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Tolva, carraquillo y canaleja; campanilla que suena cuando
hay que reponer grano en la tolva.
La tolva / 101
A la tolva la podía haber llamado “tremunia”, como Garrote en su Dialecto vulgar leonés, o ‘tremuella’, que es el nombre que se
conserva en el cauce molinero de la
Moldería Real. El nombre, porque de las
paradas, con sus tolvas, tambores, piedras, rodeznos…, apenas, en dos molinos, de los 22 existentes en 1929,
hoy perviven. En la tolva se vacía la
quilma de cereal, que va recibiendo la canaleja, o ‘tarabilla”, la cual traquetea
dentada por el ‘carraquillo’ volteador, y así
va arrojando poco a poco el grano
a la piedra volandera, que gira y gira sobre la fija ‘molandera’. La harina cae, finalmente, al ‘farnal’; y, en
el entretanto, las aspas del rodezno son
batidas por la furia del agua acorralada. No hay bravo cereal bajo piedras volanderas; por eso el tiempo no se ha
llevado su olor a mies de estío. Como
cien quilmas de cereal, vaciadas a la tolva, han caído hasta hoy las palabras sobre este pliego; que ha habido que moler, y roer, en harina fina de 1420 caracteres. Ningún día ha sido igual en la molienda: de alberjón en horas de
luto; de maíz, en las de pena; con la de
trigo, hemos cantado la fiesta, y si ha
sido de cebada, la nostalgia; del centeno molido han nacido
héroes y algunos villanos; de la avena, labrantíos y amapolas. Y en día de
cernido, con el “salvao” chiflas y castañuelas. A ver qué toca moler en 2019, a
las puertas está, ‘biendichoso’ para
todos sea.

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Y la matanza (II)
A mediados de diciembre amanecía el día con heladas negras, que
levantaba el sol en un vaho humeante, entrada la mañana. Temprano, el día de la
matanza, se llenaba la casa de tíos y primos. Los cerdos anticipan su muerte en
los ojos de los amos, por eso el nuestro se arrinconaba, y había que clavarle
el gancho bajo el morro, para arrastrarlo, y empujarlo por el rabo hasta
echarlo en el banco; entonces sí que gruñía. Sujetas las patas con los
‘grillos’, y agolpados sobre su cuerpo, mi padre le tentaba ‘la pocina’, le
adentraba el cuchillo y brotaba un chorro de sangre, que se recogía para las
morcillas. Se le chamuscaba y raspaba con cristales o tejas, y los primos nos
disputábamos las pezuñas y el rabo. ‘Echaban la parva’ (beber aguardiente), y lo abrían en canal, en el propio banco, para vaciarlo de
las tripas y ‘la entrañada’. Una vez colgado, llegaba Consumos para pesarlo,
llevarse la muestra del veterinario, y apoquinar al Ayuntamiento. Era todo un
arte ‘desentertiñar” sus tripas, para lavarlas en el río; y el deshacerlo, adobarlo
y embutirlo, hasta ver en los varales los chorizos, y en las artesas, en sal, el
espinazo, jamones… Sin olvidar los mantos de manteca, que derretidos dejaban el
poso de los ‘chicharrones”, con los que elaborar tortas que nos cocía el
panadero. ¡Lástima!: esta costumbre, en la ciudad, pronto será historia, pues
son menos de diez vecinos los que hoy crían el cochinillo.
El Faro Astorgano, 13, diciembre, 2018

La crianza (I)
Hoy se considera
costumbre propia de los pueblos, pero en Astorga no hace tantos años que en
bastantes casas de los arrabales también se criaba el cerdo. Llegado
septiembre, varios vecinos, mi padre entre ellos, por la Línea del Oeste traían
de Benavente los cochinillos a la Casa Blanca, propiedad del señor Felipe, el
Pellejero. Próxima a la vía del norte, en San Andrés, ahora está destartalada, casi
abandonada, pero antaño las cinco familias que la habitábamos la teníamos en
todo su derredor, aunque abundaban las cuadras y el barrizal en el camino, como
un jaspe. Era una lata, en atención al nuevo inquilino, blanquecino y rosado,
al que hospedábamos en la desinfectada cuadra con Zotal, el picar, en compañía
de mi hermano, la remolacha con los
restos de una pala afilada; añadirle después
salvado, harina y agua, y removerlo todo para que, alimentado, durmiese
agradecido. Yo lo maldecía, pues me interrumpía el rato del juego, pero él, complacido
ante tal manjar, me miraba meloso, porque los cerdos se acostumbran a uno y no
le faltan sentimientos. Crecía rápido y no era como las gallinas, sempiternas cantarinas,
de cuando en cuando desplumadas, sino siempre lucido y, salvo hambruna, silencioso.
Cebado, al final de su existir, con las pequeñas patatas de desecho, cocidas, podía
rondar los 100 kg. Pasada La Inmaculada, al orondo cerdo le esperaba una noche
de ayuno, preludio de su tragedia y de nuestra fiesta.
El Faro Astorgano, 7, XII, 2018
El Faro Astorgano, 7, XII, 2018

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de
11.000
La llaman pirámide, y quizás mereciese nombre
tan evocador la gráfica del censo de Floridablanca, en 1787, pero hoy en día,
para la población española, su resultado no guarda parecido alguno con tal
monumento egipcio. Y aún menos respecto de la vecindad de Astorga y de sus
comarcas. Hay mañanas en las que uno preferiría despistar la mirada de las
numerosas esquelas pegadas en los muros, o bien en los expositores cercanos a
las portaladas de las iglesias; por la desazón al contemplar cómo se van para
siempre tantos parroquianos queridos de
la ciudad, y otros de las comarcas, intensamente de la bella Cepeda. En nuestro
municipio estrenamos 2011 con la mala ventura de menos de 12.000 habitantes, y el
2019 lo haremos, dados el ritmo de envejecimiento trepidante y de nacimientos
calmados, con menos de 11.000; de los cuales más de 550 proceden de la migración,
de Marruecos, Portugal, Bulgaria… Por otra parte, son 976, en este febrero, los
astorganos residentes en el extranjero. Pintan bastos con estas cifras tan
gélidas; máxime cuando la edad media es de 45 años para hombres y 50 para
mujeres. No refleja nuestras edades, no, la espectacular pirámide de Keops, sino
el típico barril de Jiménez, de estrecho culo de mal asiento —¡dónde los niños!—,
y oronda barriga. Panza esta tan crecientemente hinchada que, salvo alivio de galenos,
‘terencios’ y artesanos, el cacharro caerá, finalmente, rendido, malparado.
El Faro Astorgano, 23, XI, 2018.
El Faro Astorgano, 23, XI, 2018.
El
Faro Astorgano, 23,
noviembre, 2018
«Mediohombre»
Los desgarros por el cuerpo, con que se ha retirado el torero Padilla, son una carantoña si a uno
le detallan la mengua con que fue a la tumba Blas de Lezo en 1741, en Cartagena
de Indias, a los 52 años. Porque si los pitones pueden atravesar los muslos
como un incandescente puñal forjado en la fragua de Vulcano, o vaciar un ojo,
las bombas de aquel entonces ya podían cobrarse una pierna, descoyuntar un
brazo o dejar el iris y la pupila en un cuenco de revenida ceniza. Todas estas
calamidades le acaecieron al marino militar vasco, cuya heroica figura ha sido rescatada
del olvido, con exposiciones ambulantes —en nuestra biblioteca, recientemente—,
publicaciones, y una estatua en la plaza de Colón madrileña. A Salvador Amaya,
cuyo padre, Marino, hijo de fogonero y nacido en Astorga, cuenta con siete obras en nuestra ciudad, le cupo esculpir esta escultura; verdadera
faena de aliño, para mostrar la prestancia y dignidad de este español, tuerto,
manco y cojo, al que se le encomendaban los más arriesgados cometidos. Como defender
intereses dinásticos, la recuperación de plazas en Europa y África, o la
limpieza de corsarios para dejar expedito el tráfico marítimo, y a resguardo
las posesiones del vasto imperio de
Ultramar. En Colón está, con la casaca de almirante, la bota de la
guardia de corps y la pata de palo, como presto a derrotar, desde el Castillo
San Felipe colombiano, a las tropas inglesas.
El Faro Astorgano, 9, noviembre, 2018

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Alimentos
Al caminar, uno encuentra
a la gente aseada, bien alimentada. Son escasos los vagabundos: los dos asiduos que desde hace años se
reparten el espacio de la ciudad para su acción petitoria, en las iglesias y supermercados,
y otros ocasionales, que se sientan, con el reclamo de un cartel de letras desdichadas,
en las cercanías del kiosco de Lorenzo
Segura o en la acera de Los Sitios. Mas de no existir una suerte de auxilio
social, ¡cuántos desasistidos veríamos por nuestras plazas! A Cáritas, o a los
servicios sociales del Ayuntamiento acuden numerosas personas, con necesidades
perentorias. Entre ellas, de manutención; cuando lo reclaman, el camión
municipal enfila la carretera hacia León para recoger el sustento en el Banco
de Alimentos y la Cruz Roja Provincial (también colabora la local). La
institución católica, en su sede de Martínez Salazar, lo viene repartiendo, anualmente,
a 80 familias españolas —de ellas, la mitad gitanas—, a 18 suramericanas y
europeas y a 6 africanas; son algo más
de 42.000 kg de productos con caducidad. Y el municipio, en el sótano del
Hogar, unas seis toneladas, para 17 españolas —cuatro, gitanas—, dos marroquíes
y una búlgara. Todas ellas, asimismo, perciben frutas y verduras por un monto superior
a las 15 toneladas. En nuestras calles es común el personal decoro, posible por
estas instituciones, con sus voluntarios, que practican la virtud de la
eficiencia y del anonimato.
El Faro Astorgano, 26, octubre, 2018
Padilla

“El Faro Astorgano”, 19, octubre, 2018
Con motivo del centésimo aniversario del nacimiento de don Marcelo, varios
intervinientes, en el Teatro Diocesano, van desgranando, este martes nueve, su biografía, desde sus orígenes familiares al
final de su episcopado en la diócesis
asturicense. Procuro seguir el hilo de tantas palabras ilustradas, de las
fotografías proyectadas que las acompañan, mas no quiero orillar el oleaje de
imágenes que despiertan en mi mente. Pues para un niño astorgano la
entrada de un obispo en la ciudad era un gran acontecimiento. Aquel 19 de marzo
de 1961 fue un día de cohetes; de arcos de bienvenida en las calles, uno, luminoso castillo antes de
la vía férrea del norte: ¡y que si llovía!; pero los paraguas de entonces eran de
abundante paño y la familia nos reguardábamos bajo sus tensas varillas, que campanilleaban.
Discurría la comitiva del obispo, de venteo malva y blancor almidonado, bajo un palio que
chorreaba. Un año después, en el estreno
de nuestra primera radio, fabricada por el ferroviario Fernando García, me
impresionaron sus palabras vigorosas y las balsámicas de Esteban Carro,
director de la emisora que se inauguraba. Todo esto revivo hasta la sorpresa
final: la donación pública al Cabildo, por el perenne secretario de don
Marcelo, Santiago Calvo, del bastón (por
él custodiado) de carey, con nuestro escudo grabado en su pomo de oro, obsequio del Ayuntamiento ante su partida para Barcelona, en 1966.
El Faro Astorgano, 13, octubre, 2018
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Dos hermanos



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juárez & palmero· pixelado arquitectónico
Se vende

El Faro Astorgano, 28,
sept., 2018
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Oro verde

"El Faro Astorgano", 14, sept., 2018
(Puntadas, soplos de vida, desde la pequeña ciudad. Destellos de pequeña ciudad)
La basura
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(Puntadas, soplos de vida, desde la pequeña ciudad. Destellos de pequeña ciudad)
«Mediohombre»
Los desgarros por el cuerpo, con que se ha retirado el torero Padilla, son una carantoña si a uno le detallan la mengua con que fue a la tumba Blas de Lezo en 1741, en Cartagena de Indias, a los 52 años. Porque si los pitones pueden atravesar los muslos como un incandescente puñal forjado en la fragua de Vulcano, o vaciar un ojo, las bombas de aquel entonces ya podían cobrarse una pierna, descoyuntar un brazo o dejar el iris y la pupila en un cuenco de revenida ceniza. Todas estas calamidades le acaecieron al marino militar vasco, cuya heroica figura ha sido rescatada del olvido, con exposiciones ambulantes —en nuestra biblioteca, recientemente—, publicaciones, y una estatua en la plaza de Colón madrileña. A Salvador Amaya, cuyo padre, Marino, hijo de fogonero y nacido en Astorga, cuenta con siete obras en nuestra ciudad, le cupo esculpir esta escultura; verdadera faena de aliño, para mostrar la prestancia y dignidad de este español, tuerto, manco y cojo, al que se le encomendaban los más arriesgados cometidos. Como defender intereses dinásticos, la recuperación de plazas en Europa y África, o la limpieza de corsarios para dejar expedito el tráfico marítimo, y a resguardo las posesiones del vasto imperio de Ultramar. En Colón está, con la casaca de almirante, la bota de la guardia de corps y la pata de palo, como presto a derrotar, desde el Castillo San Felipe colombiano, a las tropas inglesas.
La basura
Por la calle Rodríguez de Cela, recién prendidas las doradas luminarias, que semejan a lo largo de las fachadas del suroeste una cimitarra ornamental, cada día laborable el camión discurre con una discreta caravana de coches tras de sí. Se detiene en las bocacalles, y dos peones arriman a su parte trasera los contenedores de quita y pon, esos cubos verdes con que la ciudad inició este siglo, para ser pulcra avanzadilla ante los millares de visitantes a las Edades del Hombre. Cuando el conductor comprueba en la cámara de vigilancia que los cubos han sido volcados y retirados, reinicia la marcha; y el foco, asido a lo alto de la caja compactadora, avanza por la calle como una desprendida luna llena entre residuos que, por su tamaño, no han resultado deglutidos. Otro camión, pero de carga lateral, regido tan solo por el conductor, antes del alba, iniciará su recorrido por los barrios y diseminado, del extramuros. En el silencio de la noche se oirá el rugido de su motor, el anclaje del tetón al aprisionar los grandes contenedores, y el soplido y vaivén por la descomprensión en su volcado y reposición. Tres tardes se encaminará hacia los cuatro pueblos del municipio. En total, cada día, arrojamos los 11 mil y pico de astorganos, aparte del cartón, del vidrio…, 17 toneladas de basura. Desentonamos, con esta opulencia, en las históricas calzadas que nos hermanan con los pueblos allende del Pirineo.
El Faro Astorgano, 31, agosto, 2018
("Mesa de los pecados capitales", El Bosco)
7 plagas
Hasta ahora, a nuestra ciudad, para dañar su imagen y sosiego, le han sobrevenido, desde que se aturdieran las aguas bajo el puente de cuello de oca del Bernesga, el 12 de mayo de 2014, siete de las diez plagas de Egipto, narradas en el Éxodo; tales calamidades, sucesivas como mazazos de martillo pilón, y aireadas, en España, o hasta el confín del universo, son fruto de cinco de los siete pecados capitales. Pero ya camine en naciente por las habituales calles, o me aventure al ocaso por los hermosos pueblos de los arciprestazgos de las tres provincias, la vecindad atiende a su cotidiana costumbre. Trajinan los presbíteros de una parroquia a otra parroquia, de una procesión festiva a un cementerio jalonado de brezos y retamas; se afanan los empleados del concejo y hay guardianes siempre en vela. Riegan los labradores los campos, y si de secano fuesen, a la espera están de la cosecha de la mies. Se abren al amanecer tahonas y obradores, y se laborea en fábricas, oficinas y tendales. No le faltan a la holganza sus castañuelas: en los jardines, las frescas praderas, terrazas y bibliotecas. Explosionarán los fuegos para estas fiestas y desde la muralla, ante tal festín multicolor, ascenderá un ohhh que enmudecerá el último tronido; y seguirá saliendo a la calle este Faro, con sus glosas y noticias, bajo la centinela pluma, junto a otras plumillas, menores, pero no carentes de empeño y donaire.
El Faro Astorgano, 16, agosto, 2018
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