes y lo decoramos con cierta gracia. En un lugar preferente situamos el tocadiscos y cada domingo pinchábamos los pequeños vinilos o elepés de moda, y comprábamos, para el descanso del baile, fantas, cocacolas, aceitunas y patatas fritas en la tasca cercana del Ti Taburete (que me perdone y ojalá disfrute del Paraíso, pero así llamábamos a un personaje de escasa alzada, rechoncho y singular). El tocadiscos era el rey, y gustaba ver el brazo con la aguja girar y girar sobre los surcos filamentosos mientras acortaba distancias: Elvis, los Rollings, los Beatles, y otros de gran éxito, ninguno como el de Los Bravos con su "Black is Black", pues ahí el mérito no estaba en zapatear ni en hacer la media luna con los tacones sino en zarandear el cuerpo como una vara de mimbre acometida por un ciclón.
Soplemos al viento la nostalgia. El retorno hoy al disco de vinilo es propio de una juventud refinada. Ignoro si es verdad lo que dicen los expertos de que su sonido es inigualable; sea cierto o no, su estética, su tacto, su giro siempre acompasado y de marea baja, bien merecen un espacio en nuestras casas, en esos pisos cada vez más pequeños y sin concesiones a nada que no sea eminentemente práctico. No, no es lo mismo escuchar o bailar con un tocadiscos a la vista, en el que una aguja gira y gira, a veces con pequeños saltos, en una cadencia que despierta en uno sensaciones y armonía, que con una cajita en el bolsillo, negra y viscosa cual cucaracha. El disco de vinilo y el libro en papel son dos logros de la civilización que no pueden ver su fin en contenedores o crematorios. Porque con ellos se iría una manera de entender la vida en la que el espacio que habitamos, los objetos de los que nos rodeamos, aquello que vemos y palpamos, cederían su trono a una etérea, ajena, e impalpable sustancia. Y entonces, ¡qué horror, qué peligro, todo para la invisible ‘nube’!
Gira y gira
el disco de vinilo
y qué guapo es.
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